Josep Solana –Joso– comenzó casi de niño como ilustrador de chistes en la revista La Risa. De allí saltó a Tío Vivo, el artefacto que los Cinco Grandes de Bruguera –Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya– perpetraron al margen de la gran editorial –contra la gran editorial, pues– y que naufragó porque Bruguera era demasiado Bruguera. Joso llegó allí cuando la revuelta de los cinco historietistas había fracasado, pero Tío Vivo continuaba como revista independiente. Allí creó algunas series y personajes, más o menos vulgares, y allí llegó a una conclusión vital: “A mí me gustaba más el chiste que la historieta”. Poco después Bruguera absorbió definitivamente Tío Vivo y también Joso terminó dibujando chistes para la gran corporación de la viñeta. Durante dos décadas saltó y salpicó humor rápido por todo tipo de publicaciones, aunque se ganaba sobre todo la vida trabajando como publicista en la agencia de sus hermanos.

En 1982 Joso se separó de la familia y emprendió en solitario la aventura extravagante de impulsar una escuela de cómics. La única que ha habido en Cataluña y ahora una de las más importantes de Europa. Cada año pasan por allí unos 800 alumnos y ha sido la cuna traviesa y artística de una gran cantidad de dibujantes de este país. Decenas y decenas de maestros de la viñeta para los cuales Joso es nombre de cuna y lanzamisiles. Quizás convenga citar a uno, Pasqual Ferry, primeramente porque es un autor transoceánico que ha sacado punta al lápiz en las editoriales DC y Marvel –poca broma– y después porque tiene un fresco a medio acabar de hace años en una pared de la Escuela Joso. ¡Pasqual, termina el mural, por el amor de Hal Foster!

Usted dibujó en Tío Vivo…

Sí, pero tarde, porque los cinco grandes dibujantes que la habían fundado ya habían regresado a Bruguera. El editor de Tío Vivo nos llamó a unos cuantos jovencitos –Beltran, Pañella, yo mismo…– para llenar la revista. Aquello lo impulsaron los Cinco Grandes –Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya–, pero Bruguera hizo lo que hacía siempre… Les dijo a los quiosqueros que no vendieran la revista y los cinco, claro, tuvieron que regresar. El editor que se quedó con la revista, una agencia de publicidad, nos llamó a nosotros.

Después Bruguera la devoró. Y usted terminó trabajando también para Creaciones Editoriales, la agencia internacional de la misma Bruguera.

Sí. Yo ya me dedicaba plenamente a hacer chistes y Bruguera tenía esta agencia, Creaciones Editoriales, que vendía dibujos a todo el mundo. A mí aquello me venía muy bien. Cada semana tenía que presentar cuarenta o cincuenta, que iban a parar por todo el mundo.

¿De dónde sacan la gracia para hacer tantos chistes?

Cada uno tiene su sistema. Yo siempre pensaba en un ámbito concreto. “Venga, va, médicos!”. Pensaba en médicos y en situaciones divertidas que les pueden afectar. Un tío que está en la sala de espera, el médico que sale y… El enfermo que ya ha entrado a la consulta y que, una vez dentro… Era darle vueltas a esas situaciones y poco a poco iban saliendo los chistes. Hombre, tienes que tener un poco de sentido del humor, ¿no?

Eso es muy difícil…

Muy difícil para ti, que no tienes la costumbre de hacerlos, pero si cada semana tuvieras que llevar cuarenta a Bruguera…

O sea, que esto es oficio…

Es oficio. Yo llevaba a Bruguera un montón de ideas cada semana. Allí elegían las que les hacían más gracia y entonces las tenía que dibujar.

¿Pagaban bien?

