El paso de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) hacia los estudios postobligatorios, tanto sea a bachillerato como cualquier grado mediano de Formación Profesional (FP), es uno de los momentos cruciales de la etapa educativa de los alumnos de Cataluña, puesto que es la primera vez en su vida estudiantil en que hay que hacer frente al reto de escoger como quieren encaminar su futuro. Es un momento, pues, donde el abandono escolar prematuro se dispara. De hecho, según datos del Departamento de Educación, en manos de la consejera en funciones Anna Simó, del año 2020, el 12,5% de los estudiantes matriculados a 4.º de ESO que los correspondía hacer el salto educativo no transitó hacia la postobligatoria. Traducido en cifras, 9.905 jóvenes ni siquiera llegaron a matricularse a bachillerato o ciclos formativos. Varios expertos consultados por El Món aseguran que la elección de los estudios posteriores a la secundaria de los estudiantes está directamente condicionada por «muchos factores» y, a menudo, relacionada con la experiencia vivida durante la ESO. Uno de los puntos que más influye en esta elección, según apuntan, son los «estereotipos» que se crean en las agrupaciones por niveles, es decir, los pequeños grupos que se forman en algunos centros de secundaria donde se diversifica el currículum educativo para adaptarlo a los ritmos y necesidades de los alumnos y, teóricamente, facilitar el aprendizaje.
Los expertos consideran que el principal problema es que los grupos se adaptan «a la baja» en términos de contenido, puesto que, en lugar de «individualizar» la atención del alumnado, se tiende a la «simplificación y empobrecimiento» del currículum: «Los agrupamientos por niveles acaban perjudicando los alumnos que tienen más dificultades», asevera Judith Jacovkis, profesora del Departamento de Didáctica y Organización Educativa de la Universitat de Barcelona (UB) y miembro de los grupos de investigación Averigua y GIBAS (Globalización, Educación y Políticas Sociales). Para la experta, esta segregación por niveles -fundamentados en los resultados del alumnado-, a pesar de que está hecha con buenas intenciones, condiciona directamente las «expectativas» de futuro de los estudiantes: «Si siempre te han dicho que te van mal las matemáticas, ya no querrás seguir intentándolo», apunta. Una idea muy similar a la que expresa la profesora del Departamento de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Aina Tarabini, que considera que la elige de los estudios postobligatorios mantiene una relación «circular» entre «la experiencia personal» del alumno, tanto con los resultados como con los métodos de aprendizaje, y sus «condiciones socioeconómicas».
Tarabini asegura que los grupos de bajo nivel se apuesta mucho por un trabajo más práctico y con un temario simplificado, cosa que se acaba convirtiendo en una etiqueta para los alumnos porque «el conocimiento teórico tiene más prestigio»: «A pesar de estar pensados para adaptar los aprendizajes a la diversidad, los alumnos perciben la agrupación por niveles como un poderoso mecanismo para diferenciar entre formas de conocimiento teórico y práctico, que después abrirá diferentes oportunidades de transición a la educación postobligatoria», apunta la experta.

Encasillar los alumnos en itinerarios
En este sentido, el profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Jordi Perales, y coincidiendo con las otras dos expertas, cree que este tipo de segregación por niveles encasilla los estudiantes en un perfil de bachillerato. Es decir, que a los que no les gustan las matemáticas optan directamente para escoger el itinerario humanístico: «Es un pez que se muerde la cola», asevera el profesor colaborador. Para Tarabini, además de dirigir los alumnos hacia unos itinerarios en concreto en función de sus notas, este modelo también condiciona qué alumnos aspiran a llegar al bachillerato: «He oído muchas veces estudiantes que, como que siempre han sido clasificados en grupos bajos [de nivel], no se plantean poder hacer un bachillerato o ciclo formativo y acaban renunciando«, argumenta la profesora de la UAB, que cree que «el estereotipo» que se genera sobre los alumnos marca su «identidad» estudiantil.
