«El cáncer me ha destrozado la vida. He perdido el trabajo, he perdido a los amigos, y no creo que nunca los pueda recuperar. Lo he perdido todo». Así describe Abdelhakim Zitan Ilhatere la lucha a la cual se enfrenta cada día. El mes de marzo del año 2020, en pleno confinamiento por la pandemia de la Covid que paralizó el mundo, le diagnosticaron un cáncer crónico de sangre y piel, conocido como el síndrome de Sézary.

Adbelhakim llegó el 1990 a Cataluña desde Marruecos. Con solo 17 años empezó a romperse los cuernos para conseguir su sueño: convertirse en jefe de sala de un restaurante. Instalado en Sitges, empezó a trabajar como camarero en restaurantes de Barcelona para insertarse en el mundo laboral y empezar a formar parte de la sociedad. Empezando desde cero, sin vínculos en Cataluña, Abdelhakim fue escalando posiciones en el sector de la restauración hasta llegar a convertirse en el responsable de sala de la arrocería Xàtiva, situada en el número 35 de la calle de Burdeos, en el barrio de las Corts (Barcelona).

El julio del año 2020, pero, su vida hizo un giro de 180 grados. «Recuerdo que estaba trabajando en el restaurante cuando la médica del CAP que me había estado haciendo pruebas me llamó. Inmediatamente, me senté en una silla y el mundo me cayó encima. Después de muchas analíticas y una biopsia, me explicaron que tenía un cáncer muy extraño que afecta la sangre y la piel», recuerda Abdelhakim con la voz entrecortada en conversación con El Món.

Imagen de las manos de un paciente de cáncer recibiendo quimioterapia / Pexels

El diagnóstico llegaba en un momento en que ya volvía a trabajar porque la reducción de las restricciones permitió a la restauración volver a abrir a los mediodías, pero los síntomas ya los tenía desde tres meses antes: «Tenía la piel llena de escamas y me notaba muy cansado. Quería ir al CAP de urgencias para ver qué me estaba pasando, pero la pandemia había colapsado el sistema», asevera. Según relata, a partir de las primeras pruebas que le pudieron hacer durante el confinamiento, los médicos le diagnosticaron, de entrada, cirrosis. Pero al ver que el tratamiento no funcionaba, optaron para hacerle más pruebas, entre ellas una biopsia, que detectó el cáncer de sangre y piel.

«Pasé de estar todo el día ocupado a no poder moverme de casa»

Después de intentar continuar trabajando como jefe de sala a pesar del diagnóstico, Abdelhakim se vio obligado a coger la baja: «Yo ya tenía muy mal aspecto y algunos clientes se quejaban a mis superiores de mi estado. De hecho, recuerdo que tenía que trabajar con guantes porque los comensales no me vieran las uñas», explica. Una vez cogió la baja, el julio del 2020, empezó una lucha enconada contra el cáncer. «Pasé de estar todo el día ocupado a estar encarcelado a mi sofá, sin poderme mover de casa».

Abdelhakim empezó un tratamiento de quimioterapia para intentar combatir la enfermedad, pero seis meses después no había tenido nada de éxito. Entonces, los médicos le recetaron un nuevo tratamiento, una operación que ha tenido que repetir más de una vez desde el principio de la enfermedad. La lucha, pero, no acababa en el hospital. Según relata, actualmente también se enfrenta cada día en una guerra mental con la ayuda de tratamiento psicológico y psiquiátrico para combatir los «pensamientos oscuros» que lo invaden a menudo: «Un día mi hijo, cuando llegó a casa después de trabajar, me encontró estirado en el suelo del lavabo y me llevó a urgencias. La soledad me ha hecho mucho daño. Si no hubiera llegado a casa a tiempo, quizás hoy no podríamos estar hablando».

