El psicólogo, educador y periodista Jaume Funes (Cornellà de Llobregat, 1947) ha dedicado décadas a estudiar la adolescencia. De hecho, él mismo se define como «un adolescente de 78 años». Profesor e investigador en diversas universidades, ha escrito libros en los que aborda las dificultades sociales que acompañan esta etapa del crecimiento personal de los jóvenes. Ahora acaba de publicar No sin mi móvil (Columna, 2025), una «guía para gestionar la educación en el universo de las pantallas», y en esta entrevista reflexiona sobre la inteligencia artificial, la educación digital y también opina sobre la última decisión del Departamento de Educación: la prohibición de los móviles en todas las etapas obligatorias de la enseñanza -infantil, primaria y secundaria- y la restricción progresiva de las pizarras digitales y las tabletas. Su posición es clara: «La prohibición no es buena».
El papel de los teléfonos móviles en las aulas es uno de los aspectos que ha generado más debate y controversia en los últimos años. ¿Considera que es un debate necesario?
De todo este debate que se ha formado, donde pueden existir opiniones prácticas muy diversas, a mí lo que me preocupa, como soy un adolescente de 78 años que lleva cincuenta años en la adolescencia, es que siempre hacemos lo mismo. Nos preocupamos por el artefacto, el cacharro, la sustancia, pero no nos preocupamos de lo que hay debajo. Hoy mismo, que vengo de la radio de Cornellà, venía en el metro y me he encontrado con muchos niños que iban a la escuela hablando por teléfono. Es el universo en el que estamos inmersos. La pregunta, en el fondo, es: este chico, cuando entre a clase, su trasfondo, sus explicaciones de la vida, ¿de dónde vendrán? ¿Vendrán del PDF que le proyecten a primera hora, o de aquello que ha estado viendo en las pantallitas? Si separas un mundo del otro, pasa lo que pasa. El mundo divertido, entretenido… Falso, pero con colores y compañía, es el mundo de fuera de la escuela. Y el mundo de dentro de la escuela es un mundo en el que, digital o no digital, seguirá siendo de profesores que explican cosas que se deben aprender para aprobar, desaparecer y olvidar. Y eso no puede ser. De todos los niños de los que iba rodeado [en el metro], lo que más me preocupaba es en qué clave pensarán la vida. Es este universo en el que estamos juntos, apiñados en el metro, pero cada uno está en su propio universo. ¿Cómo hablas de comunidad, de relación, de red…
Es decir, usted considera que los móviles son aparatos que individualizan.
El gran problema del móvil, especialmente pensando en adolescentes, pero no exclusivamente, es que es un aparato individual que se puede usar en cualquier situación, que tiene un uso personal que se puede usar en clave egoísta. Ahora bien, el uso del móvil en el aula sería extremadamente útil si trabajan en red. Que uno busque en ChatGPT, pero el otro busque en Gemini o en otras inteligencias artificiales, por ejemplo. Para mí, desde un punto de vista educativo, la gran trampa del móvil es que agudiza la vivencia de una sociedad que podía vivir en red, porque de ahí es de donde nacen las redes sociales, pero que no lo acaba haciendo, porque es una red de egoísmos digitalmente conectados.
Dice que «el uso del móvil en el aula sería extremadamente útil» si se trabaja en red. La consejería de Educación, sin embargo, acaba de anunciar un «plan de digitalización responsable» que prohíbe los móviles en las aulas, independientemente de si tienen un uso pedagógico o no, y plantea una restricción progresiva de las pantallas.
Fíjate que el año pasado ya prohibieron los móviles [en primaria], y ahora también incluyen relojes inteligentes. El año que viene tendrán que incorporar a la prohibición las gafas inteligentes [ríe]. La prohibición no creo que sea buena en el caso de la escuela. En muchos casos tiene detrás la presión familiar, de padres que quieren que todos estén en un universo de prohibición para no tener que hacerlo ellos. En el universo de la escuela, evidentemente, los móviles son fuente de conflicto. Ahora bien, ¿se puede aprender sin tener en cuenta el universo digital? En escuelas de secundaria, el gran problema, es que lo que propone el universo administrativo de la escuela y el mundo de los adolescentes cada vez está más separado. Por ejemplo, todas estas discusiones sobre el currículo son estúpidas. ¿Por qué tenemos que discutir si deben aprender sobre los Reyes Católicos o Guifré el Pilós? ¡Es estúpido! La discusión real es cómo consigo que este chico tenga interés por saber qué había pasado antes de su vida. Y allí ya descubrirá que existió una serie de gente.
¿Y cómo se incentiva el interés de los estudiantes?
