La Comisión Europea (CE) ha presentado esta semana una polémica estrategia para preparar a la población ante posibles crisis y amenazas de seguridad: un kit de supervivencia equipado con lo esencial para garantizar que cualquier persona pueda resistir al menos 72 horas en una situación de extrema inseguridad global. Una crisis climática o sanitaria podría ser el desencadenante de este distópico escenario, decía el organismo dirigido por Ursula von der Leyen. Pero lo que realmente buscaba era plantear el escenario que más aterra a los ciudadanos europeos: una guerra abierta con Rusia.
El europeo no quiere ir a la guerra
Este anuncio coincide en el tiempo con las intenciones de los 27 de incrementar el gasto militar hasta 800.000 millones de euros con el objetivo de rearmarse y hacer frente a las amenazas de seguridad que planean sobre el continente. Sin embargo, la carrera armamentística que pretende impulsar la CE choca con importantes aspectos económicos y políticos. La escasez de materiales necesarios para hacer la guerra, los cuellos de botella logísticos y regulatorios que ralentizan el esfuerzo bélico o el desplazamiento de Estados Unidos (EE.UU.) hacia posiciones cercanas a Rusia son solo algunos ejemplos.

Pero si hay un elemento que explica la poca viabilidad de una Europa en pie de guerra es la reticencia de sus propios ciudadanos a jugarse la vida por una causa europea que ni convence ni moviliza. Los jóvenes europeos, desconectados de la supuesta amenaza que aterra a los líderes comunitarios y los impulsa a anunciar medidas alarmantes de supervivencia, expresan en diversas encuestas su nula disposición a sacrificarse para mantener la soberanía del continente ante un potencial ataque extranjero. El reclutamiento de soldados afronta una importante crisis y, en consecuencia, la idea de convertirlo en obligatorio comienza a resonar en algunos ejecutivos de la Unión. Según el think tank Bruegel, Europa necesitaría cerca de 300.000 soldados adicionales, además de una desorbitada cantidad de equipamiento militar -imposible de alcanzar sin renunciar a la inversión en políticas sociales y de bienestar-, para poder disuadir eficientemente la agresión rusa tras el vacío que han dejado los EE.UU. El masivo potencial humano ruso deja fuera de juego el reclutamiento militar europeo, que ni siquiera está alcanzando sus objetivos en Alemania y Reino Unido, las dos grandes potencias militares del continente.
Una inseguridad orquestada por Europa
Ante estas carencias manifiestas, la Unión Europea busca aumentar la percepción de inseguridad entre la población mediante medidas que dibujan un futuro del todo pesimista para el continente para legitimar medidas militaristas que generan oposición entre los ciudadanos de estados miembros. Sin embargo, alternativas como la del kit caen por su propio peso. En unas declaraciones recogidas por la cadena SER, el antropólogo Javier Aroca aseguraba que la CE «no sabe qué es la guerra», y afirmaba que este tipo de kits no sirven para sobrevivir ante un escenario bélico. Incluso el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha cargado contra la polémica propuesta, asegurando que «nadie se está preparando para ninguna guerra» y que «no se debe inquietar inútilmente a los ciudadanos». Este no es el primer aviso catastrófico que hace el organismo comunitario. Recientemente, recomendó a los hogares europeos que almacenaran suministros de emergencia, y también ha hecho un llamado al «apoyo civil» -sin especificar a qué se refería- para garantizar el futuro del continente en caso de agresión armada.

Muchas voces coinciden en que la mejor manera de hacer frente a una guerra es prevenirla. Europa, incapaz de desarrollar su propia arquitectura de defensa y cultura de la seguridad desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, ha vivido ajena al peligro desde entonces, resguardada bajo el amparo de los EE.UU. Invertir ahora desesperadamente en defensa y promover la percepción de inseguridad entre la población no hará que Trump y Putin cambien de parecer en cuanto a sus intenciones en el Viejo Continente, advierten los críticos. Pero la Comisión Europea actúa como si aplicara la máxima de Maquiavelo según la cual «quien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas».