«¡La revolución no se hace, se organiza!». Este es uno de los lemas de la vieja guardia comunista que han usado casi todos los movimientos revolucionarios de la izquierda. Una izquierda entendida como todo aquello que queda al margen de la socialdemocracia. Es en este marco que se tiene que entender la organización del partido como uno de los puntos clave del documento que la militancia de la CUP y toda su órbita de simpatizantes debatirán en el cónclave previsto para el 16 de diciembre en Palacio Ferial de Girona. Una asamblea que será el punto de partida, ya negro sobre blanco, de lo que se ha bautizado como Proceso de Garbí y que se plantea como una refundación.

El documento base, de 27 páginas, que ha preparado el «grupo motor» que componen 17 personas, con ponderación de las diferentes corrientes internas cupaires, dedica un apartado específicamente a la estructura y las relaciones con la militancia. En concreto, se titula Análisis y evolución sobre el modelo organizativo de la CUP y es especialmente duro con el actual sistema y modelo interno. En este sentido, describe abiertamente fallos organizativos, «sesgo de clase en los espacios de participación», una estructura de liberados que hay que repensar o el «distanciamiento entre la militancia local y la estructura nacional». Así, busca reformular la dirección política, la organización territorial y el modelo de militancia.

Carles Riera, en una intervención al Pleno del Parlamento, acompañado de Dani Cornellà, Montse Vinyets, Xavier Pellicer i Dolors Sabater/Parlament
Carles Riera, en una intervención al Pleno del Parlamento, acompañado de Dani Cornellà, Montse Vinyets, Xavier Pellicer i Dolors Sabater/Parlament

La militancia, en medio del escenario

Una de las preguntas que formula el texto que servirá de guion para el debate es «¿qué significa ser militante en una organización política de clase que busca subvertir el actual sistema en 2023?». Una pregunta clara que sirve para plantear desde cómo se concilia la vida militante activa con el «resto de la vida» a cómo se garantiza la participación de los militantes o se lleva a cabo la formación de cuadros y liderazgos. Incluso pide respuestas a cómo «cuidar de las personas con más implicación». De hecho, el texto parte del militante como el elemento inicial de la formación política porque «militar en la CUP es un concepto» que «va más allá de la inscripción en el censo y al pago de cuotas».

En este contexto, el texto remarca las diferencias entre lo que denomina las «militantes inactivas o poco movilizadas» y las «implicadas con regularidad». Dos maneras de practicar la militancia que suponen «grandes diferencias que no solo responden a las diferentes disponibilidades sino también a la carencia de cultura militante compartida y de las dinámicas internas». «La poca conexión entre la militancia local y la estructura nacional y la inexistencia de una preparación y formación planificada de cuadros militantes dificulta enormemente la renovación real de liderazgos», concluyen los relatores del grupo motor. De hecho, razonan que la «dinámica interna» requiere una «alta intensidad militante» que «aleja de la militancia activa y la toma de decisiones a personas con menos disponibilidad o con menor bagaje formativo». Una circunstancia que, atendido el documento, «introduce un sesgo de clase en los espacios de decisión de la organización».

Una imagen de varios representantes de la CUP a las instituciones durante los actos de la campaña del 28-M/CUP
Una imagen de varios representantes de la CUP a las instituciones durante los actos de la campaña del 28-M/CUP

Asambleas territoriales y dirección política

La CUP parte de la idea de que «son muchas las cuestiones organizativas pendientes, acumuladas a lo largo de los años». Un postulado que emerge once años después de que los cupaires, en la asamblea de Molins de Rei de 2012, decidieron concurrir a las elecciones del Parlamento de Cataluña. La evolución de los tiempos políticos y de las circunstancias sociales que ha vivido Cataluña han presionado a una estructura interna más pensada territorialmente que con una perspectiva nacional. Hablan del embrollo de decisiones entre Secretariado Nacional, el consejo político, el cada vez más numeroso equipo de liberados, los grupos parlamentarios (cuando también tenían representación en Madrid) y el órgano de coordinación, y las asambleas territoriales.

Para el grupo motor, esta estructura y la «realidad ineludible» ha generado «disfunciones» que obligan a coordinar más «la estructura liberada» y «espacios informales» para «suplir las estructuras formales intermedias». Además, el hecho de que el Consejo Político haya ido a «remolque» del Secretariado y la «carencia de iniciativa política de las Asambleas Territoriales» genera más confusión. A todo esto, hay que añadir los «cargos o roles orgánicos o de representación pública» que se «ven sometidos a una alta presión, además de otra exigencia en la dedicación, que a menudo compuerta que abandonen estos espacios».

El texto también subraya que la actual estructura territorial ha quedado obsoleta y desfasada. «El mapa territorial, sin embargo, responde más a la evolución y las adaptaciones durante el crecimiento e implementación de la CUP en todo el territorio que a una realidad política, social o institucional», asume el documento. También reprocha el sistema de representación o voto ponderado de las asambleas territoriales en el Consejo Político, el órgano de decisión entre asambleas. «Esta diferencia entre la organización territorial de la CUP y la del país, mayoritariamente adoptada por el conjunto de organizaciones, entidades y colectivos, principalmente de carácter comarcal, también ha dificultado la intervención política de las Asambleas Territoriales», concluyen. Ante este escenario, la CUP plantea abiertamente rehacer esta estructura y propone preguntas para reconsiderar el modelo, conscientes que sin estructura no se puede hacer la revolución.

Una de las votaciones a la asamblea de la CUP/Rose Gamonal
Una de las votaciones a la asamblea de la CUP/Rose Gamonal
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