Jorge Luis Borges, uno de los más extraordinarios narradores de la literatura universal, afirmaba que hay cosas que solo suceden en la realidad. Este es el caso de C.A.D, las iniciales del guardia civil Carlos Aguilar de Ríos, un infiltrado en el movimiento soberanista vasco que fue sorprendido de lleno, en una actuación antidisturbios de la Ertzaintza. Un arresto a medio camino entre surrealista y casual que destapó un caso de infiltración policial de largo recorrido, admitido por el gobierno de José María Aznar en el Congreso de los Diputados, con Jaime Mayor Oreja de ministro del Interior.
Un caso más de la historia de esta técnica policial española de infiltración o encubrimiento, que aún es utilizada con fruición por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, como ha demostrado el caso de los Infiltrados, destapados por La Directa y TV3. El caso Aguilar se añade al sumario Gambín o al caso Espinosa, dos agentes policiales infiltrados contra la disidencia política española al inicio de la Transición. Dos operaciones pensadas, respectivamente, para reventar el crecimiento de la CNT en Cataluña y desactivar el movimiento independentista canario. El sumario Aguilar responde a la estrategia del Estado para vigilar de cerca tanto a los abertzales de entonces, Euskadi Herritarrok, como a los jeltzales del PNV.

Un caso destapado por el diario ‘Deia’
Quien descubrió el caso fue el diario Deia. Uno de los medios más influyentes de la biosfera vasca informaba que el dos de noviembre del año 2000, los antidisturbios de la Ertzaintza habían detenido a un hombre de la izquierda radical vasca en una manifestación en el casco antiguo de San Sebastián contra el grupo ¡Basta ya!, un movimiento ultraespañolista aprovechando el argumento de las víctimas de la organización armada ETA.
Carlos era uno de los «radicales» que la izquierda abertzale había enviado a participar en una contramanifestación de protesta. La concentración subió de tono, y en un momento determinado, el supuesto radical independentista vasco, gritando «Gora ETA militarra» y «Zipayos asesinos», intentó golpear con ganas a un agente de los antidisturbios de la policía vasca. Y un detalle que aún ofrece más color al caso: golpeó a los policías con un palo donde llevaba izada una ikurriña. La policía lo llevó a la comisaría de la plaza Gipuzkoa de la ciudad, donde el concejal de Euskadi Herritarrok en San Sebastián Íñigo Baldo se acercó para preocuparse por la detención del compañero de luchas. Poco imaginaba quién era en realidad y qué hacía en la manifestación.

Exmilitante del PNV y miembro del cuartel de Intxaurrondo
Una vez en comisaría comenzó el descubrimiento, que parecía el guion de una película de tarde de una cadena de televisión. El detenido se identificó como un guardia civil, nacido en Barakaldo y adscrito al temido cuartel de Intxaurrondo, uno de los más funestos y tenebrosos de la lucha ilegal contra ETA. Carlos Aguilar justificó su presencia en la manifestación argumentando que estaba haciendo «tareas de información». Mientras comprobaban los datos, según relata la investigación que hizo Deia, un mando de Intxaurrondo se personó en la comisaría de la Ertzaintza a «rescatar» al efectivo «capturado».
La Ertzaintza se quedó con un palmo de narices, pero la sorpresa no terminó ahí. Una vez se supo el nombre, los agentes de información de la policía vasca aún encontraron más sorpresas. Carlos Aguilar había sido militante del PNV hacía cinco años. Pero no un militante cualquiera, al contrario. Comenzó a militar en la sección del distrito de Abando de Bilbao del PNV. Según recogen los diversos reportajes de Deia, tomaba el micrófono en cada asamblea y participaba en las reuniones estratégicas de la sección con los dirigentes de la dirección del PNV, como Juan María Atutxa, que fue consejero de Interior y presidente del parlamento vasco, que acabó inhabilitado a raíz de una acusación de Manos Limpias por mantener el grupo parlamentario en Batasuna. Incluso había liderado una campaña para rebautizar la plaza de la Guardia Civil de San Sebastián como plaza de la Ertzaintza.
Sus compañeros de partido, una vez se supo quién era, admitieron a Deia que les había sorprendido, porque era un militante de «cuota» pagada religiosamente y muy puntilloso con el reglamento. De hecho, fue interventor en las elecciones de 1996. Tanto fue así que la sección local celebró que dejara la militancia en 1997 con la excusa de que se iba a vivir a Australia. Pero, lejos de irse del continente, continuó sus acciones, ahora dirigidas a infiltrarse en la izquierda abertzale. Así, envió hasta dos cartas al diario Gara, medio adscrito a la izquierda abertzale, cargando contra la líder del PP en San Sebastián en la época y miembro del sector duro de los populares, María San Gil. De hecho, las cartas firmadas por Aguilar la tildaban poco menos que de «franquista». También intentó entrar hasta en dos ocasiones en la Ertzaintza -sin éxito- y tres veces en las policías locales de tres poblaciones vascas como Getxo, Arrigorriaga y Arkaute. Poco a poco, fue entrando en el mundo de la izquierda abertzale hasta ganarse la confianza de sus compañeros, como había hecho con el PNV.

Sin condena y en el Congreso
Finalmente, Carlos Aguilar fue absuelto de la denuncia de desobediencia, agresión y atentado contra la autoridad por los hechos que habían provocado la detención que lo delató. Una casualidad más en estos casos. Pero la política continuó haciendo su trabajo. Una vez se supo y difundió el currículum del infiltrado, la diputada de Eusko Alkartasuna Begoña Lasagabáster y la del PNV Margarita Uría llevaron el caso al Congreso de los Diputados y exigieron explicaciones por escrito al ministerio del Interior español, dirigido por Mayor Oreja. La respuesta fue cerrar filas con el agente infiltrado y defender el trabajo que estaba llevando a cabo.
«El ciudadano interesado por su señoría es miembro de la Guardia Civil, y el motivo de su presencia en una manifestación no autorizada, frente a la concentración que se estaba celebrando en San Sebastián en contra de la violencia, no es otro que ejercer la encomienda y las tareas propias del Servicio de Información de la Guardia Civil», firmaba el gobierno de Aznar. Asimismo, la respuesta, a la que ha tenido acceso El Món, recordaba que el agente no había sido condenado y, por tanto, tampoco debía ser objeto de un expediente disciplinario porque no hubo ninguna agresión ni ninguna desobediencia del miembro del instituto armado contra la Ertzaintza. El caso CAD aún es recordado por actuales dirigentes del soberanismo vasco consultados por El Món. Lo citan como uno de los «paradigmas» de las técnicas españolas de infiltración. Y todo por intentar golpear a un agente de la Ertzaintza con el palo de una ikurriña.


