El año 2021, unas 8.000 estrellas rellenaban las paredes y el techo del hospital Vall de Hebrón, en Barcelona. Ocho mil estrellas hechas por sus compañeros de clase con los cuales Ànnia hizo frente al cáncer en cada sesión de quimioterapia. Ahora tiene 9 años y ha tenido que enfrentarse a uno de los retos más grandes de la vida: combatir un tumor cerebral. Junto con sus padres, Ànnia sube montañas siempre que puede para descubrir todos sus secretos, pero el mes de marzo del 2020, cuando tenía solo 6 años, su vida hizo un giro de 180 grados.
Con la llegada de la pandemia se vieron obligados a confinarse, como todo el mundo, y allí es cuando llegaron los problemas: «Empezamos a ver que Ànnia perdía el equilibrio, pero de entrada pensamos que era fruto del confinamiento por la Covid. Ahora bien, un día, mientras dibujaba la cola de un dragón, vimos que le temblaba mucho la mano, y aquí ya nos asustamos», recuerda la Joana Cervera, madre Ànnia, en conversación con El Món. En aquel momento se pusieron en contacto con una enfermera amiga de la familia, que al oír los síntomas que le relataban les derivó directamente en el Hospital del Valle de Hebrón. «Cuando nos dijeron que tenía un tumor cerebral fue como si nos robaran la vida, no nos lo podíamos creer», explica la madre.
Operada del tumor en el ninguno el día siguiente al diagnóstico
El día siguiente al diagnóstico, los médicos la operaron de urgencia. «Recuerdo la conversación que mantuvo la médica con Ànnia para explicarle lo que tenía, fue muy tierno. Le sirvió mucho para entenderlo y ser valiente, pero también a nosotros para ver como teníamos que trabajar a partir de ahora», relata Joana Cervera. Después de ocho horas de intervención, Ànnia salió de quirófano y, a pesar de que las expectativas para que volviese a andar y a recuperar el habla de entrada eran bajas, consiguió articular las primeras palabras: «Fue un momento muy emotivo», recuerda la madre. Ànnia había conseguido llegar al «campo base» de la lucha contra el cáncer, pero ahora tocaba empezar la segunda parte del proceso: la quimioterapia. Tal como explica el cuento

«Aprender a vivir con la incertidumbre»
La familia de Ànnia, aprovechando su espíritu montañoso, optaron para encarar la lucha contra el cáncer como el ascenso al techo del mundo. Cómo en una expedición en el Everest, hay que equiparse bien, llenar la mochila de víveres y equipos de supervivencia, y prepararse mentalmente para encarar cada tramo como un reto. Y Ànnia, que le costaba andar, también quiso luchar de este modo: «Desde el tercer día ya nos pedía ponerse las botas para volver a la montaña», recuerda la madre, que explica que el más complicado de todo este «proceso» es «aprender a vivir con la incertidumbre»: «Cada metro es un reto, que, una vez superada, se convierte en una estrella llena de luz».
Durante más de dos años, Ànnia ha hecho una terapia de quimioterapia con carboplatino, un tratamiento «muy invasivo y agresivo, especialmente en niños», para conseguir dormir el tumor, puesto que en este tipo de cánceres con niños y niñas los tumores no desaparecen, sino que tienen que quedar inactivos. A pesar de que hoy en día Ànnia ha conseguido que el tumor esté en remisión, es decir, dormido, todavía se tiene que someter periódicamente a revisiones para garantizar que el cáncer no ha reavivado: «Hay que hacer el corazón muy fuerte, puesto que cada tres meses tienes un recordatorio de los fantasmas«, asevera la madre. Para plasmar la montaña rusa emocional en que viven desde hace cuatro años, Joana Cervera encargó a Meritxell Margarit un cuento que sirviera para poner en palabras -y dibujos- todo el proceso al cual han tenido que hacer frente: «Siempre es un reto expresar en palabras las emociones de combatir un cáncer», argumenta la escritora en conversación con este diario.
El cuento narra la lucha contra el cáncer del Ànnia como un ascenso al Everest
El cuento empieza con una ilustración de la habitación de la Ànnia. Dentro de esta hay un tipi decorado con unos banderines que le ha llevado el alpinista Kilian Jornet -quien también ha escrito el prólogo del cuento y ha hecho el asesoramiento para incluir elementos narrativos que ligan la aventura montañosa con el proceso de la enfermedad- desde el Himalaya, y varios animales de peluche que le hacen compañía. Ànnia, triste, se duerme adentro del tipi y busca sumergirse en sus pensamientos. «A partir de la segunda viñeta, tota la historia se explica cómo un sueño, usando el ascenso en el Everest acompañada de su pandilla de amigos como una metáfora para superar el cáncer», explica la ilustradora Txell Darné. Tanto ella como la autora del texto coinciden que el libro no habla del tratamiento, ni de como hacer frente al tumor médicamente, sino del proceso emocional qué conlleva enfrentarse al cáncer.
La «catarsis» de subir el Everest
En el proceso de creación del libro se han visto involucradas todas las personas que han formado parte de la lucha contra el cáncer de Ànnia: «Ha sido un tipo de catarsis para ella. Enfrentarse a todas las emociones que ha sentido, a los buenos y los malos momentos», explica Meritxell Margarit. El cuento, pero, también ha supuesto un trabajo personal para la escritora, la ilustradora, y la madre. «Cuando plasmas con palabras la travesía, revives muchas cosas, y empatizas mucho con la familia», argumenta la periodista, que ya había escrito previamente otra obra sobre el cáncer. Para Joana Cervera, todo este periplo al cual han tenido que hacer frente también ha servido para «contagiarse del espíritu luchador» de su hija y poderlo transmitir a los miles de niños y niñas que se enfrentan a alguna situación similar.
Bajo el lema «lo probaremos, lo intentaremos y lo conseguiremos», la familia de Ànnia ha cambiado su manera de vivir y ha acompañado su hija durante la lucha contra el cáncer. Todavía se enfrenta cada día a las secuelas que le ha ocasionado el tratamiento y tres operaciones, como el síndrome de Parinaud -una parálisis en la mirada vertical, es decir, que no ve mirando hacia arriba- o una ralentización en el proceso de aprendizaje, pero ha conseguido «reescribir lo que el cáncer había borrado» y volver a jugar a baloncesto, esquiar y subir montañas con su familia.