Toda leyenda tiene su algo de cierto, pero también una parte oscura. También pasa con una de las mejores historias que ha creado la fe de los humanos, como es el caso de los tres Reyes de Oriente. Una gran fiesta con que se despiden las fiestas de Navidad. La llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar en Belén para adorar el niño Jesús nato en un establo es una mezcla de misticismo, astrología (también de astronomía) e historia que, a pesar de algunos retoques y modificaciones, se ha mantenido a lo largo del tiempo con una iconografía clásica. Es lo que se ha convenido a definir como la «procesión de la ilusión».
Los Reyes de Oriente, pero, también han sido objeto de investigaciones científicas y de especulaciones. Descubrir qué estrella supuestamente les guio o qué ruta cogieron ha sido objeto de profusos estudios. Investigaciones que, por otro lado, no se han podido estar de intentar verificar la existencia de un cuarto rey de Oriente, que se habría perdido siguiendo el rastro de una estrella equivocada y habría hecho salado en Belén. Precisamente, era el rey que encargado de llevar piedras preciosas a Mesías.
Es la historia que planteó un teólogo presbiteriano norteamericano, Henry Van Dyke, que el 1896 escribió

Artabán y el debate sobre número real de los Reyes de Oriente
La historia de Artabán se enmarca en la discusión
La polémica del número de reyes no se cerró, más o menos, hasta el siglo III, cuando Orígines de Alejandría (nacido como Adamantius) selló la terna como número oficial de reyes de Oriente, una tesis que remachó el papa León Y el Magno en su obra
Las tres joyas que llevaba: el mejor regalo no llegó al niño Jesús
Artabán, como tal, podría haber sido uno de los doce que la historia mitológica habría destacado y que el teólogo Henry Van Dyke recuperó para su historia. De hecho, el nombre y el origen coinciden con el que consigna el Libro de Salmos, así como las supuestas ofrendas que llevaba. En concreto, Artabán llevaría un diamante de la isla de Meroe que curaba los venenos, un trozo de jaspe de Chipre como amuleto de la oratoria y un rubí de las Sirtes para «alejar las tinieblas que confunden el espíritu». Tres joyas que nunca pudo llegar a librar al niño Jesús y que habría invertido, a lo largo de sus treinta años de peregrinaje, en obras de caridad.
La ruta, la guía y la confusión de Artabán
Del mismo modo que no se pueden explicar los mandamientos de Dios sin saber que hacía Moisés en el Monte Sinaí, no se puede entender la historia de Artabán sin dos elementos imprescindibles del relato de los Reyes de Oriente: la ruta y la estrella que los guio. En este punto entran los estudios de un astrónomo, Mark Kidger, del Centro Europeo de Astronomía Espacial, que trabajaba al observatorio de las Canarias. Kidger saltó a la palestra pública cuando el 1999 publicó
Kidger, pero, años después, usó la astronomía para avalar la tesis de un cuarto rey de Oriente. El astrónomo norteamericano escribió un divertido artículo al número 91 de revista
El cuarto rey habría perdido la referencia de la Nueva que guiaba sus tres compañeros porque desde su punto de partida y, en coincidencia con una semana antes del nacimiento de Mesías, la luna entró en conjunción con la Nueva y tapó la luz, un hecho que desorientó Artabán. El error, pero, ha permitido escribir una de las leyendas de Navidad más sentidas y profundas, con un mensaje de bonhomía y solidaridad extraordinario, en contraposición a la figura de los tres reyes que sí que llegaron a Belén. El cuento es fácil de encontrar por internet, y el telefilm se puede reproducir entero en YouTube o a través de Amazon Prime que, en los tiempos que corren, son plataformas que muy bien podrían ser otro rey de Oriente.