De joven fue una periodista tractoret. En el Avui. Anna Grau dejaba huella por donde pasaba porque tenía carácter. Se lo pueden preguntar a algunos líderes políticos de la época, que miraban sus ojos, pero no entendían que detrás había tinta. A menudo fue peor para ellos, porque el texto no les perdonaba. Se fue a vivir a Estados Unidos, donde dio un giro -o así se puede entender, aunque a ella no le guste- y trabajó para el ABC. De regreso no volvió a Barcelona, sino a Madrid. Fue pareja del nieto de Hemingway y durante tres movidos años de Fernando Sánchez Dragó. Decepcionada con la cultura catalana -dice-, prometió como Scarlett O’Hara -¡Señorita Escarlata!- que nunca más volvería a escribir en catalán. Fue un juramento sólido que ahora se ha vuelto líquido. Derrapando más en el giro, fue presidenta de Societat Civil Catalana en Madrid, que considera aún el séptimo cielo, y luego diputada de Ciudadanos y candidata a la alcaldía de Barcelona en la era de Carlos Carrizosa. Ciudadanos se ha disuelto -y también Carrizosa-, pero Anna Grau, no. Vuelve a ser periodista, quizás más ácida, más sabia, mantiene los ojos de ciencia ficción y vive en Barcelona, donde ha escrito En la boca del dragón, aproximación -como Falles folles fetes foc– a una relación de esas que entran tres en una docena. Al contrario que Alicia Sánchez-Camacho, proclama que vive bien. Ahora explica aquí el porqué de todo, escribe una novela de ficción y se siente plenamente escritora.

No sé por dónde comenzar esta entrevista, pero usted me lo ha puesto fácil con la publicación del libro En la boca de dragón, que explica tres años de relación con el escritor Sánchez Dragó. [Saca el libro del bolso y lo muestra, con picardía, a la cámara]. ¿Esto es un homenaje o una venganza?

Es más un homenaje que una venganza. Es verdad que soy una persona muy rencorosa, pero nada vengativa. Lo cual es una ganga para los demás, aunque no siempre para mí. No, no, no. No tengo otra ocupación que hacer un libro como una venganza. Si quisiera hacer libros vengativos, tengo una larga lista negra en la que no estaría este señor. De todo aquello ya hace bastante. Mi relación con él se prolongó del 2014 al 2017. Creo que es bueno para el libro que esté reposado, no haberlo servido caliente. Hoy precisamente, en el momento en que usted me hace esta pregunta, se cumplen dos años de la muerte de Sánchez Dragó. Debo admitir que su muerte me impresionó más de lo que esperaba. Mantenía una relación cordial, afectuosa, pero me impactó más de lo que esperaba. Por eso la necesidad de escribir este libro. Siempre tienes dudas. Entrar en tu vida privada… aunque le doy otra dimensión porque hablo de cosas, no solo de amor. Hay mucho amor, pero no solo amor.

Lo que me terminó de decidir es que a mí nunca me habían pedido tantas explicaciones, nunca me habían faltado tanto al respeto, nunca me habían juzgado tanto como a raíz de esta relación. Y no solo a mí. Tal como lo explico, a otras personas del entorno de este señor también les pidieron cuentas. Yo creo que en este país, en el mundo en general -porque esto forma parte de lo que yo llamo la dictadura woke-, se ha entrado a saco en la vida privada de la gente de una manera que debemos poner pie en pared. Este libro es un homenaje a las personas que pensamos que ya somos grandecitas para decidir a quién queremos amar, cómo queremos vivir -evidentemente, dentro de una sociabilidad y un respeto a todos-… Si este libro quiere ajustar cuentas con alguien, sería con los que no tienen claro esto.

¿La criticaban porque usted era muy joven comparada con él o porque él era un escritor que se había inclinado mucho hacia la extrema derecha?

Me criticaban por molestar. Cuando eres periodista -y usted no me dejará mentir en este sentido- te dan caña. Y más ahora, que vivimos en una sociedad tan polarizada, con tanta mala leche. Creo que se puede ser muy duro, muy incisivo, sin faltar al respeto y sin insultar. Y sobre todo, sin entrar en la vida privada. Yo viví seis años en Estados Unidos y entonces aún se notaba la diferencia entre la obsesión americana por fiscalizar la vida privada y la actitud europea. En Europa -y especialmente en España y en Cataluña- había como un respeto. La gente no entraba en esas cosas, siempre que fueran cosas dignas y legales. De repente eso se volteó. Cuando me lo hacían solo a mí no era del todo consciente, porque a mí como periodista me han atacado mucho, me han cuestionado mucho, me han dado mucha caña. Pero cuando me di cuenta de que a otras personas del entorno de Sánchez Dragó, que no tenían la misma exposición pública que yo, les había pasado igual, entonces me di cuenta y reaccioné. Es como cuando sales de una relación tóxica. En ese caso la relación tóxica no era con Dragó, sino con los Dragó haters. Pero yo creo que en mi caso personal era que buscaban una excusa y no sabían a qué agarrarse.

¿Por qué buscaban una excusa? Y ¿por qué en su caso?

Está mal que yo lo diga, pero a mí no es fácil ganarme en una discusión. Incluso si no tengo razón.

Lo tengo presente.

¿Y por qué es así? ¿Porque soy infalible y nunca me equivoco? No. Es porque no suelo hablar por hablar. Las cosas que digo… Puedo equivocarme, pero alguna acertaré. Le doy muchas vueltas a las cosas. Cuando digo algo está meditado. Como periodista, no hablo por hablar. Intento no hablar de lo que no sé, buscar la información… Me he encontrado como periodista -también en mi etapa como diputada- que no todo el mundo hace los deberes. No es que yo fuera más espabilada que los demás. Creo que soy más trabajadora que los demás. Que los demás venían y decían la primera cosa que se les pasaba por la cabeza. Los demás cuando no saben qué decir se enfadan.