¡Hombre!… ¡Pagaban! Era la única editorial que pagaba. ¡Y eso era impresionante! Algunos me decían: “Pero qué, ¿por qué eso de la Bruguera…?”. –“Escucha, ¡pagan!”. No es que pagaran menos que los otros, es que los otros te decían que te pagarían más y luego no te pagaban. ¿Conociste la editorial de La Risa? En esa revista comencé yo. Aquello era una imprenta. Allí conocí a Ibáñez [Francisco Ibáñez] y a Raf [Joan Rafart]…

¡Ostras! ¡De eso hace muchos años! Usted ya tiene una edad…

La misma que Raf y que Ibáñez.

Josep Solana, dibuixant de còmics i empresari. Barcelona20.08.2025 | Mireia Comas
«Conti era tan bueno, que yo ya ni me atrevía a hablar con él» | Mireia Comas

Sí, de acuerdo, pero ¿dónde están ellos?

Pues, ahora me lo haces pensar… ¿Dónde deben estar? No lo sé. Quizás terminaré sabiéndolo… [Reímos].

¿Cómo eran ellos? ¿Cómo era Raf, por ejemplo?

Raf era muy divertido. Simpaticón. Amigo de sus amigos. Escobar [Josep] era el señor mayor que ponía una barrera. Conti [Carles] era tan bueno, que yo ya ni me atrevía a hablar con él. Para mí era el súmmum. Peñarroya [Josep] era también muy simpático. Conocí mucho a sus hijas e iba a su casa. Era como si fuera mi suegro [ríe], aunque no me casé con las hijas.

¿Y Manolo Vázquez?

¡Vázquez! ¡Y tanto! Venía a mi escuela cuando estábamos en Violant d’Hongria. Al cabo de unos días de conocerlo me dijo: “Joso, déjame mil pelas. Mira, te apunto en esta lista y así ya no te pediré más. ¿Ves esta lista? Todos me han dejado mil pelas y ya no les pido más”. ¡Qué jeta tenía! ¿Recuerdas la revista PZ? Yo era el redactor en jefe. La hacía la editorial del Dicen, allá en la calle de Canuda. También colaboraba Vázquez, pero no podía hacerlo, porque tenía un contrato de exclusividad con Bruguera. Firmaba sus dibujos como… ¡Hostia, ahora no me acuerdo! Como Buenaventura Muñoz… [Ríe]. Un nombre así. Con su estilo. ¡Inconfundible! ¡Todo el mundo sabía que eran de él! ¡Tío, qué cara! [Ríe].

En Bruguera había un pilar: Rafa González. ¿Lo conoció?

¡Hombre! ¡El señor González! ¿Quién no lo conoció? “Oye, Joso, aquí tienes que poner más fondos”. En una viñeta pequeña donde había dos personajes… “Oye, tú, si te he puesto un castillo”. “No, no, ¡más fondos!”. Era un pesado. Yo diría que no entendía mucho, pero le gustaba molestar.

Era el gran motor de Bruguera…

Sí, sí. ¡Y tanto! Ya podía serlo. Trataba con todos los dibujantes. A menudo entraba uno con una cara deshecha y cuando le preguntabas: “¿Qué pasa?”, te decía: “He hablado con González”.

¿Usted por qué no ingresó en aquella gran factoría? ¿Por qué no se quedó allí como todos los demás?

Allí estaban los Grandes. Yo colaboré mucho tiempo haciendo mis chistes para enviar al extranjero. Pero eso de las historietas… Había hecho en Tío Vivo: “Lidia y su hermanito Juanito”, “El sabio Eureka”, “Don Cuplé”… pero aquello no me interesaba tanto. No quise entrar de una manera más fija también porque mis hermanos tenían una agencia de publicidad. Siempre he tenido una pierna aquí y la otra allá. Bailando entre todo esto. Dibujo y publicidad. Yo no me veía allí en Bruguera, haciendo mis historietas… Es que aquello era duro, ¿eh? Cada semana, con aquel ritmo… Recuerdo que tuve un hijo con síndrome de Down y les llamé, muy preocupado, para explicarles. Entonces me dijeron: “Bien, pero tienes que presentar los chistes. ¡Te estamos esperando!”. “Escucha, chico, ¡vete a hacer puñetas!” El trabajo era el trabajo, pero yo tenía un problema grave. Como con mis hermanos teníamos la agencia y yo veía a los otros dibujantes preocupados, siempre allí… Pensé que valía la pena combinarlo todo, un poco de cada. La publicidad también era muy dura, pero no tanto como el cómic.

