Euskal Herria Bildu fue, el pasado 21 de abril, el centro de las miradas de todos los soberanismos progresistas de la Europa de las naciones. A pesar de que finalmente la candidatura encabezada por Pello Otxandiano -un perfil marcadamente diferente a los que tradicionalmente había presentado el espacio
El análisis político, pues, alerta contra las tentaciones vasquistas por una muchedumbre -una buena muchedumbre- de motivos. Cataluña y Euskadi -Euskal Herria y el conjunto de los Países Catalanes- comparten el agravio de la opresión nacional española, pero poca cosa más. Los movimientos de las bases electorales, los cimientos institucionales e incluso la cultura de partido son bastante diferentes, añade el también politólogo e investigador a la UPF Pau Torres, para que acontezca imposible pensar el independentismo catalán con los códigos de la exitosa experiencia a los comicios vascos. La primera lejanía, la más evidente: el parlamento vasco tiene un 70% de representantes de partidos soberanistas, sí. Pero el 21-A «no era un plebiscito» sobre la cuestión de la independencia. Las papeletas con los nombres de Imanol Pradales y de Otxandiano no eran equivalentes a un sí a la secesión de España. A diferencia de unas izquierdas independentistas catalanas ya inmersas en una de las fases de un proceso de liberación nacional, los
La segunda diferencia, también sustancial, es también la menos nacional: la Generalitat no tiene la clave de la caja, la Lehendakaritza sí. El concierto vasco, y el conjunto del sistema de leyes foral, permite, según las voces expertas consultadas, no solo una financiación de la actividad pública de sustancialmente mejor calidad que el que puede reivindicar el Gobierno catalán; sino también un acercamiento al autogobierno muy diferente por parte de las mayorías sociales. En los tres territorios históricos, argumenta Torres, «el autogobierno no es solo patrimonio del soberanismo»: el conjunto de la base electoral vasca hace suya en la hora de entregar su voto la garantía de la gestión propia, hecho que facilita a los partidos nacionales luchar batallas competenciales con Madrid.
Palomar, de hecho, considera «taxativamente imprescindible» la financiación propia para implementar una estrategia de ampliación de la base soberanista como la que ha llevado Bildu a batallar la primera posición en el parlamento vasco. El conjunto del electorado, no solo lo

Esta es mi lengua, si no le gusta…
Las fuentes consultadas coinciden que la composición del eje nacional catalán tiene diferencias sustanciales con el vasco más allá de la singularidad fiscal. A diferencia de los territorios históricos, el sobiranisme de los Países Catalanes es consustancial con la lengua. Desde el Principado, analiza Torres, «sorprende mucho que en el País Vasco se pueda articular un discurso identitario sin la lengua: sirve con ser vasco»; algo impensable en el ámbito catalán. La lengua catalana, a diferencia de la vasca, ha tenido una implantación social llueve ancha para situarse en el centro de la cuestión nacional del país, mientras que el èuscar «nunca ha tenido que ser el palo de pajar, el elemento central» del proyecto nacional, tal como constata Palomar. Últimamente, hay que recordar, la situación lingüística en la Comunidad Autónoma Vasca ha experimentado una importante mejora: si a principios de los 90 poco más del 24% de los ciudadanos usaban la lengua nacional, ahora la tasa supera el 36%, con un claro impulso entre la juventud. Este crecimiento, pero, ha estado orgánico, apunta el politólogo de la UB, y no tanto «fruto de una estrategia de la administración».
Políticamente, pues, la frontera lingüística es una que el independentismo vasco no tiene que saltar, mientras que en Cataluña el mismo umbral coincide con la trinchera del sobiranisme. Esto permite, de hecho, una amplificación identitaria del perfil de voto que busca la izquierda
Migración independentista?
Esta primacía cultural y lingüística dentro del nacionalismo catalán choca con otro escollo que no se encuentra en el País Vasco: unos flujos migratorios prevalentes a la demografía del país, pero prácticamente inexistentes en los territorios históricos. La integración de las personas migrantes en la comunidad nacional es un reto que EH Bildu, y también el PNB, tienen que enfrentar en una medida muy limitada. A un nacionalismo «muy lingüístico» como el catalán, la adaptación de los ciudadanos foráneos, pues, acontece un punto de tensión; y más encara cuando, especialmente a raíz del proceso, los recién llegados se encuentran con un proyecto nacional que coexiste -y, de hecho, compite- con el catalán: nada más y nada menos que España. «No tenemos muy claro como hacer esta integración», lamenta Palomar; ni desde el punto de vista de ciudadanía ni desde el más político. Se trata de una disyuntiva que las formaciones independentistas vascas no tienen que gestionar; mientras que una base poblacional más local y establo permite, como establece Torres, «elaborar un proyecto nacional por oposición» al del Estado, el independentismo catalán no ha estado capaz de hacer que la ciudadanía migrada «vote tanto con esta visión nacional» -y los que lo hacen, a menudo, emiten votos de otro color político-.

El enamoramiento con EH Bildu
Más allá de la cuestión demográfica, Palomar detecta cierto efecto adamista a la capacidad movilizadora de EH Bildu. Tanto Esquerra Republicana como la CUP han tenido en Cataluña vínculos a varios grados con el ejecutivo: sea, en el caso de los de Aragonés y Junqueres, dirigiendo o formando parte del consejo ejecutivo en varias ocasiones; o sea, como los anticapitalistas, con apoyos parlamentarios a mayorías ideológicamente frágiles. Los de Otegi y Otxandiano, lee el politólogo, «no han tenido que tomar decisiones, más allá de independencia o no: policía, presencia de la èuscar, EiTB…». La evidente construcción de mayorías que está consiguiendo la coalición
La sombra de la violencia
Más allá de la rendija estratégica que separa las izquierdas independentistas catalanas del modelo vasco, Torres tiene claro que los proyectos nacionales, por su coyuntura, van en direcciones diferentes. «Hay un momentum en el País Vasco que en Cataluña se está perdiendo», lamenta el experto -una lectura que se corresponde con la potencial pérdida de la mayoría independentista en el Parlamento el 12-M, que volvería a mirar con «envidia sana» el legislativo de los tres territorios históricos-. Mientras que el PNB vivo en un cimiento de voto que ya es el suyo, EH Bildu, comenta el politólogo, «ha encontrado una estabilidad como marca y en cuanto a identificación política». Los movimientos de la organización, más allá de polémicas electorales, los han situado en un contexto en el cual «no se tienen que estar explicando constantemente», a diferencia de herramientas
Palomar, en este sentido, loa la «normalidad» con la cual EH Bildu ha ejecutado su regeneración interna; y las nuevas mayorías alrededor de un sobiranisme bicefàlic pueden fundamentar una rotura nacional a futuro. Aun así, el politólogo lo descarta a corto plazo, dado que «el conflicto está todavía poco maduro». También ve otro impedimento a apuestas inmediatas por la independencia: el «fleco» de los presos. A los liderazgos