El periodista, escritor e historiador Jaume Clotet (Barcelona, 1974) encara la fiesta de Sant Jordi de este año con la segunda edición de ‘La germandat de l’Àngel Caigut’ (Destino), un thriller de misterio con elementos históricos que le ha valido el premio Josep Pla 2024. Licenciado en periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) e historia por la Universitat de Barcelona (UB), el escritor sarrianenc ha andado entre la política y los medios de comunicación, ejerciendo de jefe de redacción de político en el diario Avui, y colaborando en varias ocasiones en varios medios, como l
A pesar de que no es muy común ver novela histórica, esta obra ha estado todo un éxito. ¿Por qué atrae este género?
Es cierto que no se hace especialmente, pero sí que es innegable que la novela histórica atrae. Tengo la sensación que, durante décadas, la literatura catalana se ha dirigido a grandes minorías, es decir, que hay géneros en catalán que no se han hecho suficientes libros. Por ejemplo, por qué no hay mucha novela romántica en catalán a pesar de que funciona muy bien? El mismo pasa con la novela negra. Consumimos mucha obra de este género de Escandinavia porque no tenía que aquí, pero los catalanes somos como el resto de la gente y también queremos consumir esta tipología de novela. Ahora bien, no siempre se acaban haciendo para que hagamos literatura en catalán dirigida a minorías.
¿Tiene algo a ver con el carácter catalán?
Creo que a veces nos sentimos una minoría y, incluso, elitista, porque pensamos que algunas obras no hacen por nosotros. Pero esto no es cierto, el que gusta a otros lugares también gusta en Cataluña. Entonces, por qué no lo hacemos en casa nuestra? Considero que tenemos que huir del sentimiento de sentirnos una minoría y hacer más de todo.
¿Es por eso que ha querido situar la novela a Montserrat?
Si quería situar la obra en Cataluña y hablar de la iglesia, el escenario más indicado era Montserrat. A pesar de que es innegable que hace cierto respeto, puesto que es un espacio donde todo el mundo ha ido alguna vez en la vida, si quería que apareciera un monje a mi novela tenía que ser de allá o de Poblet, y me resultaba más significativo que fuera de Montserrat porque es más conocido, más significativo. También es verdad que, al situarse en una institución de esta magnitud, estás más expuesto a críticas, del mismo modo que si haces una novela sobre un asesinato al vestuario del Barça, pero hay que aprender a lidiar con las opiniones discordantes.

¿Es por este miedo a las críticas que se hace menos literatura?
Puede ser, y creo que es extrapolable en Cataluña y a todas las formas artísticas. Por ejemplo, si introducimos la palabra ‘Barcelona’ en el buscador de Netflix encontraremos unos cuántos resultados, pero ni mucho menos los mismos que vemos si buscamos ‘Seúl’ o ‘Nueva York’. Considero que no es normal que una ciudad mundialmente conocida cómo Barcelona, que acoge cada año miles de visitantes, que es un referente gastronómico, cultural, arquitectónico, con unas grandes condiciones climáticas… tenga tan poca presencia literaria como epicentro de una obra. Se pueden situar millones de historias. De hecho, mi novela podría pasar en Nueva York sin ningún tipo de problema, pero pasa en Cataluña porque soy de aquí y creo que, como en mi caso, habría que hacer muchas más novelas que transcurran en casa nuestra.
En ‘La germandat de l’Àngel Caigut’ aparece un monje y una agente del cuerpo de Mossos d’Esquadra, pero el gran protagonista de la historia es el mal.
En la novela me gusta mucho el punto de equilibrio que se crea entre el monje y la moza, pero efectivamente el gran protagonista de la trama es lo mal, a pesar de que de entrada no lo había planteado de este modo. Por si, es cierto que acaba siendo un protagonista presente y ausente en el mismo momento. Es un hilo conductor, que estaba pensado cómo lo detonante de la historia, que ha acontecido un protagonista principal, porque lo mal está presente en nuestra sociedad cada día.
¿Tenemos que normalizar el mal, pues?
Más que normalizarlo, tenemos que entender que siempre está presente, porque todos hemos hecho cosas mal hechas en algún momento de nuestra vida. Creo que esto lo veríamos muy claro si, ahora mismo, en Cataluña hubiera una gran catástrofe, como por ejemplo que nos quedáramos sin comer o agua. No actuaríamos ‘mal’ para cubrir nuestras necesidades? No participaríamos de un saqueo en un supermercado si nos fuera la vida? Qué habríamos hecho en 36 en la Alemania nazi? Qué haríamos ahora en Siria si fuéramos militares? Es muy fácil asumir un rol crítico con el mal visto desde fuera, pero se complica cuando te encuentras dentro. Plantarse contra el mal es un gran acto de valentía.
Es decir, que el fin puede llegar a justificar los medios.
En cierto modo, quizás tendemos hacia esta premisa como sociedad. Pero, creo que tenemos que entender que no todo es blanco o negro, una cosa que se puede ver en la Guerra Civil Española: el bando franquista, los malos, el republicano, los buenos. Hasta aquí creo que estamos todos de acuerdo. Ahora bien, una vez dentro de cada bando, nada es tan sencillo. A veces, creo, que es más fácil dejarse llevar por el mal que hacerle frente…