El sistema educativo debe entender que no se trata de transmitir una serie de saberes, sino que debe estimularlos para que no dejen de conocer aquello que deben dejar saber. Antes hacían la pregunta de por qué debían ir a la escuela un día enamorados de la primavera, ahora harán la pregunta de por qué deben aprender algunas cosas si el ChatGPT ya las contesta. La respuesta debe ser que debes aprender esas cosas porque si no alguien te explotará. Que si dejas de pensar y una máquina lo hace por ti, de aquí a cuatro días ya no será necesario ni que sepas leer ni escribir, porque otro vivirá por ti. Otro que será un aparato. Volviendo a la prohibición [de la consejería], no deja de ser un catalizador de otros malestares. En la escuela hay una diversidad de complejidades y de desigualdades enorme y hay un profesor que debe lidiar con cincuenta mil historias, explicaciones, familias, vidas diversas… Y además, a ese profesor no le mediremos a final de curso cuántos chicos terminan la escuela felices, sino que le preguntaremos por la competencia matemática y la comprensión lectora.

Deberíamos, entonces, fijarnos en otros elementos más allá de las competencias básicas.
¿Qué significa comprensión lectora en estos momentos? Para mí, la comprensión lectora no es solo encontrar significado a lo que estás leyendo, sino saber buscar vínculos con otros sentidos y, por ejemplo, saber vincularlos con un sentido musical…
O sea, usted considera que se deben redefinir las formas de evaluar la comprensión lectora.
¡Sí! Vivimos en un mundo de grandes simplificaciones. Siempre se ha dicho que las pantallas reducían la comprensión lectora, y clásicamente se ha puesto el ejemplo de Suecia. Pero todo esto es falso. Lo que está demostrado es que la comprensión lectora, al menos la inicial, depende de la metodología del aprendizaje de la lectoescritura. Yo vengo de la cartilla y del momento en que luchábamos por poner en marcha el método Montessori, que ahora ya se ha extendido. Los procesos de aprendizaje de la lectoescritura son procesos de comprobación, donde se toma una letra y se coloca. Ahora, sin embargo, debemos imaginar un momento en que con una tableta puedes dictar frases y las escribes. Tú ya puedes comprobar que las letras son las correctas. Incluso con la caligrafía, donde puedes escribir mal, pero la tableta te la transforma. Entonces, debemos pensar seriamente cómo se enseña a pensar y escribir en un mundo en el que el control gráfico y la caligrafía, entre comillas, se puede hacer con tecnología. Es un proceso que ha cambiado, y cambiará más.
Lo más importante es que el niño aprenda que lo que expresa verbalmente puede ser traducido y que, cuando lee algo que está escrito, puede encontrar un sentido. Para mí, la discusión es qué papel tiene el entusiasmo de los niños y niñas por saber leer. Preocuparnos porque el niño sea una persona en este mundo, cómo le ayudamos a llenar los vacíos que se están creando en su desarrollo. Esta, creo que es la preocupación que deberíamos tener. Preservar infancias y hacer posible que sean personas curiosas en un mundo que ya no será nunca analógico. De hecho, yo he escrito ahora este libro, pero es la cara B del libro El humanismo en tiempos digitales, aunque no los quise conectar. Es una manera de decir, primero, qué tipo de persona quieren preservar, y después ya discutiremos el cómo. Ya hablaremos de la metodología, de la didáctica…
En un mundo cada vez más tecnológico y frenético, ¿cuál es la manera de preservar al adolescente curioso y con intereses?
En este momento, creo que tenemos un problema más profundo que es definir para qué queremos la escuela. Y en el caso de la secundaria es especialmente significativo. No es por lo que la mayoría de las administraciones mantiene, porque los padres continúan pidiendo control y buenas notas. Estos días lo hemos visto también con la selectividad, donde solo se habla de las notas y no se habla del hecho de que una de cada tres chicas que se han examinado se ha pasado todo el segundo curso de bachillerato tomando benzodiacepinas o tranquilizantes para soportar el estrés que conlleva llegar hasta aquí. Personas que olvidarán todos los contenidos. Debemos pensar seriamente por qué queremos la escuela secundaria y, a partir de ahí, garantizar que todos los adolescentes tienen alrededor adultos que los acompañan en este proceso, que es una pieza clave. Que los acompañen en el descubrimiento del mundo, de su universo digital, de su propia manera de ser. Los padres, lo que deben reclamar es que sus hijos tengan un buen tutor/a que tenga ganas de acompañarlos.
¿Se debería cuidar más la adolescencia?