Eran unos esclavos…

Imagínate: “Para mañana, dos páginas de historietas”. –“¡Hombre!”… –“¡Para mañana!”. Y claro, eso es fastidioso. No sé si tú has hecho algún guion, pero eso es fastidioso. Bueno, haces entrevistas, que es como si fueran guiones también [Ríe].

También he hecho, también… ¿Cómo se le ocurrió la idea de hacer una escuela de cómic?

Trabajaba en la agencia de publicidad con mis hermanos y estábamos en la Gran Vía. En esa escalera estaba la portera, ñam, ñam, ñam, comiendo sus comidas allí en la cabina. Nosotros trabajábamos para Philips y entonces venían unos jerifaltes de Philips y se encontraban con aquella señora, que les gritaba: “¡Que suban sólo dos en el ascensor!”… Mis hermanos decidieron mudarse a la Diagonal y yo me quedé con esos tres pisos de la Gran Vía. Y allí instalé la escuela.

Pudo haber puesto cualquier otra cosa allí, un criadero de gusanos de seda… ¿Por qué una escuela de cómic?

Porque de toda la vida eso también era mi oficio. Desde pequeño ya leía a Peñarroya, Conti, Cifré en el Pulgarcito… Ya me venía de nacimiento.

Sí, pero ese era un oficio, como periodista, que la gente aprendía en los lugares de trabajo, no en ninguna escuela…

Es que me venía de nacimiento. Mis maestros decían a mi padre: “Escuche, en clase de dibujo aquí hay niños que hacen unos caballos impresionantes, con las sombras, pero su hijo hace unos negros con un explorador dentro de la caldera y gritando… Esto lo vemos raro, lo vemos diferente”. Ya lo ves. La rareza me venía de lejos. La idea de la escuela me vino poco a poco. Cuando me quedé con los tres pisos de la Gran Vía tenía unos amigos a los que les hacía gracia eso de los tebeos. Y les dije que vinieran allí, que yo les enseñaría a hacerlos. Así empezó la cosa. Luego puse un stand en el Salón del Cómic ofreciendo unos cursillos de historieta y de repente se apuntan sesenta! ¡Ay! ¡Hostia! Tuve que pedir ayuda a Esteve Polls, que vino a ayudarme. Y aquello comenzó a arrancar…

Josep Solana, dibuixant de còmics i empresari. Barcelona20.08.2025 | Mireia Comas
«Yo llevaba los dibujos de PZ al ministerio de Información y Turismo, a la Rambla, y allí me lo tachaban todo» | Mireia Comas

Hablé con Esteve Polls el otro día. Me decía que trabajaba en Bruguera adaptando las viñetas del Capitán Trueno de los antiguos cuadernos horizontales a nuevos formatos verticales, Trueno Gigante y Trueno Color. Tenía que modificar las viñetas e introducir, además, los cambios severos que marcaba el nuevo criterio de la censura…

¡Hostia! ¡La censura! Yo también la sufrí de todos los colores. Cuando trabajaba en la revista PZ, una publicación que aspiraba a ser como La Codorniz, me tocaba ir con los originales de los dibujos a la oficina del ministerio de Información y Turismo, allí en la Rambla. [Hace voz de oficinista]: “A ver, usted, este bikini, fuera, aquello, también…”. –“Me cago en Dena, pero no me dibuje encima, dígame qué quiere que cambie, pero no me dibuje encima”. Me lo tachaban todo.. ¡Una mierda! Aquella época era horrible.

¿Y los llevaba usted los dibujos?

