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Las ‘dos Cataluñas’ se dan cita (casualmente) en Madrid
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La comparecencia madrileña, este miércoles por la tarde, del president Pere Aragonès fue en el antiguo –algunos dicen vetusto; yo, que soy socio, no—Club Siglo XXI de Madrid, en un salón, ironías del destino, llamado ‘Madrid’. Dos ministros, Subirats, totalmente desconocido por el público y por los periodistas, y la portavoz gubernamental, Isabel Rodríguez, en primera fila, más o menos cerca de Gabriel Rufián. Detrás, todos nosotros, con diez cámaras de televisión –a veces me pregunto de dónde salen tantas televisiones—al fondo de la sala. Mucha expectación para escuchar a Aragonés, en el tono educado, frío y hasta amable que le define, decir lo que todos esperábamos: referéndum, referéndum y referéndum. “No habrá segunda oportunidad” para resolver el conflicto. Aplausos igualmente educados de un público que, exceptuando los acompañantes por parte del president, claramente no compartía sus ideas. Luego, cena reservada en la que, cuentan, hubo ‘buena sintonía’, signifique eso lo que signifique, con la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, la ‘figura ascendente’ y estelar del Ejecutivo de Pedro Sánchez. Quien, por cierto, no estoy seguro de que estuviese muy al tanto de esta ‘cumbre’ gastronómica.

A la mañana siguiente, es decir, este jueves, asistíamos muchos al desayuno del foro Nueva Economía con Salvador Illa, líder de la oposición al Govern catalán. Y ahí, recibimos el discurso que, por supuesto, también esperábamos: de referéndum de autodeterminación, nada. Y de amnistía, tampoco. Pero, eso sí, hay que buscar la concordia y el entendimiento. Varios ministros allí presentes, entre ellos Félix Bolaños, titular de la cartera de la Presidencia, en el Gran Casino de Madrid, que es otro centro presuntamente vetusto, pero con la solera que da un salón adornado con grandes cuadros de Julio Romero de Torres. Y un público bastante diferente al que la víspera acudió a escuchar a Aragonés: en el Casino había muchos empresarios, ningún diputado de Esquerra o de Junts y, de nuevo, una decena de cámaras de otras tantas ‘teles’.

Lo primero que a cualquiera se le ocurre es que, entre un acto y el otro, se dieron cita pública en Madrid, en días sucesivos, las dos concepciones del futuro de Catalunya, las ‘dos Cataluñas’, como comentó un vecino en mi mesa, un colega de un periódico de Barcelona. Pero un segundo motivo de reflexión se centraría no en el contenido de las palabras de ambos –que, insistieron los dos, tuvieron intervenciones en días consecutivos casualmente; nadie había planificado la semi-coincidencia–, ya digo que perfectamente previsibles, sino en las formas. Yo diría que, aun, lógicamente, discrepantes de manera radical, se palpaba el respeto del uno por el otro, que es algo que no siempre se ha dado en un lado, en el otro, o en ninguno de los dos lados, según de qué ápoca hablemos. Y ausencia de mal educadas o crispadas pasiones en el público que escuchaba en silencio y hacía preguntas sin tratar de agredir u ofender, lo que tampoco ha sido siempre la tónica.

Lo que quiero decir es que, en política, para mí el fondo es tan importante, o incluso algo menos, que las formas. Y esas formas son las que ambas partes quieren obviamente mantener ante la proximidad –o no tanta—del inicio real de esa Mesa de diálogo entre el Gobierno central y el Govern, una puesta en marcha que se eterniza. Claro que, para Illa, es decir, para el Gobierno español, primero se haría necesario un diálogo “entre catalanes” y, luego ya se producirá el otro. Así que La Moncloa se lo sigue tomando, parece, con calma.

Porque, la verdad, no podría decir si la casi-coincidencia no buscada de los actos de Aragonés –que con lo que sí coincidió fue con el partido entre el Barça y el Real Madrid, que todos nos perdimos—y Salvador Illa es un preludio de que las conversaciones/negociaciones –nadie sabe muy bien ni cómo llamarlas—entre Gobierno y Govern están ahí, a la vuelta de la esquina, y hay buen clima para afrontarlas. O si, como muy sosegadamente dijeron ambos en privado, aquello no había sido sino el fruto de una casualidad y que cada Mesa aguante sus ‘timings’.

En uno de los dos actos, dirigí una pregunta por escrito al orador, preguntando si, a la vista del buen rollo que el uno mostraba respecto al otro, creía ahora más fácil una ‘conllevanza’, al modo orteguiano, entre las dos concepciones de Catalunya presentes sobre los atriles. Pero quien moderaba no dio entrada a mi curiosidad, que, para mí, era mucho más que eso: era el remate de esta crónica. Me quedé con las ganas, y eso seguramente ya no fue tan casual.

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