Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos (EE.UU.) han mantenido una marcada presencia de tropas y bases militares en territorio europeo. Hasta medio millón de efectivos llegaron a servir como baluarte contra la expansión del comunismo en el continente, una cifra que disminuyó drásticamente tras la desintegración de la Unión Soviética (URSS) en 1991. Actualmente, los EE.UU. cuentan con entre 85,000 y 100,000 militares desplegados en Europa —una cifra que varía en función de los ejercicios planificados y las rotaciones de tropas—, repartidos en una cuarentena de bases que se extienden desde Groenlandia hasta la frontera de Turquía con Rusia.

Desde su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump ha propuesto reducir en un 20% la presencia militar estadounidense en el Viejo Continente, alegando que esta “no durará siempre”. Al mismo tiempo, sin embargo, ha exigido un mayor compromiso financiero a los países del bloque para mantener los miles de tropas que continuarán desplegadas en la región. “Estos soldados son un elemento disuasorio y los costos no pueden recaer únicamente sobre los contribuyentes estadounidenses”, afirmaba el magnate. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, rebajaba la tensión hace unos días asegurando que esta reducción no se producirá de manera repentina ni inmediata. La reacción de algunos funcionarios europeos a las declaraciones de Trump pone en evidencia que, a pesar de las supuestas intenciones de Bruselas de asumir una autonomía defensiva respecto a los EE.UU., muchas voces aún no conciben un futuro en el que la integridad territorial de Europa esté garantizada sin el amparo del gigante estadounidense y sus bases en el continente.

Una relación de sumisión y obediencia

La amplia red de bases estadounidenses en el Viejo Continente se concentra en Europa central —principalmente Alemania, Italia y el Reino Unido— y está estrechamente vinculada a la estrategia defensiva de la OTAN en la región. Los tentáculos militares de los EE.UU. facilitan el despliegue de tropas en zonas de conflicto como Ucrania o el Próximo Oriente y permiten llevar a cabo maniobras conjuntas con las tropas de la Alianza. Al mismo tiempo, se estima que Washington almacena cerca de un centenar de cabezas nucleares entre las bases de Alemania, Bélgica, Italia, los Países Bajos y Turquía, reservándose su uso exclusivo. José Luis Gordillo, doctor en Derecho e investigador del Centre Delàs, recuerda en conversación con El Món las palabras del primer secretario de la OTAN, el británico Hastings Ismay, sobre el propósito fundacional de la Alianza: «Mantener a los rusos fuera de Europa, a los estadounidenses dentro y a los alemanes debajo». Según Gordillo, este enfoque continúa plenamente vigente. «La OTAN siempre ha sido la organización que ha defendido los intereses de los EE.UU. en Europa, no la organización que ha defendido Europa», reivindica.

Alemania es, con mucho, el país que acoge la mayor cantidad de tropas estadounidenses en el continente. La mayoría de los 40,000 efectivos se encuentran en la base de Ramstein, considerada la comunidad militar estadounidense más grande fuera del territorio de los EE.UU. «Es la gran potencia industrial europea y uno de los pilares de la UE. Los EE.UU. creen que, sometiéndola, tienen a la UE bajo control«, apunta Gordillo, recordando el papel clave del país germánico en las fricciones de la Guerra Fría, cuando su adhesión a la OTAN precipitó la creación del Pacto de Varsovia al otro lado del telón de acero.

El presidente de Polonia, Andrzej Duda, se reúne con Donald Trump en la Casa Blanca, durante el primer mandato del estadounidense / Europa Press / Shealah Craighead / White House
El presidente de Polonia, Andrzej Duda, se reúne con Donald Trump en la Casa Blanca, durante el primer mandato del estadounidense / Europa Press / Shealah Craighead / White House

Pero si hay un país en Europa que valora especialmente la presencia militar de los EE.UU. dentro de sus fronteras es, sin duda, Polonia. A pesar de las desavenencias crecientes entre los líderes europeos y la política exterior de la Casa Blanca, el país eslavo ha reafirmado su compromiso con el ejército estadounidense, anunciando un incremento del presupuesto para sufragar la estancia de 5,500 militares en su territorio. El presidente, Andrzej Duda, del partido de derecha radical Ley y Justicia, planea incluso establecer una base estadounidense permanente —y bautizarla como Fort Trump— para reforzar aún más los lazos de defensa entre ambas naciones.

La derecha radical europea se encuentra en una posición contradictoria respecto a Trump: comparten agenda ideológica, pero él odia profundamente Europa y difícilmente les hará concesiones”, explica a El Món Joan Miró, profesor de la UPF y experto en política europea. “Desde el fin de la Guerra Fría, muchos países del este de Europa, como Polonia, conciben a los EE.UU. casi como una religión”, añade, recordando el papel clave de Washington en la caída de la URSS y la subsecuente independencia de los estados de la región. Por su parte, Gordillo sostiene que «al margen de quién mande en los EE.UU., para los polacos y los bálticos el enemigo siempre será Rusia«. El experto cita un ejemplo para ilustrar las relaciones de subordinación entre Europa y Washington: «La condena a las acciones de Israel, aliado estrechísimo de la Casa Blanca, depende siempre de la proximidad de los países europeos a los EE.UU.: si no hay condena, significa que sigue existiendo sumisión y obediencia».