En cambio, para Judith Jacovkis, pero, estos estereotipos no solo condicionan el abandono escolar prematuro, sino que también influyen en cómo encaran la enseñanza los jóvenes que deciden continuar estudiando. Para la experta, los alumnos que siempre han sido encasillados en los grupos de nivel más bajos tienden a desestimar llegar a bachillerato y optan para hacer un ciclo mediano porque tienen la sensación que «es más sencillo». Una creencia que, tal como asegura, es totalmente errónea: «Esta manera de pensar condicionada por la en torno a los alumnos repercute en las formaciones profesionales, puesto que los mismos profesores tienen que hacer más esfuerzos al cambiarlos la perspectiva», asevera.
A este acondicionamiento, Aina Tarabini lo denomina «el efecto compañero». Es decir, que las relaciones sociales que crean los alumnos en la escuela modelan la identidad de los jóvenes e interfieren directamente en la concepción que se crean de los diferentes tipos de estudios. De hecho, la experta considera que las elecciones de estudios postobligatorios reflejan «la posición social» de los alumnos: «Normalmente, las personas que escogen un itinerario artístico es porque tienen una familia conectada con el mundo del arte. Otros lo descartan porque lo desconocen, pero quizás sí que los interesa. Hasta que no lo pruebas, nunca sabes si es realmente el que te gusta», argumenta. Esta situación, pues, ayuda a encasillar los alumnos en ciertos itinerarios y perpetuar el estereotipo de los estudios.

La carencia de información y orientación dificulta la elección de los estudiantes
A banda, los tres expertos también apuntan que «el bachillerato es la elección por defecto» de los alumnos porque desconocen otras alternativas de educación postobligatoria. «Uno de los grandes problemas que tiene el sistema educativo es que se orienta los alumnos al final de su etapa a secundaria», apunta Jordi Perales, que considera «fundamental» empezar a informar los estudiantes sobre las opciones que pueden escoger desde medios de la ESO: «Muchas veces los alumnos se van directamente al bachillerato porque no saben que más hacer. No tendría que ser un estudio refugio», asevera.
En este sentido, tanto Tarabini como Jacovkis alertan que la información que se da a los alumnos sobre las opciones de futuro -estudiantil- que tienen son «sesgadas» y «tardías» para encaminarlos hacia el bachillerato. El principal motivo por el cual muchos estudiantes se decantan por el bachillerato sin poner sobre la mesa la opción de hacer una formación profesional es, según aseguran, que «el conocimiento teórico está más prestigiado que el práctico», cosa que empuja algunos alumnos hacía descartar estudios de este tipo. Para resolver esta situación y «equilibrar» la educación postobligatoria, consideran que hay que «incrementar el número de alumnos en plazas públicas de grado mediano», que todos los centros de secundaria obligatoria, bachilleratos y formaciones profesionales dispongan de un «plan de orientación» que ofrezca toda la información necesaria sobre «las competencias y herramientas» para que los alumnos puedan tomar las decisiones «más acertadas», y que los servicios municipales de orientación se coordinen con los centros educativos. «Hay que desplegar más recursos para garantizar que los jóvenes tomen las decisiones que más los convengan», asegura la profesora de la UAB.
Jordi Perales también cree que hay que «mejorar» el seguimiento que hacen los tutores de los estudiantes, puesto que de este modo se puede aconsejar adecuadamente al alumnado: «Los tutores cambian cada año [en buena parte de los centros, pero no en todos] de alumnos, cosa que dificulta que se establezca una relación profunda con los estudiantes», argumenta. Para revertir esta problemática, el experto considera que sería más positivo cambiar las tutorías «cada dos años». Así pues, los tres expertos coinciden que hay que paliar las carencias en la orientación educativa para garantizar que los alumnos dispongan de todas las herramientas a su alcance para hacer la tría más conveniente para su futuro en función de sus intereses, y que hay que actuar en consonancia a las «expectativas» que los docentes depositan en los estudiantes para romper con los estereotipos que condicionan las elecciones de estudios postobligatorios del alumnado.