Les confieso de entrada que la reflexión que contendrá esta serie de artículos surgen de una imperiosa necesidad intelectual y política, incluso vital. Mucha gente de mi generación llevamos toda la vida esperando que Cataluña resuelva su siempre inacabada arquitectura institucional. Está claro que el estado autonómico no ha dado a Cataluña un buen autogobierno. Es un hecho que la calidad de las instituciones políticas y administrativas de que disponemos no son la palanca que necesitamos y a las cuales tenemos derecho. A menudo nos dificultan el progreso de nuestra sociedad que no lo estimulan. 

No podemos estar satisfechos de las instituciones públicas que tenemos. El estado central acostumbra a complicarnos la vida, y la autonomía está quedando reducida a una administración sin ninguna capacidad decisoria en las cuestiones determinantes. Recuerdo que el presidente José Montilla, en 2008, el mismo día que saltaba el sistema financiero internacional, en su despacho, preocupado por el que aquello podía suponer para Cataluña, me confesó que aquella crisis internacional rebasaba, y mucho, cualquier cosa que pudiera hacer su gobierno. A estas alturas ya sabemos, o sería bueno que supiéramos, que el actual modelo de Estado español, con autonomías incluidas, es un instrumento que no sirve a los catalanes. 

Hasta el año 1978, la dictadura era la excusa que nos llevaba a afirmar que el Estado español era impresentable. A partir de la Constitución del 1978, el Estado obtuvo una apariencia verdaderamente democrática, pero, aun así, la baja calidad del sistema institucional no quedó resuelta. Más bien al contrario, a medida que han pasado los años, el sistema institucional español ha ido a peor, claramente, con relación en Cataluña. 

Llevamos casi medio siglo de democracia y los catalanes estamos más desencajados que nunca en el contexto del estado español, estamos notoriamente mal servidos por las instituciones políticas, y es evidente que el conjunto de la arquitectura institucional española está muy lejos de ser la que la sociedad catalana necesita.

Por qué los catalanes quieren ser independientes 

Todo el que ha sucedido desde la frustrada propuesta del Estatuto del 2006 hasta la fugaz proclamación de independencia del 2017 tiene que ver con el anhelo de gran parte de la sociedad catalana de dotarse de una administración pública, de un aparato estatal, regido por el imperativo democrático, capaz de representar la sociedad civil catalana, en su diversidad ideológica, social y generacional, en la busca de una mejor democracia, más prosperidad, más justicia y más bienestar. 

Manifestació contra la sentència del Estatuto, el 2010

Por la gran mayoría de catalanes, democracia significa libertad para decidir como vivir, autogobierno de calidad, respecto a la identidad cultural y lingüística, prosperidad que llegue a todo el mundo y bienestar que se esparza por todos los rincones del país y los ángulos de la vida. El estado español, las instituciones que lo configuran, no nos da nada de esto. Son instituciones que despliegan una pulsión autoritaria que desde siempre niegan en Cataluña derechos reconocidos universalmente y, además, se enrocan, por razones que averiguaremos, a no cambiar nada, a hacer del Estado un instrumento siempre cerrado y excluyente.    

¿Y por qué el estado español se niega a abrirse y a ser inclusivo? ¿Y por qué se mantiene así desde hace siglos y no quiere cambiar? 

En estas preguntas y las respuestas es donde reside el enigma. El enigma que amordaza los catalanes desde hace medio siglo, y ha encorsetado gran parte de nuestra historia. 

Qué es lo que no funciona en la democracia española

Es obvio que algo no funciona en la democracia española. También lo es que, al menos para los catalanes, las instituciones políticas españolas no hacen bien su trabajo. A menudo no han hecho el que hacía falta y muchas veces han hecho el contrario del que deseábamos los catalanes. Para decirlo corto, el Estado ha representado muy pocas veces los intereses de la sociedad catalana y muy a menudo le ha complicado más que favorecido sus esfuerzos de progreso.

El déficit fiscal que permite en el Estado construir su red de poder 

No solo esto, el Estado ha obtenido de Cataluña gran parte de la fiscalidad que necesidad para gobernar España. La fiscalidad catalana, el famoso déficit fiscal, le ha permitido en el Estado construir y mantener su red de poder. Paradójicamente, Madrid concentra los grandes beneficiados por la fiscalidad catalana: son los más próximos. En el pasado fue la corte, ahora es la élite. Es aquello que Owen Jones dice el establishment: un grupo de personas, algunos electores, otros no, que manejan y usan el Estado en beneficio propio, que comparten ideas y mentalidades, que se representan a sí mismos y sus intereses, y que fundamentan su poder en la red de conexiones que mantienen la élite política, empresarial, mediática, judicial y policial.      

