Da para hacer una serie de las buenas. Ahora que se palpa la crisis de resultados en los guionistas… La realidad, en este caso, se mea en la ficción. Decir Torras aún hoy en Cataluña es decir papel. Los Torras construyeron un imperio durante décadas. El abuelo Joan –primera generación– levantó la empresa familiar, Torras Hostench. La segunda generación –Higini, Paulí, Joan y Jaume– la catapultó y la convirtió en un punto de referencia total del sector. Un punto venenoso, porque, apenas entrando en la década de los ochenta, Torras Hostench protagonizó uno de los descalabros más brutales de la historia industrial de Cataluña.
Antes, en 1975, en el momento más difícil políticamente y económicamente, Higini –el heredero– promovió la creación de un banco industrial, que terminó llamándose Banco de los Pirineos. En 1981 la entidad declaró unas pérdidas totales de 1,320 millones de pesetas. La cifra, de bandera negra, lleva la entidad a la quiebra voluntaria dos años después, una quiebra que la Audiencia de Barcelona y, más tarde, el Tribunal Supremo consideraron fraudulenta. La causa judicial atribuyó dos delitos de falsificación y estafa al presidente, Higini Torras, y a los demás cargos del consejo de administración ya en los años 90. En marzo de 1982 Higini dimitió de la dirección de Torras Hostench, que también declaró unas pérdidas de 1,532 millones de pesetas. En 1983 la empresa suspendió pagos, con un pasivo de 23,332 millones.
Ese mismo año Higini huyó a Brasil, donde murió en 1989. Su hermano Paulí había muerto en un accidente de velero en octubre de 1970 en una competición entre Arenys y Blanes. El mar y el viento hostiles castigaron las embarcaciones, que fueron desistiendo y regresando al puerto o naufragando. La competición se saldó con ocho víctimas mortales. Joan, el tercero, se fue a Costa Rica y, Jaume, el pequeño, a México, donde vivió de 1983 a 1985. Su suegra, Híjar, sentenció sobre la familia de su yerno: “Estos Torras son como los Kennedy. Mucho dinero y mucha desgracia”.
El hijo de Jaume, Eduardo, creció en este ambiente. Espabilado y dotado para los negocios –ahora se les llama emprendedores– fue capaz de crear dos empresas. La segunda –explica, conciso y contundente– fue bien, “pero me la esnifé entera”. Envuelto con la cocaína, sufrió las consecuencias personales y familiares más dramáticas de la adicción, hasta que ingresó en un centro y la superó. Ya en la calle, creó Sport2Live, que preside, “una organización social comprometida a mantener una comunidad activa y saludable mediante ejercicio y deporte”.
Eduardo Torras desgrana su viacrucis particular y explica qué ha aprendido y qué ha volcado en Sport2Live. Cuando repasa la trayectoria empresarial de su familia concluye travieso: “El proverbio habitual dice que la primera generación crea la empresa, la segunda la sube y la tercera la hunde. Mi familia no siguió bien el esquema. La segunda la derrumbó y no nos dejó margen a la tercera. ¿Eso de los Kennedy…? Era muy graciosa mi abuela materna…”.
Familia Torras… Qué marca llevaba usted desde el nacimiento…
Yo nací dentro de lo que llamaban burguesía catalana. En una familia muy acomodada, de aquí de Barcelona. Recuerdo una infancia en la parte familiar muy muy feliz. Lo que pasa es que desde pequeño llevaba una mochila dura: una falta de autoestima. No por unos padres que no me quisieran ni nada de eso. Yo era un chico que hoy estaría diagnosticado como un TDAH, pero que en aquella época era considerado “muy movido”. Tenía también muy poca tolerancia a la frustración. Tuve una vida de…
Mimado.