Anna Grau, periodista y escritora. Barcelona 10.04.2025 / Mireia Comas
«Me gustan los hombres más clásicos, más masculinos, más hechos; no me atraen los yogurines» / Mireia Comas

No me acaba de explicar por qué la criticaron tanto por esta relación…

Mire. Si alguien se lee los índices de los capítulos del libro, se puede hacer una idea. Leeré, picoteando, algunos de los títulos. Lo hago en castellano, no para molestar, sino porque el libro está en castellano: “¿Pero cómo podías estar con un hombre tan exageradamente mayor que tú?”, “¿Pero cómo podías estar con un hombre tan de derechas?”, “¿Era verdad lo de las afroditas japonesas y lo de los maratones de sexo tántrico?”… En fin, a ver, yo veo mucha miseria y mucha envidia. Dragó me llevaba treinta y un años, pero no era el primer señor mayor que yo con quien había estado. Siempre he tenido una obsesión, una debilidad, por los hombres mayores que yo. Admiro la inteligencia, la experiencia, la personalidad… Eso, solo encontrarlo más en personas más maduras que en personas a medio cocer. Incluso físicamente me atraen los hombres más clásicos, más masculinos, más hechos. No me gustan los yogurines. Y el hecho de que él fuera de derechas… Yo también he estado con una persona muy de izquierdas. De hecho, con la mayoría de las relaciones que he tenido ideológicamente hemos ido poco a la par. No he tenido novios de mi cuerda. Pero eso nunca ha sido un problema para mí. Concretamente, con Dragó teníamos muchas broncas, pero…

Eso quería decirle. Porque una de las broncas más fuertes del libro llega a raíz de una discusión sobre Trump…

Sí, pero, mire, una bronca en tres años. A ver, en política Dragó y yo no estábamos nada de acuerdo. De hecho, él era de otra época y tenía otras ideas. Él se burlaba mucho de mí, por ejemplo. Le importaba un comino Cataluña. No Cataluña en sí, sino los problemas políticos de Cataluña. Ni a favor ni en contra. Decía que eso no le interesaba a nadie. Y para mí era un tema sustancial y capital. Y sí, Dragó y yo tuvimos la gran bronca el día antes de la victoria electoral de Donald Trump en 2016. Él iba con Trump y yo con Hillary Clinton. Pero, mire, eso fue algo extraordinario, en el sentido de que no era habitual. Era más normal que yo me burlara de lo que pensaba él y él se burlara de lo que pensaba yo. Y santas pascuas. Aquella vez no sé qué pasó. Supongo que se bloqueó. Pero dice mucho a su favor que fuera algo tan insólito que merezca que lo destaque en el libro. En cambio, hay otra gente, que no tiene conmigo la confianza que me tenía Dragó, que, si les dejara, saldríamos a bronca diaria. Era muy extraño que Dragó se enfadara con alguien simplemente porque no pensara como él.

Usted afirma que cada uno tiene derecho a su intimidad, pero cuando alguien escribe un libro como este es obvio que renuncia a ella.

Perdone… [Ríe].

Bastante. Usted explica con pelos y señales una relación sentimental privada… Y ya debe saber qué significa eso.

El libro se ha publicado en el año 25 y yo he sufrido los ataques desde el año 14. Es al revés. El libro es una reacción contra eso. No solo, pero seguramente el empujoncito para escribirlo… Yo sentí la necesidad de escribirlo cuando él murió, sí, pero no siempre -y las personas que escriben espero que me entenderán- esa necesidad equivale a la de publicar. Podría haberlo escrito y lo podría haber guardado en un cajón. Lo podría haber dejado solo para mí. O podría haberlo dejado para cuando yo muriera. Pero, aparte de que él ha muerto, y eso también me quitó dilemas éticos… De hecho, todas las personas de su entorno que cito salen con un seudónimo.

Pero son fácilmente identificables.

Aparecen con un seudónimo como una muestra de respeto y también para que quien no los conozca tenga que trabajar un poco si los quiere identificar.

Y para evitarse problemas legales.

No creo que haya nada en el libro que merezca un problema legal. En todo caso, ha sido publicado en una editorial muy seria, La Esfera de los Libros, que tiene un sólido departamento jurídico. [Ríe]. Y no se quejaron. Pero, en todo caso, podría haberlo dejado en un cajón o podría haberlo literaturizado más. Podría haber hecho una novela con personajes difícilmente identificables. Lo hice precisamente por eso. Como una reivindicación, como una respuesta a todos esos ataques, a toda esa incomprensión. Y como una defensa…

¿Autodefensa?

Podríamos decirle autodefensa, sí. En defensa propia.

Como mossèn Cinto…

Como una defensa, quizás, sobre todo de los demás. Porque yo tengo el carácter que tengo, la costumbre que tengo de defenderme. Pero hay personas del entorno de Fernando que les ha pasado lo mismo y que no tienen la misma capacidad de defenderse. Y hay personas que no tienen nada que ver con Dragó y que les está pasando esto mismo en otro lugar. Porque -insisto- nuestra sociedad se está volviendo muy invasiva.

A ver. Usted se desnuda en la novela y lo desnuda a él. No sé qué tiene eso de defensa y, en cambio, luego no puede quejarse de que la gente se meta en ello.

No. Esto es un striptease a cámara lenta. De hecho, recomiendo a quien quiera leer el libro que lo haga despacio, que lo haga entre líneas, porque hay muchas cosas que no se dicen directamente, pero, si uno les da vueltas, son muy sugerentes. Todo lo que digo en el libro es verdad, pero no está toda la verdad. La intimidad tiene muchas capas. Yo doy muchas claves, pero tampoco está todo. Y perdone, yo no me quejo de que mi intimidad sea conocida. No tengo nada que esconder. No es lo mismo desconocido o conocido que juzgado o no juzgado. Mi relación con Fernando dura tres años. El primer año y medio es clandestina. En ese momento ni él ni yo queríamos que fuera conocida. De hecho, esa es una de las razones por las que en aquel momento rechacé dos invitaciones para entrar en política. Como buena periodista sé que, si escondes algo -que no tiene que ser ilegal o una podredumbre-, algo que no quieres explicar, no te metas en política. No te metas porque la política exige una transparencia total.

