Manuel Valls –artista en tres fases y que no debe confundirse con el áspero político hispanofrancés– es, como Walt Disney, un catalán original. Sin terminar los estudios elementales, ha sido pintor, galerista, guionista, productor cinematográfico y novelista. Polifacético recalcitrante, lo llama él. Valls no se anda con chiquitas y en cada una de estas actividades ha abierto caminos. Ha sido un galerista transgresor, pionero del arte conceptual en Cataluña y un productor de cine de autor y peso. Ha vendido casi un millón de novelas y no ha parado en torreta sin salir del barrio de Gràcia. Nació en 1952 y se ha arruinado varias veces por falta de público y de sensibilidad. Y no se ha cansado. En septiembre en el espacio que ahora es su casa abre una nueva galería, Arts Club BCN. Que no le pase nada. La inquietud intelectual y la picazón cultural pasan facturas que pican y escuecen.

¿Sabe qué es un artista del Renacimiento?

Una persona con una gran pluralidad de intereses, artísticos, humanísticos.

Y eso debe ser usted.

[Largo silencio]. Más allá de mi modestia, sí. Podría definirme un poco como una persona renacentista a este nivel, sí.

¿Un polifacético artístico?

¡Esa es la definición más apropiada! Soy un polifacético vocacional. Mira, mi interés por el mundo del arte nació cuando tenía 16 años. Primero debo aclarar que yo nací en la calle de aquí abajo. Por lo tanto, llevo 73 años viviendo en este barrio. Solo me he mudado de calle. Soy hijo de una persona que se apuntó voluntario a las Brigadas Internacionales, estuvo en todos los frentes, lo fusilaron y no lo mataron. Gracias a la gestión de los Maragall y los Moragas, porque mi padre vivía en Sant Gervasi, después consiguió un indulto de Franco.

¿Lo fusilaron y no lo mataron?

Sí. Los fusilaban en el castillo de Montjuïc de veinte en veinte o de treinta en treinta, con una ametralladora de aquellas fijas, y mi padre y el Negro –un comisario político amigo suyo– se tiraron al suelo unos segundos antes de sonar los disparos. Los guardias moros los remataban con la bayoneta después de darles una patada para ver si se movían, y ellos se quedaron muy quietos. Los pusieron en el carro de los muertos, que los bajaba hacia Can Tunis, y saltaron antes de llegar. Los agarraron enseguida, con la suerte de que ese mismo día llegó el indulto de Burgos que habían conseguido los Moragas y los Maragall. A pesar de eso, se pasó luego diez años en prisión.

Mi padre era de nacimiento poliomielítico. Tenía una pierna mucho más corta que la otra, dos o tres veces más delgada, y un brazo que casi no podía usar. Lógicamente, no podía empuñar un fusil ni estar en el frente. Recorrió todos los frentes de guerra, pero en la retaguardia, en la cocina, porque él no podía correr con un fusil en la mano. Era imposible. Después se ganó la vida siempre como limpiabotas. Con antecedentes penales como los suyos, nadie le daba trabajo…

¿Qué te quiero decir con esto? Que soy hijo de una familia tremendamente humilde del barrio de Gràcia y que en mi casa nunca vi ni un cuadro ni un libro, porque tanto mi padre como mi madre eran analfabetos. ¿De dónde me viene a mí el interés que he tenido a lo largo de toda mi vida por el mundo de la cultura y específicamente por el mundo del arte? Pues, mira, de una puta casualidad. Yo tenía 16 años, una tarde fui a la Escuela Massana a buscar a un amigo que estudiaba allí, Ramón Solé, y vi que frente a la puerta, en lo que era el antiguo hospital, había una exposición de Joan Miró. Era 1968. Yo no sabía ni remotamente quién era Miró. Entré a verla y salí tan conmocionado –la palabra es conmocionado–, que nunca me he acordado de cómo volví a mi casa. No sé si tomé el metro en Liceu, no sé si subí caminando, no lo recuerdo. Sé que aquello me cambió radicalmente la vida. Al día siguiente y durante seis meses iba cada día a la Biblioteca de Cataluña, que también estaba en el recinto de la Massana, leyendo todo lo que pude, en catalán y en castellano, que eran los idiomas que conocía, sobre Miró. A través de él entré en lo que ha sido el arte del siglo XX. Y de todas las épocas. De ahí viene mi interés.

Y muy rápidamente ya monta la primera galería de arte…

Yo he sido muy precoz en todo. Tuve mi primer hijo a los 18 años y su madre tenía 16 o 17. Me podrían haber metido en la cárcel por corruptor de menores en esa época. Comencé a trabajar a los 13 o 14 años. En una farmacia, repartiendo pasteles cada domingo, en una tienda de tejidos en el paseo de Gràcia, Can Gratacòs… hasta que pude entrar en Selecciones Ilustradas, una agencia de venta de originales de cómics al extranjero, que estaba relativamente cerca del mundo del arte. Picanyol, un dibujante de cómics muy amigo mío, trabajaba en esta empresa y me dijo: “Mira, en Selecciones sacan una revista de música, que se llamará Hit, y están buscando gente para trabajar allí. Yo entré de aprendiz.