Se debería cuidar más, pero asumiendo el principio de que los adolescentes deben arriesgarse, deben probar. No cuidarla sobre la tutela. Todas las regulaciones intentan resolver a partir de qué edad les dejamos hacer ciertas cosas, como si de repente la madurez cayera del cielo. Siempre pongo el ejemplo, que no es exactamente igual, sobre el alcohol. Tú vas a un parlamento y les puedes preguntar cuántos de ellos esperaron hasta los 18 años para tomar alcohol por primera vez. ¡Nadie! La norma, simplemente, lo que dice es que, a pesar de lo que diga la industria del alcohol, es una droga dura, y el mensaje que enviamos al adolescente es que afecta una parte significativa de tu manera de ser y que cuanto más se tarde en usarlo mejor. Ese debe ser el mensaje. Ahora bien, como ya sabemos que el adolescente lo hará, la cuestión es cómo lo educas para que aprenda a establecer una relación con el alcohol que no sea destructiva. Yo ya les digo que entiendo que beber una cerveza gusta porque da el puntito, pero que sepan que deben aprender a estar bien sin necesitar el alcohol. Yo no niego que algún viernes, cuando estoy feliz y tranquilo, me tomo un whisky, pero para ser feliz no lo necesito. Y este proceso de aprendizaje ¿dónde se da? Si tú niegas que en la escuela el profesor pueda discutir sobre el alcohol se quedan solo con la imagen que les venden. Lo mismo se puede aplicar con el móvil.

Más allá de la escuela, ¿qué papel deberían jugar los adultos en este acompañamiento?
La complejidad es que vivimos en una sociedad adulta que cambia más rápido que la capacidad humana de adaptarse. En el territorio de la educación, la inmensa mayoría de las cosas que vive un adolescente son desconocidas por sus padres. Desconocidas en el formato, en el estilo, en la experiencia, pero no en el fondo. Los padres y madres también se preguntan qué tipo de persona quieren que sea su hijo. Aquí también entran otros factores. ¿Cómo hacemos posible que los padres y madres, si pueden y quieren, puedan hacer de padres? Si trabajan de sol a sol, ¿tienen tiempo para hacer de padres? Yo he trabajado muchos años en la atención a la infancia y en la justicia juvenil y, a menudo nos encontrábamos con casos en los que nos decían que eran padres incompetentes. Yo les tenía que responder que no. No son incompetentes, son impotentes. Una parte de estos discursos contra los móviles olvida que la inmensa mayoría de los adolescentes, cuando termina la escuela de horario único, que es un error muy grave, llegan a casa y no hay nadie. Están solos.
El problema, entonces, es que les falta tiempo.
Es un factor, pero no el único. Los padres también deben trabajar para que en la vida de los adolescentes haya otras personas de las que se fíen. Que haga baloncesto, por ejemplo, pero garantizando que el entrenador, además de estimularlos a competir, también los observe para acompañarlos. Esto, el mundo digital lo ha alterado mínimamente, pero no de manera significativa. Si un adolescente tiene dudas, primero consulta en internet, después consulta a sus amigos, que seguramente también han buscado en internet, después busca si algún adulto enrollado le puede echar una mano y, finalmente, recuerda a sus padres [ríe]. Por ejemplo, en términos de pediatría, necesitamos pediatras que estén dispuestos a escuchar la adolescencia y acompañarlos en sus problemas y sus aprendizajes. La semana pasada, en una charla con chicos de sexto de primaria, donde todos ya tenían móvil, les pregunté quién les había enseñado a usarlo. Me miraron todos con cara de sorpresa [ríe]. ¡Solitarios! Solo había uno al que le había enseñado su hermana mayor. El problema no es que tengan móvil, es que han hecho una inmersión en un universo absolutamente desconocido todos solos. Y lo comentarán entre ellos, pero lo están descubriendo solos.
¿Lo mismo sucede con la inteligencia artificial?
Lo mismo. Muchas veces nos olvidamos de que la inteligencia artificial generativa está presente en todas las aplicaciones que usamos. Yo pregunté a los alumnos en aquella charla con sexto de primaria si habían usado el ChatGPT para hacer los deberes, y todos me miraban con una cara que hacía pensar que sí. Yo puedo enseñar matemáticas sin usar ninguno de estos programas de desarrollo matemático, pero tampoco, porque lo que realmente necesito es que aprendan el desarrollo de la forma del cálculo. La pregunta que yo me hacía cuando tenía que resolver un problema es si debía aplicar una regla de tres directa o indirecta. Lo que necesito es que aprendan el concepto. Ese es el territorio.
Aquí, entonces, la escuela también debería trabajar para enseñar a los alumnos cómo usar la inteligencia artificial?