Yo no me quejo de que mi relación fuera conocida, pero sí de los intentos de demonizarla. De hecho, este libro tiene ese sentido. Opinar está bien, pero deberíamos ser más cuidadosos antes de demonizar la vida privada de los demás. El día que lo presenté recordé cosas que han dicho ministros de Podemos y que no se habría atrevido a decir Pilar Primo de Rivera. Para eso ya estaba la Sección Femenina. No hacía falta un feminismo tan progre para acabar teniendo algo así.

Conoció a Fernando Sánchez Dragó en una conferencia en la que usted explicaba la vida de las mujeres al lado de los hombres considerados genios… ¿Quería probarlo en su propia piel?

La historia de aquella conferencia, si la contamos, también tiene gracia. Yo lo conozco en el año 93 en un viaje a México. No pasa nada, hola y hola, y ya está. Pasan veinte años y nos volvemos a encontrar entonces por casualidad en un desayuno de periodistas en el hotel Ritz de Madrid. Allí comienza una cierta tontería, pero en ese momento mantenía otra relación con un señor que se llamaba John Hemingway y que no se llamaba Hemingway por casualidad, sino por ser el nieto del famoso escritor. El abuelo, Ernest, tenía absolutamente obsesionado a Dragó. Cuando supo que yo salía con un Hemingway le faltó tiempo para sacar toda la artillería pesada. Me invitó, entonces, a participar en unas jornadas que él organizaba y que se llamaban Encuentros Eleusinos. En ese momento ya no estaba con John. Ya lo había dejado. Tampoco estaba con Dragó ni tenía intención de estarlo. Estaba en fase de no, no, no, no quiero de ninguna manera. Él, de alguna manera, me enreda para ir a la conferencia, que se hacía en Marruecos. Y yo le pongo dos condiciones. Le dije: “Si voy, no quiero sacarte de la habitación a escobazos”. “No, por favor -me dijo-, esto es algo profesional”. Y segunda: “No haré una conferencia hablando de mis intimidades con John Hemingway. Si tanto te interesa el tema, puedo hacer una sobre la relación de hombres geniales o excepcionales con mujeres. Y ahí sí que puedo dar algunas claves”. Me dijo “estupendo” y adelante.

Obviamente, a él le encantó el tema porque se sintió sumamente identificado. De hecho, la tesis que defendí en aquella conferencia, la mantengo. Normalmente, las mujeres geniales -no sé si geniales, más que geniales, brillantes- buscan hombres brillantes también. En la mujer la admiración es el paso previo al amor. Es muy difícil que una mujer ame a alguien que no admire antes. La mujer con un elevado grado de exigencia intelectual o artística -como quieras llamarlo- busca cosas así. El hombre, no siempre. El hombre brillante a veces tiene un arrebato narcisista. Está acostumbrado a ser el Rey Sol. Hemingway es un caso de manual. Él tuvo una compañera extraordinaria que fue su tercera esposa, Martha Gellhorn, que aparece mucho en el libro…

Anna Grau, periodista y escritora. Barcelona 10.04.2025 / Mireia Comas
«Mi Hemingway no llegaba ni a la suela del zapato de su abuelo» / Mireia Comas

Una periodista que él quería eclipsada…

Hemingway se indignó porque ella le pudiera hacer la más mínima sombra. Una sombra ridícula, porque él tenía una fama mundial abrumadora. A pesar del mérito de ella. Ella tenía muchísimo. Por ejemplo, ha quedado grabado que él estuvo en el desembarco de Normandía… ¡Y no! Ella sí, ella estuvo allí. Pero ella lo veneraba, lo idolatraba. Ella era mejor reportera que él, porque era una persona que, para empezar, no se inventaba cosas, que no decía mentiras. Y él, por el contrario, madre de Dios… Pero él era mejor novelista. Tenía una magia que ella nunca tuvo. Pero ella lo veneraba, besaba por donde él escribía. Y él nunca tenía suficiente.

¿Por qué le llamaron la atención este tipo de relaciones tan complicadas? ¿Por su relación con el nieto de Hemingway?

Mi Hemingway no llegaba a la suela del zapato del abuelo. Por eso no deberíamos preocuparnos. De narcisismo, iba sobrado; de genialidad, no. No. A ver, yo no me considero un genio. No creo que Dragó fuera un genio tampoco. Eso sí, era una persona extremadamente inteligente y brillante. Muy culto. Con un gran rigor intelectual, cosa que no abunda. Ahora, yo entiendo otra cosa por genio-genio. Insisto: si eres una mujer con aspiraciones intelectuales, tienes tendencia a buscar un compañero que las comparta contigo, y eso no siempre conduce a la complicidad. Por desgracia, eso lleva a veces a una rivalidad, injustificada, porque, ya digo, la mujer que está con un hombre que de alguna manera ha elegido por sus méritos intelectuales y artísticos… él ya tiene mucho trabajo hecho, porque ella lo admira. No lo amaría si no lo admirara. No lo admiraría si no lo amara. Esta mala intención de algunos hombres… Hemos hablado de Ernest Hemingway, pero también podríamos hablar de…

De Picasso…

De Picasso, sin ir más lejos. ¡De Tolstoi, también! Hay una serie de hombres geniales que las mujeres que tienen al lado, si no son tontas, mejor que lo parezcan o que lo hagan. Y debo decir que con Dragó no tuve ese problema. Sería porque él me llevaba tanta ventaja o porque iba tan sobrado. Él había ganado el Planeta, no sé cuántos premios más, tenía cuarenta libros publicados, había hecho todos los programas de televisión… Era muy difícil que yo le hiciera miedo. No había digamos motivo. Con otros sí que me lo he encontrado. Con otros que tenían las mismas pretensiones, pero que no habían tenido el mismo éxito, me lo he encontrado. Y es algo que me entristece mucho. Porque dices: “Entonces, ¿qué pasa, que tengo que buscarme un macarra yo también porque, si no, no saldremos adelante?”.

