La oposición al Hard Rock, un eje a menudo marginal en el conjunto del país, es un pilar central de la toma de decisiones electorales en el territorio que tendrá que entomar el aterrizaje del macrocasino. A tocar del circo romano de Tarragona, una contundente Laure Vega, con un discurso con cierto regusto de 2014, atrae los ojos de los peatones. Una mujer mayor aprovecha la primera fila de la ventana de su casa para añadirse al centenar de personas que han seguido a los anticapitalistas en su primer mitin nacional en la capital del sur catalán. En la ciudad, donde la número 1 por Barcelona Laia Estrada juega en casa, los cupaires han hecho explícito el choque entre las izquierdas por una oposición a los macroproyectos que coge voladizo como uno de los temas nucleares de la campaña por el 12-M. Es en la lista tarraconense, de hecho, donde se integra el ya histórico movimiento Aturem el Hard Rock, el cimiento de la lucha del territorio ya desde que se denominaba Eurovegas.
El que fue portavoz de la entidad, Eloi Redón, ocupa la segunda posición en el boletín cupaire en la demarcación; la única, a parecer suyo, que garantiza un muro contra el nuevo templo europeo del juego. El no en los presupuestos del 2024, una de las banderas electorales de los Comunes después de que los de Jéssica Albiach dejaran caer la legislatura aduciendo un apoyo al Hard Rock que no era explícito a las cuentas -a diferencia del 2023, que sí que aprobaron-, no sirve para convencer a los representantes del movimiento social. «Un voto a los Comunes no parará el Hard Rock, ni ningún macroproyecto», espeta Redón, recordando las alianzas con Esquerra Republicana de Cataluña y el PSC por las cuentas curso pasado. En este sentido, una Estrada que se revela en profeta en su tierra -como mínimo entre las bases cupaires-, remacha el clavo de la desconfianza con la izquierda confederal. «Un voto a la CUP es un voto contra el Hard Rock, un voto no subordinado al PSOE», grita la cabeza de cartel, reivindicando la «utilidad» de la formación anticapitalista en la resistencia contra la privatización de los servicios públicos o la escalada del conflicto nacional. Dos cuestiones próximamente vinculadas, como recuerda Vega: «Qué República construiremos si tenemos a nuestros jóvenes sirviendo paellas rancias a turistas en macrocasinos?», cuestiona.
El Hard Rock, queda claro en el discurso de la CUP, es un símbolo para todo un modelo económico que la izquierda independentista vincula con los socialistas y Junts, pero también con el presidente de la Generalitat Pere Aragonés y el conjunto de Esquerra Republicana, a quien, asegura Estrada, «ya hace tiempo que conocemos». Uno de los grandes agravios que Estrada atribuye a ERC es la ley Aragonés, que cayó el 2020 precisamente en medio de una sangrienta oposición de los cupaires. «Querían abrir la puerta a privatizar los servicios públicos», acusa Estrada, que hace bandera de los logros de su partido desde la entrada en el Parlamento en 2012. Contra el partido del presidente en el exilio Carles Puigdemont, y también contra el que considera «el peor PSC de la historia», la cabeza de lista celebra las tres caras visibles de su formación a la demarcación de Tarragona: el que ya fuera diputado en el Parlamento el 2015, Sergi Saladie, el mismo Redón y el activista Ortesia Cabrera. «Nosotros somos el pueblo organizado», se reivindica Estrada. Este carácter de base es el que, en sus ojos, vincula el programa económico anticapitalista con el proceso de liberación nacional, enfrente unas «élites que se han subido cuando los ha interesado».

El PSC de Inipro e innova
El estallido del caso Koldo, la trama de venta fraudulenta de mascarillas que ya se ha cobrado la vida política del exministro de Transportes, José Luís Ábalos, ha servido para reabrir en la campaña del 12-M algunas de las heridas que el Partido de los Socialistas de Cataluña creía cerradas. Estrada se puede adjudicar, de hecho, la maternidad de una de las grandes vergüenzas de los socialistas al país: como regidora a Tarragona, fue la encargada de destapar el caso Inipro, las irregularidades en la contratación de servicios sociales públicos que implica el dominante alcalde socialista de la ciudad José Félix Ballesteros. Este socialismo catalán, hoy representado en la capital del Camp por el ex-Ciutadans Rubén Viñuales, es, al parecer de la CUP, uno de los grandes obstáculos para la liberación social y nacional al país. «No dejaremos que los socialistas de Inipro e innova nos digan que no podemos soñar», eleva el tono Laure Vega. Hay que recordar que, en el caso tarraconense, tanto el ex-alcalde como varios altos cargos permanecen imputados y a la espera de juicio; así como el PSC en conjunto, a título lucrativo. El nuevo consistorio, dirigido por Viñuales, se va retirar el pasado diciembre como acusación particular, una iniciativa que tomaron cupaires y republicanos la anterior legislatura.

«La vida en el centro»
Saladié, que hace de «hombre tranquilo» en contrapunto de las encendidas candidatas barcelonesas, resume en una sentencia la ideológicamente cargado programa cupaire: «Más vida y menos capital». La cadena de transmisión de esta máxima a las políticas concretas, para Vega y Estrada, es el impulso de los servicios públicos, con un especial foco en los malogrados sistemas sanitario y educativo del país. «Somos aquí para defender los servicios públicos de manera clarísima», apostilla la jefa de cartel, con una iniciativa que aspira al carácter «100% público» de red de salud y escuelas. Los enemigos, apunta la mira cupaire, tienen muchos colores: los recortes del 2012, recuerda la candidata en un nuevo golpazo a la sociovergència, «las aplicó el mercenario de la patronal sanitaria Boi Ruiz, pero las diseñó Marina Geli». Añade, pero, Esquerra a este paquete: el Gobierno de Aragonés ha pasado «tres años sin agenda y desplegando las políticas del peor PSC».
Junto a una Estrada marcadamente programática, Vega despunta como la voz estratégica del partido. Fuera de los acuerdos legislativos y la actividad parlamentaria, la santboiana se ha marcado como objetivo «recuperar las grandes palabras secuestradas por los partidos: libertad, democracia, belleza, esperanza». El ciclo de movilizaciones durante el punto álgido del proceso demuestra, en el análisis de la número 2, que la sociedad catalana tiene bastante potencial para lograr sus objetivos, también los sociales, cuando se organiza. «Un pueblo que se enfrentó en un Estado, ahora bajará las orejas?», anima, en ofensiva total contra los espacios políticos que vinculan con la agenda de Fomento del Trabajo, a quien atribuyen un nuevo «ahora no toca». Frente a la gran empresa, valla la escena tarraconense un llamamiento a «construir la agenda social y nacional propia, al servicio del pueblo catalán». Un llamamiento que acompaña Cabrera, más halagüeña en cuanto al premio que supone una revolución: «cambiar el mundo es hacernos más felices, y pasarlo muy bien».