Alemania ya tiene nuevo parlamento. Tras una intensa campaña electoral marcada por un agrio debate migratorio, y bajo la cada vez más punzante amenaza de la crisis económica, los votantes han castigado con dureza al gobierno del canciller Olaf Scholz con correctivos históricos para los tres partidos que formaron parte de él. Todo ello, a favor del espectro de la derecha: la Unión Cristiano Demócrata, y su líder Friedrich Merz, se han impuesto con claridad con cerca del 29% de los votos; mientras que la ultraderecha de Alternativa para Alemania se ha consolidado como segunda fuerza con un 20% de los apoyos; aunque quedará marginada de la política de pactos. Con la victoria asegurada, Merz busca acelerar las conversaciones para formar gobierno en un momento especialmente tenso para las relaciones internacionales del país y de la UE. En su primera comparecencia tras las encuestas a pie de urna —históricamente muy precisas en el caso germánico— el candidato ha asegurado que «gobernará Alemania», y ha instado a los potenciales aliados a fundamentar cuanto antes un nuevo ejecutivo con los votos necesarios en el Bundestag. «La formación de gobierno debe materializarse. El mundo no esperará a largas conversaciones y negociaciones de coalición», ha declarado; en un intento de acelerar un pacto que históricamente siempre ha sido lento en el país. Las cifras definitivas presentan un panorama favorable, pero las conversaciones se vislumbran, al menos, intensas.

Con 630 diputados, el Bundestag es la cámara legislativa más grande de la UE; y la mayoría absoluta se eleva hasta los 316 votos. El recuento final, ya confirmado, otorga a los cristianodemócratas 208 escaños en la cámara legislativa, a 108 de una mayoría suficiente para formar gobierno. Desde el inicio de la campaña, tanto Merz como sus colaboradores han declarado la intención de construir un ejecutivo bicolor para evitar la inestabilidad sufrida en la anterior legislatura, cuando Scholz se vio obligado a hacer precarios equilibrios para mantener la aquiescencia de los verdes de Robert Habeck y los liberales de Christian Lindner, en una Alianza semáforo que se ha revelado como un castigo para todos los que formaron parte de ella. Tras el recuento, los socialdemócratas suman 120 diputados, un monto que permite alcanzar la mayoría con el centroderecha. A pesar de que Scholz ya ha advertido que no formará parte de una nueva groskoalition, el partido asume su retirada, acompañada de una reforma integral del aparato del SPD. De hecho, el mismo canciller en funciones se ha descartado tanto para el periodo negociador como de cara a conformar un gabinete. «Otra persona tendrá que liderar las conversaciones con la Unión. Scholz no está disponible», ha declarado en una entrevista durante la noche electoral.

Sobre estos resultados definitivos, Merz se ha marcado un límite temporal para acelerar las conversaciones con sus potenciales socios de gobierno. En declaraciones a una televisión local, el ganador de los comicios ha instado a las partes a tener un ejecutivo formado antes de Semana Santa -todo un hito, dado que la formación de un gabinete tras las últimas elecciones ha tardado entre dos y tres meses-. Para recuperar la suma con los socialdemócratas, las dos formaciones tendrán que encontrar puntos de compromiso en cuestiones que los han separado durante la campaña, como las restricciones a la inmigración, un punto clave en el discurso de la CDU que el SPD ha reprochado a menudo como una concesión a la ultraderecha; o la economía, después de que el líder democristiano calificara la gestión del canciller de «miserable». Cuestiones como los flujos migratorios o la reforma de los estrictos límites de endeudamiento que la Constitución alemana impone al gobierno federal, pues, se convertirán en clave para acercar -o no- las posturas de los dos partidos históricos de un sistema político que la extrema derecha ha hecho tambalear.

La oferta del «escurçó»

La ultraderecha, eufórica por un resultado histórico, ha buscado explotar las posibles grietas en la potencial coalición de gobierno. Poco después de conocer las primeras cifras, la candidata de Alternativa para Alemania, Alice Weidel, ha ofrecido sus 150 escaños para hacer a Merz canciller, un movimiento que rompería el histórico cordón sanitario que se ha impuesto a los ultras. El cortafuegos, cabe decir, se agrietó a finales de diciembre, cuando los conservadores sacaron adelante una moción contra la inmigración con los votos de los liberales y la AfD. El líder de la Unión, sin embargo, ha reiterado en campaña su intención de no llegar a ningún pacto con los de Weidel. En el último debate electoral, de hecho, se comprometía a «alejar al escurçó de AfD» del ejecutivo nacional. La líder de Alternativa, cabe decir, ya ha incitado a los suyos a caldear el ambiente cuando la CDU los ignore en sus conversaciones para una investidura, una posición que constituiría un «fraude electoral». «Si hacen eso, unas nuevas elecciones pueden llegar pronto», ha advertido la candidata.