¿Se habría acercado usted a Picasso o a Tolstoi?

No. Tolstoi me cae muy mal. Es un gran escritor. Hay un libro de Tolstoi que me hiela la sangre y que a la gente le gusta mucho, que es Anna Karènina. Algunos piensan que Anna Karènina es una novela romántica. Todo lo contrario. Y no haré spoiler y diré cómo acaba, pero desde la primera página Tolstoi empuja a Anna Karènina a tirarse al tren. Yo la comparo a menudo -y la gente piensa que es para épater- con un libro fantástico, que es Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós. Es un poco el mismo planteamiento. Sobre una historia de amor de una mujer caída, Galdós construye todo un fresco histórico, el Madrid de la Restauración. Son mil páginas de novela. Se dice pronto. Pero la ternura con la que Galdós trata a Fortunata, la comprensión que tiene de la mentalidad femenina, es diáfana y radiante. En cambio, Tolstoi… ¡El Tolstoi podría ser perfectamente de Podemos!

¡Vaya!

Escribe muy bien, pero podría ser perfectamente de Podemos.

¡Qué comparaciones… En budista! No nos entretendremos, porque esto se alargaría como una partida de ping-pong…

Además, maltrataba a su esposa permanentemente. Y a los hijos.

Eso no lo discutiremos. También Rousseau. De acuerdo. Pero no creo que Tolstoi, aparte de intentarlo con él mismo, empujara a ningún personaje a la muerte…

El moralismo siniestro…

Quizás es peor el de Dovstoieski…

No,  Dovstoieski me gusta mucho más como escritor que Tolstoi.

No me extraña.

Yo pienso que los escritores rusos… Hemingway solía decir que, como escritores, estaban los rusos, los rusos, los rusos y todo desierto hasta el número diez, y aquí comenzaba el resto del mundo. Y estoy bastante de acuerdo.

Los rusos, los rusos, los rusos y después, él…

Una de mis frustraciones es no poder leer en ruso. Me gustaría mucho poder leer en ruso.

Retomemos aquella conferencia, porque esto se parece cada vez más a un curso de Navókov. En aquella conferencia usted dijo algo terrorífico. Cuando Sánchez Dragó la presenta y habla de su pasado, usted lo corta y dice: “Ya no escribiré nunca más en catalán”. Y lo dice de una manera fulminante, lapidaria. ¿Por qué tomó una determinación tan grave?

Yo decidí… Le tengo que decir que ahora esta decisión es más fluida. En aquel momento era sólida y ahora es más líquida.

¿Por qué? ¿Qué la llevó a eso?

Yo, hasta los 35 años, por defecto escribía en catalán. Podía escribir en castellano y…

Era su lengua. Yo la conocí así…

Bueno. El catalán es mi lengua madre, pero siempre digo que el castellano es mi lengua padre, porque he mantenido con ella una relación muy intensa desde pequeña, gracias a la literatura, precisamente. De hecho, me gustaría precisar que esto también tiene mucho que ver, para mí, con un curioso enfoque de las clases de literatura, al menos en mi época, porque hace tiempo que terminé el instituto. En mi época las clases de literatura catalana eran lamentables comparadas con las de literatura castellana. Había una selección de los autores que yo calificaría como mínimo de peculiar. Ahora hablábamos de Tolstoi. Con las críticas que podamos hacer al hombre, nadie puede negar que es un grandísimo escritor. Ahora imagínese usted que a un estudiante ruso no le hablaran nunca de Tolstoi. Eso es lo que ha pasado aquí.

En mi época uno se podía escolarizar y llegar a la universidad sin haber oído nunca las palabras “Josep Pla” o “Josep Carner”. No diré nombres, porque no quiero señalar a nadie, pero en cambio se daba mucha visibilidad a autores comparativamente menores, pero que encajaban más con una mentalidad más izquierdosa. Se habla mucho del nacionalismo, pero en aquella época en mi instituto todos eran comunistas excepto uno, que era de Convergència i Unió. Uno era de CiU y los demás eran todos del PSUC. Se salvaba quien se salvaba. “Este, no, que es demasiado esto. Aquel, tampoco, que no es lo suficientemente antifranquista”. No andábamos tan sobrados aquí de genios. Si entrabas a la clase de catalán y te habían podado las mejores ramas del árbol y entrabas a la clase de literatura castellana y comenzaban con Neruda, seguían con Lorca y terminaban en Cervantes… Entonces, claro. Yo desarrollé una adhesión literaria muy fuerte a la lengua castellana que explica muchas cosas…

Anna Grau, periodista y escritora. Barcelona 10.04.2025 / Mireia Comas
«Cuando tengo 35 años hago el ‘cambio’ y pongo el catalán como lengua prioritaria de creación»/ Mireia Comas

De acuerdo. Pero eso no explica por qué empieza a escribir en catalán y llega un momento en que corta con su lengua.

Le estoy dando un background…

Un poco largo… No terminaremos nunca…

¡Aaaah! ¡Es usted quien ha preguntado!

He preguntado yo, sí, pero me gustaría una cierta síntesis en las causas del giro, que usted es periodista y debe dominar el arte de la síntesis.

Muy bien. Cuando tengo treinta y cinco años es cuando tomo la decisión consciente  de dar el cambio y poner el castellano como lengua prioritaria de creación, y lo hago por dos razones. Una porque me he enfadado con la cultura catalana en general. No con la lengua, no con el país, pero sí en cómo se gestiona una visión de la cultura que me parece reduccionista, jibarizadora y, sobre todo, excluyente. Y claro, como tienes una rueda de repuesto… Si vas solo con un coche y no puedes ir, vas en autobús, pero si tienes dos coches, pues mira… Como este coche tiene el motor gripado o no me gusta qué olor hace el asiento donde ha caído yo qué sé, una Coca-Cola, pues cojo el otro. Entonces decidí saltar al castellano.

Eso es muy fuerte.

Sí. Pero da la medida de cómo me sentía.

¿Y por qué se sentía así?

