El periodista Èric Lluent (Barcelona, 1986) decidió irse de Cataluña por la precaria situación del sector y acabó instalándose en Islandia, un país que quiere pero que describe como es, sin romanticismos ni idealizaciones en el libro que acaba de publicar, ‘Islandia, la isla del viento’ (Arapausa). Cita a El Món en la librería La Memòria de Gracia, donde, durante la entrevista, describe la dureza del país y las dificultades para acostumbrarse a su clima “brutal”. En el libro ‘Islandia, muestra el carácter optimista y resiliente de los islandeses y las herramientas que tienen para sobrevivir en una geografía tan extrema que en los últimos días está acaparando titulares por las erupciones volcánicas.
Si tuviera que definir Islandia con una palabra, ¿cuál sería?
Seguramente con la palabra ‘viento’, como en el título del libro (se ríe). El fuego y el hielo se ven de vez en cuando, pero el elemento que te acompaña siempre es el viento. Más allá del título, con una palabra es complicado definir la isla, pero con una frase diría que es un rincón perdido en medio del Atlántico con condiciones brutales.
¿El viento es lo que hace que haya este clima brutal como dice?
Para mí sí. Con las condiciones que vivimos actualmente, que tenemos agua caliente en las casas y que en los interiores estamos bastante cómodos, el elemento que reprime la vida social al exterior no es tanto el frío ni la oscuridad como el viento. Las temperaturas no son extremadamente bajas por las corrientes del Golfo de México, que hacen que en el sudeste, donde vive la mayoría de la población, haya una temperatura de alrededor de los cero grados en invierno. No son temperaturas muy extremas, pero lo que hace que la sensación de frío sea muy acusada y que la vida al exterior sea inviable es el viento.
¿Qué fue a hacer un catalán como usted a Islandia? ¿Qué hizo que se quedara?
Fue totalmente casual. Hace quince años que visité la isla por primera vez. Conocí a periodistas islandesas aquí, cuando trabajaba de jefe de prensa de la fiesta mayor de Gracia, y me invitaron a pasar el fin de año allí. A partir de aquí fue como una bola de nieve que se va haciendo grande. Me gustó mucho Islandia y empecé a ir en verano. Además, coincidió con la crisis económica. Durante unos años intentaba encontrar trabajo en verano para ganar un dinero y volver a intentarlo en Cataluña, pero me cansé de las condiciones de aquí, conocía gente allí y di el paso de irme en 2016. Encontré trabajo de guía en la capital y ya me quedé.

¿Vivir en Islandia es más duro de lo que la gente piensa?
Sí. Vivir en Islandia es muy duro por las condiciones meteorológicas y por la carencia de luz en invierno. También las dificultades propias de no vivir en casa. Hay gente que encuentra mucho a faltar la gastronomía del Mediterráneo, la manera de socializar… Hay un proceso de selección natural. Si pasas el primer invierno, si
¿Cómo tiene que ser el carácter de un extranjero para poder resistir estas condiciones tan adversas?
Los islandeses tienen muchos más recursos que los extranjeros, sobre todo para tomarse con optimismo la vida en general y no darle muchas vueltas a todos los problemas que pueden surgir o a las cosas que pueden pasar. Si te obsesionas con todo lo que puede llegar a pasar en la isla o lo comparas con otros países, cuando hay semanas con tormenta detrás tormenta acabas yéndote. Hay un optimismo que a veces se atribuye a cierta inocencia o actitud naif ante la vida, pero al final te das cuenta de que este no darle muchas vueltas al problema no es por carencia de experiencia, sino por todo el contrario, es un recurso de supervivencia.
¿Con el libro ha querido romper esta imagen idílica del país que tienen muchos catalanes que van ahí en verano y vuelven enamorados del paisaje pero sin ser conscientes de las dificultades de vivir en el país?
Sí, pero al final es normal. Hay libros que son cartas de amor a Islandia y que han sido escritos por periodistas que han ido unos días. La perspectiva de alguien que visita la isla por poco tiempo es la de un paisaje impresionante. Ya vas mentalizado, para el mal tiempo, porque sabes que será por un par de semanas. El impacto psicológico no es el mismo. El libro de John Carlin ‘Islandia el mejor país del mundo’ es un ejemplo de esta imagen utópica del país. Hemos construido como un cajón de sastre donde van todas estas ideas de Islandia como un país donde todo funciona bien. Cuando vives ahí ves que no es una sociedad perfecta ni mucho menos. También te das cuenta de que hay cierto sentimiento de inferioridad, porque es una nación muy pequeña.
Hay un discurso grandilocuente justamente para equilibrar la balanza y este discurso proyecta Islandia como un ejemplo internacional en muchos aspectos: cultura, medio ambiente, revolución… Siempre me ha sorprendido que desde el sur de Europa se vea Islandia como un referente de revolución cuando aquí hay protestas cada día. Si entendemos la historia de Cataluña y la de Islandia, se pueden inspirar mucho más los islandeses por las luchas catalanas que a la inversa. En cambio, durante la crisis económica presentamos Islandia como un referente absoluto. Sí que hicieron caer un gobierno, pero el primer ministro quería salir de aquel gobierno como fuera porque sabía que había un agujero de diez veces el PIB del país y solo cuatro años después volvieron a votar al mismo gobierno…