Una situación extrapolable a la política.
En política creo que es más fácil detectar el mal, porque es muy visible. Los políticos están constantemente presentes en Twitter y se enfrentan a las comisiones de control del Parlamento, a las judicaturas… Un político que hace mal las cosas, normalmente lo acaban pillando. Es cierto que hace 20 años era más difícil, pero hoy en día, con todos los mecanismos que existen, es más fácil de ver. En democracia, es muy difícil hacer el mal en la política.
Pero, si la sociedad se ha adaptado a los nuevos mecanismos de control para continuar haciendo lo mal, ¿no ha pasado el mismo en la política?
Seguro, pero creo que el sistema siempre se protege más. El mal está en lugares donde se ve menos, como en las grandes empresas, los grupos mediáticos fuertes, donde no se sabe quienes realmente manda. Allá es donde rae el poder. A pesar de que el poder es muy diverso y también es a la política, seguramente está más poderoso el presidente del Barça que el mismo presidente de la Generalitat. Al haber controles y democratizarlo, el poder político pierde bastante.
Es decir, que las grandes empresas tienen más poder que los políticos.
Creo que el poder político está acomplejado. No es consciente del poder que tiene la institución pública. Tendrían que ser más conscientes que ellos son quienes tienen los votos y, por lo tanto, mucha legitimidad. Los otros agentes también tienen mucho poder, pero no sé hasta qué punto tienen tanta legitimidad. Ahora bien, están acomplejados, tienen pánico escénico a que se los critique en las redes sociales, porque a veces toman decisiones condicionados por este factor, y tendrían que entender que tendría que ser a la inversa. Creo que es fundamental creerse el que defienden. Por ejemplo, por no hablar de los políticos de ahora, el presidente Maragall estaba muy convencido del que defendía, y Jordi Pujol también. Eran dos políticos con una personalidad marcada, y se notaba, porque si no te cogen la medida muy rápido, especialmente los medios de comunicación. Estamos en un momento de liderazgos líquidos, pero hacen falta liderazgos fuertes.
Además de la extrapolación del mal en la sociedad actual, en la construcción histórica de la novela también se pueden ver muchos símiles. ¿Esta era la intencionalidad durante el proceso de escritura?
A pesar de que no fuera una intención directa, hay muchos elementos a la obra que están relatados tal como los pienso. Por ejemplo, cuando aparecen los Mossos d’Esquadra, hay muchas cuestiones que están tratadas tal como me las han explicado amigos míos que forman parte del cuerpo, pero porque es imposible escribir una novela sin dejar que las vivencias y los conocimientos condicionen. Salen muchos elementos de mi familia y mi entorno más próximo, tanto con los Mossos como las personas que pertenecen a la iglesia. Yo tengo amigos que son monjes y que van en moto, como pasa en la novela. Hay que romper tópicos.

¿Por lo tanto, implícitamente la obra intenta romper estereotipos?
No de manera buscada, pero si es una situación que existe, ¿por qué no hablarla? Hay monjes que van en moto, y hay mujeres agentes de los Mossos, por lo tanto, la novela lo tiene que reflejar. Creo que el hecho más revolucionario de este libro es que pasa en Cataluña, y ya me está bien que sea así. La gente no se sorprendería si pasara en Nueva York, pero como que la historia transcurre a Montserrat y los personajes cogen el Cremallera, los lectores quedan más impactados. Tenemos que hablar más del que pasa en casa nuestra.
¿Por qué nos sorprende que un thriller de estas características pase en Cataluña?
Es por falta de autoestima. Podemos hablar del Barça, de la Sagrada Familia, pero preferimos emmirallar-noes con las historias de fuera. Y no solo en la literatura, costa más encontrar un restaurante de cocina catalana en Barcelona que uno de cocina peruana o de sushi, y tendría que ser a la inversa. Nos falta autoestima como catalanes.
¿Qué factores tienen que ver con esta falta de autoestima?
Creo que el turismo nos está diluyendo como identidad catalana. Andar por las Ramblas de Barcelona es como andar por Marsella. Por qué todo son los toros y el ‘flamenco’… No tiene ningún tipo de interés. Tenemos que sacar provecho nuestra identidad, nuestras costumbres y nuestra manera de funcionar. Y, de hecho, siempre que hablamos de Cataluña, lo hacemos en negativo… Nos exigimos demasiados y, incluso cuando ganamos, no lo sabemos celebrar. Tenemos que saber disfrutar de los éxitos y dejar de ponernos al dedo en el ojo constantemente. A pesar de que con la lengua tenemos mucho trabajo para hacer, con los años hemos conseguido pequeños éxitos… Hagámoslo valer.