No tan mimado como sería normal, pero, sí, en mi casa había de todo. Mis primos estaban mucho más mimados que yo. Mi padre era el pequeño de la familia y él, junto con mi madre, era de eso que para entendernos podríamos decir del mayo del 68. Mis padres, por ejemplo, iban a dar clases de alfabetización a Bellvitge y a la Verneda. Habían dado muchas. El sábado por la mañana se lo pasaban allí. Pero mis primos, todos, eran diferentes. Tenían motos –la Montesa Cota 25, la Cota 49…–. Mi hermano y yo teníamos una BH. Cuando le decían a mi padre: “Ostras, todos nuestros primos tienen moto y nosotros, no”, nos contestaba: “¿La puedes pagar? Pues con la bici vas que te matas”. Mi hermano y yo íbamos heredando las de nuestros primos. Nosotros no tuvimos. Dentro de la familia éramos los más austeros.
Por voluntad propia.
Por voluntad de nuestros padres, que querían que valoráramos las cosas. Yo no me considero un niño mimado. Quizás sí, que me malcrié yo. Al ver que había muchas cosas en casa, pensaba: “¡Hostia! Yo tengo una vida muy guay”. Me malcrié más que mis padres, que intentaban ponerme más límites y más orden. La educación que recibí de ellos fue una educación muy buena, muy centrada. Pero, como ya se vio, eso no les salió nada bien.
Una burguesía sesentayochesca y antifranquista. Estas cosas solo pasaban en Barcelona…
Mi padre, eh. La casa de mis padres –todavía está– era una torre en la Via Augusta, antes de llegar al paseo de la Bonanova, a la derecha. La construyeron mis abuelos. Detrás había ese bar, el Víctor, que era un lugar superfacha. El dueño del Víctor le decía a mi abuelo: “Señor Torras, su pequeño… Este niño no va bien. Lleva unas melenas, su pequeño…”. Los hermanos mayores de mi padre le decían: “Jaime, qué haces!”.
¿Hablaban castellano en casa?
Mi padre hablaba castellano en casa y catalán en el trabajo, pero es que mi madre era de Alicante.
¿Alicante ciudad? Porque, si no, no se entiende…
Alicante ciudad, sí, pero vino muy joven, con doce o trece años.
Y entre ellos hablaban castellano.
Sí. Mi padre me hablaba en castellano. Con mi hermano dijo: “No, no. Yo no me pliego más” y le habló toda la vida en catalán, y con mi hermana volvió al castellano. Nunca entendimos el porqué. Son esas cosas que pasan aquí en Cataluña con las familias y los idiomas.
Depende de qué familias. Eso en Valencia o en Alicante era mucho más sencillo. A partir del 39 todos los padres hablaban castellano con los hijos…
[Ríe].
A partir de un momento determinado todo se hace más agrio. Usted cayó en adicciones más peligrosas… ¿Por qué?
Yo, desde los catorce años, ya empecé a beber mucho. Mucho. Me recuerdo de ir a las discotecas aquellas como el Bacarrá y beberme tres, cuatro, cinco, seis cubatas, algunas cervezas… Es decir, a mí desde el principio el alcohol me ayudó a llevar un malestar emocional que llevaba encima sin entender el porqué. También pesa que, en la primera fiesta que fui y me tomé tres o cuatro cubatas, los niños de la clase decían: “Hostia, el Edu ha bebido alcohol, el Edu no sé qué…”. Entonces, como estaba tan mal emocionalmente, pensé: “Hostia, esta es la mía”. Para ser alguien en la clase eso era providencial.
Pero ¿por qué estaba tan mal emocionalmente?
Nunca lo he sabido. En concreto de esa etapa no lo he sabido nunca. Sí que es verdad que después mi madre muere cuando yo tenía 19 años, a finales de los ochenta, y pasé muy mal ese duelo. Lo pasé de fiesta con los amigos. Después, con la terapia que he hecho, he sabido que hice una conexión cerebral que ligaba el alcohol con lo que me hacía daño. Asumí que el alcohol me hacía bien contra todo lo que me hacía mal. En la vida después hay muchas cosas que te causan dolor. Te aplicas para buscar un trabajo, y no te cogen. Te causa dolor. ¡Raca! Te gusta una chica y a la chica no le gustas tú. ¡Raca! Yo soy muy del Barça. El Barça pierde, pierde y pierde. ¡Raca, raca y raca! Hasta el cruyffismo solo vi ganar la liga de Terry Venables. Todo eso va cayendo y un día pruebas la cocaína y todavía te anestesia más y es más efectiva para gestionar todo ese malestar. Al final, las personas con adicciones buscamos la sustancia o la conducta casi como un remedio al malestar emocional que padecemos.