¿Cuándo empieza a pintar?

Como te he dicho, en el 68 descubrí a Joan Miró, que me cambió absolutamente la vida. Diría que a los 19 años tuve la suerte de que un personaje para mí entrañable, llamado Jordi Vallès, descubrió mi obra. Jordi iba a comer cada día a un restaurante que había en la plaza de Sant Agustí y un día Rosa, mi pareja, le dijo que conocía a un chico que pintaba muy bien. Jordi vio lo que yo hacía y me consiguió una primera exposición en la Petite Galerie de Lleida, que movía el Institut Français. Allí hice una exposición individual con 21 años, en 1973.

Había comenzado a pintar de manera autodidacta. Nunca fue a ningún centro para aprender…

Siempre me he declarado absolutamente autodidacta en todo. Dejé el Bachillerato en segundo o tercero. Desde entonces nunca más he estudiado nada. Nunca. Nunca me ha interesado ir a ninguna escuela.

¿De dónde le vino la intuición, el conocimiento, para pintar y llegar a exponer?

Me es muy difícil explicarlo. Soy una persona muy inquieta, muy curiosa. No me da miedo nada. Lo que llaman “retos personales”, no es que me gusten o me disgusten, pero siempre los he afrontado de una manera muy natural. Con 17 años compré una pieza de Francesc Artigau, que ahora tiene mi exmujer, pagada a plazos en una galería de la calle del Consell de Cent. ¡Con 17 años! Con una melena hasta aquí, una parka de aquellas con capucha, comprando una pieza a plazos… El dueño de la galería alucinaba.

Sempre he tenido la suerte de tener una gran voluntad de aprender. Toda la del mundo. Pero pasar por una escuela o una academia, no sé por qué, pero siempre ha ido en contra de mis principios. No me preguntes por qué. Siempre me he rodeado de gente mucho mayor que yo y supongo que, al ver a un chaval tan joven, con mi energía, mi curiosidad natural y mi empuje, la gente me adoptaba con cierto cariño.

Manuel Valls, productor, escriptor, pintor, divulgador... Barcelona 15.07.2025 | Mireia Comas
«Me he leído diez, veinte veces, el libro L’art català contemporani de Cirici Pellicer» | Mireia Comas

¿Quién lo adoptó como pintor al comienzo?

Aparte de la Petite Galerie de Lleida, después expuse en la Sala Vinçon. Debía ser 1974. Esa sala era un lugar magnífico. Durante más de treinta años programó unas exposiciones sensacionales. Después, he pasado por todas las galerías de Barcelona.

¿Y quién lo introduce en el arte conceptual, en las tendencias artísticas del momento?

Es muy fácil. A través de Miró, descubro a Alexandre Cirici Pellicer, que era el gran crítico de arte catalán de esa época. Inmediatamente después empiezo a leer L’art català contemporani, que es un tocho de 500 o 800 páginas, donde Cirici hace un repaso de todo lo que es el arte catalán desde finales del XIX hasta las últimas tendencias de esa época. Yo, ese libro, debo haberlo devorado diez, veinte veces, porque me lo sé todo de memoria. Allí encontré a todos los artistas catalanes que me han interesado. Desde la guerra civil hasta 1970, que es el año de la edición del libro.

Y usted tomó partido por el arte conceptual…

Eso fue un proceso un poco más complicado. A pesar de que yo estaba casado, me obligaron a hacer el servicio militar. Lo hice en Palma de Mallorca. El pintor Guinovart me dijo que fuera a ver allí a unos amigos suyos de la sala Pelaires y lo hice. Pero no me preguntes cómo, un buen día fui a parar a otra galería que se llamaba Quatre Gats, de Ferran Cano, de Ángel Juncosa, que era sobrino de Miró, y de Pito Darder, que era el psicólogo personal de Joan March. Allí me acogieron muy bien. Y poco después de conectar con ellos, hice un happening, una performance. Llené toda la galería con hojas de los plataneros que había en la Rambla de Palma. Les añadí unas luces y, con unos permisos, en un estudio de grabación de Barcelona, grabamos una cinta sin fin con sonidos de un bosque de noche. Esa pieza se llamó Paisaje nocturno. Esa es la primera cosa que hice. También, aún en Palma, donde viví seis meses más porque me salieron diferentes exposiciones en Quatre Gats, empecé a hacer unas piezas, de 50 x 70, sobre unos cartones blancos donde pegaba, por ejemplo, una bolsita de té, una cucharita… Objetos muy pequeños, de uso normal, cotidiano. Añadía unos dibujos de trazo, unas cosas muy precisas, muy bien hechas. Con eso hice una exposición en Vinçon, que se llamaba Veinte dibujos objetos y dos jardines. ¿Por qué dos jardines? Porque monté dos jardineras, con cientos o miles de kilos de arena de playa. En una había plantados trozos de espejo roto que clavaban en la arena matas de cabello humano y en la otra había plumas de pájaros, todas blancas.

