Pep Prieto (Girona, 1976) es un apasionado del cine, y sabe transmitirlo. Escritor, periodista y crítico de cine, el autor gerundense siempre deja pinceladas de su espíritu cinéfilo en sus obras. Es autor de las novelas La disfressa de l’indigent (finalista del premio Just Manuel Casero), Mala premsa, La teoria de l’imbècil y Els Llunàtics, y del libro de cuentos Castells Humans, entre otros. Desde un perfil más ensayista, ha escrito Poder absoluto, Al filo del mañana y Petita gran pantalla. También ha escrito Tot Marvel, el primer libro en catalán dedicado al extenso universo cinematográfico de Marvel. Está claro, pues, que el cine siempre está presente. Su última novela, Rosita (Columna, 2025), premiada con el 58º premio Prudenci Bertrana, tampoco es la excepción.

Rosita, sin embargo, es mucho más que un libro en el que el cine juega un papel crucial. Es un homenaje a las abuelas. A la suya -que da nombre a la novela-, pero también a todas las mujeres «invisibilizadas» que «nos sostienen cuando todo se quiebra». También es un paseo por la Girona de los años ochenta, la ciudad que lo ha visto nacer y crecer. En esta entrevista con El Món, se adentra en la figura de Rosita, en la evolución de su ciudad natal, la cual define como «autocomplaciente», y en la cambiante industria del cine.

Rosita es una novela de ficción en la que usted hace un gran ejercicio de vaciado emocional, con un componente autobiográfico. ¿De dónde nace la voluntad de escribir este libro?

Bueno, responde a un doble objetivo. Como bien dices, es un vaciado emocional basado en que has tenido una infancia concreta, que ya se había medio manifestado en las anteriores novelas, pero que nunca había escrito frontalmente. También es la constatación de que no eres nada extraordinario. Es decir, que mucha gente ha tenido vidas difíciles, infancias traumáticas, familias disfuncionales… Quería utilizar este patrón tan íntimo para hacer algo más transversal, construir un espejo en el que todos pudieran verse reflejados. Y quería centrarlo muy concretamente en el tema de las abuelas. Hay muchas generaciones que conocen bien a su abuela, pero no saben la mujer que hay detrás. Y quería convertir a Rosita, que es el nombre real de mi abuela, en una especie de metáfora de toda una generación de mujeres silenciadas, porque estaban condenadas a ser amas de casa. Y los nietos nos dejamos cuidar por ellas, pero nunca supimos qué pensaban más allá de nuestra relación emocional.

De alguna manera, entonces, es poner énfasis en todo lo que se esconde detrás de la relación de cuidados con las abuelas.

¡Exactamente! No te paras a pensar qué aspiraciones habría tenido si no hubiera hecho este papel de abuela tan preponderante, si no hubiera tenido un marido tan fiscalizador, si no hubiera aceptado el pacto tácito de quedarse en casa mientras el marido iba a buscar el plato a la mesa, ese viejo cliché. Con la madurez me ocurrió que empecé a hacerme muchas preguntas sobre ella y, socializando estas preguntas, veía que todos tenían ese sentimiento de ‘si pudiera volver atrás, le haría tantas preguntas’. También pasa con los abuelos, pero con las abuelas ocurre más porque creo que ahora hay más conciencia de los roles que les hemos adjudicado a lo largo de la historia. Tras muchos años de escribir thrillers, y novelas donde la parte autobiográfica estaba más encubierta, quise ser más transparente. Construir un personaje de ficción a partir de mí mismo, tomar vivencias y manipularlas para que todos pudieran verse reflejados.

Pep Prieto, Periodista, escriptor i crític de cinema. Barcelona 09.10.2025 | Mireia Comas
Pep Prieto, Periodista, escriptor i crític de cinema. Barcelona 09.10.2025 | Mireia Comas

Hacer este ejercicio de introspección no siempre es sencillo…

Sí… Es difícil, sobre todo, porque quieres hacer un buen ejercicio literario, no solo soltar el rollo de quién eres y qué te pasó [ríe]. Quieres construir una novela desde cero. De hecho, me la planteé así, la novela. Pensé, tienes un montón de episodios que te sirven para una ficción, pero no quise respetar ni cronologías ni, especialmente, las identidades de los protagonistas reales. Tomé a Rosita y la construí desde cero, como si no existiera. Y el personaje principal, que es fácil verme en él, porque es un narrador en primera persona adulto que recuerda su infancia, quise que fuera una infancia lo suficientemente trabajada para que todos pudieran percibirla como propia. Que no pareciera alguien que habla de su vivencia propia y los demás se sintieran excluidos. Fue duro que quedara bien [ríe]. Luego, cuando me dieron el premio, me sentí muy validado, porque hasta el momento tenía muchas dudas [ríe]. La verdad es que, ahora que el libro está ahí fuera y hablo con la gente que lo ha leído, gente que no tiene ni idea de quién soy yo ni de quién era Rosita, veo que funciona bien [el libro] como dialéctica. Todos ven su porción de vida, y ahí es donde me siento más realizado.

¿La familia ha leído el libro?

Sí [ríe]. Algunos ya lo han leído, porque salió hace tres semanas, otros aún lo están leyendo. Y ellos ven que hay partes de su vida reflejadas en el libro, pero también ven que hay partes que son pura construcción. Incluso, la trama principal del libro es pura construcción [ríe]. Noto orgullo de haber utilizado todos estos elementos de nuestra propia vida para hacer un libro, pero a la vez también se han sentido honrados de ver el nombre de mi abuela en la portada de un libro premiado. Creo que ha sido la parte más catártica.

Es un homenaje.

¡Exacto! Es un homenaje a ella, y a todas las Rositas. De hecho, estos días, sobre todo cuando hice la primera ola promocional en Girona, que es donde transcurre la acción, se me acercaba gente por la calle que me decía que la había conocido a ella [a Rosita], que me contaba anécdotas del barrio, de otras abuelas con la misma circunstancia. Me doy cuenta de que es una historia que valía la pena contar, no solo para mí y mi abuela, sino para todos. Todos tienen su historia, su vivencia cotidiana no verbalizada… Uno de los aspectos fundamentales del libro son aquellas cosas que, cuando eres pequeño, intuyes pero no sabes. Es una novelización de lo que no sabía, porque, al final, cuando eres pequeño, hay muchas cosas que no tienes herramientas para entender, que no te dejan saber. Debates que hasta ahora no han estado muy vivos, como es el caso del duelo perinatal, que es un tema que es relativamente nuevo tristemente. Todos estos ingredientes los utilicé para construir una novela que fuera moderna, pero que a la vez mirara atrás sin rencor.

Como usted mismo ha comentado, todo transcurre en la Girona de la década de los ochenta. ¿Cómo la recuerda?

Como es una mirada muy íntima, que parte de la interioridad de la casa, la ciudad era importante porque era la mía, y quise ser honesto con eso y con lo que conocí. Aunque es una Girona que serviría para ilustrar otras ciudades. Yo la recuerdo como una ciudad en transformación. A mí me pareció gris de pequeño, porque mi vida personal y familiar era compleja, y creo que el entorno en el que vives se contagia al registro anímico. Vives en un lugar que, de alguna manera, te devuelve un reflejo de quién eres. Mi Girona ochentera no era una Girona colorida ni maravillosa. Era una ciudad hostil, incierta, que me daba miedo en algunas zonas. Zonas donde ahora pagas sumas astronómicas por vivir que en aquel momento eran el Bronx [ríe], entonces he querido ser fiel a esa percepción infantil.

Ha habido gente de más edad que me ha dicho «la Girona de los ochenta era mejor que la de los setenta». Soy consciente [ríe]. Y, además, porque ya no estaba el régimen. El hecho de que fuera una ciudad en transformación le daba un punto de acogida, de esperanza, pero, a la vez, para un niño, le parecía una ciudad intimidante, donde convivía lo viejo y lo nuevo sin continuidad. Es decir, ibas por una calle y te encontrabas esa catedral mastodóntica que te parecía un templo digno del Conde Drácula, o ibas por zonas como la Devesa, que es un pulmón en el centro de la ciudad, que te parecía que estabas en el campo. Es una ciudad pequeña, pero con muchos y muchos contrastes, y eso me permitía jugar con Girona como un reflejo permanente de las emociones del personaje.

