Seat es más que una marca de coches. La palabra Seat provoca en el imaginario de unas cuántas generaciones un seguido de evocaciones y de sentimientos muy diferentes, e incluso contradictorios, que van más allá del mundo estricto del automóvil. Ahora que los posicionamientos de Volkswagen han generado dudas sobre la continuidad futura de la marca y parece adivinarse un tira y afloja que les afectaría, puede ser el momento de recordar todo aquello que la Seat representó, evocó o encarnó durante unos años y que fue de una importancia y una potencia extraordinarias.
La Seat fue la bandera del
La Seat forma parte del sueño de unas clases medianas incipientes que se empezaban a ver las orejas y cargan el 600 con toda la parentela hacia playa, como la familia Ulises del

Y el hecho que en pleno franquismo una empresa pública tan potente se instalara precisamente en Cataluña ha colocado en el centro de los debates sobre la actitud del régimen respecto al país, donde el ejemplo de la Seat se ha usado en todas las direcciones. Por lo tanto, la palabra Seat tiene un abanico anchísimo de resonancias míticas, la mayor parte de ellas muy vinculadas al tiempo del franquismo y a los primeros tiempos de la Transición. Algunas, intentando entrar en los activos del franquismo. Otros, instalados claramente en sus pasivos. Después la Seat ha continuado siendo muy importante, económicamente y socialmente, pero muchas de estas connotaciones se han ido diluyendo y se mantienen solo en la memoria de las generaciones que las vivimos.
Con la sintonía del No-Do
En blanco y negro y con la sintonía del No-Do en el jefe, las imágenes del
La Seat, las imágenes del No-Do de la Seat, quieren ser la ilustración de un cambio de ciclo en la dictadura franquista. Franco recorre la fábrica de paisano. Para aquel acto no conviene ni el uniforme militar ni todavía menos la parafernalia estética fascistoide de los primeros años. Ahora toca la americana y la corbata, aunque el arzobispo vaya siempre al lado. La España franquista quiere salir de una imagen económica de país atrasado, anticuado, congelado por la guerra y la posguerra, agrario y desierto, y disfrazarse de país industrializado y moderno. Y políticamente deja de hacer ostentación de todo aquello que la agermanava con los regímenes totalitarios de derecha ya vencidos y empieza a poner los cimientos de la tecnocracia conservadora. Para el régimen, crear Seat es la señal de haber entrado en una época nueva. O cuando menos, la señal de haber cambiado de cara. O de haberla querido cambiar.
Seat es pues la bandera del
El 600 permite al régimen hacer a los ciudadanos una oferta de bienestar y de modernidad. O de apariencia de bienestar y modernidad. El coche permite el viaje, la salida, el veraneo. El Biscúter, el mini coche con motor de moto que fabricaban en Sant Adrià de Besòs, había sido un sucedáneo del coche. El 600 ya era un coche. Pequeño, pero un coche. El coche soñado. El coche rojo de la familia Ulises del
Gracias a esto, el 600 y los primeros Seats en general –pero el resto a cierta distancia- han alimentado lo que podríamos denominar como la nostalgia blanca del franquismo, presentado como el tiempo del
La Canadenca del franquismo
Si la Seat, la gran fábrica automovilística, era, por un lado, el símbolo de la industrialización moderna durante el franquismo, esto mismo la convirtió en el escenario principal, por medida y por visibilidad, de las luchas sindicales y laborales contra el franquismo, sobre todo a finales de los años sesenta y comienzo de los setenta. Más incluso que la industria textil, que en aquellos años inició su rápida bajada, la industria del automóvil generaba una clase obrera arquetípica, la más parecida a la que podía haber retratado Chaplin en su película sensacional
Sobre todo con la gran huelga de 1971 –que ha documentado y explicado tan bien la Fundación Cipriano García de Comisiones Obreras-, la centralidad de la Seat en la lucha obrera contra el franquismo es indudable
Por lo tanto, el nombre de la Seat va ligado en este periodo a la memoria de las movilizaciones obreras y a la memoria de la represión del régimen. No me parece casual que la primera persona que ha presentado una querella por las torturas a que fue sometido a la comisaría de vía Laietana y uno de los más firmes activistas por la memoria histórica, Carles Vallejo, detenido en 1970 cuando era trabajador de la Seat, por su actividad sindical en el interior de la fábrica. Y que sea ahora en el presidente del Memorial Democrática de la Seat, después de haber podido volver a trabajar por efectos de la amnistía laboral. Recuerda Vallejo que en aquellos años la Seat, la empresa más grande de España, estaba prácticamente militarizada, con toda una red interna de vigilancia, delación y represión.