Sí, porque yo era un poco como el aprendiz. Y hacia la Rambla, que falta gente. Estamos hablando de añitos, ¿eh…?

Para evitar repetir la faena o las sanciones posteriores, ¿hacían autocensura?

¡Hombreeee! ¡Totalmente! Sobre todo, con la PZ, que quería ser una Codorniz exagerada, más extrema, nos pasábamos bastante, pero con el freno de mano puesto a la vez. Y claro, ibas allí y zis, zas, zis, zas… Tenías que volver a repetir todo aquello, a redibujar viñetas y volverlas a pegar encima. “Hágame el favor, dígame qué quiere que cambie, pero no me tache encima con el bolígrafo, que luego esto nosotros lo podemos aprovechar para venderlo al extranjero”. Todo bien cordial y didáctico, pero no había manera de que lo entendieran. ¡Todo tachado! [Ríe].

Sesenta alumnos, dice que se le apuntaron en el Salón del Cómic…

Sí, chico. Pedí ayuda a Esteve y a su hermano, Josep Maria, que es quien está aquí ahora llevando la escuela. Ahora quizás eso resulta normal, pero, fíjate, ni había ninguna otra escuela ni ha habido ninguna otra después. Creo yo. Quizás tú, que te fijas más en todo esto, conoces alguna… En algún pueblo o… Pero, como nosotros, ninguna.

No, al menos que yo conozca, de manera persistente… ¿Cuál fue el secreto para poderse salir?

¿Sabes qué pasa, que yo quizás no era comiquero-comiquero. Yo venía del ramo de la publicidad. Eso de decir: “A las nueve de la mañana tenemos que estar aquí y a hacer jornada! El comiquero no tenía esta disciplina. Y, claro, para hacer un negocio de este tipo tienes que tener disciplina. Cada día abrir a las nueve y hacer esto y aquello otro. Y ellos no la tenían, no estaban dispuestos, y eso se notaba. Es curioso.

Josep Solana, dibuixant de còmics i empresari. Barcelona20.08.2025 | Mireia Comas
«Una de las claves es la disciplina; la otra, la ilusión» | Mireia Comas

¿La autodisciplina es la clave?

Yo diría que sí. Una de las claves. Y la otra, mucha ilusión por hacerlo. A mí siempre me ha movido la ilusión. Y me hacía mucha ilusión hacer una escuela, hacer algo importante con el cómic. Cuando tienes tanta ilusión por algo, escucha, te tomas las horas que sean necesarias y no hay problema.

¿Cuánta gente ha pasado por la Escuela Joso?

Fiiiiiu… Pues, yo qué sé. ¿Diez mil, quince mil, veinte mil? Yo qué sé. Se apuntan ochocientos cada curso y después aún vienen más. Y hace muchos años que estamos. Mucha gente ha pasado, mucha…

¿Ochocientos se apuntan cada curso?

Exactamente no lo sé. Tendríamos que preguntárselo a mi hija, que es quien lo lleva ahora, pero sí, unos 800…

¡Ochocientos es mucha gente!

Piénsalo también que unos vienen el sábado por la mañana, otros, el viernes por la tarde… Son diferentes horarios. Claro, ochenta, ochenta, ochenta, hacen 800, sí.

¿Cuántos grandes dibujantes actuales han pasado por allí?

¡Hombre! Sí, sí. Moooolts. No me los hagas decir ahora, que me dejaré unos cuantos. Todos! Por aquí han pasado todos… Siempre he tenido diez o doce clases. Y de cada clase se encargaba un buen dibujante. Yo buscaba que fuera un dibujante conocido, porque entonces los chavales decían: “¡Hostia! ¡Este sabe mucho!”.

¿Cómo es que no se ha mantenido la tradición, que tan bien supieron implantar y consolidar Editorial Valenciana o Bruguera, de editar publicaciones para niños o adolescentes?

