Aseguran los periodistas catalanes que hace décadas que se dedican a la crónica de sucesos que el boom actual del true crime solo ha hecho que aflorar lo que siempre ha existido. Siempre ha habido crímenes, juicios, investigadores y periodistas que lo han contado. Y siempre ha habido forenses. Como Narcís Bardalet. Este pediatra especializado también en medicina legal fue durante décadas uno de los forenses que recorría los pueblos del Alt Empordà haciendo levantamientos de cadáveres y autopsias, en condiciones muchas veces insalubres. Por su personalidad, siempre ha sido un personaje local conocido por los periodistas de las comarcas gerundenses.

Lo que ha cambiado ahora, con el éxito del género periodístico que antes se llamaba simplemente de sucesos, es que Bardalet ha adquirido proyección, incluso después de su jubilación. Tiene publicado el libro de memorias El que m’han ensenyat els morts, firmado conjuntamente con la periodista Tura Soler, y ahora está a punto de estrenarse la serie documental El forense, de TV3, conducida por Manel Alías. Pero además, Tura Soler –una de las autoras best-seller del true crime catalán–, ha convertido ahora sus casos en relatos que se leen como una novela en el libro Rigor mortis (La Campana). Un total de 38 historias que permiten descubrir, ya en el primer capítulo, que Bardalet, el forense más famoso en Cataluña, de pequeño temía a los muertos.

El libro 'Rigor mortis', de Tura Soler, que recoge las casos del forense Narciso Bardalet / S.B.
El libro ‘Rigor mortis’, de Tura Soler, que recoge los casos del forense Narcís Bardalet / S.B.

El nieto del juez de paz de Sils que miraba bajo la cama por si había un muerto

El Bardalet adulto conocido como forense experimentado sorprende a los lectores del libro con la historia del niño Narcís. Nacido a Girona el 1953 y nieto del juez de paz de Sils –un pueblo la Selva que en los años 60 no llegaba a los 2.000 habitantes–, cada vez que la Guardia Civil se presentaba en la casa familiar para comunicar una muerte repentina que requería que el abuelo saliera en plena noche a hacer un levantamiento de cadáver él soñaba con muertos. Cuando se iba va a dormir, siempre miraba bajo la cama temiendo encontrar algún cadáver. Convivió con estos terrores nocturnos hasta que a los 14 años se rebeló y pidió al abuelo que lo dejara acompañarlo en sus salidas como juez de paz. Quiso ver una autopsia. Y así empezó a familiarizarse con la muerte y con la composición del cuerpo humano, con los órganos vitales y su funcionamiento. Pronto decidió que quería ser médico. Así se puso la semilla del Bardalet adulto, el forense.

Esta es la primera de las 38 historias de Rigor mortis. Las siguientes avanzan en el libro resiguiendo parte de la historia criminal del país desde los años 80 hasta la actualidad. «Reflejan nuestra historia a través de casos criminales que hablan de la sociedad y de la vida, de por qué matamos, de cuáles son los factores que desencadenan los crímenes, y también reflejan cómo ha evolucionado el mundo judicial y la medicina forense, que ha cambiado radicalmente en cuatro décadas», apunta Tura Soler.

El forense y la periodista, dos veteranos que se conocieron «atrapados en el infierno»

La periodista ha publicado otros libros sobre los casos que ha seguido, entre los cuales destaca A orillas del pantano, sobre el crimen aún sin aclarar de Susqueda, y el más reciente Sense càstig, a cuatro manos con Jordi Grau. Esta vez se pone al servicio de las historias protagonizadas por Bardalet como forense, pero en muchas de las cuales también ha participado ella. Es el caso del accidente de un avión de los bomberos franceses, que se estrelló en 1986 en un incendio en el Alt Empordà. Allí se conocieron, en un intento de levantamiento de los cadáveres que no fue posible –entre otras cosas, porque ya no estaban– y jugándose la vida, atrapados en una zona en llamas, en un incendio forestal muy virulento empujado por la tramontana.