A partir de eso me radicalicé mucho y comencé a hacer piezas de tipo conceptual, que más que nada era hacer experiencias en la naturaleza. Por ejemplo, hice un círculo de piedras enorme donde las piezas se engordaban con grasa animal. Lo llamé Cultivos. Monté con eso un par de exposiciones, la más importante de las cuales fue en Madrid, en la galería Boades.

Usted era el más moderno de la tribu…

Bueno, quizás sí. Uno de los más modernos de la tribu. Lo que pasa es que yo no tenía mucho contacto con mi generación. A los 20 o 21 años se me ocurrió una idea: hacerme editor. Creé una editorial que se llamaba Art Enllà. Yo encargaba a un artista que me hiciera diez piezas para hacer postales. No que fueran reproducciones de obras, sino que él pensara en hacer diez piezas de tamaño postal. Y hice quince o dieciséis colecciones.

Empecé con Joan Brossa, que me regaló el nombre de Art Enllà porque yo no tenía. Me dijo: “Bueno, ya te buscaré un nombre”, y me lo dio. “¡Hostia, me gusta!”. Empecé, pues, con una colección de poemas-objetos suyos, que me fotografió Joan Fontcuberta, porque él no tenía ni fotos de esas piezas aún. Después, una colección de piezas de Tàpies. Tàpies, pobrecito, conmigo fue muy generoso y muy amable. Me llama una semana después de encargárselo y me dice que ya tiene dos piezas y que vaya a verlas. Me había hecho dos postales, dos obras matéricas suyas, estupendas. Le dije: “Te lo agradezco mucho, pero no es eso. Yo busco una cosa que tenga más que ver con los objetos que tú has manipulado”. “Aaaah, vale”. Y me regaló las dos piezas aquellas, que tuve que vender con el paso de los años.

Después hice Richard Hamilton, que es el creador mundial del pop art inglés y que me hizo diez piezas magníficas; Wolf Vostell, un artista alemán, que junto con Joseph Beuys, impulsó el grupo Fluxus, donde estaba Yoko Ono, que también fue muy amiga mía. Igualmente vinieron Muntadas, Francesc Torres, Miralda… todos los artistas catalanes importantes que vivían en el extranjero en aquellos momentos. Terminé con Carlos Pazos.

Hice el Vostell a través de Maria Lluïsa Borràs y Francesc Vicens, que fue el primer director de la Fundación Miró. A través de esta gente mayor que me adoptaba porque veían en mí un empuje que no era muy normal. Entonces me contrataron como director de la Galería G, una galería que se acababa de abrir en Barcelona, en la calle de Casanova. Allí se hicieron dos grandes exposiciones de Warhol. Desde allí también organicé un happening de Vostell en una cementera de Garraf. Mi aportación más importante a la G fue que tomé a todos los artistas conceptuales catalanes que más me interesaban personalmente y los hice entrar en la galería. De esta manera, se convirtió en la primera galería comercial de arte conceptual de todo el Estado.

Después montó dos o tres más hasta llegar a esta última… La primera, Rose Sélavy, que cambió de nombre y se llamó Compact Art, más tarde, Art Design y finalmente, Art Enllà…

Cerré Art Enllà hace dos años. Y donde estamos ahora, esta planta baja que es mi casa actualmente, a partir del 15 de septiembre será una nueva galería que se llamará Arts Club BCN. La primera exposición se llamará Wallpaper, muro de papel, donde participarán pintores, ilustradores y fotógrafos. Todos tendrán que hacer una pieza de 31 x 31 que irá con una funda de plástico. Todas estas piezas constituirán un gran mural, algo que ya había hecho en una galería que tuve en el Poble Nou.

Dice que comenzará las obras el 15 de agosto y que abrirá la galería el 15 de septiembre?

Sí.

Usted sabe mucho de obras de arte, pero poco de obras en general…

¡Y tanto que sé! ¡Se tienen que hacer pocas obras aquí, eh!

Hablaba de una gran exposición en una galería que tenía en Poble Nou. Esa debía ser Art Design. ¿Le fue bien esa galería?

Art Design fue un drama tremendo.

¿Por qué?

Yo, entre 1972 o 73, cuando hice mi primera exposición, y 1983, cuando hice la última hasta ese momento en Barcelona, fui a siete u ocho países de todo el mundo, hice muchísimas exposiciones individuales, Barcelona, Madrid, Sevilla, Palma… en muchos lugares. Pero en diez años no vendí nunca ni una pieza. Nunca.

¿Porque no quería o porque no le compraban ninguna?

Porque nadie me compró ninguna.

Manuel Valls, productor, escriptor, pintor, divulgador... Barcelona 15.07.2025 | Mireia Comas
«La exposición de Miró y aquella frase de Foix me cambiaron la vida». | Mireia Comas

Es decir, diez años exponiendo en todas partes y nunca vendió nada.