Pep Prieto, Periodista, escriptor i crític de cinema. Barcelona 09.10.2025 | Mireia Comas
Pep Prieto, Periodista, escriptor i crític de cinema. Barcelona 09.10.2025 | Mireia Comas

Girona ha cambiado mucho con los años, pero todavía conserva esa esencia de contrastes…

Sociológicamente, siempre ha sido muy compleja, y lo sigue siendo [ríe]. También es cierto que ha perdido parte de la suciedad, entre muchas comillas. Creo que se ha vuelto una ciudad, un poco, de escaparate. Es curioso cómo la memoria te plantea realidades que no habrías sopesado nunca. La ciudad de los ochenta, en construcción, me parece más apasionante que la actual.

¿A qué se refiere?

Ahora creo que es una ciudad sin esa tensión del día a día. La encuentro una ciudad mucho más autocomplaciente. Eso no quiere decir que no me siga gustando. Vivo parcialmente en ella, es una ciudad que me encanta. He hecho mil cosas allí. Es la ciudad donde me formé profesionalmente, e incluso, diría que moralmente, pero es cierto que escribiendo sobre ella y mirando atrás, recuperando fotografías, haciendo investigación, sobre todo de espacios cerrados, como las salas de cine, que son uno de los protagonistas fundamentales del libro, lo veo. Estos días, una de las cosas que más me han dicho es «no me acordaba del cine Ultònia [ríe]». O del cine Coliseu, o del Gran Via, que era un cine de doble sesión que es algo que se ha perdido. Me doy cuenta de que hay una ciudad extinta. Es decir, esa ciudad en la que podías ir a cualquier cine a diez pasos de casa era una ciudad que, para un cinéfilo como yo, era un paraíso. Ahora es una ciudad que se ha vaciado.

¿Girona debe recuperar esa parte de la esencia perdida en el ámbito cultural?

Creo que hay una parte de la esencia que la conserva, porque sigue siendo pequeña, pero muy orgullosa. Y eso es bueno, porque la gente de Girona se siente muy de Girona, y la proyecta al mundo. Pero sí que es verdad que, en el ámbito cultural, encuentro que es una ciudad que, a pesar de que tiene el cine Truffaut, tiene la Llibreria 22 y tiene el Museu del Cinema, se ha adormecido un poco. Le faltaría un plus de recuperar el espíritu de la ciudad que vio nacer a Sopa de Cabra [ríe]. Ahora la gente te dice que Girona es pija. Yo creo que mi familia bajaba el PIB [ríe]. Tengo la sensación de que, en aquel momento, era una sociedad más fragmentada porque había de todo en el centro, pero como del Barri Vell se ha expulsado al vecino tradicional, da la sensación de que es un gran escenario para pasear, pero un lugar poco amable para la gente que ha nacido allí.

Un poco lo mismo que pasa con el Girona, Temps de Flors

Sí… Yo cuando era pequeño iba con mi abuela, porque se hacía en Sant Domènech, que está al lado de la facultad de letras, y era solo un espacio único donde ibas a mirar flores, y me llevaba cada año. Estoy muy contento de que la ciudad haya encontrado la manera de convertir un motivo floral en objeto de orgullo y de atracción turística. Pero a la vez también creo que es una buena metáfora de lo que ha pasado. Creo que disfruta más Temps de Flors el visitante que el mismo gerundense, y cuando te pasa eso denota que, quizás, debes trabajar mucho más la identidad interior, y no solo el atractivo exterior. En el libro, justamente, cuando hablo de esa Girona pretérita, que no existe, me he dado cuenta de que echo de menos las singularidades de esa Girona más oscura. Echo de menos más garitos… Yo siempre recuerdo bajar por el Barri Vell y escuchar grupos ensayando. Y eso es algo que creo que hace tiempo que no pasa. Quizás sí que haría falta recuperar esa pulsión más urbana, más inconformista.

Tal como comentaba anteriormente, el cine es un eje troncal en el libro, pero también en su vida. ¿Ha cambiado la manera de entender el cine?

Ha cambiado el consumo, pero no el impacto emocional. Creo que el cine siempre estará ahí. Creo que es un ritual que puede entrar en crisis, que puede enfrentarse a diferentes modelos de distribución y consumo, pero el cine como concepto esencial de la formación de uno mismo no desaparecerá nunca. Aunque las plataformas no tienen el mismo impacto emocional, creo que puede haber series que creen esta misma catarsis personal que a mí me dio el cine en su día, porque ya pasaba con la televisión de la época, pero también pienso que nunca sustituirá la experiencia de ir a una sala de cine. Lo que ocurre allí dentro, anímicamente y emocional, es irreproducible.

Pep Prieto, Periodista, escriptor i crític de cinema. Barcelona 09.10.2025 | Mireia Comas
Pep Prieto, Periodista, escriptor i crític de cinema. Barcelona 09.10.2025 | Mireia Comas

En el libro también habla del cine como una manera de encontrarse con la familia, por mucho que no hubiera habido ninguna otra conversación durante todo el día.

Sí [ríe]. Y eso todavía existe. De hecho, creo que justamente las plataformas lo fomentan, porque es esta idea de que la ficción entra dentro de casa. Creo que el cine ha sido, y será siempre, un refugio emocional para mucha gente. En mi caso, y está retratado en el libro, cuando tienes una vida disfuncional, las películas te abren una ventana a un mundo donde todo funciona, con una dinámica ordenada, donde todo tiene su engranaje. A muchos nos ha servido para entender mejor nuestra realidad. Y también es una zona de confort en la que familias que tenían grandes problemas de comunicación encontraban esa especie de cita no establecida [ríe]. Una manera de funcionar como grupo. Nosotros en casa éramos así. Cuando ponían un western de John Wayne, se paraba el mundo. No nos decíamos nada durante la película, y cuando terminaba cada uno iba a hacer lo suyo, pero la veíamos juntos. El cine tiene ese poder de detener el tiempo. O, al menos, contenerlo.

Es cierto que el cine todavía triunfa, pero parece que cada vez cuesta más llenar una sala.

Creo que hay una crisis real basada en un modelo de película que ya no funciona como antes. Es decir, hay una película de vocación comercial intermedia que no triunfa como lo hacía hace veinte años. Yo recuerdo que, antes, la gente iba delante de la sala y decidía qué ver. También no olvidemos que ha cambiado mucho el modelo de distribución en cine. El fenómeno multisala es fagocitante, como lo es la plataforma. Tienes cuarenta mil cosas para escoger y te pasas más tiempo buscando que mirando. Antes también pasaba, de alguna manera. Es decir, en el primer momento de las multisalas, también tenías que elegir entre quince películas para ver. La diferencia es que antes, en Girona misma, había media docena de salas de cine y, por lo tanto, media docena de películas. Por eso hay películas que tienes la percepción de que eran éxitos. Tú ibas a tu ciudad pequeña y había cola para entrar, pero quizás en Estados Unidos había sido un desastre monumental. Había menos conocimiento de lo que funcionaba de lo que no.

¿La gente, sin embargo, va menos al cine?

Depende. Ha habido veranos gloriosos. Yo recuerdo el fenómeno Barbenhaimer, que así lo llamaron [por las películas de Barbie y Oppenheimer]. La gente iba a ver las dos películas. Este año también ha pasado con algunas. Creo que lo que debe cambiar no es la distribución, sino los presupuestos.

¿A qué se refiere?

La auténtica crisis ahora está en los costos de una película y el retorno [económico] que tiene. Creo que uno de mis géneros de preferencia, y que cuando era pequeño era prácticamente un género apestado, que es el terror, ahora se ha vuelto uno de los grandes supervivientes de las salas, y el motivo no es otro que es un género que siempre ha gastado mucho menos dinero a la hora de producir películas, y, por lo tanto, los beneficios son superiores. También me produce mucha tristeza ver desaparecer salas de cine históricas. Eso siempre me afecta mucho, es como si muriera un pariente. Siempre somos de hacer las cosas y luego reflexionarlas, y creo que hemos tomado las decisiones tarde. Cuando salieron las plataformas, ya era evidente que esto acabaría repercutiendo en el modelo de distribución, pero yo todavía soy de los románticos. Creo que las salas prevalecerán, creo que hay camino para que los géneros se refundan a sí mismos, y para que haya toda una generación de espectadores que acaben regresando al cine.

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