El gran problema es que no descubren cómo funcionan este tipo de mecanismos. El otro día, preparando un artículo que tenía que escribir, vi un artículo de un maestro que enseña inteligencia artificial a sus niños de 9-10 años. De entrada ya me fijé dónde estaba publicado el artículo, porque nada en el mundo digital es neutral. Se debe sospechar siempre. Se trata de un maestro que se ocupa de las áreas de expresión lingüística y expresión creativa, y en el ejercicio pedía a los alumnos que dibujaran con colores un animal mágico diferente de los animales que conocían. Cada uno de estos alumnos había ejercido su creatividad y se había imaginado un animal mágico, desconocido. Una vez hecho el ejercicio mental, les pedía que describieran cómo era este animal que se habían imaginado para que los demás lo pudieran entender. Después de describirlo, les pedía que se lo transmitieran a la inteligencia artificial para ver qué respuesta les daba de esta descripción. Para ver si habían sido capaces de hacerle entender cómo era este animal, y así también podía comprobar si se habían expresado bien o no.
De este ejercicio comprobaron que ellos se habían imaginado 40 animales mágicos, pero la IA les había dado 200 más, con lo cual el profesor preservaba lo que se debe preservar. Por un lado, que debes ser creativo e imaginar, por otro que debes saber expresar tu creatividad, pero, al mismo tiempo, descubren que hay más imaginación en el mundo. ¡Está muy bien [ríe]! Este maestro simplemente les dice que no deben dejar que nadie imagine por ustedes, pero que también se debe ver qué imagina la otra gente y, a partir de ahí, nos podemos poner a discutir muchas cosas. Con este ejercicio, los alumnos han usado una herramienta que les ha ampliado su creatividad.

¿Por qué la consejería de Educación no apuesta por introducir herramientas como la inteligencia artificial de esta manera?
Pues porque se acobardan. Conozco muy poco a la consejera actual, pero alguien ya me dijo que no haría grandes innovaciones. Se debe tener presente que el profesorado en general está muy maltratado, a lo largo del tiempo ha sufrido los recortes… Está muy desconcertado, hay un gran malestar docente, y se ha acabado imponiendo el discurso más reaccionario, especialmente dentro del profesorado de secundaria. Esta [la de la inteligencia artificial] es una batalla que supongo que la consejera no quiere afrontar. El otro día, en la presentación del libro, el exconsejero Joan Manuel del Pozo [titular de la cartera de enseñanza por el PSOE durante la presidencia de Pasqual Maragall], bromeaba diciendo que comenzó a ser feliz cuando dejó de ser consejero [ríe].
Considera, entonces, que es por una cuestión de saber qué batallas librar.
La consejería tiene muchos líos, más allá de los presupuestos. Vivimos otro momento ideológicamente complicado, como el que se vivió cuando aparecieron los movimientos de renovación educativa, la escuela nueva en Europa. Es un momento de desajuste muy profundo entre la realidad y el currículo. Y donde se agudiza más es en la didáctica. Además vivimos unas contradicciones extrañísimas. Todas las escuelas han sido dotadas de una inmensa pantalla, pagada con los fondos Next Generation y de la Generalitat, que sustituye la antigua pizarra. Una pantalla que es un elemento interactivo para el alumno. No es solo para que les pongas un PDF o un PowerPoint, sino para que los mismos alumnos se puedan involucrar. ¡Los debes involucrar! Ahora el problema es cuántas horas usarán la pantalla, pero eso no es un problema. No es cuántas horas, sino para qué hacer qué! Hay un miedo político-asistencial de no explicar a la sociedad que la escuela ya no es la que era, que debe ser otra escuela. Que hoy en día, cuando hablamos de escuela moderna, justa, diversa, estamos hablando de un universo en el que hay una parte del profesorado que se implica muchísimo, una parte que está desconcertado y una parte que está enfadado con el mundo y que debería cambiar de oficio. Aquí la consejera opta por la solución práctica, que es prohibir, así los profesores están tranquilos y los padres consideran que es una especie de heroína que ha puesto límites.
Pero no contenta a los adolescentes.
Exacto, contenta a todos menos a los adolescentes. Y da muy poca respuesta a la verdadera complejidad educativa, que es cómo educamos hoy. Cómo seguimos educando y enseñando. Esta cuestión continúa oculta y volverá a salir en algún momento. Hoy es con los móviles, pero mañana será con alguna otra historia. Estamos en una sociedad en la que la mayoría de los adultos aún no quieren reconocer que vivieron una escuela en la que tuvieron que empollar, examinarse, aprobar y olvidar. Esta escuela nunca ha sido una buena escuela. Para nadie. Y ahora estamos en un punto de crisis. En las pruebas PISA se olvidaron dos variables que eran terroríficas para Cataluña. En el indicador de hasta qué punto el alumno siente que la escuela es un lugar suyo, donde pertenece, Cataluña estaba a años luz del resto de comunidades autónomas. El resultado era terrorífico. La inmensa mayoría de los alumnos van a clase sin ningún interés de ir a clase. Y había otra variable terrible, que era la vinculación con la adolescencia, donde expresaban si se sentían escuchados, y el indicador también era bajísimo.