No lo entiendo. De verdad que no lo entiendo. Nunca lo he entendido. Como yo he sido un aficionado a este mundo, he querido que estuvieran estas publicaciones, estas editoriales, y he visto que no ha habido manera. Aquí había un profesor que era dibujante humorístico y quería incidir en ello, y los chavales no respondían. Hubo un momento en que se perdió el dibujo humorístico y no se ha podido recuperar. No lo entiendo. A los chavales no les gusta el humor. Es curioso. Y eso que nosotros los hemos llevado a Angulema cada año, al Salón del Cómic, y que allí veían qué se hacía en Francia, qué potencia tiene todo esto, y nada. No ha vuelto a cuajar el humor. ¿Revistas? ¡Ni una!

¿Quizás la muerte de Bruguera significó un punto de inflexión?

Quizás sí. Aquello fue un golpe tan grande… La gente se asustó, porque Bruguera era un pulpo. Después Ediciones B recogió todo el fondo, pero ya no hizo títulos nuevos, salvo los álbumes anuales de Mortadelo. Se limitó a reeditar revistas y colecciones. Pero es que la gente tampoco ha ayudado mucho…

Al público lo tienes que buscar tú.

Sí, claro. Se les tiene que educar también. Se les tiene que ofrecer material nuevo para que vean si les gusta o no. No lo entiendo. Falla todo…

Josep Solana, dibuixant de còmics i empresari. Barcelona20.08.2025 | Mireia Comas
«Sí, en Cataluña en general se desprecia el cómic»| Mireia Comas

¿En Cataluña en general se desprecia el cómic? ¿Se le considera un arte menor?

Diría que en general sí. Hay quienes lo entienden y que lo sitúan a la altura que le corresponde, pero la mayoría nada de nada. Yo recuerdo cuando comencé a salir con mi esposa. Su familia me decía: “¿Pero tú qué haces? ¿Caricatura? ¿Qué eres, caricaturista?”. Eso no estaba nada bien visto. Yo les comentaba: “No. Hago publicidad”. –“¡Ah! ¿Haces publicidad con tus hermanos? ¡Hostia! Eso es diferente”. Así ya me veían como un tipo importante…

Eso explica por qué no hay un museo del cómic. Por qué todo este patrimonio –originales, correspondencia, documentación, colecciones…– se dispersa y se pierde…

Es exactamente así. La sociedad no lo demanda y las instituciones no tienen ninguna necesidad. Lo pedimos cuatro, pero somos los cuatro dibujantes o aficionados que nos amamos esto.

¿Por qué esto es tan diferente de Francia, de los Estados Unidos o de Japón?

Yo recuerdo una vez que nos dejaron poner un stand en el Salón de Angulema. Escucha, vendíamos mucho material de nuestros dibujantes. Y allí la gente lo compraba. Había gente, mucha gente, que lo valoraba. Y aquí desgraciadamente siempre hemos sido cuatro.

Pero el manga es otra cosa…

Sí, chico. El manga aquí es todo un fenómeno.

¿Por qué?

Qué quieres que te diga. Los japoneses han sabido entrar en el mundo de los chavales. Todo lo que hacen encanta a los chavales. Lo hemos hablado muchas veces. “¿Cómo es esto? ¿Por qué?”. Quizás porque TV3 ayudó mucho. Bola de drac y todo lo que vino después. Y, claro, los chavales, ¡hostia!, detrás. La televisión ha tenido mucho que ver…

¿Y eso es bueno o malo?

[Ríe]. ¿Qué quieres que te diga? Al final, como esto también es publicidad a favor del cómic, siempre es bueno. Más vale que se hable.

Aquí enseñáis también manga…

¡Y tanto! El sábado por la mañana hay un curso especial de manga. Se apuntan toooooodas las chicas. Vienen con sus orejas de gato, disfrazadas. “¡Vengo a la escuela de manga!”. Muy bien, pero no hace falta que vengas disfrazada. [Ríe]. Tiene éxito, mucho éxito.