Es eso, sí. A los 18 años, no me preguntes cómo, pero debía ser a través de Brossa, conseguí el teléfono del poeta J. V. Foix, que me invitó a tomar café a su casa, en Sarrià, una tarde. Esa tarde también había convocado a un joven poeta que yo no conocía y que se llamaba Vicenç Altaió. Coincidimos los dos, él con 17 y yo con 18 años, en casa de Foix, que nos atendió maravillosamente bien, toda la tarde. En el momento en que nos acompañó a la puerta para despedirnos me dijo: “A ver, joven, usted se quiere dedicar profesionalmente a la pintura. ¿Es eso?”. “Sí, señor”. Y usted, señor Vicenç, quiere ser poeta”. “Sí, señor”. “¿Y ya saben de qué vivirán el resto de su vida?”.

Claro, ustedes no tenían ninguna pastelería…

Exacto. Lo matizó muy bien. Nos dijo: “Yo toda la vida he podido dedicarme a la poesía y a frecuentar el mundo de la pintura, porque tengo una pastelería donde trabajo todo el día. Si no, nunca podría haberme dedicado a ello”. Eso, esa frase de Foix, también me cambió la vida. Los dos momentos que me han cambiado la vida fueron la exposición de Miró y la conversación con Foix. Con él entendí que una cosa era mi implicación tanto en el mundo del galerismo como en el de las ediciones o en el de la pintura y otra ganarme la vida.

Por lo tanto, no pasaba nada si no vendía ningún cuadro, porque ya era eso. Muy bien. ¿Y cómo se ganaba la vida?

He tenido una sala de fiestas que se llamaba Bailes Selectos, el Salón Cibeles, en la calle de Còrsega, donde durante cinco años cada jueves, viernes y sábado por las noches metía unas 2.000 personas que pagaban rigurosamente la entrada y las copas aparte. Cuando era director de la Galería G había una imprenta en la calle de Joaquim Costa que me imprimía todas las postales de Art Enllà. En la esquina había un bar precioso, modernista, Casa Almirall, un establecimiento de 1860, me parece. Antes de entrar o después de salir de la imprenta paraba en ese bar a tomarme una. Un día le pregunté al propietario si me lo traspasaría y me dijo que sí. Desde ese momento he tenido tres o cuatro bares, una sala de fiestas… Y me he ganado la vida con eso. La actividad que más dinero me ha hecho ganar fueron los Bailes Selectos. Tuve que formar una orquesta de músicos profesionales con esmoquin porque no había ninguna en Barcelona. Solo estaban las que hacían las fiestas mayores y aquellas cobraban una barbaridad. Montamos Bailes Selectos yo y Carlos Pazos sin un duro. Formamos aquella orquesta con quince o veinte músicos y un combo de salsa, absolutamente cubano, y gestionamos aquella sala de fiesta durante cinco años. A partir de ese momento siempre me he ganado la vida con cosas relacionadas con eso.

Y la galería de Poble Nou lo arruinó…

Todo esto empieza mucho antes. Aquí, aquí, en esta misma habitación donde estamos ahora, tuve una galería durante cinco o seis años que se llamaba Rose Sélavy. Después de mi paso por la Galería G, el arte conceptual dejó de interesarme. Para programar la nueva galería fui a la facultad de bellas artes y busqué alumnos que estuvieran en el último curso. O sea, me fui al otro extremo. Aquí programé una serie de primeras exposiciones con artistas de esa generación. Hasta que un día descubrí este formato [señala una fila de cuadros pequeños, cuadrados, que cuelga en la pared de enfrente]. Es el formato exacto de un compact art. Mi hijo tenía una tienda de discos en la plaza de Castilla, al final de la calle dels Tallers, y en esa época ya no se vendían vinilos, solo cedés. Él tenía una pared llena de cedés. Cada vez que iba a la tienda pensaba: “¡Hostia, me gusta mucho este formato!”. Un día descubrí que había quien vendía las cajas de los cedés sin el disco y organicé una exposición y pedí a más artistas que cada uno me hiciera una pieza para meter dentro de las cajas. Me gustó mucho. Había inventado la compact art collection. Entre esos artistas estaba Xano Armenter, que llevaba veinticinco años viviendo en Nueva York; Joan Fontcuberta, el fotógrafo; Vicenç Villaplana; Lluís Lleó… una serie de artistas catalanes muchos de los cuales vivían en Estados Unidos. Cambié el nombre de Rose Sélavy por el de Compact Art Collection. A cada artista le pedía veinte piezas originales, que ya enmarcaba de esta manera. ¡Y las vendía como churros!

¡Vaya! ¡El primer duro en el caso de las galerías!

Sí. Y piensa, por ejemplo, que las piezas de Villaplana en este formato valían 700 euros. Hace veinte años. Y las de Lluís Lleó, 2.000, porque eran unas piezas tridimensionales. Me fue tan bien, que me asocié con un galerista que tenía un local aquí al lado, en la calle de Torrijos, la Galería Metropolitana, para abrir uno en la Rambla de Catalunya con Consell de Cent, en un piso principal, enorme, muy bonito. Yo le alquilé la mitad del piso para hacer las exposiciones de Compact Art. Y compaginé durante mucho tiempo las exposiciones de Compact Art en Rambla de Catalunya y las de aquí.

Me iba muy bien. Pero cometí un pequeño error. Muy influido por Lluís Lleó y Xano Armenter, me animaron a que programara piezas de artistas de Nueva York. Artistas muy buenos que eran amigos de ellos. Hice una exposición de un tipo nacido en Brooklyn de padre japonés y madre brasileña, Oscar Satio Oiwa. Para que te hagas una idea, ese mismo año que expuse sus veinte piezas acababa de ganar la Beca Guggenheim, que es la más importante del mundo del arte, con un prestigio estupendo. Aparte de que no vino casi nadie a la inauguración, no vendí ni una pieza. ¡Ni una! Después programé otro artista de Nueva York que se llamaba Adam Cjanovich, una especie de hiperrealista muy especial, pero muy bueno, un tipo buenísimo pintando, que hizo unas piezas sobre esas barcas de turistas que van a las cataratas de Niágara, donde van todos con unos impermeables amarillos. De uno de esos viajes hizo unas piezas preciosas… No vino prácticamente nadie a la inauguración y no vendí ninguna. Me enfadé y cerré la galería de la Rambla de Catalunya y la de aquí. [Ríe].

Muchos años después, en 2008, me volví loco y decidí abrir una galería en Poble Nou, Art Design Barcelona. Allí me arruiné. Arruinado del todo. Arruinado significa que yo, que nunca había visto de cerca ningún síntoma de depresión, cogí una de caballo que me duró cinco años. Los dos primeros años casi no podía salir de casa.

Era una cosa especial, Art Design…

Cogí un local fantástico al lado mismo del Razzmatazz. La sala principal tenía 300 metros cuadrados y medía nueve de altura. Había una puerta enorme que daba a un patio de 300 metros más y dos salas más pequeñas al fondo. Con un altillo arriba. Alquilé ese local en 2008, un poco antes de entrar la crisis. Estuve seis o siete meses de obras porque ese local cuando lo alquilé era un taller de pintura y planchistería de coches. Solo para poder dejar las paredes decentes me dejé una fortuna. Al cabo de dos años y medio de haber abierto mi abogado en ese momento, que era un coleccionista muy importante y, además, muy amigo mío, me dijo: “Manel, cierra ahora, porque más no puedes perder”. Y añadió: “Cerrar no significa traspasarlo, porque esto no lo cogerá nadie. Tomas las llaves y las devuelves”. Perdí 250.000 euros montando esa galería. ¡Fuerte! Hice cosas extraordinarias, cosas muy bonitas, estoy muy satisfecho, pero me arruiné del todo.

Y ahora vuelve Serrallonga, que no ha sido nada…

Antes abrí, años después, en 2021, Art Enllà, que me gustaba cómo funcionaba, los artistas que tenía, pero lo hice en plena pandemia y tuve que cerrar en 2022.

¿También se arruinó allí?

No, pero cada mes me costaba entre 1.500 y 2.000 euros, que tenía que poner de mi bolsillo.

Y ahora vuelve…

Sí, pero ahora vuelvo a mi casa y, al menos, aquí no tengo que pagar alquiler.

¡No escarmienta nunca, usted!

¡No!

¿Qué tipo de arte le interesa ahora?

Aquí haré una cosa muy curiosa. ¿Cómo te lo definiría? ¿Cómo podría definirlo que no pareciera pedante? Pienso exponer artistas de todas las edades, de gente de 84 años –porque no hay de vivos más grandes– hasta los más jóvenes. Solo vetaré una cosa: todas las prácticas conceptuales. Eso de poner aquí tres baldosas y no sé qué más, no.

Pero, escuche, ¡usted empezó así!

Es que ahora lo coloco en su lugar. Una galería de arte es algo que se inventó a principios de 1900 porque el Salón oficial de París no quería exponer las corrientes más innovadoras. A raíz de ese rechazo, nacen las primeras galerías de arte, que eran unas tiendas que vendían arte, no que hacían exposiciones. Había un señor que colgaba cuadros y que los vendía. Por definición, una galería de arte es obligatoriamente un lugar que vende obras de arte, no que expone.

Manuel Valls, productor, escriptor, pintor, divulgador... Barcelona 15.07.2025 | Mireia Comas
«No tengo olfato para la fotografía, pero ahora expondré».| Mireia Comas

Nada de arte conceptual, entonces.

¡Exacto! Pero esta vez lo amplío a la fotografía. No soy un gran entendido. Así como en pintura con los años he desarrollado un olfato, en fotografía no lo tengo. Pero, vista la actualidad y la necesidad, porque hay muchos artistas que trabajan en este ámbito, lo amplío. Haré 24 exposiciones al año de quince días cada una. Todas serán individuales o pequeñas colectivas de cuatro o cinco artistas.

Hasta aquí el galerista. ¿Y el novelista?

Primero, cronológicamente, estuvo el cine.

De acuerdo, cine, entonces.