España, aliado histórico de los intereses militares estadounidenses

España es el cuarto país europeo con más tropas estadounidenses, solo por detrás de Alemania, Italia y el Reino Unido. El inicio de esta presencia militar se remonta al año 1953, cuando Franco, tras asumir que el aislamiento internacional no lo llevaría a ningún lado, llegó a un acuerdo con Washington que autorizaba al ejército estadounidense a instalarse en el país a cambio de apoyo económico y militar. Los Pactos de Madrid dieron lugar a la creación de cuatro bases militares que, en pleno auge de la Guerra Fría, tenían un papel clave dentro de la estrategia estadounidense para contener la influencia soviética en Europa. Franco permitió que la Casa Blanca almacenara arsenal nuclear y utilizara las instalaciones de manera unilateral en caso de agresión por parte de la URSS.

La base más importante se construyó en Rota, en Cádiz, frente al estrecho de Gibraltar. Junto con la de Morón de la Frontera —en Sevilla—, es la única que ha sobrevivido hasta hoy. «Desde 1953, la política exterior del Estado español es proamericana«, afirma Gordillo. «Los pactos se firmaron con la connivencia de toda la derecha social y económica del país, que hoy en día sigue profundamente agradecida a Washington», añade, y considera inviable un giro en contra de los EE.UU. por parte de los dirigentes políticos actuales.

Llegada del buque de guerra estadounidense USS Oscar Austin a la Base Naval de Rota, en octubre del año pasado / Europa Press / Francisco J. Olmo
El buque de guerra estadounidense USS Oscar Austin llega a la Base Naval de Rota, en octubre del año pasado / Europa Press / Francisco J. Olmo

Actualmente, las bases de Morón y Rota albergan unos 8,000 estadounidenses, y la actividad que se desarrolla allí —principalmente logística y de mantenimiento de aviones y buques— mueve alrededor de 500 millones de euros anuales. Rota, que representa una puerta de acceso al Mediterráneo y un punto de conexión entre África y Europa, ha sido utilizada como plataforma para enviar armamento a Israel y acoge cinco destructores estadounidenses que forman parte del escudo antimisiles de la OTAN. Estos tienen como objetivo “disuadir posibles ataques enemigos, salvaguardando la paz a través de la fuerza”, según la embajadora de los EE.UU. en España. Morón, por su parte, alberga fuerzas de acción rápida capaces de desplegarse en cualquier punto de África o del Próximo Oriente en cuestión de horas.

El giro en la política exterior de Trump ha reabierto el debate sobre el papel de estos dos enclaves militares en territorio español. Paralelamente, el creciente acercamiento del magnate a Marruecos ha llevado a su rey, Mohamed VI, a intentar posicionarse como el nuevo aliado de los intereses militares estadounidenses en el Mediterráneo, a través de una base situada entre Tánger y Ceuta con la que aspira a sustituir la de Rota y convertirse en el nuevo pilar logístico de la Marina de los EE.UU. De momento, sin embargo, sus planes parecen lejos de consolidarse. “A pesar de que España sigue lejos de alcanzar el compromiso financiero exigido por Trump en materia de defensa, los EE.UU. no cerrarán una base en España para trasladarla a Marruecos”, razona Miró. “La intención del republicano es abandonar Europa para concentrarse en la región del Asia-Pacífico, en la pugna por la hegemonía con China”, añade el experto.

El enemigo en casa

A pesar de las reticencias de algunas naciones a abandonar sus compromisos de seguridad y defensa con Washington, muchos críticos advierten que la presencia de bases militares estadounidenses en territorio europeo ya no es sinónimo de protección. Más bien, constituye un obstáculo para la autonomía defensiva de Europa, que se siente cada vez menos cómoda con la idea de tener al enemigo en casa. Un enemigo que, además, la obliga a pagar —concretamente, un 34%, según el New York Times— para mantener proyectos militares en su propio territorio. Sin embargo, la retirada de las bases aún es una perspectiva lejana. “Si llegase a suceder, sería o bien a causa de desavenencias graves en la gestión de la guerra de Ucrania, o por la voluntad aislacionista de Trump de concentrarse en su hemisferio”, teoriza Miró.

La presencia militar de los EE.UU. en Europa, lejos de garantizar estabilidad, es vista cada vez más como un lastre para la soberanía y defensiva del continente / Europa Press / Ameer Al Mohammedaw
La presencia militar de los EE.UU. en Europa, lejos de garantizar estabilidad, es vista cada vez más como un lastre para la soberanía y defensiva del continente / Europa Press / Ameer Al Mohammedaw

La historia, sin embargo, demuestra que es posible desprenderse de la influencia estadounidense y articular una política de defensa propia sin ser condenado al ostracismo internacional. Un ejemplo de ello es la Francia de Charles de Gaulle, que, después de la Segunda Guerra Mundial, abandonó el mando integrado de la OTAN e impulsó su propio programa nuclear. Esta apuesta por la soberanía le ha permitido conservar, hoy en día, una posición de superioridad estratégica dentro de la Unión Europea. El reto, entonces, no es solo reducir la perjudicial dependencia de los EE.UU., sino construir una arquitectura de defensa europea que responda a los intereses propios del continente. «La realidad es que no hay voluntad de avanzar hacia esta vía«, reprocha Gordillo. «Es un engaño de las élites europeas para conseguir que la ciudadanía acepte recortes sociales a cambio de un aumento del gasto militar, y para ocultar el ridículo ante la guerra de Ucrania y el hecho de que Trump haya dejado fuera a la UE de las negociaciones de paz«, sentencia. Europa, pues, se queda a merced de una administración Trump que pretende romper con los principios que, durante décadas, han «garantizado» la protección entre países supuestamente unidos por civilizaciones comunes y fundados en los valores de la democracia, las libertades individuales y el estado de derecho.

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