¿Sabe que el Salón del Manga también tiene mucho más éxito que el del Cómic? Y por edades, el segundo aplega mucho más a los adultos…

¡Y tanto! ¡Menos mal! Yo tenía miedo de que muriera el Salón del Cómic, pero salió el del Manga y agarró a toda la juventud. Y ya te he dicho que TV3 ha tenido mucho que ver. Primeramente, con aquella, la niña aquella que subía las montañas, Heidi…

No. Eso lo pasaba Televisión Española cuando TV3 aún ni existía.

Es verdad. Pues, tiene mucho que ver Heidi y después Bola de drac y todo lo que de ella colgó… Todo esto ha enganchado a los chavales. No sé qué tienen los japoneses. Tienen un olfato especial para enganchar a la gente.

De toda manera, esto no pasa con la misma intensidad ni en Francia, ni en Bélgica, ni en los Estados Unidos, donde el manga también es un fenómeno, pero tiene que competir con unos productos de entretenimiento locales muy potentes…

Nosotros hace muchos años que vamos a Angulema. Las primeras veces siempre pensaba que aquello era la gloria, que aquello es lo que querría yo en mi casa… Antes te he explicado cómo reaccionaban mis suegros cuando les decía qué hacía yo: “¿Y qué es eso del cómic?”. Lo veían como diciendo: “Ah, nuestra hija se casa con un tipo que no tiene futuro”. [Ríe].

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«No leo tebeos de aquí. ¿Cuáles puedo encontrar aquí de humor?»| Mireia Comas

¿Lee todavía tebeos?

No.

¿Por qué?

Cuando voy a Francia, rebusco entre todo aquello y elijo algunas cosas. Pero aquí qué puedo elegir de humor para jóvenes? ¿Qué hacemos aquí para jóvenes? En todo caso, sí, estamos al día de las novedades que se hacen afuera. Eso sí que lo hacemos. Y ya te digo, cada año en Angulema elegimos las novedades francesas y belgas que más nos interesan. También te digo que sigo a los profesores de mi escuela. ¡Hostia! Son muy buenos. Las cosas han cambiado mucho. Yo en tres cuartos de hora dibujaba una página. Ellos se lo curran mucho. Es cierto que el dibujo humorístico es otra cosa… Para mí era mucho más fácil.

¿Sabe cuántas horas dedicaba Hal Foster a dibujar una página de Prince Valiant?

¿Cuántas?

Sesenta de media.

Por eso salía lo que salía. ¡Collons, el Harold Foster! ¿Y el otro? Aquel, el de Flash Gordon… ¡Alex Raymond! Parecía de trazo mucho más rápido, más resolutivo. No creo que le dedicara tantas horas.

Creo que Foster era un gran maestro meticuloso y Raymond, un genio desbocado.

¡Veo que usted está mucho más puesto que yo! [Ríe].

En según quién, quizás. Oiga, ¿puede morir el cómic?

Yo creo que no. Siempre hay interés. ¿Ahora es el manga? Pues, el manga. Pero el interés está.

¿Cuál fue el tebeo que más le marcó la infancia?

Pulgarcito. Había una sección para los chavales. Cómo dibujar viñetas… Y aquello me interesaba. Era muy bueno, el Pulgarcito. Cada semana iba al quiosco a comprarlo. Aquello era grande y allí estaban los Grandes!

¿Y El Capitán Trueno?

Los tebeos serios nunca me interesaron tanto. Los miraba, sí, pero todos aquellos personajes quedaron un poco diluidos para mí. Yo era de Escobar, de Peñarroya, de Conti… Aquella era mi historia. La primera cena que compartí con ellos en Tío Vivo, ¡ay!, no comí nada, me parece. Me aturdía. Me ponía nervioso. ¡Escobar, Peñarroya, Cifré, Conti! Para mí Conti era mi héroe. Era un hombre muy inteligente, en los personajes, en los chistes, en todo. Era el más intelectual de todos. ¡Ay, Conti!

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