Cuando dejé de pintar, que fue en el año 82 o 83, decidí que tenía que ganarme la vida con algo. En esta vida, si he tenido alguna vocación, ha sido el cine. No me preguntes por qué, pero en el 83 o 84 monté una productora de cine, Septimània Films. Produje doce largometrajes y un montón de cortometrajes. También fui vicepresidente del Festival de Cine de Barcelona y presidente de la Asociación de Productores Catalanes durante muchos años…

¿Quién le ordenó la cabeza a usted?

No me lo preguntes. No lo sé. Total, después de trabajar veinticuatro horas al día en el mundo del cine, porque yo trabajaba de una manera muy implicada, gracias a mi suegro de ese momento, descubrí que en diez años había pagado ciento veinte millones de pesetas en intereses bancarios. ¿Por qué? Porque tú vendías los derechos de una película, TV3, Televisión Española, Canal Plus o quien fuera te hacía un contrato y entonces tenías que descontar del banco ese dinero para poder hacerla. Todo eso suponía que pagaras el 16,5 por ciento de intereses bancarios. Ningún contrato en esa época recogía que, si se retrasaban en el día de pago, ese retraso iría a cargo de ellos. Tenías que pagar intereses durante dos años, por tanto, de treinta, cuarenta, cincuenta, setenta millones de pesetas. Cuando me di cuenta al día siguiente cerré la productora. Y como ya había hecho muchos guiones…

Un momento, un momento. Me gustaría que hablase de una de esas películas, El vent de l’illa…

De manera natural, tampoco me preguntes el porqué, el cine que a mí me interesaba era aquel que habíamos bautizado como “de arte y ensayo”.

Ahora cine de autor…

Eso. Cuando Gerard Gormezano me dijo que había hecho el guion de esa película enseguida me interesé. Eso sí que era un reto. Una película que debía rodarse íntegramente en la isla de Menorca, ambientada en el siglo XVII…

¡Cara!

¡Carísima! TV3 me pidió los derechos de antena. No quiso comprarla porque el 80 por ciento debía rodarse en inglés. Los menorquines hablaban en menorquín, pero los ingleses hablaban en inglés. A pesar de eso, llevé adelante el proyecto. Alquilamos todo el vestuario de Barry Lyndon a una gran empresa de vestuario. Tuvimos la suerte de que los regimientos que había en Menorca en esa época eran los mismos que los de la película de Stanley Kubrick. Después, estuvimos seis meses en la isla para rodar la película, que inicialmente debía rodarse en seis u ocho semanas…

¿Qué ha sido de Gerard Gormezano?

Hizo otra película, que no fue nada bien. Nosotros tratamos El vent de l’illa con un cariño total. Fue seleccionada para ir a la sección Panorama del Festival de Berlín, fuera de concurso. Era la primera película catalana que iba a una sección de Berlín. Un buen día me doy cuenta de que los de la Generalitat habían contratado una página de publicidad en El País y La Vanguardia –creo recordar– donde se podía leer: “Cataluña, adelante con el cine. La primera película catalana que va al Festival de Berlín”. No fue suficiente. Al cabo de un mes se daban los premios nacionales de cinematografía en el cine Coliseum de Barcelona y en ese acto anunciaban el pase de El vent de l’illa. Quien firmaba la invitación era el mismo Jordi Pujol. Recibí esa invitación, pensé: “Ahora es la mía” y llamé al consejero de Cultura, que era Joan Guitart. Le dije que no solo retiraría la película de ese acto, sino que, además, al día siguiente convocaría una rueda de prensa para explicar una serie de cosas. Obviamente, reivindicaba los derechos de antena, porque tenía un agujero de 30 millones de pesetas con esa producción. Guitart me llamó por la tarde y me dijo que ni él llegaba ni eso era su negociado. Me dijo también qué debía hacer: “Llama ahora mismo a Lluís Prenafeta y le comentas que no tienes los derechos de antena porque la película no ha sido rodada en catalán”. Al día siguiente por la mañana yo firmaba con TV3 el contrato de derechos de antena.

¿Y Gerard Gormezano? ¿Cómo es que se ha sabido tan poco?

Yo debía hacer con él otra película, pero en esa época producía demasiadas y nos distanciamos un poco. Se autoprodujo una que me parece que ni se pudo ver. Hace uno o dos años me lo encontré, porque sigue viviendo donde vivía, pero no sé de qué vive. Hizo algunas cosas más como director de fotografía, pero muy poco.

Septimània, después de un recorrido accidentado, también terminó mal…

Cerré Septimània Films, como te he comentado, cuando me di cuenta de que estaba pagando unos intereses bancarios brutales. Antes, sin embargo, había tenido otra: Manuel Valls Producciones Cinematográficas. Con esta empresa quise producir una serie de televisión sobre el mundo de la ópera. Firmé contratos con Plácido Domingo, con Josep Carreras, con Alfredo Kraus, con Montserrat Caballé y con Teresa Berganza, para hacer un documental sobre su vida donde ellos aparecieran al menos con dos piezas cantadas y en un ensayo. Levanté ese proyecto. Entonces conocí a un alemán, el doctor Klaus Kota, que vivía en Barcelona y que entró a coproducir la serie. El doctor Kota me puso la condición de que quería distribuirla él, porque aunque era el productor, entre otros, de El nombre de la rosa, se dedicaba de manera ocasional. Lo que era de verdad era un distribuidor muy importante de cine que iba a todos los mercados. Cometí el error de aceptar que la distribuyera él. Rodamos todo el primer capítulo, que era el de Carreras. Aparecía Nuréiev, que tuvimos que entrevistar en la ópera de París, y otros personajes… Rodamos en la Arena de Verona, en la Ópera de Viena, en París y en diferentes lugares más. Estuvimos un año con ese primer episodio. ¡Quedó precioso!

