El confinamiento implicó un antes y uno después para Elisabet. Con 24 años, ya hace casi dos que sufre anorexia y vigorexia, dos trastornos que empezó a desarrollar durante los peores meses de la pandemia. Elisabet siempre había disfrutado de la comida, pero el confinamiento lo cambio todo. Al verse cerrada a casa durante meses, decidió empezar a hacer ejercicio y controlar su alimentación para adelgazarse. Quería que cuando todo volviera a la normalidad ella fuera una persona diferente.
Desde entonces cuenta cada caloría y ha prescindido completamente de alimentos tan saludables como el aceite de oliva o los yogures. De hecho, en algunos de sus viajes al extranjero, ha llegado a llevarse latas de conserva con agua y sal por no tener que comer las que vendían a su destino, que llevaban aceite. Cuando sale a hacer una comida fuera –en pocas ocasiones y haciendo un gran esfuerzo–, elige los platos con más verdura y huye siempre de los fritos. Pero esto no le evita el gran malestar posterior, que se traduce en angustia, ansiedad y ganas de llorar.
Pesar más de 45 kilos, una pesadilla
Para compensar el que come, pasa muchas horas al gimnasio. Persigue el objetivo de bajar de peso cada vez más, a pesar de que ya lo ha llevado al extremo. Pesa 45 kilos, medida 1,59 m y hace meses que la menstruación le marchó. “No sé cómo he acabado así, yo que soy mucho
Elisabet quiere mejorar, pero no sabe por donde empezar, puesto que solo pensar que tendrá que subir de peso tiene ataques de pánico y se echa a llorar. “Lloro cada día y no sé cómo salirme a pesar de que sé que quiero mejorar”, explica. A veces todavía le cuesta reconocer que sufre una enfermedad, pero ya ha pedido ayuda para evitarle más sufrimiento a su madre, que voz como la anorexia consume su hija sin poder hacer nada.
Los ingresos por anorexia se han duplicado después de la pandemia
El caso de Elisabet no es único. Los ingresos hospitalarios por casos de trastornos de conducta alimentaria se han duplicado entre los más jóvenes después del confinamiento. Según las conclusiones de un estudio del International Journal of Eating Disorders, estas enfermedades se han ensañado sobre todo con las chicas de entre 10 años y 19. Este estudio se ha hecho con los datos de más de un millón de jóvenes de entre 10 años y 24 con el objetivo de analizar el efecto del confinamiento en la incidencia de los casos de trastornos de este tipo. Además de este estudio, hay otros datos que confirman esta tendencia. Un año después del estallido de la pandemia, el Departamento de Salud localizó 4.462 casos de trastornos de la conducta alimentaria, un 61,1% más que los registrados el 2019.
Los centros especializados en estas conductas también dan fe de un incremento de pacientes, sobre todo adolescentes. La psicóloga especialista en trastornos de la conducta alimentaria (TCA) de la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia Bàrbara Alcaide asegura que el incremento de casos durante la pandemia y en los meses posteriores fue “espectacular”. Las condiciones por el aumento de incidencia de estos trastornos fueron idóneas. La entidad las divide en tres grandes bloques: una mayor exposición de los adolescentes en las redes sociales, donde hay contenidos “peligrosos”; la desaparición de los factores protectores como son una rutina establecida, la asistencia a clase y las relaciones sociales y la convivencia a casa con los familiares.
Además, el confinamiento hizo que las familias que no se habían dado cuenta de que sus hijos tenían un problema se dieron cuenta por qué vieron tendencias durante los almuerzos, comidas y cenas, compatibles con un trastorno de conducta alimentaria. Todo esto sumado a la incertidumbre, la angustia y el miedo, propició una “curva ascendente de casos detectados increíble”. Alcaide asegura que en un momento dado se multiplicaron los casos por cinco. Actualmente, la cifra de casos es casi idéntica a la del 2022 –algo más baja que la del 2020 y 2021, los primeros meses después del confinamiento– y la curva se mantiene “en niveles muy altos, sin ni bajar ni subir”.

Cada vez más jóvenes
Los afectados por estos trastornos de la conducta alimentaria son cada vez más jóvenes. “La edad de inicio es cada vez más temprana, entre los 10 y los 12 años, y esto también se explica por el acceso en las redes sociales cuando son más pequeños”, explica Alcaide. “Les falta información sobre el que ven, los filtros que tienen las imágenes, y no son conscientes que el que ven no es la realidad”, lamenta. Esto se suma al hecho que las chicas cada vez llegan antes a la adolescencia.
La psicóloga de la unidad de trastornos de la conducta alimentaria del Hospital Clínico Teia Plana asegura que antes tenían pocas pacientes de 10 años, mientras que ahora ha aumentado mucho los casos en esta franja de edad. “La media estaba en 15 años, pero ahora vemos muchos más pacientes de entre 10 años y 13”, explica. Considera que actualmente “todo empieza antes”, el instituto y la primera regla, y esto tiene influencia en el incremento de incidencia. “Los 14 años de antes son los 12 de ahora y este factor también puede explicar el inicio temprano”, explica.
La psicóloga e investigadora de Ita Avenir Alicia Georghiades asegura que en la práctica clínica han detectado un aumento de la incidencia en niñas de entre 9 y 10 años. Según un informe del ACAB que cita la misma Georghiades, entre el 2019 y el 2020 un 34% de las adolescentes de entre 12 y 16 hicieron dieta para adelgazar sin un control médico. Más del 50% lo acompañó de conductas de riesgo como vómitos, saltarse comidas o comer menos. Sufrir un TCA en edades tempranas, explica Georghiades, tiene consecuencias para la salud física y mental del afectado, por lo cual «cuanto más precoz es la detección de estos casos, menos se deteriora su vida social, académica, familiar y personal».