Comentaba que las relaciones sociales son muy diferentes de las mediterráneas. ¿El día a día también lo es?
Hoy en día tenemos que entender la diferencia entre la Islandia tradicional y la actual. La tradicional engloba los pueblos pesqueros, los ricos, y el campo. Ambas vidas son durísimas. Desde hace quince años mueren muy pocos pescadores, pero anteriormente morían cada año decenas. Ambas vidas representan la Islandia más tradicional y hoy en día son bastante excepcionales. Hay mucha más gente que tiene una vida urbana. En la capital todo está pensado a la americana, para tener coche e ir al centro comercial los fines de semana. Hay muy poca vida en el exterior, el interior es muy importante. La mayoría de interacciones sociales tienen lugar en el interior y esto hace que las fachadas de las casas sean muy sencillas, porque el exterior no tiene mucha importancia. El clima hace que no sea inteligente invertir muy fuera, en cambio, por dentro sí que están mucho más cuidadas porque la vida social tendrá lugar en el interior o bien, en el exterior, en las piscinas naturales de agua caliente.
La isla es noticia estas últimas semanas por las erupciones volcánicas y el hecho de que se haya evacuado una parte de la población. Esto ha coincidido con el lanzamiento del libro. ¿En la zona donde vive hay peligro inminente?
El problema está principalmente en Grindavík, un pueblo de unas 3.700 personas, y a sus alrededores. Todo lo que sería la península de Reykjanes se ha activado desde hace un par de años, cuando hubo la primera erupción en ocho siglos. El problema es que hace ocho siglos había cuatro granjas, ahora hay la gran capital muy cerca de la península, el aeropuerto internacional y otras poblaciones grandes. Hay una densidad de población, unos 30.000 habitantes, que antes no existía. Saben que cuando hay erupciones allí la actividad volcánica se alarga durante siglos, a pesar de que con pausas. Saben que no se parará y algunos de los sistemas volcánicos de la península pasan por debajo de la trama urbana de Grindavík y otros pueblos. De momento no hay actividad volcánica en la capital, pero podría pasar dentro de unos años. Ahora la situación está más calmada y parece que se ha solidificado el magma y ahora mismo no se espera una erupción. Los geólogos se ven forzados por la narrativa periodística y en dos semanas hemos escuchado todo tipo de versiones, por el que creo que es más prudente esperar.
En el libro hay una entrevista a una madre y un niño de Grindavík afectados por las erupciones. ¿Cómo viven ellos con esta amenaza constante bajo los pies?
La madre no había vivido este tipo de situaciones hasta ahora. Para que la gente de Grindavík saliera corriendo el 10 de noviembre, algo gordo tenía que estar pasando. Hay muchos videos que lo muestran. Ellos están muy acostumbrados a los terremotos, pero el 10 de noviembre sentían que el suelo se iba a abrir justo debajo del pueblo. En este caso se abrió una grieta que atraviesa todo el pueblo. La gente de allí, un 1% de la población, lo está pasando muy mal, pero en el resto de la isla la vida continúa normal. Lo peor es que es un desastre natural a cámara lenta, porque si hay un incendio o una inundación sabes el resultado, ahora esta gente tiene un dilema: si quedarse en sus casas o dejarlas. Esto con el condicionante que están pagando una hipoteca, pero aquellas casas ya no valen nada. Las tendrán que vender, si lo tienen que hacer, como mucho será por un 10% del valor que tenían antes.

¿Cuál es el peor escenario, en cuanto a las erupciones volcánicas, que puede suceder en los próximos meses?
Ahora estamos siguiendo la actividad de unos sistemas concretos que no son muy explosivos y que no serían muy peligrosos si no fuera porque están debajo de zona urbana. Un volcán puede ser poco poderoso pero estar bajo de una trama urbana y esto lo hace peligroso. El peor escenario para la península es que haya una erupción en medio de Grindavík o que afecte a la planta de energía geotérmica que hay allí y produce agua caliente y electricidad para 30.000 habitantes. Con este tipo de volcanes nunca se sabe por donde llegarán a la superficie. Por otro lado, en el sur de la isla hay volcanes muy peligrosos como el Katla, mucho más explosivos porque están bajo glaciares. Allí vive menos gente porque históricamente ha habido grandes desgracias vinculadas con los volcanes.
En entrevistas se ha mostrado crítico con los medios de comunicación por utilizar agencias y no tener gente que pise el terreno y explique las cosas con otra perspectiva. ¿Esto ha cambiado estas últimas semanas?
Creo que estamos perdiendo una oportunidad con todos los periodistas que han salido de Cataluña y que podrían, con no mucha inversión, dar un color diferente a la información tradicional. No es que sea crítico con las agencias, prefiero que las utilicen y que no me llamen para hacerme una entrevista de actualidad. A un periodista no le puedes llamar para hacerle una entrevista para saber qué está pasando. Me puedes entrevistar para saber cómo vivo en Islandia, por qué he publicado un libro… pero no puede estar a punto de haber una erupción volcánica y llamarme para pedirme una entrevista. Es la excusa para no pagar. Si quieren una crónica, que la paguen, porque tengo que ir allí, pagar la gasolina del coche y jugarme la vida acercándome a un volcán. Ya hace años que discuto porque esto no tiene ningún tipo de sentido. Por lo tanto, prefiero agencias al hecho de que me tomen el pelo, pero pienso que es una oportunidad perdida para los periodistas que están en todo el mundo y que podrían dar información sobre el terreno y con más rigor.