Josep Gudiol i Ricard (Vic, 1904-Barcelona 1985) es uno de los nombres que, sin duda, podrían entrar en el Olimpo de los «homenots». Este arquitecto e historiador del arte es una figura central en la preservación del patrimonio monumental y artístico no solo de Cataluña. Su visión contemporánea de la conservación y el estudio del arte salvó decenas de obras de primer nivel de los desastres de la Guerra de los Tres Años –o Guerra Civil– y, anteriormente, de la catástrofe que siempre supone el abandono y descuido del arte y el patrimonio.
Gudiol va más allá de ser un conservador o un historiador del arte. Su nombre está ligado a operaciones que aún marcan la actualidad de la política y la sociedad catalana, como el caso de los murales de Sixena. Unas obras indispensables para entender la dimensión imperial de la corona catalano-aragonesa. Él fue el responsable de salvar las obras del monasterio de los Monegros que se conservaron y protegieron en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), donde aún permanecen. Tanto es así que la sentencia que ahora está en proceso de ejecución en el juzgado número dos de Huesca no se abstuvo de mencionarlo siguiendo los criterios marcados por el franquismo, que se encargó de depurarlo.

«Tampoco se puede afirmar cuál fue la intención concurrente de Gudiol, si puramente lucrativa o de salvaguardar las pinturas. Lo que resulta determinante es que el arrancado de las pinturas en 1936 se realizó sin tener en cuenta la opinión de las propietarias, las religiosas del Monasterio de Sixena», escribe Silvia Ferreruela Royo, la titular del Juzgado de Primera Instancia número dos de Huesca, en una sentencia refrendada por tres instancias judiciales. Unas palabras que aún resuenan en el mundo académico y científico de la historia del arte. De ahí que ha habido una demanda constante por parte de entidades como la Comisión por la Dignidad o por conservadores como Carme Berlabé o Albert Velasco, que claman contra la difamación que Gudiol sufre por parte de autoridades políticas y académicas aragonesas y españolistas. Una difamación que tiene sus raíces en la «depuración» que sufrió del régimen franquista.
La Guerra Civil, clave
Gudiol provenía de una tradición familiar que lo marcó en su labor. El «señor tío», Josep Gudiol i Cunill, conocido como mosén Gudiol y responsable del Museo Episcopal de Vic, que gozaba de un gran prestigio internacional. Gudiol siguió sus pasos e internacionalizó su formación y sus contactos para importar a Cataluña las técnicas de conservación del arte. Pero el estallido de la Guerra de los Tres Años precipitó los acontecimientos y fue el inicio del ensañamiento político y profesional que sufrió hasta el año 1978. La Guerra Civil marcó un punto clave en la vida de Gudiol y en la historia del arte en Cataluña.
La historia comienza el 23 de julio de 1936, cuando se creó el Comité para el Salvamento del Patrimonio Artístico, del cual fue responsable Gudiol. Una entidad diseñada el día anterior en una reunión en el despacho del conseller de Cultura del momento, Ventura Gassol, su secretario, Melcior Font, el director del Museo de Arqueología y rector de la Universidad de Barcelona, Pere Bosch i Gimpera, el director del Museo de Arte de Cataluña, Joaquim Folch i Torres, y el propio Josep Gudiol. Un encuentro que el historiador Guillem Cañameras define como «improvisado» en su ensayo La trayectoria de Josep Gudiol Ricart entre 1930 y 1940. Contribuciones y aportaciones a su estudio (Universidad de Barcelona, 2013).
La intención del comité era gigantesca: proteger las colecciones privadas de Barcelona, así como los bienes artísticos de las iglesias de Cataluña y de la Franja. De hecho, la experiencia y conocimiento de Gudiol sobre extracción de pinturas es fundamental para recibir el encargo. La primera tarea de Gudiol es hacer un inventario de los bienes que corren más peligro y un diagnóstico de la situación en todo el país en el marco de las revueltas y disturbios que se registran, especialmente en lo que respecta a colecciones privadas y propiedades de la Iglesia, los mayores depósitos de obras de arte y patrimonio.

Sixena
Gudiol, que era capitán del ejército de la República, inició la labor del Comité para el Salvamento del Patrimonio Artístico de manera inmediata, comenzando por la clasificación de todo el material que durante los primeros días de conflicto se había podido preservar. Después, recorre todo el país con un camión y unos ayudantes con el fin de detener destrozos. El primer viaje es a la Catedral de Vic, que encuentra en llamas, y, dos días después, a la Seu de Manresa. La tarea es ingente y recorre toda Cataluña hasta octubre del 36, que pide permiso para entrar en Aragón. Gudiol quedó sorprendido por el riesgo que corría el monasterio de Sixena, donde el fuego lo había arrasado todo, salvo unas pinturas policromadas.
Vuelve a Barcelona y pide al secretario de Gasol financiación para poder salvar las pinturas de Sixena. La Generalitat le entrega 4.000 pesetas y puede extraer las pinturas murales, salvo el ábside mayor, el cual no considera en peligro. Una señal de que la voluntad de Gudiol era preservar únicamente lo que estaba en riesgo de desaparición. Unas obras que llevará a la Casa Ametller, en el paseo de Gràcia, 41. La operación de Sixena quedaría como un ejemplo de cómo poder salvar otros patrimonios que estaban en peligro. Un riesgo que crecía a medida que la presión del ejército franquista cobraba fuerza.
Inhabilitado «a perpetuidad», como Puig i Cadafalch
Acabada la guerra, Gudiol se exilió, donde encontró la solidaridad académica y profesional internacional, pero no la española. Gudiol fue objeto de una agresiva campaña de difamación y desprestigio que ha llegado hasta nuestros días. Se le hizo un «juicio de depuración». Según los documentos a los que ha tenido acceso El Món y que conserva la Comisión por la Dignidad, en abril de 1941 se le suspendió de la profesión de arquitecto y en 1942 fue inhabilitado a perpetuidad para el ejercicio de cargos públicos. Solo otro arquitecto sufrió el mismo castigo, Josep Puig i Cadafalch.