Hombre, porque, más o menos coincidiendo con el año 2003, empiezo a sentir esta incomodidad. En aquel año es cuando hay un cambio político importante en Cataluña. Termina el pujolato y emerge el primer tripartito. Es lógico que estas cosas se traduzcan en algunos cambios. Debo decir que, además, trabajando en aquel momento en primera fila en el periodismo catalán como yo trabajaba, me empecé a encontrar unas actitudes… Por ejemplo, en vida de Pujol, en vida política de Pujol, nunca nadie se había atrevido a  presionarme, a intentar collarme, o incluso a amenazarme como me encontré con algunas personas del catalanismo emergente de entonces.

¿De quién habla? ¿Del entorno del presidente Maragall?

En aquel momento, más bien del entorno de Esquerra Republicana.

¿Y eso la lleva a cambiar de lengua?

Espere, que no hemos terminado. De alguna manera,  empiezo a sentirme… Usted debe entender que para mí los catalanes éramos los buenos de la película. Así me había criado yo. Pensaba que siempre teníamos la razón, que siempre lo hacíamos bien. De repente pienso que hay como una especie de autosabotaje. También influye, supongo, que en aquel momento vivo en Madrid, tengo vida íntima -no solo literaria- en castellano. Entre una cosa y otra, igual que Navókov se pasó del ruso al inglés o al francés, me imagino que no solo para vender, sino también para expresar… Yo tenía la sensación de exilio interior y la quise exteriorizar. Dicho esto, ahora me siento comodísima escribiendo en castellano, pero en catalán, también. Debo decir que me costó años el tema. Yo escribía bien, con solvencia, en castellano, pero no es lo mismo escribir bien que tener una voz narrativa propia. Me llevó años desarrollar una voz narrativa en castellano. No es tan fácil. Y ahora mismo me hace mucha gracia, porque no soy la misma. Es decir, cuando escribo en catalán o en castellano no soy la misma persona. No tengo exactamente el mismo, no diré punto de vista, porque no es el caso, pero hay clientes diferentes. Ahora, por ejemplo, como ya he vuelto a Cataluña hace tres años -pronto hará cuatro-, bueno, aunque sigo pensando que la cultura catalana está mal gestionada y está gestionada como una feria, como un puestecito…

Pero ¿qué tiene que ver eso con la lengua?!

Siempre ganan los premios los mismos…

Tanto da. ¿Qué tiene que ver eso con la lengua?

A ver, yo la lengua, la utilizo, pero digamos que culturalmente no me siento acompañada por el establishment cultural catalán, ¿qué quiere que le diga…

Mujer, cómo quiere que la acompañen…

Si yo este libro lo hubiera sacado en catalán, probablemente no me lo habría publicado nadie.

O sí. Pero tratándose de Sánchez Dragó, quizá venderá más en castellano.

Perdón. Se equivoca. Esta es una cantinela habitual. Es verdad que el mercado en español es mucho más grande, pero también es mucho más competitivo. En cambio, la cultura catalana, hombre, según quién seas, ganas todos los premios, sales en todos los programas…

Total, que usted está enfadada con la cultura catalana…

Decepcionada.

Porque no la han tratado bien.

No. Porque no han tratado bien… Yo en aquel momento no me veía como un elemento activo de la cultura catalana. Me veía más bien como una periodista. Había escrito, pero no había escrito nada con cara y ojos. Ahora sí. Me considero una escritora y me gustaría ser tenida en cuenta culturalmente. Pero en aquel momento, ya le digo,  para mí los mejores escritores en lengua catalana -muertos y no solo muertos- eran menospreciados… Era una sensación de ahogo, de claustrofobia.

Anna Grau, periodista y escritora. Barcelona 10.04.2025 / Mireia Comas
«En el ABC no se preocuparon de dónde venía yo, ni de si había trabajado para el Avui«/ Mireia Comas

¿Eso hizo también que pasara del Avui al ABC?

No. Eso fue bastante casualidad. Y déjeme decirle -y me sabe mal decírselo a usted porque entonces el director del Avui era usted-, pero debo decirle que, como usted debe saber, yo dejé la delegación del diario en Madrid por razones familiares. Me fui a vivir a Nueva York, pero no porque me hubieran llamado los del ABC, sino porque mi marido trabajaba allí. De hecho, me fui con las manos en los bolsillos, sin trabajo. Estando allí el ABC me ofreció su corresponsalía. Y debo decir -y tómelo como quiera- que no se preocuparon de saber de dónde venía yo, qué había escrito antes. Y si sabían que había escrito en el Avui -que eso no era difícil de comprobar-, no fue un motivo para desestimarme.

En cambio, el hecho de haber escrito en el ABC me provocó que personas que habían sido compañeros míos en el Avui y que luego encontraría en otros medios… Bueno, en la etapa postABC yo me fui con un portazo del diario Ara, donde el añorado Carles Capdevila me había venido a buscar para hacer la contraportada. Me encontré, allí, con un lío tan bestia… En aquella época la cantinela -nya, nya, nya, escribe en el ABC…- [Hace voz afectada]. Es esta cantinela que llega un momento en que te toca las narices. Y ya le digo, en catalán si sabes moverte… Si no me hubiera movido de donde estaba, señor Sanchis, si hubiera hecho bondad, probablemente ahora tendría… Estoy pensado en algunas eminencias… Probablemente habría ganado más dinero con la literatura en catalán si hubiera hecho bondad que habiendo seguido mi evolución personal. Y usted lo sabe.

No. No lo sé. No tengo ni idea. Vaya a saber.

Pues, yo sí que lo sé. Si quiere, se lo explico.

Creo que, más allá de dónde te sitúes o te dejes de situar, depende de cuarenta mil factores diferentes.

Sí, peroòòòòò no se juega limpio. No se juega limpio aquí.

En ningún lugar. ¿Y eso la lleva a las actitudes políticas que fue tomando? Primero, en Societat Civil Catalana y después, en Ciudadanos?

Sigo siendo miembro -y al corriente de pago- de Societat Civil Catalana.

¿Por qué?

¿Por qué no?

