Euskal Herria Bildu fue, el pasado 21 de abril, el centro de las miradas de todos los soberanismos progresistas de la Europa de las naciones. A pesar de que finalmente la candidatura encabezada por Pello Otxandiano -un perfil marcadamente diferente a los que tradicionalmente había presentado el espacio abertzale, más próximo en edad a la nueva generación de las bases del soberanismo vasco y salido de la academia y el análisis político- acabó la jornada electoral segunda en votos y sin una brecha definitiva por donde atacar la sólida mayoría que suman el Partido Nacionalista Vasco y el PSE, el solo hecho de estar presente en la conversación la convierte en histórica. La coalición, que va desde la izquierda alternativa de Sortu hasta una socialdemocracia nacionalista perfectamente homologable como Eusko Alkartasuna, llama la atención del mundo independentista con unos 27 escaños que la convierten en la segunda bastante del parlamento vasco más decantado hacia la soberanía de la historia. Durante las primeras horas después del recuento, a redes y entre los liderazgos catalanes se vio el retorno de un fenómeno olvidado bien al fondo del cajón del proceso: la «vasquitis» -una «envidia sana», describe el politólogo Jesús Palomar, que ha tentado históricamente el nacionalismo catalán a buscar espejos en unos territorios históricos de Euskal Herria que siempre se han visto como más exitosos en la gestión del hecho nacional-. Después de llamamientos, más o menos explícitos, al ensanchamiento de la base soberanista ‘a la Otxandiano’ -el candidato llegó a reivindicarse como «la opción de las izquierdas españolas» sin representación parlamentaria-, los expertos consultados por este diario reconocen el atractivo, pero no recomiendan un acercamiento estratégico. En Cataluña -aclara Palomar- sería difícil hacer funcionar una fórmula Bildu.

El análisis político, pues, alerta contra las tentaciones vasquistas por una muchedumbre -una buena muchedumbre- de motivos. Cataluña y Euskadi -Euskal Herria y el conjunto de los Países Catalanes- comparten el agravio de la opresión nacional española, pero poca cosa más. Los movimientos de las bases electorales, los cimientos institucionales e incluso la cultura de partido son bastante diferentes, añade el también politólogo e investigador a la UPF Pau Torres, para que acontezca imposible pensar el independentismo catalán con los códigos de la exitosa experiencia a los comicios vascos. La primera lejanía, la más evidente: el parlamento vasco tiene un 70% de representantes de partidos soberanistas, sí. Pero el 21-A «no era un plebiscito» sobre la cuestión de la independencia. Las papeletas con los nombres de Imanol Pradales y de Otxandiano no eran equivalentes a un sí a la secesión de España. A diferencia de unas izquierdas independentistas catalanas ya inmersas en una de las fases de un proceso de liberación nacional, los abertzales se pueden permitir una estrategia «mucho más larga contra el Estado». Un voto a Bildu, pues, todavía no es un voto para la independencia; algo que no se puede decir ni de ERC ni de la CUP. Cataluña vive en unos bloques que en Euskadi son todavía muy porosos.

La segunda diferencia, también sustancial, es también la menos nacional: la Generalitat no tiene la clave de la caja, la Lehendakaritza sí. El concierto vasco, y el conjunto del sistema de leyes foral, permite, según las voces expertas consultadas, no solo una financiación de la actividad pública de sustancialmente mejor calidad que el que puede reivindicar el Gobierno catalán; sino también un acercamiento al autogobierno muy diferente por parte de las mayorías sociales. En los tres territorios históricos, argumenta Torres, «el autogobierno no es solo patrimonio del soberanismo»: el conjunto de la base electoral vasca hace suya en la hora de entregar su voto la garantía de la gestión propia, hecho que facilita a los partidos nacionales luchar batallas competenciales con Madrid.