Años después del diagnóstico, a Abdelhakim le dieron el certificado de incapacidad permanente absoluta en noviembre. Es decir, una baja indefinida –suele ser definitiva– que indica que no está capacitado para ejercer ningún trabajo. Esta clasificación le garantiza una pensión equivalente a su sueldo íntegro, pero también le ha provocado una saturación emocional muy grande: «Para mí el trabajo siempre lo ha sido todo. Poder trabajar en restaurantes me ha dado la posibilidad de hacer vida social, conocer gente, y tener una estabilidad. Ojalá algún día lo pudiera recuperar, pero siendo realista, no creo que nunca lo pueda volver a hacer», asevera. La historia de Abdelhakim es una, pero se asemeja mucho a las circunstancias que afrontan cada día miles de pacientes de cáncer. Según el último informe de la Asociación Contra el Cáncer en Barcelona publicado este jueves, con motivo del Día Internacional contra el Cáncer, que se conmemora hoy, el 34% de personas con cáncer tienen más posibilidades de quedarse sin trabajo.

Combatir los efectos secundarios sociales del cáncer

Los datos del Observatorio del Cáncer indican que en 2023 había 17.460 personas con un cáncer diagnosticado. Desde la asociación aseguran que uno de los principales retos a los cuales se enfrentan los pacientes, más allá del tratamiento, es la pérdida de su lugar de trabajo y, una vez superada, intentar reinsertarse al mundo laboral: «Las principales problemáticas con que nos encontramos cada día son los efectos secundarios sociales de la enfermedad. Muchas de las personas a quienes ofrecemos un acompañamiento reciben reacciones negativas por parte de sus compañeros de trabajo tras intentar recuperar la rutina», asegura el responsable de Bienestar Social de la Asociación Contra el Cáncer en Barcelona, Orlando Salazar, en conversación con este diario. Según argumenta, un alto porcentaje de personas que consiguen sobrevivir al cáncer tienen «problemas para adaptarse de nuevo» al trabajo.

Los sectores donde costa más reinsertarse laboralmente son los que requieren «una gran carga física», puesto que después de sufrir un cáncer no se encuentran con las condiciones necesarias para poder llevar a cabo estas tareas: «Nos encontramos muchos casos de mujeres que han trabajado toda la vida en residencias de gente mayor que no pueden retomar su trabajo. Pero esto también pasa en la hostelería, entre otros», argumenta Salazar. Así pues, viendo las dificultades a las cuales se enfrentan, muchos supervivientes de cáncer se ven forzados a cambiar de trabajo. Pero no siempre es fácil. El responsable de bienestar social de la asociación asegura que «el nivel de formación» previo con el cual cuentan los supervivientes y la edad que tengan en el momento de superar la enfermedad son determinantes, y muchas veces son grandes barreras para volver a encontrar trabajo: «Es muy complicado que una persona de más de 55 años con pocos estudios vuelva a ser contratado», lamenta.

«Toxicidad económica»

Los efectos del cáncer no son solo físicos, también son económicos. Durante el periodo de incapacidad temporal –de un año, con opción a prorrogarse, según el caso–, los pacientes de esta enfermedad cobran un 75% del total de la nómina, es decir, tienen una reducción del 25%. Esta rebaja, unida en el largo periodo de las consecuencias del cáncer, hace que muchos pacientes puedan encontrarse en una situación económicamente vulnerable, e incluso en riesgo de exclusión social. De hecho, según el último informe de la Asociación Contra el Cáncer, esta enfermedad provoca un coste económico superior a 10.000 euros al 41% de las familias que la sufre, y esto comporta que «muchas familias no puedan llegar a final de mes»: «Me he encontrado en una situación muy precaria [especialmente mientras ha estado de baja temporal con la reducción de sueldo del 25%, antes del certificado de incapacidad absoluta]. He tenido que hacer manos y mangas para poder llevar un plato a mesa», asegura Abdelhakim.

Orlando Salazar explica, también, que la «toxicidad económica» no solo se ve representada en el ámbito monetario, sino que también tiene un «fuerte efecto social» en las familias: «No poder trabajar provoca que muchas familias tengan que cambiar los roles que tenían estipulados y, para muchos de ellos, no poder llevar dinero a casa les supone una sobrecarga emocional muy grande», argumenta. Esta es la situación con que se encuentran miles de personas en Cataluña, y con la cual continúa luchando cada día Abdelhakim.

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