Se lo pregunto yo. ¿Por qué? ¿Porque se siente identificada?

Pienso que alguien tiene que hacer un recordatorio de que Cataluña es más diversa de lo que parece. Y que o cabemos todos o no cabe nadie.

Mmmm… Eso puede ser como reivindicar que la selva debe ser más diversa de lo que parece, formar parte de las cebras y apuntarse a los leones… No sé qué tiene que ver la diversidad con el hecho de cambiar de bando de esta manera.

¿Cambiar de bando?

Entre comillas. Con el hecho de cambiar de opción.

¿Porque hay bandos?

Hay opciones, sí. Claro que las hay. En todas las sociedades. En la española VOX es una y Podemos, otra. Si usted va de Podemos a VOX, es lógico que haya gente que se extrañe.

Le recuerdo que Societat Civil Catalana no es un partido político.

No. Debe ser una cofradía.

No es un partido. De hecho, cuando entré en política era la presidenta de Societat Civil Catalana en Madrid y cuando fui en la lista de Ciudadanos al parlamento lo dejé, porque el cargo era incompatible con la militancia política. Sigo estando al día del pago de la cuota. Contra lo que la gente se imagina, Societat Civil Catalana no tiene un duro. Y a mí me parece que tiene una función, aunque sea romántica.

Como Walter Scott. ¿Le parece que la actitud de Societat Civil Catalana es constructiva para la sociedad catalana? A usted, que dice que huye de las excepciones, de los que excluyen, ¿le parece que esta es una opción incluyente?

A mí sí que me lo parece. Si no, no estaría allí. Me puedo equivocar, evidentemente, pero yo creo que sí. Y le recuerdo que Societat Civil Catalana sacó un millón de personas a la calle. Por algo sería.

Le recuerdo que Ciudadanos sacó también un millón de votos, por algo debía ser, y que hoy ya ni existe…

Los partidos políticos pasan, la gente queda.

También pasan las organizaciones llamadas civiles. Societat Civil Catalana sacó mucha gente a la calle y ahora no sacaría ni diez mil.

Mire, creo que en el fondo usted y yo estamos dando vueltas a…

Tiene razón. Toda. Yo quería saber el porqué de su cambio.

Yo no veo cambio. En realidad, yo lo que pienso es que los que han cambiado son ustedes.

¿Quiénes son “ustedes”?

Los que… Yo creía que catalanes éramos todos. Y que los catalanes tenían razón y que los catalanes defendían una totalidad. Cuando vi que no, que era cuestión de bandos, eso me decepcionó.

Como en todas las sociedades, sí.

Bandos. Los bandos pueden ser más o menos agresivos. Volviendo al comienzo de la entrevista, puedo entender que alguien haga chismes con mi vida privada, pero una cosa es hacer chismes y otra es clavarme en la picota. Por ejemplo, yo puedo entender que una persona pueda ser independentista. Yo no lo soy, pero lo puedo entender. Ahora, si un independentista considera que todos los que no lo somos a) somos unos hijos de puta, b) no somos dignos de ser considerados catalanes, c) somos unos nyordos y d) se nos puede decir de todo y se nos puede hacer de todo, pues, sí, frente a eso me planto.

Hay independentistas de todo tipo, como en todas las casas…

Como también me planto, porque, claro, algunos hemos recibido por todas partes, y también me he encontrado con algún señor, digamos, de origen inmigrante que ha venido a decirme, a mí, ¡a mí!, que yo como catalana no podía entender las miserias que había pasado su familia. Y le tuve que decir: “Escucha, ¿te cuento las miserias de la mía después de la guerra?”. Porque hay gente que piensa que todos los catalanes somos burgueses, vivimos en Pedralbes y jugamos al tenis. Y dices: “Mire, pues, lo siento, pero tengo una visión más dinámica e integral de todo esto”.

Cuando yo era pequeña, cuando era joven, había un señor, que aún vive, y que decía: “Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo”.

Sí. Jordi Pujol. Lo tomó del PSUC, pero sin la tercera condición: “Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”. La tercera es muy posterior. Y aclaratoria.

De acuerdo. Pues, todo esto se ha ido nyiiiiii, [hace un movimiento con los dedos, con el pulgar y el índice, empequeñeciendo el espacio de medio] restringiendo.

Entonces, su respuesta particular es pasar justo a la opción contraria, como remedio contra este mal.

Defíname “la opción contraria”.

La opción contraria es Societat Civil Catalana o Ciudadanos, que justamente dicen lo contrario de lo que decía el catalanismo que usted consideraba el eje de la integración.

Es su punto de vista.

No pretende que le pregunte desde otro punto de vista que no sea el mío…

Ya, pero insisto. Obviamente si usted estuviera de acuerdo conmigo, probablemente no sería usted como es. Pero es que yo pienso, con el debido respeto, que la han cagado.

¿Quién? ¿Yo o dos millones de personas, tan diferentes los unos de los otros?

Sí.

O sea, dos millones de personas, tan diferentes, lo han cagado…

A ver. Yo entiendo el independentismo como sentimiento, incluso como proyecto político, yo lo respeto. Ahora, el intento de imponerlo, y sobre todo, menospreciar a los catalanes que no están de acuerdo… Ver el mundo como si solo hubiera independentistas y nyordos, independentistas y fachas, independentistas e hijos de su madre, no. Eso es intolerable. Es anticatalán. Por ejemplo, el tema de Orriols. Yo creo que Sílvia Orriols lleva eso al extremo. Creo que eso es anticatalán. Es profundamente anticatalán. Aparte de ser intolerable, ahora que no nos escucha nadie, le diré que es una mala, mala, mala política, porque ya se ve a dónde nos lleva. Cataluña ha perdido empuje cultural, económico, cívico… Por ejemplo, el famoso tema de las Rodalies…

Anna Grau, periodista y escritora. Barcelona 10.04.2025 / Mireia Comas
«Usted lo llama unionismo y yo lo llamo normalidad» / Mireia Comas

¿Es culpa también del independentismo?

