Esta tarde, en la librería Ona de Barcelona no cabía un alfiler. Todo por una presentación de un libro de… 1978. Pero la gracia, el gancho y el truco del éxito ha sido el autor de la obra, el presidente Jordi Pujol. Se trata de la obra Des del Turons a l’altra banda del riu que ha reeditado, al cuidado de Joan Safont, la editorial Comanegra y también presentada por Montserrat Dameson. Una presentación propia de aquello que se ha convenido en bautizar como «Catalunya
Es curioso como actual exsecretario general de Junts, antiguamente relacionado con ICV, preso político por independentista, como Jordi Sànchez compartía aforo con Quim Nadal i Carles Campuzano, dos consejeros de ERC que no tienen el carné de ERC, pero que han visto la luz del Palau que les ha encendido el presidente Pere Aragonès. Y, a todo esto, el abogado de la infanta española Miquel Roca, de pie, y el expresidente del Barça, Joan Gaspart, sentado en la escalera, o exescoltas que no han perdido compás y todavía se colocan donde se tienen que colocar. Esto solo puede pasar en Cataluña y esto parece que solo lo puede conseguir el presidente que muchos consideraron «caído», otros que no había para tanto y tantos otros que no lo perdonaron porque están convencidos de que no le tenían ni le tienen que perdonar de nada.

«Me tienta la tristeza pero el país es vivo»
La tarde de hoy no ha servido para hacer un discurso para enmarcar. No hacía falta. Al final, nadie más que su hijo pequeño, Oriol, le reclamaba. A pesar de la destreza para darle a la vuelta a la situación cuando, al comienzo de la presentación, había perdido las gafas. Pujol ha empezado haciendo de presidente Pujol. Aquel líder nacional de cuando la Generalitat hacía cosas y relato, o relato a través de hacer cosas. Cuando la política no era Instagram, no se imponían las tesis de los politólogos ni la lacra de los
De hecho, la presentación era una concelebración. Un regreso que, para muchos, reivindica su figura y su legado, y Pujol ha puesto la barrera para que no se confundiera el acto con un funeral en vida. Cómo decía uno de los más asistentes más trapaceros, pillos y perspicaces, «la Audiencia Nacional espera que se muera, y no se morirá». Y de acuerdo, si bien hacer hablar hoy al presidente es como hacer cantar un rock a Elton John, el hombre también tenía su derecho a intentar probar el bálsamo de cierto reconocimiento. De ahí que haya querido mostrar que ahora su vida es dura, pero sobrevive a raíz de «la esperanza». «Me tienta la tristeza, pero el país está vivo y eso me da esperanza», ha sentenciado.

Autocrítica abierta
El presidente ha hecho una comparativa entre la época en que escribió el libro y la actualidad, siguiendo la línea roja que ha dejado la rendija de la Guerra Civil. Pujol ha recordado que antes del final de la guerra ya se sabía que ganarían los franquistas y el país resistió. Con la llegada de la democracia, no obstante, continuó la «brutalidad» sobre todo en los 90 de batallar contra la «identidad, la cultura y la conciencia de país». «Ahora también tenemos ‘la obligación básica’ como país de volver a la idea de un solo pueblo. Es difícil, pero lo tenemos que hacer, y lo tenemos que hacer con una gran convicción», ha señalado para recalcar que en el proyecto también tienen que estar los que «llegaron anteayer».
«Tenemos que llevar a cabo una acción para recuperar Cataluña, su identidad, las instituciones, la lengua y la cultura; sí, lo tenemos en marcha, pero no muy en marcha», ha detallado. Pero ha exigido que, ante el país «presionado», la obligación es «volver a salir adelante». Así, ha admitido que en la prisión pensó que «había fallado ante lo que se esperaba» de su generación, pero hacía falta y hay que encontrar los «efectos positivos». «Hay que vencer viejas taras del país», ha concluido. Pujol se ha reeditado a él mismo, sin aspavientos, con cierto ademán calvinista y reivindicando una generación de catalanismo que aguantó el callejón sin salida casi como una obligación moral del país. Pujol no se lame las heridas, ni profetiza, sino únicamente (y sin decirlo) reivindica que no lo juzguen por un final todavía por aclarar.

Todo el mundo estaba invitado
La librería Ona, propiedad del productor televisivo Tatxo Benet, se ha quedado más que pequeña para la presentación, que ha tenido que habilitar un streaming e instalar pantallas en toda la librería. Nombres de la vieja guardia pujoliana, pero también parte de un público joven, han ido escuchar al presidente Pujol. Entre las sillas, en las escaleras y de pie se encontraban el presidente Artur Mas, la presidenta Nuria de Gispert, los exconsejeros Santi Vila, Jaume Giró, Lourdes Ciuró, Miquel Buch, Francesc Homs, Boi Ruiz, Quim Forn, Meritxell Borràs, Pere Macias, Josep Rull, John Williams Carnes, Meritxell Budó o Jordi Ciuraneta. Es decir, miembros de la antigua Convergència que la implosión política los ha llevado a los caminos inescrutables de la vida a través otras formaciones. También se han dejado ver David Madí; el exdirector general de la Policía, Manel Prat, el presidente del Colegio de Médicos, Jaume Padrós, el analista Sergi Sol, el alcalde de Martorell, Xavier Fonollosa, el histórico corresponsal del Oriente Medio, Tomàs Alcoverro, el exdirector de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, Joan Granados, el secretario general el cofundador de la Plataforma por el Derecho a Decidir, Manuel Vila, uno de los líderes del sector crítico de Unión, Carles Puigdemènech, o exescoltas como el veterano Francesc Camprubí y otros que todavía están de servicio pero que habían servido en sus filas. Y, por supuesto, casi todos sus hijos.