Ya podía ser precioso, ya…

Lo hicimos a pulmón, de manera completamente independiente, sin el apoyo de ninguna cadena de televisión. Cuando fuimos al primer mercado, Kota se dio cuenta, pobre hombre, de que todas las televisiones del mundo todo lo que era ópera lo compraban a Beta Films, que era su competencia. Ahí se acabó la serie y la aventura. Y entonces monté Septimània Films…

Que se acabó cuando vio que…

¡Que trabajaba para los bancos! Yo cobraba un buen salario como productor ejecutivo de todas las películas, como guionista a veces, pero vi que trabajaba para mantener el Banco de Sabadell. Como había tenido algún contacto con Andreu Martín, que había colaborado conmigo en algún guion, se me ocurrió hablar con él. “Ponte a escribir –me dijo–, porque tú haciendo guiones eres buenísimo. Tienes una imaginación prodigiosa”. A mí toda la vida me había gustado mucho la novela negra, pero él me dio un consejo bien claro: “Solo te aconsejo que, si quieres ganar algún dinero, haciendo novela policíaca no ganarás nada. ¡Ni uno! Yo todo el dinero lo he hecho con la novela juvenil”. Me dijo eso, pero ¡yo solo había leído Enid Blyton!

Los Cinco y los Siete Secretos…

¡Exacto! ¡Nada más! ¡No sabía nada! Me puse a escribir como un loco y escribí dos novelas de doscientas páginas cada una. Una vez las tenía listas, fui a una editorial de Grupo Zeta. Puta casualidad, el director literario del grupo había hecho la mili conmigo. ¡Era un pesado de cojones, porque era violinista y se pasaba el día tocando el violín en la biblioteca. Yo tenía un permiso especial para pintar allí un gran mural que me costó tres o cuatro meses hacer. Tres o cuatro meses escuchando el violín haciendo escalas todo el puto día. Ese tipo se las leyó y me dijo: “Esto no te lo publicará nadie porque es muy malo. No hace falta que lo enseñes a nadie más”. Por casualidad le pregunté cuál era la mejor editorial de España dedicada a publicaciones juveniles. Me dijo… Ostras, ahora no me acuerdo. Mira que tiene narices la cosa. He publicado quince novelas con ellos. [Se levanta y coge un libro de la estantería de enfrente]. ¡Eso! ¡Anaya! Esta fue la primera que publiqué: Julia y la mujer desvanecida.

¿Por qué eligió el castellano como lengua literaria?

Fui poco a la escuela y solo aprendí a escribir en castellano. Había leído mucho en catalán, pero de gramática, fatal. Julia y la mujer desvanecida es del 97.

De Julia, hizo cuatro. Y de Eva, su otra protagonista, hizo tres.

Pero hay muchas más. Llevé esa primera novela de Julia a Anaya. Ah, pero, antes… El violinista de Zeta me aconsejó que la pasara primero por un corrector de estilo. “Hay muchos errores de estilo que tienes que corregir”. La pasé por un corrector y Anaya me la compró enseguida. Continué editando con ellos durante diez años. Casi una novela por año.

¿Cuántos ejemplares ha vendido?

De la primera, 150.000. He vendido casi un millón de ejemplares en total y he vivido muy bien durante muchos años.

Pero también dejó de escribirlas.

Sí, porque me cansé. Mirando mi vida con cierta perspectiva, veo que la componen ciclos de casi diez años. Diez años dedicado al cine, diez años dedicado a escribir novelas, diez años como pintor…

¿Qué ha aprendido? ¿Qué ha aprendido de la vida?

Que los que nos hemos podido dedicar a lo que nos gustaba en cada momento somos unos privilegiados. Debo considerarme un afortunado con todas las de la ley. Se debe ser fiel a dos o tres cosas básicas. Una es a ti mismo, la otra es al lugar donde has nacido –puedes llamarlo barrio, país, nación… como quieras– y, por lo tanto, a tu lengua, y la tercera es que debes ir con la verdad por delante. Este es un buen consejo. Si hay algo que odio más que nada en mi vida, es la mentira. Una cosa es que a mi edad tenga lagunas o que no me acuerde de una fecha, pero, mentir con voluntad de hacerlo, creo que eso no lo he hecho nunca en la vida. Por eso me he ganado muchas enemistades. Porque soy de las personas que creen que debes ir con la verdad por delante. Por ejemplo, hace 50 años que hago de galerista y nunca he estado en ninguna agrupación de galeristas, ni asociación, ni sindicato, no, no, no. No me gusta la gente que se dedica a eso. Son muy pocos los que puedo considerar amigos. La palabra exacta no es humildad, pero no hace falta sobrevalorarse a uno mismo frente a los demás. Eso es una estupidez. No hay ninguna necesidad.