Cabe decir que, desde los medios locales, ven este choque como una evidencia de las intenciones de la AfD de asaltar el espacio de la derecha tradicional y convertirse en mayoritaria, a imagen y semejanza del camino del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen en Francia. Weidel, pues, está especialmente interesada en desestabilizar el futuro gobierno de Merz a su favor; mientras que la Unión buscará devolver a los extremistas a la marginalidad de la que han conseguido salir tras más de una década extendiéndose por el panorama político de la República Federal.

La candidata del partido de extrema derecha alemán AfD, Alice Weidel, en un acto / Carsten Koall/DPA 07/12/2024 ONLY FOR USE IN SPAIN

Un tripartito innecesario

Las cifras definitivas, así, han confirmado los mejores pronósticos para los conservadores. Con la caída definitiva de los liberales del FDP y la socialconservadora Alianza Sahra Wagenknecht, el reparto definitivo de escaños les es lo suficientemente favorable para formar un gobierno bicolor y evitar un complejo debate interno para formar una coalición tripartita. La única opción políticamente viable en caso de no haber alcanzado los 316 escaños con los socialdemócratas era añadir al acuerdo a los verdes de Habeck, que han caído a la cuarta posición con 86 escaños.

Las relaciones entre ecologistas y conservadores, en caso de haber tenido que buscar acuerdos, no pasaban por un buen momento. Habeck ofreció sus votos, en caso de que fueran necesarios, para fundamentar una mayoría alrededor de los conservadores; aunque lamentó la extrema dificultad de llegar a consensos entre dos opciones que se han alejado sustancialmente en los últimos años. El giro a la derecha de Merz, cabe recordar, se ha vehiculado en grado considerable a través del rechazo a las políticas en materia de sostenibilidad del anterior ejecutivo. El ‘no’ a la gobernanza verde ha sido especialmente patente en los socios bávaros de la Unión, la CSU de Markus Söder. El líder socialcristiano, de hecho, ha enfatizado la importancia de «enviar a los Verdes a la oposición» ya en su discurso posterior a la publicación de las encuestas a pie de urna.

La líder de BSW, Sahra Wagenknecht / EP
La líder de BSW, Sahra Wagenknecht / EP

El rincón de las izquierdas

Fuera de cualquier política de pactos, la izquierda tradicional celebra unos resultados mucho mejores de los que le otorgaban la mayoría de encuestas hasta hace escasas dos semanas. Die Linke, los herederos del Partido del Socialismo Democrático -la transformación del Partido Comunista de la RDA tras la integración-, han ascendido hasta rozar el 9% de los votos, y acumulan 64 escaños. Este hito sirve para reivindicar el cambio de estrategia que ha puesto en marcha el partido desde mediados de 2024, bajo el nuevo liderazgo orgánico de la periodista Ines Schwerdtner y el biólogo Jan van Aken. La gran figura pública de los postcomunistas, la carismática diputada Heidi Reichinnek, ha liderado un viraje ideológico y discursivo que los ha hecho converger con las izquierdas europeas, como un partido de clases medias universitarias y altamente enfocado al voto joven y a las mujeres. Lejos del obrerismo clásico que los había llevado a gobernar regiones como Turingia, y tras sucesivos fracasos tanto en las elecciones regionales como en las generales, Reichinnek ha puesto el foco en políticas más identificadas con su nuevo votante objetivo, como la crisis residencial. «La concentración en cuestiones sociales del partido ha sido particularmente exitosa», ha celebrado la diputada; que reivindica una voz «más alta y clara que el resto» en sus temas estrella.

El éxito de Die Linke, coinciden tanto expertos como voces políticas en el país, ha sido completo, especialmente después de que Wagenknecht haya quedado fuera del Bundestag por unas centésimas. Según las cifras oficiales, la BSW se ha quedado en un 4,97% de los apoyos, rozando el 5% que le hubiera garantizado representación. La irrupción en la cámara ha estado, según los cálculos del partido, a 13.000 papeletas. Cabe recordar que la líder socialconservadora era una de las caras más conocidas de la izquierda alemana hasta 2023, cuando culminó una larga batalla interna en la formación postcomunista y abandonó el partido para continuar su propio camino político. Diversas corrientes internas, animadas por la misma candidata, asumieron posiciones nacionalistas, más restrictivas con la inmigración y más tradicionales en varios ámbitos sociales a principios de la década; una energía que Wagenknecht intentó vehicular a mediados de 2024, con la fundación de su Alianza. La tesis parecía apuntar en el camino correcto tras sus primeras experiencias electorales, precisamente en Turingia, donde fue tercera fuerza por delante de la izquierda, y en Sajonia, donde prácticamente borró a Die Linke. Ahora, sin embargo, el resurgimiento de los de Reichinnek y la dispersión de los votos críticos con las políticas migratorias han puesto un límite que el partido no ha podido romper en su primera contienda electoral a escala federal.

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