A ver, si Rodalies, en lugar de ser una pelota política… Es el mismo caso del tema de los aranceles. A mí me parece muy bien que las ayudas que ha prometido el gobierno central vengan aquí. Si lo miras, seguramente en Cataluña hay el mayor número de empresas involucradas significativamente en esto. Es normal que mucho dinero venga a Cataluña. Ahora, claro, si sale un señor y dice: “Esto lo he conseguido yo porque soy el más chulo del barrio y tú te fastidias…”. [Hace voz de personaje de La verbena de la Paloma]. Entonces, ya la hemos cagado. Con Rodalies ha pasado eso durante años. Aparte de que la Renfe es un desastre en toda España, en Madrid no querían invertir en Cataluña porque aquí se hacía un uso político. Aquí, en lugar de ir al grano, hacían un uso político. ¿Qué planes tiene la Generalitat para gestionar bien Rodalies?

Es decir, ¿la crítica al modus operandi habitual del catalanismo o del independentismo la lleva a usted al unionismo más radical? ¿Es eso?

No, no, no. Perdón, a mí me lleva a la catalanidad normal. Usted lo llama unionismo y yo lo llamo normalidad.

El independentismo también puede ser normalidad. ¿O no?

Sí, sí.

¿Y Societat Civil Catalana o Ciudadanos es “la normalidad”?

Yo, en un momento determinado… Insisto. Aún estoy, en Societat Civil Catalana. De Ciudadanos, rompí el carnet, pero sigo siendo de Societat.

¿Entiende eso como catalanidad y normalidad?

Para mí, sí. Sí, sí.

Muy bien. ¿Por qué se fue de Ciudadanos, por qué rompió el carnet?

Por decepción.

¿Con el proyecto político o con las personas?

Con las personas. De hecho, es una lección que aprendo. Dragó me aconsejaba mucho que no entrara en política, pero no me arrepiento. Aprendí mucho. Pero en política las ideas son inseparables de la calidad humana de las personas. En Ciudadanos, por debajo o por las capas altas de una manera muy localizada, había gente de una gran calidad humana, de un gran idealismo. Pero debo decir que me encontré muchas personas que no estaban a la altura de lo que yo esperaba. Humanamente. De hecho, en los partidos nuevos hay un drama que encuentras a menudo, que es que mucha gente está allí porque no los han querido en los partidos viejos.

No creo que la decepción de Ciudadanos la llevara ahora a usted a la CUP…

Es difícil.

Por eso le he dicho antes que la decepción con una idea o un partido no tiene por qué llevarla al otro extremo…

Ya veo que usted insiste…

Perdone. Tiene razón. Ya he tenido suficiente.

Usted insiste en presentarme como una peonza y yo me veo como un tren -chup, chup, chup-, que va pasando estaciones. Parada la Floresta, no; Sant Cugat, tampoco. Ya le digo. Yo sigo mi camino. Considero que mi evolución es coherente. Y de hecho, le reconoceré una cosa, como usted señalaba, cargado de razón, que Ciudadanos fue un partido que logró en un momento determinado un gran apoyo, que no supo mantener. De la misma manera, le diré que, del independentismo, probablemente, pronto no se cantará ni gallo ni gallina. De hecho, la evolución política de Cataluña está yendo hacia otro lado, me parece a mí.

¿Volvería a la política?

Ahora estoy disfrutando de la soltería. Ya le digo, no me arrepiento, fue una experiencia intensa. Para un periodista, un lujo. Porque aprendes mucho. Pero tuvo un punto traumático y ahora me estoy recuperando. Honestamente… A ver cuando antes me decían de entrar, siempre respondía: “¡Nooooo!”, y terminé entrando. Nunca se sabe. Pero ahora mismo tengo pocas ganas de complicarme la vida. Además, disfruto mucho. Valoro mucho, por ejemplo, esa libertad que tiene un periodista -que tiene un periodista que no aspire a ser rico ni a estar bien colocado- de decir bastante lo que piensa y lo que opina. Sin anestesia. En Ciudadanos nunca me obligaron a decir mentiras, pero sí que alguna vez tenías que callar. Y estoy contenta de no haber tenido que pasar de ahí. Sé de gente en otros partidos… A veces veo a algunos haciendo cada papelón, porque yo sé qué piensan de verdad y dices: “Anda que no”. Por suerte a mí eso no me pasó. A todo estirar en algunos temas tuve que guardar silencio. Creo, por ejemplo, que uno de los grandes errores de Ciudadanos fue votar el desastre de la ley de Solo sí es sí. Y efectivamente, yo no la voté porque no estaba en el Congreso. Pero, claro, si estás de diputado de un partido que ha votado esta ley, por muy crítica que quieras ser, lo tienes que hacer con un poco de mano izquierda. Ahora, por el contrario, puedo decir lo que me pide el cuerpo y más. Eso también se agradece. A mí, la política me interesa mucho. Mucho. Y sobre todo, me interesa la política catalana. Es una espina que nunca me he quitado del corazón. Ahora…

Ahora mismo vive usted en Barcelona. ¿No querría vivir en Madrid?

He vivido muchos años en Madrid. Ahora llevo tres años en Barcelona y…

¿Está a gusto?

Sí.

¿Con su currículum político se encuentra con problemas en el día a día?

En un primer momento fue un poco traumático. Cuando volví, que fue en el año 21, después de muchos años fuera, me costó un poco acostumbrarme al hecho de que la intolerancia política hubiera penetrado tanto en la vida social y privada. Cuando me fui a Madrid, en comparación aquí en Cataluña la cosa era más civil, más cortés. En Madrid son más ásperos.  [Hace un rugido de dragón]. ¡Uaaaa! Pero en cambio debo decir que a día de hoy en Madrid pueden ser más ásperos en un plató de televisión o pueden decirse de todo en un parlamento, pero no es tan habitual -excepto alguna gente muy extremista, como Pablo Iglesias tirándole el micro a Vito Vallés- que eso pase en la vida en la calle.

¿Cree que Gabriel Rufián o Míriam Nogueras pueden ir tranquilamente por la calle?

