El caganer, el Tió, los turrones en octubre en los supermercados e, incluso, la Mariah Carey. Todos son elementos indiscutibles de Navidad. De hecho, son los nuevos Ángeles anunciadores que el Evangelio creó para informar a los pastores, que dormían al raso, que el niño Jesús había nacido. Pero, como decía Stalin, «de arma solo elegiría Hollywood». Y no le faltaba razón. Las últimas décadas se ha impuesto un género cinematográfico basado, pensado o ideado en Navidad.
Una multitud de películas que han evolucionado con los años y han vivido diversas etapas. Es tan diverso y tan adaptado que el cine navideño haría las delicias de cualquier sociólogo por los diferentes estilos e historias contrastadas que ha vivido este género tan peculiar en los últimos años. De las cintas pensadas en el espíritu navideño de los años 50 del siglo pasado, en la gran remontada que suponía el impacto de la Segunda Guerra Mundial o la mala leche que destilaban algunas pelis rodadas en Cataluña con la presión del franquismo, a los años 80 y 90, donde el humor agrio y cínico se imponía en un entorno navideño con destreza y oficio. Los primeros veinte años del siglo XXI nos han traído la eclosión del cine azucarado y romántico ambientado en la nieve, los villancicos, la lágrima y las historias de final feliz pero también un retorno más visceral de la Navidad más cruel y gore.
Sea como sea, por Navidad, en las pantallas pueden convivir desde James Stewart, Gremlins, el teniente John McClane, Cassen, Santiago Segura en dos versiones, John Rambo, Arnold Schwarzenegger al límite, un Papá Noel que hace cantar a ladrones y prostitutas, Pepe Isbert, un primer ministro británico buscando pareja entre el servicio de Downing Street, Joe Pesci robando en casa de Macaulay Culkin, un Santa Claus asesino o un mecánico viudo que conoce a una desconsolada ejecutiva de Wall Street a quien se le ha averiado el coche. Espíritu navideño, humor, amor, terror, nieve, sangre y azúcar. Todo es posible por Navidad, y más en la gran pantalla.

Tan clásico como el turrón
Si existe una película de Navidad con absolutamente todos los ingredientes es, sin duda alguna, «It’s a wonderful live», dirigida en 1946 por el optimista Frank Capra. Traducida como «¡Qué bello es vivir!» es, simplemente, un cuento de Navidad de principio a fin, bien narrado y explicado, y con unos actores, como James Stewart haciendo de George Bayley, que dan cobertura a una historia trágica, muy trágica, con un final tan bonito como histórico. De hecho, es una cinta de culto que inaugura, oficialmente, en las televisiones comerciales el ciclo de las películas navideñas.
La película de Capra, sin embargo, no fue fácil, se rodó en los meses de verano -y el grueso de la trama es en un diciembre frío y nevado- y pasó sin pena ni gloria por las salas de exhibición. No fue hasta veinte años después, que con la compra por lote de las cintas de Capra se empezó a emitir a finales de los 60 y el público la eligió como la gran historia cinematográfica de las fiestas de Navidad, que incluso, es protagonista de fondo en otras pelis navideñas o en el famoso discurso de Woody Allen donde defendía la cinta como una razón para no colorear las películas clásicas en blanco y negro. Aunque la historia de Bailey acaba muy bien, el guion es durísimo y cabe decir que algunas escenas son el paradigma de un extraordinario cine negro.

