Lucharon junto a EE.UU. para derrotar al Estado Islámico. Han sido víctimas de la represión sistemática del gobierno turco. Dieron al mundo a Saladino, el líder islámico que reconquistó Jerusalén. Y hoy son el pueblo sin estado más numeroso del planeta: los kurdos, una nación de 40 millones de personas dividida entre cuatro estados.

En un territorio entre Irán, Irak, Turquía y Siria, se encuentra la región geográfica definida como el Kurdistán, es decir, la tierra de los kurdos. Su origen es poco conocido, pero se cree que los primeros kurdos habitaron la región mesopotámica durante siglos, donde conformaron tribus nómadas de montaña que vivían del pastoreo. Actualmente, se calcula que hay entre 36 y 46 millones de kurdos repartidos por la región, mientras que otros constituyen comunidades de la diáspora en Europa y en países de la antigua Unión Soviética. Su lengua, el kurdo, es hablada por casi 25 millones de personas.

Con el anuncio de la disolución del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) este lunes, se abre un nuevo capítulo en la lucha por las aspiraciones soberanistas del pueblo kurdo. Ahora, sin el grupo que durante cuarenta años ha sido el máximo exponente de la resistencia contra la represión kurda y un ejemplo para muchas otras causas nacionalistas en todo el mundo. Es la actual encrucijada del recorrido histórico de un pueblo que, en sus propias palabras, “no tiene amigos más allá de las montañas”.

Una historia de persecución

Con la llegada del siglo XX, los movimientos nacionalistas ganaron fuerza en Oriente Medio. Turcos, árabes, persas, armenios y azeríes reivindicaban sus propios proyectos nacionales tras siglos de subyugación por parte del Imperio Otomano. En el caso de los kurdos, la partición de las regiones donde tradicionalmente se habían asentado por parte de los estados vecinos, sumada a la influencia de intereses británicos, estadounidenses y soviéticos en la región, tuvo un papel clave en la difusión del sentimiento nacionalista.

Al terminar la Primera Guerra Mundial, sin embargo, ninguno de los grandes acuerdos internacionales supo encontrar una solución a las reivindicaciones kurdas. No se previó ninguna disposición para un referéndum, y las esperanzas de conseguir un estado independiente se desvanecieron. Aun así, durante el periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial, el pueblo kurdo luchó por su autonomía mediante diversas campañas de guerrilla, que fueron reprimidas con fuerza y abocaron a la minoría a una represión cada vez más intensa.

Cerimònia d'enterrament a Barzan, una vila kurda al nord de l'Iraq. El règim liderat per Saddam Hussein va deixar almenys 182.000 morts i el 90% dels pobles kurds destruïts. / Europa Press / Ismael Adnan
Ceremonia de entierro en Barzan, una villa kurda al norte de Irak. Durante el régimen de Saddam Hussein, al menos 182.000 kurdos fueron asesinados, y el 90% de sus pueblos quedaron destruidos / Europa Press / Ismael Adnan

La creación de nuevos estados en el contexto de posguerra supuso una división aún mayor. Esta vez, seis naciones diferentes se repartieron lo que había sido el territorio histórico kurdo: Turquía, Siria, Irak, Irán, Armenia y Azerbaiyán. A partir de ese momento, las experiencias soberanistas tomaron caminos diferentes en función del país que los acogía. Los kurdos de Irán lograron formar su propia provincia, mientras que en el otro lado de la moneda, los de Irak y Siria sufrieron matanzas y persecuciones por parte de los respectivos gobiernos. Muchos huyeron a Turquía, donde tampoco fueron bien recibidos: el gobierno los designó como «turcos de montaña», y prohibió desde su lengua —presentada como un dialecto del turco— hasta su ropa tradicional.