¿A qué edad empieza a consumir cocaína?
A los veinticuatro o veinticinco años.
¿Era cara? ¿Podía pagarla?
No. No hay economía que aguante una adicción. La adicción el primer día es económica, porque entre cuatro amigos, a veinte euros cada uno, puedes comprar un gramo de cocaína. Con un gramo para cuatro el primer día tienes de sobra. Pero cuando necesitas uno solo para ti, o dos o tres o cuatro… Sesenta por cuatro son doscientos cuarenta euros. Por treinta días que tiene el mes, son doce mil. Solo para drogarte. Después paga hipoteca, comida, escuela de los hijos…
¿Cuando usted entra fuerte en la cocaína aún vivía en casa de sus padres?
No. Ya vivía solo. En casa con mi hermano siempre tuve muchos problemas y cuando empecé la carrera mi padre me dijo: “Mira, te pongo un apartamento a ti, comienzas tu vida en la universidad y…”. Y esa decisión tampoco ayudó. Yo tenía un apartamento para mí solo, en el centro de Barcelona, y aquello era una discoteca diaria.
¿Estaba independizado económicamente?
No. Me lo pagaba con lo que me daba mi padre, algunos trabajos que hacía el fin de semana… Iba un poco trampeando. Pero no era una adicción tan severa como la que después generé. La adicción más severa me llegó en 1998. Del 98 al 2006. Y en ese momento sí que trabajaba. De hecho, tuve una buena empresa que me la esnifé entera.
¿Usted había montado una pequeña empresa? ¿Con la ayuda de sus padres?
No, no. Con la ayuda de un socio. El marido de una prima mía. Creámos una empresa de tecnologías en aquella época en que se pusieron de moda las campañas por sms. ¿Te acuerdas? Envía Coca-Cola al 5522. Nosotros teníamos una empresa que se dedicaba a eso y que funcionaba muy bien. Pero me la esnifé entera. Me esnifé entera aquella compañía. El proyecto Sport2Live es el tercer proyecto empresarial que he emprendido. Mi madre trabajaba en Televisión Española, yo estudié imagen y sonido y tuve una pequeña productora que hacía vídeos industriales, institucionales, de fábricas… Después dejé la productora, hice la carrera de marketing, tuve aquella segunda empresa… Todo se fue al traste y acabó malamente. Más tarde estuve ingresado en una comunidad terapéutica.
¿En esa etapa de adicción severa su padre aún vivía?
Sí. Y yo ya estaba casado.
Para su familia aquello debió ser una catástrofe.
Yo… La Paula, mi exesposa, pasó un calvario que no le deseo a nadie. He llorado mucho por ella después. Hice que una mujer que no se lo merecía lo pasara muy mal. Nadie se lo merece, pero ella menos. Una mujer muy buena persona… Para que te hagas una idea, un día me fui de casa diciendo que iba a tirar la basura y volví cuatro días después.
El matrimonio, pues…
Se fue a pique, sí.
¿Cómo empezó a superarlo?
Llegó un momento en que mi familia me dijo que debía ingresar en un centro, les dije que no, porque venía rebotado de haber estado tres meses en un centro y después en otro. Al final, me llevaron a un centro de Vilafranca del Penedès, donde tenía que seguir un programa de dieciocho meses. Los primeros seis meses estuve sin hacer nada. Allí llegó un día mi padre y me dijo: “De aquí solo saldrás con el alta terapéutica y, si no, donde tienen los caballos te haremos una casita de madera y allí estarás toda la vida. Los tres pisos que tengo en Barcelona están todos en venta, daré el dinero que saque al Martí y aquí te quedarás tú toda la vida”.