El embalsamamiento de Dalí

El capítulo Atrapados al infierno resume, en solo cuatro páginas y media, una historia trepidante que se leería sin respirar si no fuera porque ya se sabe que acabó bien. Todo el libro es así, píldoras breves en las que no sobra nada. Con perlas como por ejemplo los dos capítulos dedicados a Salvador Dalí: el que recuerda el embalsamamiento, en 1989, y el que relata la exhumación del cadáver, en 2017, para extraerle las piernas y hacer pruebas de ADN por orden judicial, para dar respuesta a la demanda de paternidad de Pilar Abel, que levantó mucha expectación mediática pero que quedó en nada. Como que la prueba dio resultado negativo, el día que le volvieron a poner las piernas al cadáver embalsamado, el 15 de marzo de 2018, solo Tura Soler lo siguió como periodista. «Me sorprendió que nadie más tuviera interés por aquel re-entierro de Dalí», recuerda.

«De hecho, hay muchos más casos que hemos vivido juntos, como el secuestro de Maria Àngels Feliu, el del descuartizador de Sant Pere Pescador o el del asesino de niñas y mujeres de Sant Hilari Salalm, Josep Talleda. Y siempre hemos conseguido no curzar ninguna línea roja, haciendo de equilibristas, para que la administración de justicia no nos abriera diligencias para vulnerar ningún secreto de sumario. Muchas veces Bardalet decía más con el que no decía que con el que decía», explica con socarronería la periodista, en conversación con El Món.

Un prólogo imprescindible

Rigor mortis se distingue otras obras por muchas cosas, una de las cuales es un prólogo imprescindible. Firmado por el mismo Bardalet, concentra en cinco páginas la historia de la medicina legal catalana de los últimos cuarenta años, en un trayecto desde la oscuridad, con unas condiciones de trabajo infrahumanas haciendo autopsias en recintos insalubres, hasta la situación actual, con salas modernas, con neveras para conservar los cadáveres, el instrumental necesario y la coordinación del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Cataluña. Antes de que se pusiera orden, se encontraban haciendo las autopsias en los pueblos donde se producían las muertes fuera como fuera, aunque no hubiera las condiciones.

Bardalet recuerda el caso de un compañero que tuvo que salir corriendo cuando entró en la cámara de un cementerio donde le esperaba un cadáver y lo encontró rodeado de una nube de abejas. «A veces tenías que compartir la sala con el alguacil y el enterrador del pueblo. Allí no había frigoríficos, y tenías que poner el muerto junto a las herramientas, la azada, el cortacésped… Eran auténticos trasteros, sin ningún tipo de condiciones higiénicas. La autopsia la tenías que hacer sobre una piedra, y te tenías que llevar los instrumentos mal lavados (…) El forense solía acabar lavándose las manos en el bar del pueblo«, describe.

Un «filósofo» de la vida y de la muerte que siempre se ha hecho escuchar

Para Tura Soler, la compilación de casos del forense Narciso Bardalet es un testigo de cómo «en relativamente pocos años ha cambiado todo radicalmente en la medicina legal, igual que los periodistas han pasado de la Olivetti a Twitter».

El sentido de explicar este fragmento de historia a través de las peripecias de este forense se encuentra, según la autora, en «la personalidad» de Bardalet. «Siempre ha sabido hacerse escuchar. Aparte de ser una especie de filósofo de la vida hablando de la muerte, siempre ha tenido esta habilidad de hacer estas pausas dramáticas cuando habla, incluso exponiendo dictámenes en los tribunales, que le daba proyección pública en épocas en las que no había redes sociales. De hecho, Narcís ahora apenas se ha puesto Whatsapp, pero toda la vida se ha comunicado bien sin necesidad de tecnología. Por su manera de ser», sentencia la periodista.

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