El régimen franquista convirtió lo que fue un mérito y una heroicidad en un delito y objeto de castigo. De hecho, se le imputaron hechos con los que no solo no tenía nada que ver, sino que además intentó evitar o evitó daños más graves. Por ejemplo, la Junta de Depuración lo culpó del incendio de la Catedral de Vic, donde, totalmente a la inversa, el comité revolucionario local había rechazado su autoridad y él había tenido que reclamar el envío de milicianos para proteger el templo y apagar las llamas. También hubo la falsa acusación del robo de las joyas de custodia de la catedral de Barcelona.
Un relato escalofriante
Sin lugar a dudas, el caso Sixena fue un pilar de la acusación contra Gudiol del franquismo. El régimen de Franco trató el caso casi como un robo, y aún se corre este rumor. Pero la realidad fue muy diferente. Así lo relató el propio Gudiol, según recoge el libro Tres escritos de Josep Maria Gudiol i Ricart, publicado por Arturo Ramón y Manuel Barbié en 1987. Un libro basado en su relato personal, al cual ha tenido acceso El Món y que encontró el equipo de investigación de la Comisión por la Dignidad. Un escrito donde relata con crudeza cómo se encontró el monasterio y cómo fue la operación de Sixena, con la colaboración de los vecinos y del Comité Local de Sixena:

«Asimismo, habían sido quemados los retablos góticos de Algayón, Ontienena, Vilanova de Sixena y Ontinent y Lanaja. Esta tumba real de Aragón era un montón de ruinas quemadas. Las puertas del patio estaban abiertas de par en par descubriendo la magnífica portada románica de la iglesia con sus arcos ennegrecidos y las puertas destrozadas. El coro de la iglesia, igual que los altares quemados o reducidos a astillas. Al cruzar aparecían esparcidos por el suelo los cuerpos semimomificados de Sancha de Aragón y su hija Dolça, fundadoras del monasterio, rodeadas de los huesos de los caballeros de Muret. Por milagro, el fuego había respetado las arcas de madera policromada que contenían los cuerpos de algunas abadesas nobles del siglo XV, cuyos esqueletos aparecían en las losas del templo. Casi sin detenerme a examinar todos estos destrozos, atravesé corriendo las ruinas del viejo claustro hacia la famosa sala capitular, la ‘capilla sixtina’ de la pintura aragonesa del siglo XIII. No pude contener mis lágrimas ante las cenizas de uno de los mejores monumentos del mundo. El bellísimo artesonado árabe que cubría la sala era una capa de cenizas, cubierta por los escombros del tejado derrumbado. Los arcos antes brillantes de policromía eran una ruina gris y negra que se perfilaba sobre el cielo. El fuego había transformado las maravillosas composiciones, que pocos meses antes parecían acabadas, en unas figuras monocromas casi invisibles. La mayor parte habían desaparecido con la caída del enlucido, dejando el corazón desnudo y ennegrecido. Tras el golpe recibido al ver Santa Maria del Mar incendiada, esta ruina de Sixena fue mi impresión más grande de esos tres años de tragedia. Fui a hablar con el comité de Vilanova de Sixena, el cual nos entregó unas pinturas góticas que había recogido del monasterio. Nos aseguraron que los autores del incendio eran gente desconocida que estuvo de paso por el pueblo; quizá la columna de los aguilones de la F.A.I., autores del incendio de la Catedral de Lleida. Me dijeron que estaban dispuestos a ayudarme para salvar algo si era posible de las pinturas de la sala capitular. Les prometí que volvería pronto dispuesto a hacer todo lo posible para evitar que lo poco que quedaba se perdiera definitivamente. Les envié a recoger las arcas góticas policromadas que fueron enviadas al museo de Lleida junto con los retablos góticos.«

Un ‘fantasmón rojo’
La difamación de Gudiol no llegó solo de las autoridades franquistas, judiciales y administrativas. El ataque contra su figura fue también mediático, como lo demuestra el artículo de la serie Fantasmones Rojos, que escribía Miguel Utrillo, el 8 de noviembre de 1939, en el diario Solidaridad Nacional. Una pieza que en términos modernos se podría llamar un viral, ya que se dedicaba a señalar a los enemigos del régimen y a socavar su prestigio profesional o personal. “El arquitecto José, perdón, ‘Josep’, Gudiol pertenece a la fauna rojoseparatista”, se leía en el artículo, que lo tildaba de «canallita«. Gudiol sigue siendo hoy en día una de las bestias negras del españolismo aragonés, y la justicia española aún enturbia su nombre con una sentencia ratificada en tres tribunales.
Desde Cataluña, se ha intentado recuperar el nombre de Gudiol. De hecho, fue condecorado con la Cruz de Sant Jordi por la Generalitat de Jordi Pujol. Ahora, sin embargo, hay entidades como la Comisión por la Dignidad que preparan una campaña para reclamar que haya una sala explicativa de su figura, detallando todo el trabajo que llevó a cabo para que los catalanes o los que visitan Cataluña puedan tener el derecho de disfrutar de la historia, el arte y el patrimonio.