Su padre económicamente iba sobrado…
No, no. Mi padre podía pagar el centro, pero no podía pagarlo toda la vida. Eso que me dijo es lo que me hizo cambiar, porque pensé –tú mira cómo estaba de mal–: “La única oportunidad que me dejan es recuperarme”. Pensé que, si para salir de allí debía recuperarme y hacer bien el proceso, pues lo haría. Lo hice, pues. Salí, fui a un piso de inserción y allí vi que había hecho bien las cosas. Recuerdo que era un piso de inserción que está en la calle el Trabajo del distrito de Sant Martí y, paseando por la Rambla de Guipúscoa, veía bares, gente bebiendo, y no tenía la sensación de ganas de ir. Yo mismo me sorprendía. Pensaba: “Hostia, no pensaba que nunca me llegaría a pasar esto”. Entonces me sentía bien y empecé a hacer deporte. Cuando llevaba dos meses allí contacté con Miquel Sirera, que ahora es mi socio en Sport2Live y que es superdeportista, que me dijo: “Pues, en vez de ir a ese gimnasio que vas en la Rambla de Guipúscoa, ven al mío, te presentaré gente y te ayudaré a crear una red social”. Muy buen amigo mío. Fui a su despacho, al final de la Diagonal, y allí empecé a ver que el deporte es algo muy importante para mí y para mi recuperación.
Si no hubiera sido por el deporte, ¿habría recaído?
¡Ostras! No sé si habría recaído o no, pero lo que sí que sé es que las personas en recuperación necesitan tener un propósito en la vida y una vida con significado y actividades significativas para ellos. Para mí, eso lo era. En aquella época empecé a trabajar en Movistar, en un trabajo con bastante presión, en el departamento comercial, y a mí me sostenía mucho saber que a las siete de la tarde estaría jugando al pádel, al tenis, con mis amigos de allí, estaría haciendo mi clase de spinning, soltaría todo el estrés y todo lo que había acumulado…
No sé si fue el deporte, pero una persona en recuperación debe tener actividades significativas en su vida para llenarla. Porque la droga llena mucho. Cualquier malestar emocional que tengas, te lo quita. En la vida todos tenemos malestares emocionales, malos momentos. Debes tener cosas que te hagan pasar esos malos momentos. Si no, la posibilidad de volver es muy alta.
Entre la gente que se recuperó con usted, ¿ha habido un porcentaje alto de éxito o ha habido muchas recaídas?
Más o menos, se recuperan un 60 o un 65 por ciento de las personas. Pero ese dato es muy similar a otras enfermedades severas. Similar al cáncer o, en el caso de las recaídas, similar también a la diabetes. Un diabético un día se harta y dice: “Oye, me como un brazo de gitano”. En Estados Unidos hablan también de las recaídas de la gente fumadora que padece asma. No es más que en los otros casos, pero sí que es verdad que las recaídas de las personas que tienen adicciones son muy duras. Para ellos, para las familias… Arrastran muchas cosas. A mí el doctor Fàbregas, de la Clínica CITA de Barcelona, que me ayudó mucho en todo el proceso, me dijo: “De la droga sale quien quiere”. Y eso sí que es verdad.
Esa voluntad de salir, de recuperación, hay gente que no la tiene. ¿Cómo se les puede ayudar?
Hay una parte que consiste en rendirse a la adicción. Debes decir: “Yo solo no podré”. Hay un libro muy interesante en el mundo de las adicciones que se llama Querer no es poder, de unos psiquiatras norteamericanos. No es una cuestión de voluntad. Es una cuestión de hacer muchos cambios en tu vida. A todos nos cuesta hacer estos cambios. Debes hacer de todo. Cambios de trabajo, familia, ciudades, relaciones…

¿Hay que acabar con todos los estímulos anteriores si no quieres recaer?
Si los limitas, es mejor, sobre todo al principio. Yo estuve años sin volver a ir a un bar o a una discoteca.
¿Y antiguos amigos…
Mi prima Adela, que siempre me ayudó mucho, me dijo esta frase: “Ahora, Edu, ya no es el momento de pensar en lo que te apetece. Es el momento de pensar qué es bueno para ti”. Si esta frase la aplicara todo el mundo en un momento de recuperación, bajaría mucho el nivel de recaídas.