No tengo el gusto de conocer personalmente a la señora Nogueras, pero el señor Rufián en el trato personal es encantador. Encantador. Ahora, ¡las dice como piñas! La mayoría de la gente en Madrid -excepto algunos salvajes-… El señor Rufián puede decir en el Congreso cosas que a mí me parecen auténticas barbaridades, pero los depositarios, los receptores de aquellas barbaridades, luego se lo encuentran en el bar y como si nada.

¿Está segura? El mismo señor Rufián se ha quejado a veces de varios incidentes, de agresiones…

El señor Rufián le echa un poco… Le echa un poco de literatura.

Es decir, que yo, por ejemplo, exdirector de una televisión pública considerada separatista, si fuera conocido allí, podría pasear tranquilamente por la calle…

Madrid no es Nueva York, pero hay mucha gente. No sé cómo decírselo… Muy importante tiene que ser usted, para que todos estén pendientes.

Si fuera muy importante, con mi currículum, ¿podría vivir tranquilamente allí?

Yo pienso que usted tendría menos problemas allí de los que yo tuve en Barcelona cuando volví en el año 21. Pero también le diré que quizás me he acostumbrado, como la rana en el agua hervida, o no sé si es el hecho de haber abandonado la política, pero noto que desde que dejé Ciudadanos [ríe] hasta los vecinos de mi edificio me miran de otra manera. Parece que lo interpreten como una rectificación: “¡Finalmente se ha dado cuenta!”.

El otro día Alicia Sánchez-Camacho afirmó en el Congreso que a ella no la dejaban vivir en paz en Cataluña… ¿Se la cree?

No. Creo que es una excusa en su caso. La señora Sánchez-Camacho tiene muchos problemas de otro tipo. También le diré que cuando volví tuve algún disgusto. Amistades de toda la vida me daban la espalda simplemente por mis ideas políticas. Cuando yo no les daba la espalda a ellos por las suyas. A mí me vetaron en fiestas. De fiestas no políticas. Por ejemplo, de una verbena de San Juan. Gente que no me conocía de nada decían: “Si va esta, yo no voy”. Yo eso en Cataluña, en mi casa, no me lo esperaba. No sé si es que me he ido acostumbrando. No sé si es que ha ido disminuyendo, pero creo que sí, que sí que ha ido disminuyendo. Si esto disminuye, si esto lo tenemos un poco controlado, si la gente no se deja llevar por estos brotes de arrebato, aquí la gente es más educada, es más delicada que en Madrid. En Madrid te dejan hacer más tu vida -no están tan pendientes de ti-, pero bueno, son más bestias, más ásperos. También más cariñosos, eh! Aquí la gente es un poco…

Usted ha vuelto al periodismo. Ahora hace de periodista…

Sí. Bueno, hago de lo que soy.

¿Qué le parece ahora Jordi Pujol?

[Suspira y deja pasar unos segundos largos]. Yo es que Jordi Pujol… Para mí es un personaje… Con todo lo que ha pasado y visto lo que ha venido detrás, sigo haciendo un balance positivo. Y se lo digo desde mis opciones políticas. Creo que Jordi Pujol era un hombre que tenía un proyecto, que en muchos aspectos yo podría compartir y en otros no, pero…. Era un hombre muy conservador, muy carca, cosa que a mí no me encajaría, pero yo por Pujol sentiría un respeto, incluso con lo que ha pasado. Es una teoría muy personal, pero siempre he pensado que en el tema este de las corruptelas es más culpable de no haber querido saber lo que hacían los demás -cosa que evidentemente no es una excusa, porque, si mandas en Cataluña, deberías mandar en tu casa- que de lo que hacía él. Porque siempre lo he tenido por una persona frugal. Una persona a quien no importaban el dinero. Pero, bueno, es una opinión, si usted quiere, literaria…

¿No ha hablado con él recientemente? ¿No le ha telefoneado nunca?

No. Pujol, eso, con las mujeres no lo hace. Cuando yo era una joven periodista tenía mucha envidia porque solo llamaba a los chicos. Llamaba a Francesc Marc-Álvaro, llamaba a Pepe Antich, y a mí no me llamaba. Hace poco me lo encontré en el Instituto Francés, y esta es una actitud que le honra, en un acto de homenaje a los justos y a los héroes -el homenaje que se hace anualmente a las personas no judías que arriesgaron la vida para salvarlos del Holocausto-, donde no había ninguna autoridad política digna de mención excepto Jordi Pujol y Soley. Muy viejecito, muy mayor ya, pero allí estaba, dando la cara. Debo reconocer que le tengo un respeto. Sobre todo, visto lo que ha venido después, admitiendo luces y sombras y todas las críticas que se le pueden hacer -que podríamos hacer un programa entero-, no sé…

¿Tiene también un cierto respeto por los líderes catalanes que llevaron adelante el proceso y que pasaron por la cárcel o que aún están en el exilio?

Más por los que fueron a la cárcel que por los que se piraron, debo reconocer. De hecho, me da pena que fueran a la cárcel. No creo que nadie pudiera alegrarse.

Perdón. Se alegraron -y mucho- gente de su expartido.

Yo no me alegré nunca. También hubo gente de mi partido que decían que se tenía que cerrar TV3 y yo decía que no, que se tenía que abrir. Supongo que por eso mi vida política era tan animada. Pero, bueno, también le diré que cuando haces algo que tú sabes que va contra las leyes, cuando haces bandera, y más desde las instituciones, de la desobediencia, pienso que es más ejemplar atenerse a las consecuencias que desaparecer cuando te vienen a buscar. Yo no soy independentista, it’s none of my business, no es mi problema, pero si yo tuviera que decidir mi voto, antes me fiaría de los que se quedaron y respondieron por sus actos que de los que huyeron.

¿Entrevistaría a Carles Puigdemont?

¡Entrevistaría a todo el mundo! Un periodista debe entrevistar a todo el que se le presente. Y cuanto más complicado, mejor.

Quizás por eso estamos aquí ahora [Ríe].

[Ríe]. Quizás sí. Quizás es eso.

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