Siria se encuentra en medio de un proceso de transición política con un futuro incierto. Después de que los rebeldes islamistas de Hayat Tahrir al-Sham (HTS) derrocaran el régimen de Bashar al-Assad en diciembre, la comunidad internacional celebró de manera unánime el fin de 24 años de dictadura, y ofrecieron apoyo a un nuevo gobierno surgido casi del fragor de la batalla. El autoritarismo, la represión política y las ejecuciones clandestinas de un régimen que tenía el respaldo de Rusia e Irán parecían llegar a su fin.

Con Al-Assad ya exiliado en Moscú, fue cuestión de horas que se revelara quién sería el artífice de la nueva Siria: Ahmed Hussein al-Sharaa, más conocido por su nombre de guerra, Abu Mohammad al-Julani. Excombatiente y emir de Al-Nusra –la filial siria de Al-Qaeda–, el autoproclamado presidente del gobierno de transición arrastraba un historial que lo situaba en la lista negra de Occidente. Considerado un «terrorista muy peligroso» por la Casa Blanca, la Unión Europea y otros gobiernos occidentales hasta justo antes de la caída de Assad, Washington ofrecía 10 millones de dólares por cualquier información sobre su paradero.

Una «democracia» a cinco años vista

Todo esto ha cambiado desde su llegada al poder, momento en que Al-Sharaa adoptó posiciones más moderadas y pragmáticas, dejando de lado el discurso beligerante habitual y las amenazas de atentar contra intereses occidentales. En estos tres meses de gobierno, ha mostrado disposición para el diálogo con la minoría kurda y algunos colectivos de mujeres, además de iniciar contactos diplomáticos con potencias regionales e internacionales.

No obstante, no todo son buenas noticias para la sociedad siria. Al-Sharaa firmó hace unas semanas una constitución temporal para los próximos cinco años, y prometió elecciones democráticas una vez finalizado este período. Mientras tanto, el control del país permanecerá en manos de un hombre con poder absoluto: el nuevo texto constitucional otorga a Al-Sharaa el estatus de “líder político y militar supremo”, sin que ningún órgano pueda limitar su autoridad. “Lo controla todo: política, ejército, parlamento, órganos colegiados y judicatura”, explica el arabista Jordi Llaonart a El Món.

Un chico sirio durante las masivas celebraciones por el fin del régimen de Assad / Europa Press / Juma Mohammad
Un chico sirio durante las masivas celebraciones por el fin del régimen de Assad / Europa Press / Juma Mohammad

El texto también establece un sistema legal basado en la ley islámica y reconoce el árabe como único idioma oficial. Tal como vaticinaban muchos expertos, el gobierno provisional ha orientado el país hacia una islamización que margina prácticamente a todas las minorías. “Obviamente, cuando una persona con el perfil de Al-Sharaa, que viene de fundar Al-Nusra y de ser un yihadista sin complejos, pasa de un día para otro a venderse como un demócrata que respeta todas las minorías, lo último que se debe hacer es creérselo”, reflexiona Carlos Palomino, periodista especializado en el mundo árabe.

Aun así, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, calificó de “hito histórico” la aprobación de la constitución provisional. Consciente del peligro de que un gobernante como Al-Sharaa acabe parasitando todos los rincones del estado y convirtiéndose en un cacique de Siria, Llaonart considera que “la UE debe garantizar que cumplirá con su palabra y elaborará una nueva constitución en los próximos años”.

El silencio europeo ante la masacre alauita

El cambio de régimen en Siria ha provocado un estallido de violencia que, aunque parece descontrolado, ha tenido como principal víctima a un colectivo específico: la población alauita, minoría etnoreligiosa a la que pertenecen el derrocado Bashar al-Assad y su familia. Durante las últimas semanas, las nuevas fuerzas armadas han atacado de manera indiscriminada las regiones costeras del oeste del país, donde se concentra gran parte de esta población.