Auge y caída del PKK

Esta nueva ola de discriminación acabó catalizando, tras muchas rebeliones frustradas, la creación del PKK –en 1978 por Abdullah Öcalan–, una organización marxista con el objetivo de crear un Kurdistán independiente. El PKK se distinguía por una base social proveniente de las clases más humildes y por defender el uso de la fuerza contra aquellos que obstaculizaban el logro de sus aspiraciones soberanistas. Como consecuencia, la actividad del PKK desembocó rápidamente en una situación de guerra virtual en el este de Turquía, donde los actos de terrorismo y de guerrilla contra funcionarios del gobierno y colaboracionistas kurdos se volvieron habituales. Pero con el encarcelamiento de Öcalan, en 1999, el PKK comenzó a reconfigurar sus objetivos. Desde la prisión, Öcalan articuló una nueva teoría política que abandonaba el concepto de estado-nación como solución a la cuestión kurda y defendía, en su lugar, la autoadministración a escala local. En otras palabras, sustituía la independencia por una autonomía dentro del estado turco.

Protesta en Roma para conmemorar el 26º aniversario del encarcelamiento del líder del PKK, Abdullah Öcalan / Marco Di Gianvito / ZUMA Press Wire

La cuestión kurda ha permanecido estancada desde entonces. En 2009, el gobierno turco y el PKK llegaron a un alto el fuego e iniciaron unas rondas de paz que, con Recep Erdogan ya al frente del ejecutivo, acabaron colapsando. En cuanto a las otras realidades kurdas, el panorama tampoco era muy esperanzador. El momento más álgido se dio en Irak, cuando el año 2017 tuvo lugar un referéndum por la independencia del Kurdistán iraquí. A pesar de obtener un 92,73% de votos a favor de la vía soberanista, el resultado no fue aceptado ni por Bagdad ni por ninguna de las otras naciones con población kurda, y supuso la pérdida de territorios kurdos en manos del ejército iraquí.

El año pasado, el derrocamiento de Bashar al-Assad en Siria por parte de rebeldes que tenían apoyo de Turquía acabó de empujar a los kurdos a buscar una salida pacífica al conflicto. Jordi Vàzquez, experto en nacionalismos y fundador del Comité Catalán de Solidaridad con el Kurdistán (KurdisCat), lo contextualiza: «La nación kurda se encuentra sola en medio de un entorno dominado por potencias altamente militarizadas. Mientras estas mantenían un pulso multipolar, el movimiento kurdo ha ido fortaleciéndose. Pero ahora el equilibrio se ha roto, porque Irán ha perdido influencia en Gaza, Hezbollah ha colapsado en el Líbano y, en Siria, la caída de Al-Assad ha sido un golpe definitivo.» Así, el gobierno turco puso sobre la mesa la disolución del PKK y, tras una serie de conversaciones entre ambas partes, Öcalan emitió una declaración histórica en la que afirmaba que el PKK se había vuelto redundante y pedía su disolución. Dos meses después, su llamado se ha materializado, y el PKK ha puesto punto final a un conflicto que se ha extendido durante cuatro décadas y ha cobrado la vida de 45.000 personas.

Kurds iraquians durant  una cerimònia religiosa. / Europa Press / Ismael Adnan
Kurdos iraquíes durante una ceremonia religiosa / Europa Press / Ismael Adnan

Joost Hiltermann, director del programa de Oriente Medio y Norte de África del think tank International Crisis Group (ICG), enumera en conversación con El Món los cuatro motivos principales que han propiciado el fin de la organización: “Primero, a escala global, EE.UU. no estaba dispuesto a apoyar a los kurdos —ni a nadie en el mundo— si esto no servía directamente a los intereses estadounidenses. Segundo, a escala regional, los kurdos en Turquía ya no tenían el apoyo de estados de la región que en el pasado aún habían llegado a tener. Tercero, internamente, los kurdos están divididos; de hecho, dentro del PKK hay al menos dos facciones que compiten entre ellas. Y cuarto, creo que el mismo Öcalan, que lleva ya 25 años encarcelado, necesita establecer un legado que dé sentido a su final, por decirlo de alguna manera, en lugar de ser recordado solo como un preso político kurdo.”

¿Dónde queda ahora el proyecto soberanista?