¿Qué he aprendido de la vida? Que debo reconocer que soy un privilegiado que ha podido dedicarse en cada momento de su vida a lo que le venía en gana. De la misma manera que he tenido ocho mujeres. Cuando digo ocho mujeres no quiero decir que me he acostado con ocho tías. No, no, no. Quiero decir que he vivido muchos años con ocho parejas diferentes.

¿Y nunca ha escarmentado?

No. Estoy muy contento, encantado. Con Anna llevamos casi diez años juntos y estoy muy bien. Ahora, debo confesarte que, de las otras siete, salvo dos, soy íntimo amigo de todas. Cien por cien amigos.

¿Cuántos hijos tiene?

Por suerte, solo dos. Mi hijo mayor y mi hija pequeña, que tiene 32.

¿Qué le han dicho cuando les ha comentado que quiere volver a abrir otra galería?

Yo pensaba que a mi hijo le costaría mucho aceptarlo, porque piensa una cosa: compré esta casa hace treinta años y yo vivía en el piso de arriba, pero la madre de mi hija nos abandonó a los dos. Nos quedamos mi hija y yo viviendo en el piso de arriba. Aquí abajo tenía mi estudio y después ya monté una galería. Por problemas graves de mi hija, su psiquiatra me aconsejó que ella dejara de vivir en Gràcia, porque tenía problemas de adicciones muy fuertes, y que debía echarla de casa. Hablando con su madre buscamos la manera de poder justificar por qué Júlia ya no podía seguir viviendo aquí. Le dijimos que yo necesitaba alquilar el piso porque me hacían falta esos ingresos. Me instalé yo solo aquí abajo y alquilé el piso de arriba. Ahora lo he recuperado y el día cinco me instalaré allí. Arriba se vive mucho mejor que aquí abajo.

Y usted aprovecha la ocasión para montar, como ha dicho antes, una nueva galería…

¡Sí! ¿Cuál es el problema? Que yo saco un buen alquiler del piso de arriba y…

¡Y con el de abajo puede volver a arruinarse!

No. Es imposible.

¿Por qué?

Esta galería no venderá nada. No facturaremos ni un euro. La he legalizado como una actividad non-profit. El pintor que venga puede vender lo que quiera y al precio que quiera, pero nosotros no facturaremos nunca. Así es imposible arruinarse.

¿Por qué no para quieto?

Porque mi cabeza va a 50.000 kilómetros por hora. Si tú miraras mi ordenador personal, encontrarías diez o quince proyectos en marcha. Piensa que hace un mes presenté el primer volumen de una colección de libros que estoy editando ahora. [Se vuelve a levantar y va hacia la estantería de enfrente, de donde coge un pequeño volumen]. ¡Mira, te lo regalo! Este, lo presentamos el mes pasado.

Y eso tampoco lo arruinará…

No. Solo hago 200 ejemplares, que se venden únicamente cuando lo presentamos. Presentamos este, de Carlos Pazos, hace un mes en la ADN Galería. Vendimos 60 o 70 ejemplares. Ahora lo presentará en su galería de París y también en Madrid. De cada libro haremos tres o cuatro presentaciones. Haremos las paces. No los daré ni a distribuir. No los podrás comprar en ninguna librería. O los compras en las presentaciones o lo haces por Internet en la página de la editorial. Y lo tienes que hacer por Bizum, nada de tarjetas, porque ya me conozco todo eso.

Nada de bancos, nada de tarjetas… ¿Qué piensa del sistema capitalista?

¡Hostia! Vivimos bajo el monopolio de una oligarquía nunca imaginada. Desde ese punto de vista, es una mierda. Pero lo que pasa es que no he conocido ni he podido vivir personalmente bajo otro sistema económico. He estado en Bulgaria, no he estado en Cuba, pero he conocido a muchos cubanos en Bulgaria, y sé cómo vive la gente allí. También sé cómo vive la gente en China. Para mí el sistema comunista no es una buena alternativa. ¿Qué pienso del capitalismo? Que de momento es el mejor sistema que se conoce, pero no porque vaya por el buen camino ni lleve a buenos resultados, sino porque no hay otro.

¿Cree en la vida eterna o en otra vida?

Noooo.

Cuando usted muera se acabará todo…

¡Y tanto!

Pues, es una pena, porque, si hubiera otro lugar, allí podría montar una galería…

Puedes estar absolutamente convencido. Yo voy con bastón, me cuesta mucho salir de casa, y sigo fumando dos paquetes de cigarrillos al día y no pienso dejarlo, pero la hiperactividad forma parte de mí. No puedo evitarlo. Además, siempre pienso que hay cosas pendientes que tiene que hacer alguien. Y como sé que no las hará nadie, las tengo que hacer yo. [Ríe].

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