«¿Tú has bajado alguna vez a la mina?». Esta es la primera respuesta, un poco socrática, de un vecino de Sallent (Bages) cuando le preguntas cómo definiría este municipio. El vecino se llama Ferran y su pregunta contiene muchísimas respuestas. Estamos en un pueblo donde, desde hace muchos años, la gente se gana la vida jugándosela cada día. Posiblemente, la dureza que aporta la mina sea uno de los rasgos más característicos de este pueblo que no llega a los 7.000 habitantes y que ha saltado a las portadas por un presunto suicidio de dos gemelas de 12 años, una de las cuales ha sobrevivido, pero está en estado muy crítico. «Sallent es un pueblo con una fuerte identidad de clase», apunta Marta, una vecina que parece que tenga un verdadero sociograma del municipio. Esta identidad nota en los carteles de actividades festivas y en los locales del pueblo.
El pueblo tiene un punto obrero. Es difícil encontrar casas adosadas, pero, en cambio, hay un club de esgrima y oficinas de tres bancos. «Cuando dices que eres de un pueblo del Bages, en la ciudad se imaginan que vives entre gallinas, y ya ves qué somos, mina, vapor y sindicato», ironiza un camarero que hace unos bocadillos de lomo con queso encomiables. Sallent tiene vida y se hace notar. Como detalle, ahí nació la histórica orquesta Rosaleda, que ya ha cumplido 75 años, i también fue la cuna de Joan Puig Elies, el pedagogo que continuó la obra de Francesc Ferrer i Guàrdia. Esta vitalidad es incluso política. No es casualidad que la líder espiritual de la CUP, Anna Gabriel, la jefa de filas de ERC en el Senado, Mirella Cortés, o David Saldoni, el contramaestre de Jordi Turull al mando de la organización de Junts per Catalunya, sean hijos de un pueblo que muchos querrían que saliera en las noticias por otras cosas.

El barrio de l’Estació, donde vivían las niñas
La tragedia de Alana y Leila ha pasado en un bloque de viviendas del número 4 de la calle Estació. Si se entra a Sallent desde el sur, por la C-16, se llega enseguida. Antes que nada, una rotonda de bienvenida con el nombre del pueblo con letras de metálicas de un metro de altura. Apenas a unos metros, dos centros que todo el mundo conoce, el Bonpreu y el instituto Llobregat, donde estudiaban las dos niñas y ahora centro de las sospechas por un posible bullying. En pocos metros se llega a l’Estació, un lugar de lucha vecinal por los edificios de viviendas que se resquebrajaban. Una historia tan fascinante como inquietante que proviene del nexo entre la mina y este barrio.
Se construyó en los años 60 del siglo pasado, cerca de Enrique, una antigua explotación minera clausurada en 1975. El paso del río Llobregat provocó filtraciones de agua y movió la tierra, ya tocada por los materiales de la mina. Una situación que provocó grietas en los edificios hasta que la lucha vecinal ganó e hicieron desalojar todo el barrio después de estar 17 años en alerta.
Estos días el barrio Estació revive el tráfico de peatones. Decenas de personas se acercan al domicilio donde vivían las criaturas, donde se ha levantado un altar popular. Velas, muñecas y fotografías. Y mensajes, muchos mensajes que cada día incrementan el clamor de «justicia» y la reclamación de que se averigüe qué ha pasado.
Los vecinos quieren saber qué les pasó a las gemelas
Sergi pasea a su perro mientras fuma un pitillo. Conoce a la familia y conocía a las niñas. «Hay gente que llora por esta tragedia encerrada a casa», explica. Tiene su teoría. Compartida por Belén, Anna o Enric. Tienen claro que las niñas sufrían acoso escolar. Es más, como ellos tres, otros vecinos insisten en que todo el mundo lo sabía, tanto el instituto como el Ayuntamiento y la Policía Local. En cambio, un grupo de chicos de cuarto de ESO que se han personado en el domicilio a presentar sus respetos, desconocían el problema. «No habíamos hablado nunca del tema», apuntan. «No teníamos ni idea, de todo esto que dicen ahora», aduce también otra una chica de cuarto.
La C., una chica de 21 años, está tocada. Enciende dos velas altas de color rojo. «Yo les dije a la familia que vinieran a vivir a este bloque y ahora me arrepiento», confesa. Del bloque, sale un chico con pantalones agujereados y gorra de rapero. Se ven y se abrazan fuerte. En cierto modo están molestos con la prensa; pero, por otro lado, también agradecidos porque ha ayudado a sacar a la luz el que creen que es el origen de la desgracia. Ahora mismo, hay un tráfico de audios de Whatsapp
Una familia que vivía en un piso ocupado, de origen argentino y con problemas. Cada vez que un vecino lo explica, los que lo escuchan menean afirmativamente la cabeza. Las ocupaciones también pueden ser un problema, como el relato oficial dice que lo empiezan a ser en todas partes. Unos cien metros más allá, en un bloque de Servihabitat casi todo a la venta, uno de los pocos vecinos que vive ha colgado un cartel de advertencia a los virtuales okupas que quieran instalarse en el edificio: «Todas las puertas son antiokupas, ni os molestáis en intentar entrar», empieza.