Porque dejémoslo claro, las adicciones al alcohol o a otras drogas son una enfermedad, no una debilidad o un vicio…
No hace falta decir que no son un vicio. No son una debilidad del alma. No sé si son una enfermedad, un trastorno, algo que no funciona bien…
¿Las personas con TOC, con estos trastornos que ahora se diagnostican tanto, son más propensas a las adicciones?
Los del TDAH, por ejemplo… La medicación para el TDAH son anfetaminas. Entonces, cuando prueban la cocaína les calma, les centra. Hay un riesgo aquí, claro, porque te notas más calmado, más centrado. Cuando hay adicción en el caso de un diagnóstico mental, patología dual, la recuperación es más compleja, porque tienes dos guerras que librar.
¿Trabajaba en Movistar… Cómo se le ocurrió montar Sport2Live?
En octubre de 2010 hago el Triatlón de Barcelona y en diciembre un compañero mío de proceso de la comunidad terapéutica muere de sobredosis. Me pregunté: “¿Por qué ha muerto Sergi y yo no?”. El deporte. El deporte ha sido para mí la alternativa de ocio saludable, tener una rutina saludable, conocer gente saludable… Como yo ya había tenido empresas, hice un borrador de lo que debía ser Sport2Live. Después de jugar un partido de tenis se lo presenté a Miquel, Miquel dijo que eso tenía sentido y…
Y él también puso el dinero.
No, porque me dijo que, si hacíamos una asociación sin ánimo de lucro, no teníamos que poner ni un duro. Solo teníamos que poner tiempo. Me dijo: “No dejes Movistar, que te conozco!”. Entonces se incorporó Maria Rovira, que es nuestra directora deportiva y licenciada en el INEFC, y los tres en septiembre de 2013 hicimos el primer entrenamiento con una persona. Hoy entrenamos a más de 2,300 cada semana, además de desplegar más de cien programas en toda España.
¿Cuántas delegaciones tienen en todo el Estado?
Nosotros, como empresa, solo tenemos esta, la de Barcelona, pero hacemos programas para toda España. Hacemos programas dentro de comunidades terapéuticas con tratamientos para las adicciones.
¿Cuánta gente trabaja en Sport2Live para poder coordinar tantos programas?
Aquí ahora somos más de cuarenta personas.
¿Qué les diferencia de las otras empresas de entrenamiento personal? ¿El tipo de gente que buscan? ¿El tipo de ayuda, de apoyo psicológico?
Nosotros como empresa lo que buscamos es mejorar el bienestar y la salud de las personas a través de la actividad física y el ejercicio y el deporte. Ofrecemos toda esta parte y damos toda esta información a los equipos terapéuticos. No tenemos entrenadores sociales, ni psicólogos, ni psiquiatras, porque todos los que vienen aquí ya tienen equipo terapéutico. Nuestros entrenadores –como ahora Irene que grita aquí al lado– cuando terminan hacen informes alumno por alumno que envían a sus terapeutas. Entonces, el terapeuta sabe si ha venido, si ha participado, sus habilidades sociales, si ha llegado puntual, si se ha duchado o no… Tiene mucha información, que después utilizará en las sesiones.
¿Y eso se puede hacer? ¿Sus clientes aceptan que ustedes pasen a sus terapeutas datos personales confidenciales?
Ya se lo remarcamos en el contrato que firman. Ellos nos autorizan a compartir estos datos con su equipo.
¿Las personas que superan los retos que les proponen reciben algún tipo de incentivo?
Ahora estamos haciendo un reto, que es hacer cien entrenamientos en un año, con unas experiencias en la montaña y tal, y sí que reciben un premio, pero el gran premio es conseguir una vida con plenitud…
¿Y quién paga todo esto?
Nosotros nos financiamos por tres vías. El ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat nos pagan una parte. Otra parte la tienen que pagar los usuarios, porque pensamos que ellos deben ser corresponsables de su recuperación. Pero pagan diez, doce, dieciocho euros al mes, según el caso, por unos programas muy bien estructurados de deporte. Y después hay una tercera parte que es la que hacemos dentro de los programas de los hospitales de salud mental y las comunidades terapéuticas de tratamiento de adicciones, que también nos pagan una cuota por estos servicios.
