Si hacemos caso a la prensa que Sánchez y Feijóo se trajeron con ellos a la campaña gallega, Galicia afronta este domingo un supuesto hito, un cambio histórico. Sobre todo porque el de Moncloa espera debilitar el liderazgo de Feijóo en el PP y el del PP busca reforzarse ante los suyos. Pero para la prensa local, no se trata solo de eso. Las elecciones autonómicas en Galicia son muy diferentes de las municipales y de las generales, cuyos resultados busca repetir ahora el bloque de izquierdas. El cambio está más reñido que en elecciones anteriores, sí, pero no está asegurado en absoluto que la izquierda soberanista acceda ya a la presidencia apoyándose en el PSOE. Conseguir que algo pase solo por repetirlo muchas veces no parece muy científico.
Y la cuestión es, ¿cambiar para que? Los indicadores socioecnómicos no son malos, incluso la encuesta del “CIS-de-Tezanos” recoge opiniones positivas de la mayoría. La crisis de los pelets de plástico en las playas, con los dirigentes madrileños y sus delegados en Galicia manifestándose casi solos por Santiago de Compostela, rozó el ridículo. Tampoco el mantra de que, si la participación habitual aumenta, el PP caerá. La salida de Fraga en 2005 se produjo con el 64,2% del censo votando y la derrota del bipartido PSOE-BNG en 2009 con el 64,4%. En las absolutas de Feijóo en 2012 y 2016 participó el 63% y en el 2020 el 58,8% porque estábamos con la pandemia.

El PSOE, resignado a ser la muleta del BNG
Los ministros del gobierno de España se han aplicado a fondo estos quince días en auxilio del candidato socialista, Xosé Ramón Gómez Besteiro, buen amigo de Sánchez pero que, ante sus escasas perspectivas de éxito, ni siquiera tuvo el gesto de renunciar al acta de diputado por Lugo en el Congreso para venirse al Parlamento gallego. Supongo que por eso el mensaje pasó a ser que lo que importa es sumar todos para el cambio. Es toda una declaración de parte en favor del BNG de Ana Pontón, que crece en expectativas de voto precisamente por el desgaste en Galicia del PSOE de Pedro Sánchez y los ajustes de cuentas y de egos con Yolanda Díaz, que ya no es profeta en su tierra. El abrazo de reconciliación a Pontón del patriarca del nacionalismo histórico, Xosé Manuel Beiras, cierra un herida que en su día pudo ser mortal para los nacionalistas.
En Galicia hoy no se trata de quitarle votos al PP, se trata de quitárselos a la abstención. Porque el PP sabe bien como movilizar a los suyos. Tiene una implantación superior a los demás partidos: una mezcla de españolismo en las ciudades y peneuvismo en villas y aldeas con un supuesto galleguismo cultural que, aun siendo ultralight, tiene poco que ver con los pepés de otros sitios de España. De hecho nunca usaron tanto el idioma gallego en los mítines como durante esta campaña, aunque fuese para denunciar que el BNG pretende la imposición de la lengua propia de Galicia por la fuerza: “la inmersión lingüística para adoctrinar en vez de enseñar en las aulas”. Dicho sea de paso, el uso del gallego aquí desciende a galope entre los jóvenes y sigue desaparecido en la justicia, la sanidad o la actividad de las empresas. No hubo normalización en estos 40 años, lo que se normalizó fue la diglosia. Aun así, con los usos litúrgicos de la lengua propia en actos institucionales, el PP retiene a cerca de la mitad del electorado elección tras elección, apelando a Galicia como sentimiento. Alfonso Rueda hizo campaña presentando la ausencia de ideología y de identidad nacional, o de país, como un medio para “poder seguir viviendo tranquilos”. Las alianzas del Bloque con EH Bildu y ERC fueron presentadas como un estigma, cuando no como acusación de apoyo a la liberación de los presos de ETA.

El PP esquiva Cataluña durante la campaña
El sucesor de Feijóo no quería hablar de Catalunya en campaña. Y menos aún de amnistía; como mucho, denunciar los acuerdos de Sánchez con catalanes y vascos en financiación e infraestructuras, mientras a Galicia le niegan las mínimas obras del AVE con Portugal, la conexión al hidroducto europeo de hidrógeno verde, las autovías interiores, las competencias sobre el litoral que el Estatuto gallego contempla tan claramente como el de Guernika… y así un larguísimo inventario de agravios, atribuidos al afán de Sánchez por perjudicar a Galicia para hacer ver lo mal que la dejó Feijóo tras 14 años gobernándola. El problema es que Alberto Núñez Feijóo sí quería hablar de Catalunya, y de amnistía también. Y habló tanto que llegó a decir durante la mismísima campaña que la estudió en su día, para sorpresa de propios, regocijo de extraños y disgusto del PPdeG.
La oportunidad del BNG llega en el momento idóneo
Ante esto el BNG mantuvo en el programa electoral el ideario soberanista de izquierda pero dándole más protagonismo a la mensajera que al mensaje. La imagen de Ana Pontón lo presidió todo. Ella misma no se presentaba como la primera nacionalista al frente de la Xunta sino como la primera mujer. La mercadotecnia electoral funcionó ante el silencio de la vieja guardia del Bloque, la UPG. Feminismo, mantras woke, mejora de servicios públicos lo primero y tras un acuerdo de investidura con Sánchez sin perfil nacionalista alguno. No hace mucho era impensable una campaña del Bloque tan afinada a la mercadotecnia electoral en busca del apoyo de la mayoría social moderada.

Si finalmente el 18-F lo deja todo más o menos como está, no sería justo considerarlo un fracaso de este BNG. Como mínimo el bloque habrá elevado su techo electoral como nunca antes. Y habrá reforzado su hegemonía en la izquierda en Galicia, con el PSdeG-PSOE bajando su suelo más aún de lo que estaba y con Sumar y Podemos casi desaparecidas.
Y si sonase la flauta mágicamente y el PP no consigue 38 escaños de los 75 del Parlamento de Galicia, la Autonomía de Galicia cerraría un paréntesis, abierto en 2009, para retomar un gobierno bipartito del Bloque con los socialistas en el que tendrán que demostrar que aprendieron la lección de la Xunta de Touriño y Quintana entre 2005 y 2009. Que su cultura de coalición no se limita a algunos ayuntamientos. Porque tan lleno de enfrentamientos internos estuvo aquel gobierno que puede que hasta Feijóo se sorprendiese de derrotarles tan pronto.