Era uno de los nombres que parecía que iba a caer del gabinete de Pedro Sánchez, pero finalmente ha demostrado que tienes siete vidas, como los gatos. Fernando Grande-Marlaska, que antes de ser ministro ya era conocido como juez de la Audiencia Nacional, repite como ministro del Interior una vez amortizada la grave crisis de la carnicería policial que se produjo en la valla de Melilla el 24 de junio de 2022, que hubiera debido ser una línea roja para el socio del gobierno de coalición, Sumar, la conciencia progresista del ejecutivo. Informaciones internacionales cuestionaron la versión del gobierno español, según la cual, todas las muertes se habían producido en el lado marroquí de la frontera, y Podemos se añadió a las voces que criticaban a Marlaska durante los meses posteriores a los hechos. Pero el caso pronto cayó en el olvido. En el último debate electoral para el 23-J, con Sánchez y Santiago Abascal, Yolanda Díaz, ya como líder y candidata de Sumar, permitió sin abrir la boca que el candidato del PSOE defendiera su dura política contra la inmigración llamada «ilegal» ante el líder de Vox. Esta línea roja, por lo tanto, había saltado.

Una vez perdonado por Yolanda Díaz y con Podemos en descomposición, lo único que ha contado en el currículum de Marlaska ha sido su hoja de servicios impecable con Pedro Sánchez. El ministro ha conseguido ser tan dual y camaleónico como su jefe de filas, y se le ha recompensado. Capaz de espiar al independentismo catalán con infiltrados que han llegado literalmente a la cama de los activistas y de anunciar la guerra a Tsunami Democrático –que ahora mantiene el juez García Castellón– también se ha encargado de limitar el poder del sector más próximo al PP y a la extrema derecha y anti Pedro Sánchez de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
La guerra con la Guardia Civil
El caso más vistoso de este enfrentamiento con el deep state que quería domar –para evitar que tuviera su propia agenda– es la larga lucha que ha mantenido con el teniente coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos. La guerra con el hombre que el PP envió a Cataluña para coordinar la operación policial que pretendía evitar el referéndum sobre la independencia del 1-O de 2017 empezó a raíz del 8-M de 2020. De los Cobos hizo un informe contra el gobierno español por haber permitido la manifestación de Madrid del Día Internacional de la Mujer cuando la pandemia de la Covid-19 ya estaba explotando de lleno en el estado español. Marlaska lo relevó entonces de su cargo –jefe de la comandancia de la Guardia Civil en Madrid– por pérdida de confianza, y empezó un largo pleito entre coronel y el ministro que acabó en el Tribunal Supremo. También llegó al Supremo otra batalla entre los dos hombres por el ascenso a general que De los Cobos esperaba y que Marlaska no le dio. El alto tribunal español dio la razón al guardia civil contra el ministro en este pleito.
En otros episodios, Marlaska ha perdido batallas más pequeñas pero también significativas contra otros mandos del instituto armado, como por ejemplo la sentencia que lo obligó a mejorar la medalla que había otorgado al coronel Manuel Sánchez Corbí. Mientras estas revueltas se producían en la Guardia Civil, en la Policía Nacional los relevos que ha hecho también han sido mal recibidos por determinados sectores en un cuerpo donde ha crecido el sindicato ultraderechista Jupol. Es así como Marlaska llegaba a la fiesta de la Hispanidad de este año asediado por el deep state.
Una guerra con la derecha que ha reforzado el ministro del Interior
Pero todo ello, de momento, solo ha reforzado al ministro, ratificado este lunes y que ya ha provocado las primeras críticas desde el independentismo, que tiene que ver como el gobierno que se ha podido reeditar gracias a sus votos conserva una de sus bestias negras. A pesar de que ha advertido que lo más importante con el PSOE es «el cumplimiento de los acuerdos» y no «los nombres» del ejecutivo, ERC ha subrayado que el de Marlaska es un nombramiento que no les ha «gustado» por la «sensibilidad» que supone este ministerio. «Nos habría gustado alguien comprometido con los derechos humanos», ha argumentado Raquel Sans, la portavoz del partido.