Justo es decir que el establishment madrileño no es solo exactamente Madrid, pero Madrid es su territorio predilecto; no es tampoco España, y obviamente no es Cataluña. El establishment tiene una manera de interpretar el Estado y sus instituciones, tiene una manera peculiarmente autoritaria de entender la democracia. Es una red de poder político y económico, de la cual unos pocos se benefician mucho, y otros, la mayoría de los catalanes, han resultado especialmente perjudicados.

 “Como sois los catalanes”

Recuerdo que, en una ocasión, cuando hacía de delegado del gobierno catalán a Madrid, había quedado a comer con un secretario de Estado. Vi entrar mi interlocutor. Observé el gran abrazo que se hizo con una genuina representante de la vieja aristocracia, a menudo retratada en las publicaciones de papel satinado. 

Solo sentar, me dijo: «Está encantada conmigo. La familia miedo lo visto tenía un problema de cash. Me vino a ver y me ofreció un Fra Angélico. Pedía un montón de dinero. Me dijo que el Museo de Prado lo quería. Le discutió un poco lo precio y ya está comprado. Está encantada». 

La cifra no era precisamente pequeña, eran millones de euros. Un problema de efectivo de una familia del establishment se había resuelto en un santiamén. A mí me salió del alma: ¿Entiendes miedo qué soy independentista? Años para conseguir que se financien correctamente las grandes instituciones culturales catalanas, deudas que nunca pagáis, instituciones en déficit permanente, y, sin embargo, en un santiamén encontráis millones para la señora. Y eso lo hacéis cono todo. 

Su respuesta fue huidiza: «Cómo sois los catalanes, si lo sé no té lo cuento«. 

Este tipo de anécdotas se me repitieron a menudo a Madrid. En otra ocasión, otro secretario de Estado, después de que yo le reprochara que la inversión del corredor mediterráneo no avanzaba, y que me parecía inadmisible que hubieran traspasado el dinero del corredor al enlace entre la estación de Atocha y el aeropuerto madrileño, me respondió con una idea antológica e irritante: «Hombre, delegado, si té subes a un globo y subes mucho, mucho, al final la línea de la costa puede parecer que pase miedo Madrid». 

Es una manera de entender el Estado, de considerarlo una propiedad, un monopolio.   

Aquel tipo de respuestas no eran anécdotas banales, explicaban la lógica de una red de poder que hacía y deshacía a favor de quienes estaban integrados y en contra de los que estaban excluidos. 

Eran manifestaciones a menudo estúpidas, pero que representaban bien su manera de interpretar y utilizar el Estado. Un Estado que, decisión a decisión, en mi opinión, ponía de relieve por qué el Estado autonómico no hacía otra cosa que retroceder. En este Estado, los catalanes, al menos la gran mayoría, no estábamos representados, ni cumplía sus obligaciones, ni devolvía las aportaciones fiscales que hacíamos. 

En aquellas anécdotas, y en las múltiples conversas de café, cogía por qué ninguna de las soluciones de mejora institucional que habíamos propuesto los catalanes en democracia (Estatuto del 2006 e independencia 2017) habían sido aceptadas. Muy mirado tampoco nos tendría que sorprender, lo mismo pasó con la gran mayoría de las propuestas catalanas durante el siglo XX, y de hecho el XIX, XVIII y XVII.

Una estructura de estado zafia donde estamos obligados a vivir

Madrid es una muy buena ciudad para pasear, pero si tienes la paciencia y la oportunidad de penetrar en la lógica que supuran las instituciones del Estado, también sirve para darse cuenta del porqué somos tantos los catalanes que estamos convencidos de que el principal problema que tiene Cataluña es la zafia y malintencionada estructura estatal donde estamos obligados, imperativamente, a vivir. 

Una estructura estatal, pues, que no juega a favor de la sociedad catalana, que ningunea sus mejores atributos (talento, diversidad, identidad, civismo y universalismo), que dificulta su despliegue de más democracia, justa, próspera y acomodada.  

La raíz del enigma del problema español, la razón de la incomodidad catalana, está en el Estado español, en su arquitectura inamovible, inadecuada y autoritaria. Un Estado que vive en gran medida de la fiscalidad catalana. Un Estado con intereses propios que existe si mantiene amordazada la sociedad catalana en términos políticos, económicos, culturales y lingüísticos. 