Empezamos con las personas, pero después me llamó una comunidad terapéutica que nos derivaba mucha gente y me dijo: “Oye, Edu, ¿ese entrenador vuestro, lo podríamos tener dentro, porque nos funciona muy bien?”. Entonces, yo, que soy un poco espabilado en el tema comercial, pensé: “Hòstia, si a este le va bien, vamos a ver si los otros también lo quieren”. Fuimos colocando programas y después en 2015 comenzamos a ver que la mitad de las personas con adicciones tienen problemas de salud mental. Eso que comentabas tú antes. Entonces nos abrimos también a hacer programas para personas con un diagnóstico de salud mental. Entramos a formar parte del clúster de salud mental de Cataluña y nos abrimos a desplegar programas dentro de los hospitales de este ámbito. En esta especialidad Cataluña y las Baleares han sido pioneros a nivel europeo.
Antes estos programas los hacía normalmente un enfermero motivado, que le gustaba hacer deporte y que decía: “Pues ya me los llevo a jugar a fútbol”. Ahora son programas de fuerza, flexibilidad, resistencia, juegos cooperativos, deportivos… Con un modelo de integración comunitaria. Las personas que entran en los hospitales cuando salen tienen una reunión con el entrenador y él les pregunta: “De todo lo que has hecho aquí ¿qué te ha gustado más?”. Si alguien le contesta: “¡El bádminton!”, pues el bádminton. En Corbera de Llobregat una de las chicas que habéis visto en el despacho, Berta, busca entonces un club de bádminton para que esta persona continúe de manera comunitaria practicándolo dentro de un club.
Cuando una de las personas que preparan fracasa y deja de venir o recae ¿ustedes lo sienten también como un fracaso propio?
La primera vez que pasó yo fui al psicólogo de urgencias. Teníamos doce personas solo. Le dije: “Hòstia, Enric, ha pasado esto. Después del entrenamiento debía irse a casa, no lo ha hecho y ha recaído”. Él me contestó: “Bueno, pues, lo que puedes hacer tú cuando terminen el entrenamiento es coger la moto e ir casa por casa dando vueltas para asegurarte que han vuelto”. Me reí y pensé que eso yo no podía hacerlo. “¿Y entonces tú qué puedes hacer?”, me dijo. “Tener buenos entrenadores, que el programa sea motivador, hacer bien los informes…”. “¿Lo haces?”. Sí, le contesté. “Pues, ¿qué más puedes hacer?”. Ya no puedo hacer nada más. Es decir, yo puedo hacer una parte, pero debo entender que hay otra que se me escapa. Nuestra responsabilidad es generar adherencia al programa deportivo. Que ellos vengan y vean algo que les gusta, que les motiva, que quieran continuar… Que tengan la confianza de poder hablar con la entrenadora o con nosotros y contarnos si han pasado un mal momento. Al final, recuperarse de una adicción va de honestidad. Solo debes ser honesto.
Contigo mismo.
Contigo mismo y con tus padres, tu entrenador, tu pareja… Y si tienes un mal momento, decirlo. Pero pasa que muchas veces no queremos asustar a la familia, que lo ha pasado muy mal. Tienes un mal momento y te lo callas, te lo vas callando. Llenar la mochila para una persona con adicciones es muy arriesgado. No llevamos bien las mochilas.

¿Se sienten reconocidos por las instituciones públicas?
Bueno… [Ríe]. La administración siempre puede ayudar más. Yo no tengo queja. Cuando le hemos propuesto cosas el ayuntamiento de Barcelona nos ha ayudado. La Dirección de Drogodependencias nos ha ayudado mucho. Nosotros formamos parte de la Federación Catalana de Drogodependencias y esta plataforma nos ha ayudado mucho igualmente. También el Clúster de Salud Mental de Cataluña… Si te pones a analizar, las cosas siempre se podrían hacer mejor o las harías de otra manera… pero estamos contentos.
Todos los análisis del agua fecal de Barcelona llegan a la conclusión de que somos una de las ciudades que más sustancias –más cocaína– consume en el mundo. ¿Usted lo ve así?
