La madrugada del 24 de febrero del 2022 el presidente de Rusia, Vladímir Putin, anunciaba el inicio de «la operación militar especial» para «desmilitarizar» y «desnazificar» Ucrania. Un año después, lo que tenía que ser una ofensiva relámpago de tres días se ha convertido en una guerra de trincheras con un alto coste en vidas humanas en ambos lados del frente. El envío de armas a Kiev, que se ha acelerado en los últimos meses con la entrega de tanques y misiles de largo alcance, ha equilibrado la balanza hasta el punto de que los servicios de inteligencia y muchos analistas ya no descartan una victoria ucraniana.
Una vez constatado el fracaso de las conversaciones de paz, que hace meses que no se producen porque ni Ucrania ni Rusia están dispuestos a hacer concesiones territoriales para firmar un alto el fuego, ambos bandos fían su victoria sobre el terreno a una guerra de desgaste de desenlace incierto. Kíiv espera que las nuevas armas que recibirá en las próximas semanas sirvan para cambiar la situación sobre el terreno y confían en poder lanzar una contraofensiva en primavera para dar un nuevo golpe de efecto –similar a los de Kíiv, Járkov y Kherson– que doblegue a Rusia.

Balance devastador: 240.000 muertos y más de ocho millones de refugiados
Hasta ahora, el balance de la guerra ha sido devastador. Ciudades derruidas, infraestructuras inservibles y una sangría de más de 240.000 muertos, según las estimaciones más conservadores. Se calcula que unos 200.000 militares y 40.000 civiles han muerto y más de ocho millones de personas han huido de la peor guerra que ha vivido Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Putin, impasible ante la tragedia que ha provocado la invasión de Ucrania, prosigue con su agenda de destrucción y ha vuelto a culpar a Occidente del conflicto.
En una comparecencia en Naciones Unidas, el gobierno ucraniano ha advertido que el mundo «se ahogará en el caos» si Putin y Rusia se salen con la suya y consiguen cambiar las fronteras de un país por la fuerza. El ministro de Asuntos exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, ha reclamado ante la Asamblea de la ONU el apoyo de la comunidad internacional para ayudar al país a recuperar las provincias de Lugansk, Donetsk, Crimea, Zaporíjia y Kherson, las tres primeras ocupadas desde 2014 y las dos últimas a raíz de la invasión.
«Contra todo pronóstico, pudimos parar a un agresor mucho más fuerte y expulsarlo de la mitad del territorio acabado de ocupar», ha celebrado Kuleba. «Que nadie se deje engañar por los llamamientos vacíos a las negociaciones que hace Rusia». En los últimos días se han filtrado algunos detalles de una posible propuesta de paz de China, pero desde Kíiv desconfían que la diplomacia china ofrezca una salida al conflicto que implique la retirada de las tropas rusas de todo el territorio ucraniano. «Ucrania ejerce su derecho legítimo en la defensa […] y en esta guerra no hay dos bandos: hay un agresor y una víctima».

La OTAN aprovecha la guerra para aislar a Putin
Después que el ejército ucraniano paro el primer golpe y consiguió frustrar los planes de Putin de conquistar Kíiv en tres días para hacer caer al gobierno de Zelenski, la maquinaria de la OTAN se puso en marcha para apoyar a Ucrania, primero de manera tímida y ahora prácticamente sin límites. La coalición internacional liderada por EEUU suministra inteligencia, formación y armamento a Kíiv con el doble objetivo de evitar que la inestabilidad provocada por la invasión de contagie al resto de Europa y, de paso, debilitar y aislar a la Rusia de Putin.
La guerra de Ucrania ha dejado a Putin prácticamente solo. Solo tiene el apoyo explícito de sus aliados tradicionales –como Bielorrusia, Siria, Irán y Corea del Norte, que no han dudado a vender armas en Moscú–, mientras que grandes potencias como China, India o Brasil se han mantenido en una posición más o menos neutral y han criticado con voz baja la invasión, pero no se han sumado a las sanciones económicas de Occidente.