Las imágenes de cadáveres esparcidos por las principales carreteras de Latakia y Baniyas han confirmado los temores de una ola de violencia orquestada por el nuevo gobierno e impulsada por un profundo sentimiento de venganza. Una vez en el poder, Al-Sharaa prometió perseguir a los responsables de las torturas cometidas por el ejército de Al-Assad, mayoritariamente formado por alauitas –lo que explica el rechazo del nuevo régimen hacia esta población. Hace unos días, la agencia estatal de noticias SANA informó sobre el descubrimiento de cientos de cuerpos en una fosa común en Qardaha, la localidad natal de la familia Al-Assad. Oficialmente, la Red Siria por los Derechos Humanos ha registrado el asesinato de mil alauitas entre el 6 y el 13 de marzo. Muchos de ellos han huido hacia el Líbano para escapar del peligro.

Un refugiado alauita sirio de 46 años descansa en el aula de una escuela en el Líbano, después de escapar de Siria / Europa Press / Marwan Naamani / dpa
Una pareja de alauitas sirios descansa en el aula de una escuela en el Líbano, después de escapar de Siria / Europa Press / Marwan Naamani / dpa

Ante las claras violaciones de derechos humanos cometidas por los hombres de Al-Sharaa, la Unión Europea (UE) ha reaccionado de una manera que evidencia su connivencia con el nuevo régimen. Bruselas ha evitado cualquier atribución de responsabilidad al gobierno de Al-Sharaa por las muertes de civiles en el noroeste del país, así como la quema de casas y campos de cultivo que han forzado la expulsión de alauitas de sus tierras. “Consecuencia de los combates derivados del cambio de régimen”, apuntaba la UE sobre los hechos. Irónicamente, pidió al nuevo gobierno sirio, responsable de la masacre, que arrestara y juzgara a los autores de los crímenes.

Llaonart, crítico con el posicionamiento de los 27, defiende que “los muertos de aquellos días de marzo eran alauitas víctimas de la violencia sectaria perpetrada por milicianos islamistas del nuevo régimen, no víctimas del fuego cruzado entre dos bandos en combate”. Las acusaciones por violaciones de derechos humanos, tan recurrentes durante la era de Al-Assad, han desaparecido totalmente con la llegada del nuevo régimen. “La UE hace años que insistía en que la única salida para Siria era la caída del régimen, porque, sin Al-Assad, no hay Rusia ni Irán”, explica el arabista. “Ahora nos encontramos con una UE avergonzada que, ante la masacre de minorías religiosas, dice que la responsabilidad de la sangre derramada no es del nuevo gobierno”, sentencia. Palomino añade un matiz interesante que podría explicar la reticencia de los 27 a señalar culpables: “La UE busca recuperar influencia en el país para garantizar su estabilidad, especialmente en lo que respecta a la cuestión migratoria. Una crisis en Siria podría traducirse en una crisis migratoria en Europa”.

Bruselas apuesta por el apoyo económico a una transición utópica

A pesar de las evidentes grietas en la legitimidad del nuevo régimen sirio a raíz de los actos de violencia y represión contra las minorías, Bruselas no ha reconsiderado en ningún momento su política de ayuda económica al gobierno de Al-Sharaa. La semana pasada, la Comisión Europea comprometió 2.500 millones de euros para Damasco, que se transferirán durante este año y el siguiente. Otros países europeos, como España y Alemania, han anunciado aportaciones adicionales de 10 y 300 millones de euros, respectivamente.

El ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, visitó Siria en enero para trasladar a Al-Sharaa su apoyo / Europa Press / Ministerio de Asuntos Exteriores
El ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, visitó Siria en enero para trasladar a Al-Sharaa su apoyo / Europa Press / Ministerio de Asuntos Exteriores

Además, a pesar de su supuesto firme compromiso con la democracia y los derechos humanos, la UE no ha impuesto ninguna condición al gobierno de transición para garantizar que el apoyo económico llegue a Siria. El único signo de coherencia con sus valores ha sido una declaración de Ursula von der Leyen, según la cual la ayuda de los 27 dependerá de una «transición creíble e integradora» hacia una nueva Siria donde se garantice la representación de todos los sectores sociales. Irónicamente, ni siquiera Kaja Kallas, jefa de la diplomacia europea, confía en la viabilidad de este proceso: «La esperanza pende de un hilo», afirmaba recientemente, refiriéndose al frágil escenario político, religioso y étnico del país. A pesar de todo, no parece que Bruselas vaya a cambiar su postura. «La Unión Europea continuará apoyando la transición en Siria hasta que políticamente sea insostenible defender el nuevo régimen«, afirma Palomino, recordando que los 27 ya mantienen alianzas con países no democráticos, como los del Golfo Pérsico.

Algunos estados como Suiza y el Reino Unido han levantado las sanciones a Siria con la esperanza de facilitar la transición hacia una convivencia democrática y pacífica. Esta medida responde a las demandas del ministro sirio de Asuntos Exteriores, Assad al-Shaibani, que calificó la retirada de sanciones como una «necesidad moral y humanitaria». Al-Shaibani fue invitado a Bruselas recientemente, donde evitó hacer referencia a los atentados perpetrados por su gobierno contra las minorías del país. «Por muy radical que alguien sea cuando llega al poder, a la hora de gobernar debe ser flexible», reflexiona Llaonart, convencido de que el pragmatismo de Al-Sharaa es solo una estrategia para convencer a la comunidad internacional a invertir en la reconstrucción de Siria.

El camino hacia la reconstrucción de un país fragmentado

Siria enfrenta una realidad política, social y religiosa extremadamente compleja. Sus necesidades actuales son inmensas: gran parte del país continúa devastado por los estragos de la guerra, y la economía se encuentra en colapso tras años de aislamiento internacional. Según la ONU, se necesitarán al menos 50 años de transformación social y económica para recuperar los niveles de vida previos a la guerra civil. No obstante, destinar grandes sumas de dinero a un gobierno de carácter islamista sin exigir a cambio compromisos firmes con la democracia, los derechos humanos y la protección de las minorías supone una contradicción con los principios fundamentales de Europa, alertan muchos críticos. “Es evidente que todo el mundo puede cambiar, y el nuevo gobierno representa una esperanza para mucha gente, pero no podemos olvidar que ahora estamos negociando con quien fue líder de Estado Islámico y de Al-Qaeda en Siria”, advierte Llaonart.

Un joven se sienta frente a un edificio en ruinas en las afueras de Damasco / Europa Press / Ximena Borrazas / SOPA Images via / DPA
Un joven se sienta frente a un edificio en ruinas en las afueras de Damasco / Europa Press / Ximena Borrazas / SOPA Images via / DPA

Desde la caída del régimen de Al-Assad, los países europeos han dejado de aceptar solicitudes de asilo de ciudadanos sirios. Austria, incluso, les ofrece una “prima de retorno” de 1.000 euros para regresar a su país de origen. En definitiva, Europa confía plenamente en la buena praxis de un gobierno que, en busca de aliados internacionales que garanticen su supervivencia, intenta proyectar una imagen de pragmatismo y moderación. Pero, entre bastidores, continúa llevando a cabo acciones que hacen dudar de su voluntad real de convertir Siria en un país justo, tolerante y seguro para la diversidad étnica y religiosa que lo habita. “Evidentemente, la mejor noticia de los últimos años es el fin de la guerra. Pero eso no puede hacer olvidar los crímenes y las faltas de libertades, las haga quien las haga”, razona Llaonart. «Los próximos meses serán claves para determinar si Europa se ha precipitado en Siria apoyando a quien, hasta hace poco, era su enemigo número uno«, concluye Palomino.

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