El Brexit rompió o al menos resquebrajó las relaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE). Cinco años después, los líderes de ambas partes avanzan con cautela hacia una nueva era de cooperación. Tras la cumbre de lunes, anunciada como un «reinicio de las relaciones», la imagen que se desprende es la de dejar atrás las tensiones del pasado y mirar hacia un futuro compartido. «Es una victoria para todos», celebraba el primer ministro británico, Keir Starmer. «En un momento en que nuestro continente enfrenta la mayor amenaza en generaciones, en Europa nos mantenemos unidos. Una relación fuerte entre el Reino Unido y la UE es fundamental para lograr la seguridad, la prosperidad y para fijar nuestro destino», añadía la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Este giro en el rumbo diplomático de ambas partes puede parecer repentino, pero en realidad responde a la lógica del momento. Londres rompió con el bloque comunitario porque quería ir a su aire, sobre todo en el ámbito económico, pero los EE. UU. de Donald Trump han recordado ahora a ambos socios que comparten una serie de problemas comunes. El acercamiento no solo evidencia la necesidad del Viejo Continente de unir fuerzas ante la pérdida del amparo estadounidense, sino que ilustra el fracaso del Brexit como proyecto de autosuficiencia económica. El Reino Unido vuelve a mirar hacia Europa en busca de oxígeno, ante el estancamiento al que se ha visto abocado desde que dio la espalda a sus socios europeos. Ahora, ambas partes tendrán que hacer todo lo posible para abandonar los rencores del pasado y alcanzar una cooperación efectiva.

Un sueño imperial que no ha encontrado buen puerto

El mundo actual no es lo que los defensores del Brexit habían imaginado cuando, hace una década, optaron por abandonar el bloque europeo. Creían que el Reino Unido, liberado de la burocracia y las regulaciones de Bruselas, podría conseguir un estatus internacional relevante y convertirse en socio clave de Washington, con quien tejería una alianza de potencias anglófilas. Trump, en aquel momento estrenando presidencia, aplaudió el proyecto de escisión, ofreciendo al gobierno británico un suculento acuerdo comercial si finalmente se consumaba el divorcio europeo. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo las expectativas de esplendor que habían depositado en la experiencia post-Brexit se iban desvaneciendo, junto con los sueños de grandeza internacional. El Reino Unido, lejos de verse convertido en un actor ágil y capaz de llegar a acuerdos oportunistas sin hacer grandes concesiones -tal como predijeron los defensores del proceso-, se ha visto finalmente reducido a un actor secundario en un escenario internacional dominado por una inestabilidad creciente. Eva Michaels, profesora de Seguridad e Inteligencia en la Universidad de Leiden, apunta en conversación con El Món que “el Reino Unido y la UE han necesitado no solo una —la guerra Rusia-Ucrania— ni dos —Gaza—, sino tres —Trump 2.0— situaciones críticas para repensar cómo deberían ser sus relaciones”.

Un manifestante anti-Brexit sostiene un cartel en el que se lee:
Un manifestante anti-Brexit sostiene un cartel en el que se lee: «El Brexit ha fracasado» / Europa Press / Cal Ford

La elección de Starmer como primer ministro el verano pasado demuestra que el clima social es notablemente diferente a aquella euforia antieuropea de 2016. Según el New York Times, las encuestas de opinión evidencian que, nueve años después, la mayoría de los británicos consideran un error haber abandonado la UE. El nuevo jefe del ejecutivo dejó claro desde un principio que restablecería la relación con Bruselas, aunque sin rechazar su estatus de aliado incondicional de los EE. UU.. El tiempo también ha acabado dando la vuelta a este discurso atlantista. Ante la incertidumbre inherente a la administración Trump, Londres se ha visto forzado a reducir sus vínculos con Washington y fortalecer relaciones con los 27, en un giro forzado pero necesario para sus intereses. Starmer justificaba la capitulación afirmando que «los retos de seguridad que enfrenta el continente requieren trabajar juntos» y que «en este momento de gran incertidumbre y volatilidad, el Reino Unido no puede cerrarse hacia sí mismo, sino que debe fortalecer sus alianzas».

Pacto de defensa a la desesperada

Impulsada por la amenaza rusa y el sentimiento de vulnerabilidad en materia de seguridad, la UE ha desplegado toda una serie de programas para reforzar su sector militar, entre los cuales destaca la creación de un fondo de acción con 150.000 millones de euros para el rearme de sus estados miembros. Inicialmente, esta suma estaba restringida a los países de la Unión, pero tras la cumbre de este lunes, se extenderá también al Reino Unido. Las empresas de defensa británicas, por tanto, utilizarán fondos europeos para comprar equipamiento militar.