El fin de la militancia política en un partido

Los artículos que vendrán están hechos desde la experiencia política y el conocimiento directo de las cosas. He hecho de regidor dos veces, he estado en el gobierno de la ciudad y a la oposición. He hecho de consejero de Cultura con el presidente Maragall y el presidente Mas. He hecho de delegado del Gobierno de Cataluña a Madrid. He trabajado en el mundo privado, en el mundo editorial y audiovisual y también de los derechos de autor.

Milité de joven universitario a BR, unas cuántas semanas al PSUC cuando todo parecía posible, veinte años al PSC cuando todavía era catalanista, en la Crida mientras existió y en Junts desde que nació y hasta ahora. Me he dado de baja. Necesito una temporada de soledad política. Los confieso que pocas veces he estado cómodo dentro de ningún partido. Demasiado corporativismo. Me considero inscrito en el partido que preconizaba Albert Camus: el de los que no estamos seguros de tener siempre y, en todo, la razón.   

En cualquier caso, los puedo asegurar que he visto las administraciones de bien cerca y, muy especialmente, las maneras de hacer de la administración central del Estado. Tengo la certeza que necesitamos más reflexión y verdad. La buena política es acción, pero, todavía más, pensamiento. Cataluña necesita renovar ideas sobre sí misma y su futuro precisa renovar estrategias y tácticas

El ensayista Tony Judd expresó hace años una idea que me parece muy adecuada para la realidad catalana: la incapacidad de la política es discursiva, dado que ya no sabe cómo hablar del que pasa de verdad.

Palau de la Generalitat / Jordi Borràs
Palau de la Generalitat / Jordi Borràs

Las preguntas que se tienen que hacer

Hablar de que pasa de verdad. Descubrirlo implica hacerse las preguntas adecuadas. Primera: ¿por qué Cataluña no es un Estado independiente? Segunda: ¿ha tenido nunca la oportunidad de serlo? Tercera: ¿a la sociedad catalana le convendría serlo, habría podido mejorar significativamente la vida de los catalanes en caso de haber tenido la fuerza de constituirse como un estado independiente de Europa? Cuarta: ¿por qué el Estado español, y de retruque la sociedad española, se ha opuesto tan furiosamente a la independencia de Cataluña, con continuidad y alevosía? Quinta: ¿por qué el Estado ha mantenido también posiciones tan agresivas o desconsideradas con las soluciones federales o autonomistas? Sexta: ¿por qué los catalanes hemos desplegado una acción política tan políticamente discontinua a lo largo de los siglos? Séptima: ¿cómo sería España sin Cataluña? Octava: ¿qué habría pasado o pasaría con España, y los españoles, en el caso de vivir en un estado sin Cataluña? Novena: ¿por qué razón el Estado español no ha sido capaz de constituirse como un estado reconocido por el conjunto de la ciudadanía catalana? Décima: qué tiene que hacer el independentismo para recuperar la iniciativa? Undécima: ¿por qué razón la sociedad catalana tiene que vivir sometida a una dinámica institucional que no hace otra cosa que ponerle trabas económicas, nudos políticos y regresiones culturales y lingüísticas?

Para afrontarlas es necesario reflexionarlas. Hay que deshacer el relato histórico que el Estado y los que viven asociados han construido, dispuestos a ocultar la verdad, a mentir tanto como haga falta para mantener las cosas como hasta ahora. Pero hace falta, también, entender los errores de la sociedad catalana, nuestras insuficiencias. Hay que tener en cuenta la poca penetración de nuestros argumentos ante la comunidad internacional y singularmente la europea. Pero todavía más, y por encima de todo, hay que construir un relato propio de país, centrado y coherente, donde se puedan inscribir una gran mayoría de catalanes.   

Sea como fuere, el que pasa de verdad es que Cataluña tiene importantes problemas de presente y serias amenazas de futuro. Uno de ellos es la desmotivación política. No puede ser de otra manera si la mayoría de los hombres y las mujeres que vivimos en Cataluña tenemos la sensación de dar vueltas y vueltas sin fin en una rutina política sin final. 

Pasan los años, las generaciones, llegan dictaduras y se consolidan democracias, pero los catalanes no conseguimos poner nuestra vida política en un marco institucional que nos represente.

Para acabar, agradezco al editor Salvador Cot y la directora Sílvia Barroso su confianza y, a todos los lectores, su paciencia. La serie que hoy empieza tendrá dos partes: la primera indagará en el que ha pasado, la segunda en lo que, a mi entender, tendría que pasar.

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