Pepe Rubianes terminaba sus extraordinarios monólogos recordando el tipo de público que se repetía en todas las funciones: el que iba a reír y reía sí o sí; el que no sabía a dónde había ido; los que no entendían nada; o los que le llamaban Paco Rubianes. En los congresos de los partidos pasa exactamente igual. Bien lo daba a entender, el notario de los congresos de Cataluña, el fallecido maestro Joan B. Culla, en sus manuales indispensables de historiografía política catalana. En los cónclaves de las formaciones políticas catalanas, siempre hay elementos que deben estar presentes y que si se perdieran, se pondría en riesgo el mismo sistema democrático.
Los partidos serios deben tener veteranos militantes, de camisa de franela y con una jubilación tranquila, dispuestos a defender una enmienda estatutaria hasta la derrota final. Militantes que lo son y que nunca han aspirado a ningún cargo institucional y que en las horas bajas de la formación son los que, en su pueblo, organizan la «botifarrada» para recordar que están ahí. Uno de los otros elementos indispensables son los militantes que mantienen la posición pase lo que pase y que, curiosamente, respetan la disciplina de partido porque entienden que la militancia es convicción pero no frivolidad. Y otros que siempre defienden su postura a pesar de perder todas las enmiendas presentadas en los últimos veinte años, como cuando David Minoves siempre se quedaba solo en su tesis sobre el pacifismo.

Casos de manual
El congreso de ERC de este fin de semana en Martorell ha sido el paradigma de esta convención de la política y la mentalidad humana. El sábado fue el turno del señor Josep. Un hombre mayor que se definía como «independiente» y que quería insistir en su visión de las cosas. La Mesa del Congreso, presidida por Mar Lleixà, lo llamó al orden dos veces porque abusaba del tiempo. O bien, otro militante que pidió dos intervenciones, y la Mesa solo le permitió una. Su respuesta, con un punto de ironía, fue aún más interesante: «¿Y cuál de las dos me dejáis?». O el militante de Ponts (La Noguera) que pidió proteger a los cazadores mientras otros defendían el decrecimiento.
Pero, aún quedaba Sergi, un militante de la federación de Barcelona, en el casal de Poblenou, con treinta años de carnet. No está adscrito a ninguna corriente de manera clara, pero es uno de los partidarios de «sacar a la bestia de la cueva» y «hacer caer la máscara del poder español». Una estrategia pensada para mantener el conflicto con España, como se hizo más que en 2017, en 2019 con Tsunami Democràtic. «¡Tenemos que hacerlos salir de la cueva!», insiste para acreditar el estado represor. Por otro lado, también clama contra la idea constante de decir que «no somos suficientes». Una idea que rechaza de pleno porque incluso, cala entre la militancia con más años de cuota que el seguro del entierro. Para demostrarlo, Sergi ha levantado su papeleta de votación de la ponencia estratégica con dos mensajes: «Fuera la dictadura española» y reivindicando el «Primer de Octubre».
Al fin y al cabo, los partidos los hacen los militantes y entran en crisis cuando los militantes ven que mandan más los técnicos que los elegidos por la militancia. De hecho, es un partido que nació hace 94 años en Sants, como un movimiento de contraposición a la monarquía españolista y de derechas. En definitiva, las siglas Esquerra – Republicana-Catalunya eran una contraposición del trinomio Rey-España y Derechas. Una combinación que aún justifica las visiones ideológicas que conviven en un partido sin que se convierta en un buffet libre. Miembros del equipo de Oriol Junqueras parecen tener clara esta coexistencia de personalidades dentro de una formación política como ERC. Otros aún no lo tienen tan claro. Pero, a la vista de lo que pasó con la comisión de la verdad, es que ERC quiere ser un partido y quiere alejarse de ser una agrupación de profesionales. El señor Josep y Sergi son la prueba.