Sí. En primer lugar, España es la puerta de entrada de la droga a Europa. Una parte se queda aquí. Segundo, y este es un problema serio de este país, nuestro ocio cultural es salir de fiesta. Es lo que están esperando toda la semana todos los niños de quince, dieciséis, dieciocho años… Ir de discoteca. En este ocio cultural –esta oferta de bares, discotecas, etcétera–, junto con nuestro talante –abiertos, simpáticos, alegres…–, la cocaína encaja perfectamente. En los países nórdicos hay mucho consumo de heroína, porque les encaja muy bien. Tú estás en tu casa confortable, en Suecia, aislado del frío, tirado en un sofá y consumiendo. No histérico perdido, como pasa con la cocaína. En Cataluña eso nos va bien. El histerismo. Es una parte de la rauxa. Y en Valencia. Tú debes conocer bien, todo aquello de la Ruta del Bacalao… Va en nuestro talante.
¿Los gobiernos se toman en serio este problema?
El problema de la adicción en los años ochenta era el tercero en importancia para la población. Hoy, si tú no lo preguntas, no aparece. Y si das una lista, aparece en el lugar número veinte. En los años ochenta eran el terrorismo, el desempleo y la droga. La cantidad de gente que consume ahora es muy similar, si no ha subido un poco. Creo que a veces las cosas se podrían hacer de una forma diferente. En los centros de atención de drogodependencias hay listas de espera muy largas y eso hace inviable la recuperación de una persona.
En el ayuntamiento de Barcelona el teniente de alcalde Albert Batlle se preocupa mucho. Le preocupa seriamente la frivolización del consumo del hachís, por ejemplo. ¿Una droga blanda abre el consumo a una dura?
¡Siempre! El noventa por ciento de personas que han tenido problemas con el consumo de la cocaína o de la heroína han comenzado bebiendo. Siempre empiezas bebiendo.
¿Es un circuito lógico, este?
Sí, porque es un problema de tolerancia. Es difícil que una persona empiece a beber tomando orujo. Empiezas a beber tomando cerveza o vino. Te vas acostumbrando. Y después vas a más. Con la droga es igual. Es difícil que en tu entorno y el primer día te encuentres con alguien que tome cocaína. Quizás una persona mucho mayor. Normalmente, empiezas por el alcohol, los porros, después la cocaína… Sí que es la puerta de entrada.
El vino está ligado a nuestra cultura desde siempre. Desde antes de la Biblia hasta ahora… ¿Cómo se hace para ir contra una droga que nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia? El vino ahora entre nosotros es un sector económico importante y un elemento de prestigio. Saber distinguir las variedades, entenderlo… ¿Cómo se debe hacer contra una realidad y una tradición tan fuertes?
Creo que es una cuestión de educación. Y también de las familias. No puede ser que dentro de casa a niños de 16 y 17 años les demos vino a la hora de comer, copas de cava… Blanqueamos el vino. Los padres estamos todo el día con la cerveza. Ahora en verano, más. La cerveza, la cervecita, el whisky, el gin-tonic… No puede ser. Children See Children Do. Nosotros blanqueamos el alcohol. Me podrán decir que soy un exagerado, pero el otro día estuve con un amigo y las cantidades de alcohol que bebe la gente de mi entorno son altísimas. Aquí hay muy poca conciencia de este problema.

Lo que piden las botellas, “Consumid con moderación”, ¿se puede conseguir?
Sí. Si miras la cantidad de gente que consume en España y la de alcohólicos que hay, estamos bastante bien. Porque hablamos del 100 por ciento de la población. Prácticamente, son todos. Y ahora no tengo los datos exactos de personas con alcoholismo, pero estamos bastante bien. Ahora, sí que es verdad que en el 40 por ciento de accidentes de coche, esa persona había consumido alcohol. Y que el 80 por ciento de atenciones a los servicios de drogodependencias de la Generalitat tratan casos de alcohol. Y también que el alcohol es la puerta de entrada. Pero tienes razón en lo que has dicho. Al final, el vino es la sangre de Cristo. “¡Hòstia!”, dices. “Tan malo no puede ser, si es la sangre de Cristo”.