Las declaraciones de los líderes del PKK en su último congreso de este lunes han planteado el debate de si esto significa un final para el proyecto soberanista o, más bien, un cambio de paradigma. “Desarrollaremos un nuevo proceso basándonos en nuestro legado. No es un final, sino una nueva forma de abordar la libertad de nuestro pueblo y de los pueblos de la región”, aseguraba un miembro del comité ejecutivo del partido, añadiendo que “se pondrá más énfasis en la política democrática”. En este sentido, Hiltermann observa que “ya hay representación kurda en el parlamento turco y, sin un brazo militar detrás, se espera una mayor tolerancia con estos políticos. Antes, Turquía a menudo los vinculaba con el PKK y los encarcelaba.” Vàzquez, por el contrario, considera que abandonar la vía militar —que hace tiempo que es estrictamente de autodefensa— no es la decisión más acertada. «Hay una frase que lo resume: un kurdo desarmado es un kurdo muerto. El PKK no ha entregado las armas, ni las entregará si Turquía persiste en agredir a la población kurda. Por tanto, el conflicto militar quizás se desescalará, pero ni mucho menos ha finalizado«, advierte.

La bandera kurda oneja sobre una estàtua de Mustafa Barzani, figura clau del nacionalisme kurd a l'Iraq.
La bandera kurda ondea sobre una estatua de Mustafa Barzani, figura clave del nacionalismo kurdo en Irak / Europa Press / Ismael Adnan

Una de las grandes incógnitas es si los kurdos se verán beneficiados por reformas políticas y culturales de algún tipo, cuestión que genera discrepancias entre los expertos. Hiltermann considera que «teniendo en cuenta que se debe llegar a un acuerdo en cuestiones importantes como el desarme de toda la organización, sería lógico ver concesiones de derechos por parte del gobierno turco a la población kurda. Ahora bien, con el PKK disuelto, no existirá la misma presión para forzar estos cambios”. En cambio, el razonamiento de Vàzquez es bastante menos esperanzador: no habrá ningún beneficio real para la minoría kurda. «El estado turco no acepta la misma existencia de los kurdos. El máximo favor puede ser una reducción limitada de la brutal presión que esta minoría sufre, como ahora cargos electos destituidos arbitrariamente, libros de texto confiscados, editoriales cerradas y decenas de periodistas encarcelados», remarca el fundador de KurdisCat.

Sea como sea, con este viraje democrático el PKK deberá intentar satisfacer unas aspiraciones kurdas que destacan por su diversidad. “Para algunos, el objetivo es un estado independiente. Para otros, es suficiente con una autonomía. Hay incluso quienes se conforman con un sistema federal”, expone Hiltermann, recordando que esta es solo la radiografía actual, susceptible de cambiar de la misma manera que se ha ido modificando en el pasado. Además, cabe recordar que la realidad kurda en Turquía no es la misma que en Irán o Irak. “Mientras haya población kurda, aunque esté dividida entre cuatro países, habrá sentimientos favorables a una entidad que incluya a todos los kurdos. Por tanto, las aspiraciones soberanistas de los kurdos no desaparecerán por el hecho de que el PKK —que es un partido importante, pero solo uno entre muchos— haya decidido apostar por la política en lugar de la lucha armada”, concluye el experto.

Un home kurd sosté una torxa de foc i una bandera kurda durant les celebracions del Nowruz, l'any nou persa. / Europa Press / Ismael Adnan
Un hombre kurdo sostiene una antorcha de fuego y la bandera del Kurdistán durante las celebraciones del Nowruz, el año nuevo persa / Europa Press / Ismael Adnan

Como una de las encrucijadas de Oriente Medio, el Kurdistán ha sido el hogar de cuestiones identitarias de todo tipo. Numerosas etnias se han asentado allí —persas, árabes, armenios, asirios, chechenos— y han combatido por sus propios objetivos nacionales. Al mismo tiempo, diversos invasores extranjeros han intentado ahogar a la inalcanzada nación, desde los persas y los mongoles hasta Alejandro el Grande o los EE.UU. de George Bush. En todos los casos, el pueblo kurdo ha resistido ante los intentos de imposición de culturas e identidades ajenas, convirtiéndose en un ejemplo de resiliencia para muchas otras luchas identitarias. Hoy, pese a las renuncias y las transformaciones, su anhelo de libertad continúa vivo, esperando un nuevo escenario donde, finalmente, pueda florecer una identidad que nunca se ha dejado conquistar.

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