Palomar, de hecho, considera «taxativamente imprescindible» la financiación propia para implementar una estrategia de ampliación de la base soberanista como la que ha llevado Bildu a batallar la primera posición en el parlamento vasco. El conjunto del electorado, no solo lo abertzale y lo jeltzale, «son conscientes que hay una asimetría que los favorece», razona Torres. El alejamiento nacional de la parte de Euskal Herria que hay dentro del Estado español -también a Navarra-, pues, tiene unos efectos materiales perceptibles que impulsan, según la percepción de los expertos consultados, el eje soberanista fuera del electorado puramente patriótico. La carencia de competencias que sufre la generalidad, comenta Torres, desvincula las capacidades reguladoras del Gobierno de la percepción del bienestar social. «No se relaciona ninguna asimetría con la mejora de los servicios públicos», porque la singularidad fiscal no existe. «Los partidos tienen mucho más sencillo defender la gestión nacional, porque no tienen que ir pidolant recursos», sentencia Palomar. El vínculo directo de la especificidad territorial con el bienestar no solo amplía de sede el votante objetivo del sobiranisme, sino que obliga los partidos españoles a comprar su marco. «Nadie lo cuestiona, tampoco las formaciones de ámbito estatal»; mientras que el PP catalán o el PSC rechazan la mayoría de reivindicaciones, si no todas, en el camino del autogobierno.

El candidato a lehendakari, de Bildu, Pello Otxandiano, con Arnaldo Otegi y otros dirigentes de la formación, en la noche de las elecciones vascas / Europa Press
El candidato a lehendakari, de Bildu, Pello Otxandiano, con Arnaldo Otegi y otros dirigentes de la formación, en la noche de las elecciones vascas / Europa Press

Esta es mi lengua, si no le gusta…

Las fuentes consultadas coinciden que la composición del eje nacional catalán tiene diferencias sustanciales con el vasco más allá de la singularidad fiscal. A diferencia de los territorios históricos, el sobiranisme de los Países Catalanes es consustancial con la lengua. Desde el Principado, analiza Torres, «sorprende mucho que en el País Vasco se pueda articular un discurso identitario sin la lengua: sirve con ser vasco»; algo impensable en el ámbito catalán. La lengua catalana, a diferencia de la vasca, ha tenido una implantación social llueve ancha para situarse en el centro de la cuestión nacional del país, mientras que el èuscar «nunca ha tenido que ser el palo de pajar, el elemento central» del proyecto nacional, tal como constata Palomar. Últimamente, hay que recordar, la situación lingüística en la Comunidad Autónoma Vasca ha experimentado una importante mejora: si a principios de los 90 poco más del 24% de los ciudadanos usaban la lengua nacional, ahora la tasa supera el 36%, con un claro impulso entre la juventud. Este crecimiento, pero, ha estado orgánico, apunta el politólogo de la UB, y no tanto «fruto de una estrategia de la administración».

Políticamente, pues, la frontera lingüística es una que el independentismo vasco no tiene que saltar, mientras que en Cataluña el mismo umbral coincide con la trinchera del sobiranisme. Esto permite, de hecho, una amplificación identitaria del perfil de voto que busca la izquierda abertzale, y un cambio incluso en el marketing político que se implementa en campaña. «EH Bildu puede hacer un mitin medio en èuscar, medio en castellano; esto aquí solo lo hace el PP», analiza Torres. El politólogo, pero, es crítico con un tratamiento lingüístico que, a pesar de ser esencial para la construcción de la nación catalana, no ha ocupado el centro de la política educativa al país. «El sobiranisme ha renunciado a usar las escuelas de forma más flagrantemente catalanitzadora», denuncia; hecho que se sobrepone con la centralización del currículum escolar. Así, la relativa distancia entre voto soberanista y uso lingüístico permite que la izquierda independentista vasca pueda formar ciertas mayorías sin sufrir el yugo de la política educativa española; una imposición que retarda mucho más las posibilidades catalanas.

Migración independentista?

