Tengo que reconocer, y mucho me duele hacerlo, que nos espían. Ignoro a cuántos ni cuánto, pero lo cierto es que hoy nadie se siente a salvo de algún tipo de ‘operación de Estado’ que implique escuchar su teléfono o ser de alguna manera vigilado. Y más aún me duele reconocer que estás prácticas, más o menos –más o menos—al margen de autorizaciones judiciales, se intensifican cuando de Catalunya se trata. Ahí está aquel bulo inventado en 2017 contra Xavier Trías, los ‘paradise paprs’, del que salió indemne y reforzado; ahí está lo de Pegasus, que nadie parece querer investigar a fondo, y cuando digo nadie quiero decir nadie, y ahí está la famosa ‘operación Catalunya’, que implicaba demasiadas cosas sucias, aunque se circunscriba a un pasado no muy remoto.
Quien me conoce sabe que ni soy independentista ni estoy por el independentismo de territorio alguno. Pero sí estoy por la limpieza de la política, por el juego limpio, por el entendimiento y no por la confrontación, y también a favor de que la gente pueda expresarse en consulta . Y nada de todo eso tenemos en este submundo político, lamentablemente centrado en grupúsculos de espías aficionados –e incluyo a algunos en el CNI—y corruptos, que creen que tienen derecho a penetrar en nuestras vidas generando la mayor inseguridad jurídica que he conocido a lo largo de mi ya dilatada carrera.
El dislate justifica, con estas maniobras sucias, el cada vez mayor alejamiento de los catalanes con respecto al resto de los españoles. Un Gobierno central coherente habría de ordenar investigaciones a fondo, saber reconocer sus culpas en el ‘affaire Pegasus’ (porque seguro que las tiene, este Ejecutivo y los anteriores), establecer una política de entendimiento y pacto que vaya mucho más allá de los encuentros clandestinos entre Pere Aragonés y el ministro Félix Bolaños.
No sé para qué diablos sirve el Parlamento si en él no se discuten los grandes temas de Estado –el envío de tanques a Ucrania o el reparto de los fondos ‘next generation’, por ejemplo—y si, encima, no se dedica a investigar los grandes escándalos, comenzando por el bochornoso ’caso ‘Tito Beni’, y siguiendo por Pegasus o las propias maniobras del ex ministro Jorge Fernández Díaz y compinches.
Creo en el Estado. En mi Estado. Lo que ocurre es que a veces resulta difícil estar orgulloso de él.