Por todas estas razones, ser “un obrero de la Seat” aconteció en aquellos años, y todavía después, un tipo de certificado de pertenencia en la clase obrera más estricta. La frase “como quieres que lo vea igual un tendero de Gracia que un obrero de la Seat”, o similar, se usaba para encarnar todo un estamento social. Cuando se quiso, años después, explicar qué era la procedencia social y el mundo de donde salían los hermanos Muñoz Calvo, los componentes del mítico Estopa, se decía que venían del barrio de San Ildefonso de Cornellà, sí, pero todavía se decía más que trabajaban en la Seat. “
La Seat, los trabajadores de la Seat, eran un emblema que todo el mundo sabía situar y reconocer. También en esto, la palabra Seat explica muchas cosas, y no todas tienen que ver directamente con los coches. A pesar de que, naturalmente, cuando el protagonista de su canción se clava un golpe de campeonato cuando se mira
Un regalo de Franco en Cataluña?
Hay todavía otro ámbito donde aparece a veces la palabra Seat, sin que se refiera directamente a los coches, y pertenece, por así decirlo, a la política retrospectiva. Yo lo he sentido decir: “Os quejáis que el franquismo quiso perjudicar Cataluña, pero Franco puso la Seat en Barcelona”. Que la Seat fue a Barcelona, en la Zona franca y después a Martorell es un hecho objetivo. Y que la decisión, en una empresa pública controlada por el INI, la tomó en última instancia el franquismo es evidente. Ahora, la idea de un regalo en Cataluña, de unas ganas de favorecerla o de perjudicarla económicamente o socialmente pertenece ya al ámbito de las intenciones. Y los juicios de las intenciones son siempre complicados, sobre todo cuando no se han hecho explícitas.
Dice la leyenda que las autoridades franquistas se resistían a hacer la factoría de Seat en Cataluña, pero que fueron los técnicos italianos quien les convencieron o incluso quien lo impuso como condición: la situación geográfica, el puerto, la proximidad con Italia, la existencia de un tejido y de una cultura industrial que podía envolver la nueva factoría serían argumentos no nada políticos a favor de situar Seat en Barcelona. Pero ciertamente la instalación de Seat en la Zona franca acontece un motor económico de primera magnitud, que con todos los matices que haga falta, beneficia Cataluña, que da trabajo a personas y pequeñas empresas, que actúa como un factor catalizador y vitalizador.
La Seat tuvo todavía otro efecto objetivo. Una empresa tan grande y con tantos trabajadores favorece una corriente que ya se había producido antes de la guerra, pero que se incrementa en la posguerra: la emigración hacia Cataluña de muchas personas procedentes del sur de España. Cataluña ha sufrido de una manera muy especial el coste humano de la Guerra Civil. El exilio, la mortandad del Ebro, las represiones, medio vacían una generación. Y este vacío, sumado al mantenimiento de la actividad industrial, actúa como un efecto grita. Este es un hecho objetivo. ¿Qué era la actitud política del franquismo ante esto? Entramos en el juicio de intenciones. ¿Puede ser que los técnicos italianos favorables a la localización en Cataluña quisieran vencer las reticencias de las jerarquías franquistas recordando cómo Mussolini impulsó la industrialización de las zonas de habla alemana del Alto Adige (o el Tirol del Sur) para favorecer la inmigración de trabajadores de habla italiana y provocar un cambio demográfico y lingüístico? Ve a saber.
Un nuevo frente de inestabilidad para el régimen franquista
En cualquier caso, la creación de la Seat tuvo el efecto de incrementar y consolidar estas migraciones dentro del mismo Estado. Y que esto generó para el franquismo otro frente de oposición, la de carácter vecinal. Los nuevos barrios creados, a menudo de cualquier manera, para acoger –a pesar de que es un término demasiado empático- esta emigración, sin equipaciones, mal vestidos, acontecieron otro foco de oposición al régimen, enormemente activo en los años setenta. Las intenciones a la hora de llevar la Seat en Barcelona son discutibles. Los efectos, menos. La Seat fue un revitalizador económico para Cataluña, pero quizás no habría sido posible, por razones de geografía y de tradición industrial, caber en otro lugar. Y fue un factor más de atracción de nueva población para Cataluña, en un cambio demográfico de una magnitud extraordinaria, y que acabó generando un frente de inestabilidad para el régimen.
En un tiempo y un país en que un club de fútbol podía –y había– de ser más que un club, en que todo tenía que ser más del que era, la Seat fue más que una fábrica y la palabra Seat más que una marca de coches. Todavía hoy tiene una poderosa fuerza de evocación. Tan poderosa que puede ser incluso contradictoria, la tierna añoranza del 600, la memoria épica de las luchas laborales y sociales, el debate político sobre el lugar donde se hizo, la caracterización de un sector social. El año 1972, mientras la Seat hervía en las luchas obreras, Televisión Española empezaba a emitir el programa