El pan es el cuerpo y bien que algunos se pasan la vida alertando contra el gluten…
[Ríe].
¿Usted ilegalizaría todas las drogas?
Esa es una buena pregunta. Al revés. Yo personalmente pienso que legalizar las drogas nos quitaría de encima un problema muy grande, que es toda la violencia que se deriva. Toda la violencia también asociada al tráfico. Yo haría lo mismo que se ha hecho con el alcohol. Tomando un poco el modelo Países Nórdicos, donde hay unas tiendas casi estatales donde suministran el alcohol. Nuestro modelo de guerra contra las drogas es un modelo fallido. Ya tenemos el ejemplo de la Ley Seca en Estados Unidos de los años treinta.
Pero ahora imagínese legalizar la cocaína, que la gente la pudiera comprar en centros muy controlados… ¿Eso aliviaría el problema?
Te digo una cosa, Vicent. A veinte minutos de aquí, en el paseo de la Zona Franca, detrás del Leroy Merlin está el supermercado de la droga de Barcelona. Y allí puedes comprar toda la cocaína que tengas dinero para pagar. ¡Sin problema! Si dijéramos que es muy complejo comprar droga, que tiene unos precios altísimos, que la gente no puede acceder, eso significaría que esta política punitiva tiene efectos positivos. Pero si todas las drogas están al alcance de todos sin problema… Algo tenemos que hacer, porque eso genera unas espirales de violencia que son tremendas. Un gramo de cocaína en Barcelona vale sesenta euros. Si lo trajeras legal de Colombia, ¿sabes cuánto costaría?
Un euro.
No. Treinta céntimos.
Y la duda es si eso no facilitaría más el consumo.
No, porque tú puedes decir que vale treinta céntimos y ponerlo, con impuestos, hasta veinte o treinta euros. Venderlo, por ejemplo, en las farmacias, de manera controlada, y todo el dinero que recaudas, programas de formación, de educación y de tratamiento para las personas que lo necesitan.
De acuerdo. Pero si vendes la cocaína en las farmacias, tendrías que hacerlo con receta o con algún tipo de control y volveríamos al mismo punto de partida, a la venta clandestina…
No. Porque puedes hacer como con el alcohol. Puedes comprarlo en el supermercado, pero con limitaciones. Por ejemplo, en los clubes de cannabis de Bélgica tú tienes un límite mensual. Si llegas, te dicen: “No. Usted, para comprar más, debe ir a hablar con el trabajador social”. Y él te pregunta: “¿Por qué toma tanto”?”. “Porque yo tengo mucho lío con mi jefe, que me presiona mucho, y esto me relaja”…
Creo que habla usted de una sociedad casi perfecta.
Sí. Aquí estas cosas son más difíciles, pero ya hay modelos. Modelos que han funcionado bien. En Estados Unidos parece que la legalización al menos lo que ha conseguido es que los jóvenes y los niños tengan mucho más difícil acceder.
Y entonces aparece una droga mucho más bestia y la rueda vuelve al punto de partida!
El fentanilo. Sí. Es verdad. El ladrón siempre va por delante. O los del dopaje siempre van por delante de la agencia antidopaje… Al final, es un tema de educación como país. De tomar un poco de conciencia como país. Dile tú a un padre: “Tienes un hijo de quince años y no es bueno que te vea beber”. Y te dirá: “¿Entonces, me tengo que joder yo? No puedo beber en la comida, no puedo beber con mis amigos…”. Si ya empezamos por aquí…
Bien. ¿Se mira el futuro con tranquilidad? ¿Lo tiene todo más o menos controlado?
[Ríe]. ¿Controlado? ¡No lo tenemos nunca! Pero miro el futuro con mucha ilusión. Con mucha esperanza. Y con ganas de hacer proyectos nuevos. Ahora estamos haciendo uno para ayudar a jóvenes y adolescentes con problemas de adicciones a través de la naturaleza… Yo cada día me despierto con sueño, pero con muchas ganas de hacer cosas.