Una historia industrial
Andar por Sallent es andar por una historia industrial de Cataluña. Solo hay que ver la postal del río de sur a norte. El Llobregat baja ancho por una de las
La apertura de las minas de Sallent en 1930 fue un punto determinante de su historia. La mina es una manera de entender la vida. Un trabajo durísimo donde puedes perder la vida. Las minas de potasa llevaron trabajo y una riqueza forzada a la cuenca del Llobregat, y un altísimo índice de inmigración del estado español. Las condiciones de dureza de las minas del alto Llobregat pusieron a prueba el carácter social de la República con las huelgas revolucionarias del 1932: de las minas de carbón de Fígols, en el Berguedà, pasaron a las explotaciones de Sallent, Súria, Cardona i Balsareny. Una revuelta reprimida a sangre y fuego por el ejército de la República y que supuso la ocupación militar de Manresa para controlar a los libertarios. La huella de lucha obrera ha dejado marca en Sallent, que entra en competición como municipio proletario del Bages con Sant Vicenç de Castellet, Pont de Vilomara y Sant Joan de Vilatorrada. Aquella revuelta pervive como pegada a los recuerdos.

Un pueblo, dos pueblos o tres pueblos
La mina continúa siendo un puntal económico, ahora abocada a Súria. Un trabajo arriesgado, pero que proporciona dinero y que no requiere formación, sino asumir mucho de riesgo. «Esto hace que alguna generación no haya asumido bien los salarios que pagaban en las minas», comentan algunos vecinos como la Marta. Pero sí que ha marcado el carácter de un colectivo. «El minero está muy orgulloso de serlo, y ya se sabe que a los orgullosos los cuesta cambiar», reflexiona Ferran. La sangre minera se deja ver en la colonia de la Butjosa y el tramo de línea férrea del tren que iba de Manresa a Guardiola, o bien en las cintas transportadoras de la potasa. Incluso, la mina ha alimentado una leyenda urbana como por ejemplo la poca inmigración subsahariana o magrebí del pueblo, comparativamente en otros municipios del entorno. «No vienen a trabajar aquí porque la mina es judía», comentan un par de hombres que toman café en referencia al hecho de que la empresa explotadora es israelí.
Las diversas inmigraciones –del estado, otras zonas del mundo e incluso comarcales– han generado lo que se podría decir que son tres pueblos. Uno de tradición escolástica catalana, un segundo obrero y revolucionario –de hecho, Sallent es un bastión histórico de la CGT– y uno de entremedias, es decir, hijos de burgueses o de familias menestralas que reivindican un pasado de lucha obrera del cual no participaron. Con los números en la mano, por el lugar de nacimiento, las últimas cifras del año 2022 son interesantes: de los 6.805 habitantes censados, 5.218 son nacidos en Cataluña, 934 en el estado español y 653 en otros lugares del mundo. El nivel de paro se ha situado en los últimos meses entre el 8,7% y el 10,13%, en una población minera donde la edad de jubilación se avanza y la pensión mediana es de 963 euros. En cuanto a las clases sociales, en Sallent ganan los obreros, y muchos de sus hijos mantienen una guerra contra la propiedad minera por la contaminación con salmuera del Llobregat.

La tragedia que nadie evitó
La noticia de la muerte de la Alana –que testigos aseguran que había pedido que la llamaran Ivan porque quería hacer el tránsito de género– y del estado gravísimo Leila se sitúa en una tragedia familiar y social. Y en un pueblo, aunque convivan hasta tres realidades, todo se acaba sabiendo. Con más exageración o menos, con más dramatismo o menos, pero acaba saliendo. Problemas de
«Somos un pueblo solidario y esto lo hemos aprendido de la mina», justifica una mujer que mira con ternura un puñado de chicos que ponen velas y letreros exigiendo justicia por el caso. Hay vecinos que se acercan al edificio, pero se paran en la acera de delante al ver los medios de comunicación apostados esperando la llegada de un vecino o un familiar. La tragedia ha puesto de repente el foco sobre Sallent y ha hecho emerger que hay muchas