Esta medida, la más importante de las acordadas en el ámbito de defensa, ha sido también la más controvertida. Países como Francia han manifestado su voluntad de limitar la participación en el programa a un país que, al fin y al cabo, optó por abandonar el bloque. A pesar de todo, de esta cooperación derivarán importantes intercambios de recursos tecnológicos y de inteligencia. “El acuerdo se basa más en el miedo que en una visión a largo plazo sobre la seguridad común”, explica a El Món Sandra Martínez, investigadora del Institut Català Internacional per la Pau (ICIP) y experta en seguridad y gobernanza global. Martínez considera que estas estrategias de rearme “son una respuesta reactiva y, al mismo tiempo, poco reflexiva por parte de Bruselas”. En el caso de Londres, responden “a la falta de resultados esperados del Brexit”. Su crítica apunta al fondo del debate: “La pregunta ahora es si se quiere apostar por la paz y la cooperación desde el miedo y el rearme, o desde la confianza mutua y el diálogo estructurado”.

El presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, el primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tras la cumbre de lunes / Europa Press / Carl Court / PA Wire
El presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, el primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tras la cumbre de lunes / Europa Press / Carl Court / PA Wire

Desde la perspectiva británica, las reticencias y las dudas son incluso más evidentes. «La piedra angular de nuestra defensa es la OTAN», reivindicaba recientemente un diputado conservador en la Cámara de los Comunes. «No conocemos ninguna razón por la cual esta sea insuficiente», remataba. En la misma línea crítica, uno de los líderes del partido euroescéptico Reform UK cuestionaba el sentido del acuerdo: “No queremos estar limitados por una estructura militar burocrática de arriba abajo que no funciona bien. Nuestra defensa ya está garantizada por los EE. UU.» Para Martínez, “pretender que un incremento de institucionalización militar solucionará las vulnerabilidades sociales y fortalecerá el bienestar de Europa es una visión simplista”. La investigadora del ICIP apuesta por sustituir esta tendencia por modelos basados en la prevención de conflictos y la justicia global, y muestra su preocupación ante la creciente reinterpretación de muchos ámbitos —energía, infraestructuras, migración— a través del prisma de la seguridad armada: “Esta visión militariza todas las esferas públicas y desplaza las respuestas sociales, estructurales y humanitarias que realmente se necesitan”, reivindica.

Oxígeno económico europeo

La cooperación económica es otro de los factores que más interesa al Reino Unido. Sobre todo por los importantes beneficios que podría obtener, después de que el acuerdo comercial del Brexit acabara favoreciendo de manera clara los intereses de la UE y limitando el crecimiento de la economía británica. Starmer aspira ahora a eliminar un gran número de barreras comerciales con Bruselas para superar este estancamiento, comenzando por las que afectan las exportaciones de alimentos. A cambio, Londres deberá aceptar normas comunitarias, incluida una relativa adaptación legislativa y la aceptación de sentencias del Tribunal de Justicia de la UE.

Una cosechadora conduce sobre un campo de trigo, en una imagen de archivo / Europa Press / Jens Büttner
Una cosechadora conduce sobre un campo de trigo, en una imagen de archivo / Europa Press / Jens Büttner

Esta concesión ha levantado fuertes críticas en la Cámara de los Comunes. Para los más conservadores, representa una venta de soberanía a los “burócratas” de la UE y un acercamiento a “un modelo económico manifiestamente fallido”. “La UE sufre aún más que nosotros”, respondía un candidato de Reform UK. “Con este acuerdo, el Reino Unido pierde la libertad de establecer sus propias normas”, añadía otro diputado. No obstante, cabe decir que el pacto no prevé la reincorporación del Reino Unido a los grandes pilares europeos —unión aduanera, mercado único y libertad de circulación del bloque. «No supondrá una reversión del Brexit, pero evidencia su dilema eterno: el equilibrio entre acceso al mercado y soberanía política«, apunta Michaels, y considera que este debate seguirá marcando la agenda británica, con una sociedad cada vez más polarizada y un panorama político fragmentado.

¿Reconciliación o claudicación británica?

“Estamos pasando página”, afirmaba orgullosa Von der Leyen al concluir la cumbre, celebrando un nuevo capítulo en las relaciones entre la UE y el Reino Unido. Bruselas apuesta por recuperar la amistad con un vecino que, al parecer, ahora sí comparte una visión del mundo similar. «Si bien el acuerdo es en realidad bastante modesto, tanto el gobierno británico como los actores europeos han visto que es necesario invertir más en relaciones en estos tiempos difíciles”, apunta Michaels, quien considera, no obstante, que «el diablo está en los detalles». Durante la última década, ha predominado un ambiente de hostilidad entre los diplomáticos europeos y sus homólogos británicos. Este acercamiento no implicará necesariamente un gran cambio, pero sí una constatación pragmática: “En un mundo cada vez más fragmentado e inestable, ningún país puede actuar solo”, apunta Martínez. “El Brexit, más que un error, puede ser una oportunidad para reflexionar sobre los límites del nacionalismo excluyente en un siglo que reclama interdependencia consciente y solidaridad internacional”, concluye la experta del ICIP.

Keir Starmer y Ursula von der Leyen, tras la cumbre de lunes / Europa Press / Carl Court / PA Wire
Keir Starmer y Ursula von der Leyen, tras la cumbre de lunes / Europa Press / Carl Court / PA Wire

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