De Pepe Isbert a Cassen
El cine rodado en el Estado español tampoco se ha escapado ni del blanco y negro ni de la versión de los cuentos de Navidad con un acento más marcado. «La gran familia», (1962), una cinta ambientada en un Madrid navideño donde Pepe Isbert es el patriarca de una familia que el régimen fascista alentaba -muy numerosa- que pierde a una de las criaturas en Chencho en el mercado de Navidad de la Plaza Mayor. Como mínimo cuatro generaciones pudieron ver por las escasas televisiones públicas de la época la icónica escena de una familia más española que las aceitunas gritando «Chencho, Chencho!» por el centro de Madrid.
La cara B de este tipo de films, la regaló Luis García Berlanga con Plácido, filmada en Manresa en 1961. Una extraordinaria comedia, que se convirtió en un éxito internacional. Una de las gracias de la película era el protagonista, el humorista Cassen que estrenaba un motocarro del que debía pagar la primera letra y el único trabajo que tiene es pasear una gran estrella de Navidad por toda la ciudad, todo en el embrollo barroco de Berlanga de un sorteo para que un famoso pusiera a un pobre en la mesa de la cena de Nochebuena. Una película sarcástica que aprovechaba la Navidad para cargar con una mala leche encomiable y sabrosa contra el franquismo sociológico.
Monstruos, policías y niños traviesos
Pero el cine de Navidad no solo se alimenta de azúcar. Al contrario, durante los ochenta y los noventa la gran pantalla se llenó de historias duras pero llenas de una ironía que aún aguanta el paso del tiempo. No podemos olvidar que «First Blood», bautizada en Cataluña como «Acorralado» se ambientaba en los días previos a Navidad, donde un boina verde de los EE.UU. complicaba las cosas en un pequeño pueblo de montaña cuando un sheriff lo detenía injustamente y le hacía pasar penurias. Una manera peculiar de ambientar pre-Navidad.
Otra de las historias fue Gremlins (1984), una comedia negra con unos monstruos que destrozan la vida serena de un municipio típico de los EE.UU. Los Gremlins eran los hijos perversos de los bufones Mogwai que si se les daba comida a partir de la medianoche se transformaban en unas bestias sardónicas e irreverentes que destrozaban todo lo que se les ponía en el camino. Todo en una Nochebuena, los Gremlins hacen de las suyas con un guion eléctrico que aún perdura en las listas de clásicos de Navidad.
Otro cuento de Navidad remasterizado fue «Die Hard» (1988), traducida como la Jungla de Cristal, narra la desventura de un antihéroe como el teniente John McClane que se ve envuelto en un megasecuestro, con su esposa como rehén en el edificio Nakatomi de Los Ángeles, una Nochebuena. Una historia fabulosa, divertida, bien llevada y que regaló dos secuelas, donde la tercera superó con creces todas las expectativas. Menos agresivo que el teniente John McClane, fue Kevin McCallister el nombre del protagonista de Home Alone (1990), renombrada «Solo en casa», una fantástica cinta de acción donde un niño protagonizado por Macaulay Culkin, hacía sudar la gota gorda a dos ladrones -Joe Pesci y Daniel Stern- que querían asaltar su casa mientras toda la familia estaba de vacaciones. También tuvo una segunda parte que aunque perdió el efecto sorpresa de la primera se sostuvo bien.

Navidad de sangre y vísceras o de amor irredento
La cinematografía navideña también aporta grandes films de terror o con cierta mística negra. Posiblemente, una de las grandes películas fue «El día de la bestia», (1995), dirigida por Álex de la Iglesia, con un Santiago Segura que lidera una sórdida historia la noche de Navidad con un mensaje de aviso de lo que sería la Europa del siglo entrante, el retorno de la extrema derecha. Otras cintas como «Black Christmas», (1974), «Inside»(2016) o Christmas Bloody Christmas (2022) forman un catálogo memorable.
De la sangre que brota a la sangre que late, todo es posible por Navidad. Sin duda, las sesiones de películas de tarde de las grandes cadenas, Netflix y Disney ofrecen un catálogo inmenso de cintas románticas con Navidad de fondo. «Love Actually» (2003) o «La mujer del predicador» (1996), o Edward Scissorhands (1990) así como «A 1.000 Km de Navidad» (2021) que abarcan siempre el mismo cliché de una mujer desapasionada golpeada por la vida a quien se le avería el coche en un pueblo de Vermont donde allí, por Navidad encuentra a un ocurrente hombre o al revés del que se enamora y vuelve a confiar en la vida gracias al espíritu de Navidad. En esta estantería también se encuentran las cintas de amor familiar de «Polar Express» (2004) o «Un padre en apuros» (1996) así como las diferentes «Crónicas de Navidad» con un Kurt Russell haciendo de Santa Claus con una destreza que casi parece innata.