¿A quien no le ha pasado que ha tenido la sensación de que una situación que está viviendo en directo ya la había vivido antes? La ciencia ya le ha encontrado una explicación, y no, no había sucedido antes. El neurólogo Saul Martínez-Horta lo explica en su libro ¿Dónde están las llaves? (GeoPlaneta), donde analiza los diferentes tipos de dejà y los mecanismos que utiliza el cerebro para engañarnos y hacernos creer lo que no es. Uno de los tipos de dejà que más experimentamos es el dejà vecu, muy similar al dejà vu, pero con el añadido de que también nos parece experimentar las mismas sensaciones y sentimientos que entonces.

También existe el dejà senti, la impresión de haber experimentado ya esta emoción o sentimiento en una situación similar, el dejà vist, la sensación de haber estado ya en un lugar donde no has puesto nunca los pies, y el dejà entendu, la impresión de haber oído una conversación igual con anterioridad. ¿Por qué experimentamos todas estas sensaciones? Según Martínez-Horta se trata de la manifestación “de un tipo de epilepsia que denominamos epilepsia del lóbulo temporal medial” que no nos tiene que preocupar médicamente.

El libro ‘¿Donde están las llaves?’ de Saul Martínez-Horta

¿Qué he venido a hacer a la nevera?

Otra cosa que pasa a menudo es olvidar qué habíamos ido a hacer a la cocina o dónde hemos dejado las llaves. Esto también tiene una explicación científica y tiene que ver con la memoria prospectiva, es decir, todos los procesos que hacen que recordemos un acontecimiento futuro. Por ejemplo, cuando pensamos que tenemos que hacer algo a las siete y una vez llega la hora, la hacemos sin ninguna alarma, está interviniendo la memoria prospectiva. “Estos errores -entrar a la cocina y no saber qué íbamos a hacer- tienen que ver con un tipo de memoria o proceso mnésico que se llama memoria prospectiva y que en la mayoría de los casos tiene un carácter absolutamente benigno y profundamente mediado por el componente atencional”, explica el neurólogo.

Para recordar qué queríamos hacer en un lugar o dónde están las llaves “lo tenemos que haber atendido y codificado de forma consistente” para poderlo realizar, y muchas veces los olvidos se deben a la “saturación del sistema y la distracción mediada por otro acontecimiento”. “La capacidad del cerebro es limitada y sensible a la distracción, de forma que es relativamente fácil que dirijamos nuestra atención a una cosa diferente de lo que estamos haciendo”, razona el experto. También puede ser debido a un cambio de orden en las cosas que íbamos a hacer: “La irrupción de una orden nueva la habría situado por encima de la que habíamos elaborado primero” haciendo que olvidemos lo que queríamos hacer.

A menudo olvidamos por qué habíamos ido a la cocina y esto tiene que ver con la memoria prospectiva / Pixabay

Olvidar las caras y no encontrar la palabra que quieres decir

Otro fenómeno común es olvidar las caras de personas que ya habíamos conocido o incluso “experimentar los rostros más familiares como desconocidos”. Se denomina prosopagnosia y hay diferentes grados, pero todos se deben a lo mismo. “En muchos casos, la impresión de olvido es solo esto, una impresión”, explica el experto, que apunta que muchas veces “la información que creemos que hemos olvidado nunca la aprendimos”. “Precisamente, no la aprendimos porque no prestamos suficiente atención.

Además, mucha gente experimenta en algún momento el olvido de la palabra que quería decir, y cuanto más la busca, menos le sale. “Es un error en los procesos que determinadas regiones de la corteza prefrontal desarrollan en cuanto al acceso y recuperación de la información almacenada”, explica Martínez-Horta, que recomienda en estos casos “alejarse o disminuir la intensidad con la cual buscamos la palabra”. Normalmente, esto funciona para encontrarla, lo que “refuerza la idea relativa en el fracaso de los procesos de acceso y recuperación de la información”.

Recuerdos inamovibles… pero falseados 

¿Sabes qué estabas haciendo en el momento del ataque a las Torres Gemelas o de los atentados del 17-A? Los sucesos intensos y emocionales condicionan la calidad de la información que almacenamos y de los recuerdos. “La coexistencia de una experiencia emocional muy fuerte convierte los recuerdos en prácticamente inamovibles, inolvidables. Casi todas las personas que vivimos los atentados del 11-S o del 11-M por la televisión recordamos donde estábamos, con quién estábamos y que hacíamos”, explica el neurólogo. Aun así, añade que “por más convencidos que estemos de recordarlo, el color del sofá y la ropa que en nuestra memoria llevábamos puesta son, sin ningún tipo de duda, una falsificación del recuerdo”.

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