Factores de riesgo para desarrollar un trastorno de este tipo
Plana asegura que hay riesgos genéticos y riesgos sociales para desarrollar estos tipos de trastornos alimentarios. Entre los genéticos puede haber un gran temperamento, los casos previos en la familia, las dificultades para gestionar el estrés o los casos de depresión. En cuanto a los sociales, se relacionan con el ambiente en que se mueve el afectado, el tipo de familia y el modelo estético imperando a la sociedad, que los genera insatisfacción. “En una época como la preadolescencia o la adolescencia, en que hay muchas inseguridades, son más influenciables y tienen más riesgo de sugestión”, explica la experta. En este sentido, el trabajo de la unidad del Clínico que trata estos trastornos es “ver qué riesgos tiene el paciente por haber desarrollado los trastornos”.
Consejos para las familias, los otros grandes afectados
Alcaide explica que la anorexia y la bulimia comparten un claro síntoma, la inconsciencia de la enfermedad y de la necesidad de recibir ayuda. La anorexia es más fácil de detectar por la familia, puesto que el afectado baja de peso muy rápidamente, mientras que en la bulimia «pueden pasar años hasta que alguien se da cuenta del que está pasando». Cuando menos, Alcaide recomienda a las familias que estén atentas a posibles conductas de riesgo como pueden ser hacer dieta, restringir muchos alimentos, hacer mucho ejercicio o tener una actitud beligerante o triste.
Una vez se detectan estas señales de alerta hay dos caminos, dependiendo de si el afectado es menor o mayor de edad. Cuando los afectados son menores, los padres tienen la potestad de ir al médico de cabecera “inmediatamente”. “ tienen que ir a la mínima sospecha para que el afectado pueda ser atendido por un equipo multidisciplinario cuanto antes mejor”, explica Alcaide.
En caso de que el afectado sea mayor de edad, la familia tiene que hacer el trabajo de “recordar la importancia que un médico valore la persona afectada” y convencerla de que se deje visitar. “Muchas veces los padres tienen auténticas luchas porque los hijos no quieren recibir tratamiento”, señala. En estos casos, Alcaide los recomienda que no focalicen la atención solo en el que es físico y busquen el problema emocional que hay detrás del trastorno.
Lista de cambios físicos, conductuales y emocionales preocupantes
Georghiades coincide que la familia juega «un papel fundamental» en la mejora del paciente, porque «constituyen un modelo importantísimo de hábitos y pautas de vida saludable en el ámbito alimentario pero sobre todo emocional». En este sentido, cree que las familias tienen que enseñar a los hijos estrategias para «gestionar el malestar» y no acudir a prácticas de riesgo como el vómito autoinducido o el recuento de calorías. «Cada vez se habla más de la promoción de la salud emocional en los adolescentes desde la infancia como factor que protege de la enfermedad», explica. En este sentido, describe síntomas físicos, emocionales, cognitivos y conductuales que pueden constituir una señal de alerta para los padres, que tienen que reaccionar inmediatamente:
Cambios físicos:
- Tensión baja
- Cambios en el hambre y el peso
- Heridas como rozaduras o hematomas en los nudillos de los dedos de las manos a
- consecuencia del vómito autoinducido.
- Palidez
- Mareos o pérdida de la bastante
- Pérdida o despigmentación del pelo
- Aparición del viejo corporal
- Sensación constante de frío
- En las chicas, alteración del ciclo menstrual llegando a presentar amenorrea
Cambios conductuales:
- Alteración en los hábitos alimentarios: come más rápidamente o lento, come poco o
- esparce la comida, querer comer sol.
- Se levanta de la mesa en numerosas ocasiones
- Poner excusas para no comer: afirma haberlo hecho o que algún alimento le hace sentir
- mal.
- Muestra un elevado interés a preparar platos que solo comerán los otros.
- Potomania: beber agua en exceso.
- Accede al lavabo inmediatamente después de las ingestas.
- En el lavabo echa la cadena o abre grifos de manera innecesaria.
- Episodios de ingestas nocturnas a escondidas.
- Presencia de envoltorios de comida en su habitación.
- Realiza ejercicio físico de manera obsesiva.
- Se pesa mucho o evita las básculas.
- Se observa desmesuradamente en los espejos o los evita.
- Escoge ropa ancha y/u oscuridad.
- Se aísla en su habitación durante periodos prolongados.
Cambios cognitivos:
- Preocupación excesiva por el peso y la figura corporal
- Miedo intenso al aumento ponderal
- Obsesión y control hacia la comida: calorías, nutrientes, dietas de adelgazamiento, etc.
- Pensamientos distorsionados en relación con el cuerpo y al peso: excesivo interés para adelgazarse estando en normopeso o incluso por debajo.
- Pensamientos de “todo o nada” en referencia al peso y/o a la comida.
- Tendencia al perfeccionismo y la rigidez.
- Alta tendencia a la autocrítica, sobre todo con la misma imagen.
- Dificultades de concentración y/o llevar a cabo tareas académicas.
Cambios Emocionales:
- Inestabilidad emocional y/o alteraciones bruscas en el humor.
- Irritabilidad, especialmente cuando se ejerce cierta vigilancia sobre su estado de salud.
- Estado de ánimo bajo, apatía, tristeza y pérdida de interés.
- Ansiedad.
- Gran sentimiento de culpa relacionado con la ingesta.
- Insatisfacción corporal.
- Baja autoestima.
- Ideas de hacerse daño a sí mismo.
- Aislamiento social o pérdida de interés por las relaciones sociales.