Esta primacía cultural y lingüística dentro del nacionalismo catalán choca con otro escollo que no se encuentra en el País Vasco: unos flujos migratorios prevalentes a la demografía del país, pero prácticamente inexistentes en los territorios históricos. La integración de las personas migrantes en la comunidad nacional es un reto que EH Bildu, y también el PNB, tienen que enfrentar en una medida muy limitada. A un nacionalismo «muy lingüístico» como el catalán, la adaptación de los ciudadanos foráneos, pues, acontece un punto de tensión; y más encara cuando, especialmente a raíz del proceso, los recién llegados se encuentran con un proyecto nacional que coexiste -y, de hecho, compite- con el catalán: nada más y nada menos que España. «No tenemos muy claro como hacer esta integración», lamenta Palomar; ni desde el punto de vista de ciudadanía ni desde el más político. Se trata de una disyuntiva que las formaciones independentistas vascas no tienen que gestionar; mientras que una base poblacional más local y establo permite, como establece Torres, «elaborar un proyecto nacional por oposición» al del Estado, el independentismo catalán no ha estado capaz de hacer que la ciudadanía migrada «vote tanto con esta visión nacional» -y los que lo hacen, a menudo, emiten votos de otro color político-.

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el presidente del PNB, Andoni Ortuzar, encajan las manos a raíz de su acuerdo de investidura (horizontal) 30/12/19

El enamoramiento con EH Bildu

Más allá de la cuestión demográfica, Palomar detecta cierto efecto adamista a la capacidad movilizadora de EH Bildu. Tanto Esquerra Republicana como la CUP han tenido en Cataluña vínculos a varios grados con el ejecutivo: sea, en el caso de los de Aragonés y Junqueres, dirigiendo o formando parte del consejo ejecutivo en varias ocasiones; o sea, como los anticapitalistas, con apoyos parlamentarios a mayorías ideológicamente frágiles. Los de Otegi y Otxandiano, lee el politólogo, «no han tenido que tomar decisiones, más allá de independencia o no: policía, presencia de la èuscar, EiTB…». La evidente construcción de mayorías que está consiguiendo la coalición abertzale vive todavía cierta fase de luna de miel con sus liderazgos, mientras que el independentismo progresista catalán ha podido implementar políticas, con el desgaste que acompaña a las sillas. Y no solo: una bastante independentista que todavía no ha ocupado posiciones de poder tampoco ha tenido que sufrir, alerta Torres, «el martillo» de un Estado español que está en posición de neutralizar judicialmente y política cualquiera iniciativa descentralizadora.

La sombra de la violencia

Más allá de la rendija estratégica que separa las izquierdas independentistas catalanas del modelo vasco, Torres tiene claro que los proyectos nacionales, por su coyuntura, van en direcciones diferentes. «Hay un momentum en el País Vasco que en Cataluña se está perdiendo», lamenta el experto -una lectura que se corresponde con la potencial pérdida de la mayoría independentista en el Parlamento el 12-M, que volvería a mirar con «envidia sana» el legislativo de los tres territorios históricos-. Mientras que el PNB vivo en un cimiento de voto que ya es el suyo, EH Bildu, comenta el politólogo, «ha encontrado una estabilidad como marca y en cuanto a identificación política». Los movimientos de la organización, más allá de polémicas electorales, los han situado en un contexto en el cual «no se tienen que estar explicando constantemente», a diferencia de herramientas abertzale anteriores, más próximas al conflicto armado con el Estado y sus expresiones electorales.

Palomar, en este sentido, loa la «normalidad» con la cual EH Bildu ha ejecutado su regeneración interna; y las nuevas mayorías alrededor de un sobiranisme bicefàlic pueden fundamentar una rotura nacional a futuro. Aun así, el politólogo lo descarta a corto plazo, dado que «el conflicto está todavía poco maduro». También ve otro impedimento a apuestas inmediatas por la independencia: el «fleco» de los presos. A los liderazgos abertzales es todavía una necesidad, y una prioridad, acercar a los tres territorios, y finalmente liberar aquellos que sea posible hacerlo, las personas encarcerades por su militancia nacional durante los años del enfrentamiento violento con el Estado español. Esta cuestión, pero, «se irá normalizando; y esto irá normalizando otras muchas cosas». La losa penitenciaria, unida a la popularización de la identidad vasca vinculada a las izquierdas nacionales, fundamentan un empujón independentista a medio plazo. El mismo analista, pero, duda si finalmente se hará este paso. «No se los hace falta: la diferencia entre ser un país independiente y el que son ahora no es tan relevante», apunta. Una diferencia nimia en el País Vasco, pero que en Cataluña es poco menos que vital.

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