Bernat Lavaquiol decía, en un encendido acto nacional en la leridana Plaza de la Comedia, que «ni Ponente quiere más cerdos, ni el Pirineo más turistas». La invasión de viajeros de alto poder adquisitivo, especialmente estadounidenses y centroeuropeos, ha sido uno de los caballos de batalla de la campaña de la CUP de cara al 12-M: la presión residencial, el consumo de recursos hídricos o el «modelo depredador» del Hard Rock han estado en boca de los cuadros anticapitalistas día sí, día también. El acto de cierre de campaña, en este marco, se mueve entre la reapropiación del espacio y la bravata: en un paseo del Borne apretujado de alemanes y británicos con cervezas tibias, la izquierda independentista busca consumar la última acelerada horas antes de unos comicios del 12-M para los cuales nadie tiene indicaciones claras. Al sistema de sonido, Paz Alabajos sugiere con versos de Estellés –
Todo y la muchedumbre de foráneos, para la CUP hablar al Borne es todavía jugar en casa. La plaza principal del barrio es, como recuerda una voz en off minutos antes del inicio de la velada, «el espacio histórico de las luchas de la izquierda independentista». La afluencia bien justifica este recuerdo: centenares de personas, muchas más que las sillas preparadas por la organización, se han deshecho en aplausos cuando el número cinco por Barcelona, David Caño, con Borja Penalba a la guitarra, ha hecho brillar Ovidi:
La presencia de los anticapitalistas en las instituciones del país, a todos los niveles, es una herramienta, según sus caras visibles, para construir barricadas profundas. Enfrente la oleada reaccionaria, Vega se planta para parar «la pandilla de pijos que mercadean con nuestros miedos». El cuerpo a cuerpo contra la extrema derecha, pero también contra las fuerzas del neoliberalismo -como recuerda desde el escenario el exdiputado David Fernández- es la genealogía cupaire: «como cuando luchábamos contra Bolònia y nos decían que

La vacuna contra estas formaciones -«es igual qué bandera ondeen»- es, para Estrada, el despliegue del programa de la formación. El impulso de los servicios públicos y la entrada de la Generalitat en actividades estratégicas -como la banca, la energía o la alimentación- favorecen, a parecer de la candidata, unos cimientos de vida digna que tapan las rendijas por las que entran los discursos de odio. La tarraconense no se ha cansado de recordar, haciendo bandera de la esperanza, que «sí que hay alternativa», contra los mantras neoliberales. La CUP, así, se levanta en «garantía de derechos y dignidad», en base a propuestas ya presentes en el programa del 2021, pero que no han aglutinado una mayoría bastante fuerte en el parlamento, como por ejemplo la Renta Básica Universal. En la salida de la legislatura del 52%, los anticapitalistas han expresado a menudo su «frustración» con el retroceso, en términos sociales y nacionales, de Esquerra Republicana; partido que ahora no sale del saco de la «sociovergència». «A partir de domingo, Pere Aragonés, Carles Puigdemont y Salvador Isla se acabarán poniendo de acuerdo porque nada cambie», alerta Estrada. Contra este entendimiento de facto, que la izquierda independentista vincula con los deseos de la patronal, la presidenciable reclama recuperar «una agenda nacional y social propia». La unidad popular, así, se articula «contra los estados español y francés, pero también contra las clases dirigentes catalanas». «Tenemos que ser decisivas para combatir el autonomismo pusilánime», concluye.
El territorio contra «el ecocidio»
Las dos candidatas por Barcelona, caras visibles de la iniciativa cupaire desde la convocatoria electoral, han ido precedidas por un territorio que ha estado también en el centro del programa anticapitalista. El número 1 por Tarragona, Sergi Saladié, ha comenzado el anochecer al ataque contra el «tripartito del Hard Rock»: Juntos, el PSC y Esquerra Republicana. «Son unos ecocides y unos sociòpates», golpea. Lavaquiol, por su parte, ha entrado al escenario introducido como «la pesadilla de la consejera Vilagrà«; contra quien ha chocado a menudo desde las plataformas locales contra los Juegos Olímpicos de invierno. «Han querido sacrificar el Pirineo a merced del monocultivo turístico», acusa el candidato, reivindicando su boletín como garantía de un «país para vivir: pan, tierra, techo, sanidad, educación, cultura y lengua». A las dos demarcaciones, hay que recordar, los cupaires se disputan por pocos centenares de votos el escaño; y, en los dos casos, lo hacen con la extrema derecha. El españolista, en las comarcas del interior, y la de Ripoll en el sur.
«El 12-M a parar el fascismo; y a partir del 13, a seguir luchando», arenga Lavaquiol. En un grito fundamentalmente independentista, los diputados y cabezas de lista por Girona, Dani Cornellà y Montse Vinyets han recordado los adelantos del movimiento de liberación nacional de la mano de la izquierda de base. Las comarcas gerundenses, justo es decir, han sido el bastión -físico, pero también electoral- desde donde el partido ha hecho saltar sus aspiraciones nacionales; con un acto nacional que contó con la presencia del alcalde Lluc Salellas y el exdiputado a Madrid Albert Botran. Con el discurso acabado en el centro de Barcelona, Caño y Penalba no han dejado pasar la oportunidad de recuperar Ovidi 3, a pesar de que «han dejado David en tierra porque no se alargara el concierto». La poesía que ha abierto la noche se ha vuelto rumba en la salida. «Porque también lo tenemos que pasar bien».