Jordi Costa explicó hace algunos años Cómo acabar con la contracultura (2018). Fue un libro delicioso, lleno de anécdotas ilustrativas y ocurrencias originales, donde repasaba el incierto origen y la supuesta muerte de un fenómeno ambiguo en sus límites pero concreto en sus resultados. El autor ha tenido una vida intensa, trabajando en muchos medios y algunas ciudades, y ahora ha vuelto para dirigir el Servicio de Exposiciones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. En el CCCB aún se puede ver la espléndida exposición Chris Ware. Dibujar es pensar, que ha comisariado el mismo Costa. Si Woody Allen intentó explicar cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Jordi Costa no logró delimitar la muerte de su hermana más díscola, la contracultura, de la cual, por cierto, él también forma parte.

¿Por qué la contracultura? ¿Desde cuándo se interesó usted por estas alternativas a las culturas oficiales?

Parece extraño decirlo, pero básicamente desde la infancia. Con la contracultura vivo un desfase de unos diez años. Tengo la sensación de que fue un mundo con el que experimentó la generación de mis hermanos mayores. Cuando me empecé a interesar por el mundo del cómic, hice amistad con gente como Gallardo, Marcos Ordóñez, Joan Navarro… Todos ellos tenían diez años más que yo y sí habían participado activamente en lo que era la contracultura. Percibo este concepto como una especie de explosión de formas, de utopías, de posibilidades… En los cómics que leíamos la gente de mi edad se filtraban ecos. Así lo explicaba en mi libro. Cuando leías Bruguera de repente te encontrabas que la editorial lanzaba una colección de cromos dibujada por Jan que se llamaba Hippy 2000…

Art Spiegelman sostiene que la revista MAT –que hacían Harvey Kurtzman y toda aquella pandilla– había anticipado la contracultura en Estados Unidos. Antes de que Robert Crumb, Gilbert Shelton y el mismo Spiegelman hicieran cómics, estaba Harvey Kurtzman y todos aquellos dibujantes, que, de alguna manera, voltearon lo que era la cultura oficial estadounidense. Y eso había preparado a aquella generación para ser agentes de la contracultura. En nuestro país, también. Había una serie de cosas que se anticipaban, que enviaban mensajes de una dimensión paralela. Venían a decirnos que había esa dimensión, de formas psicodélicas, de colores, de humor irreverente, de cuestionamiento de dogmas.

He hablado de MAT. Yo en ese momento no conocía esa revista, pero para mí los equivalentes a Harvey Kurtzman eran Ventura y Nieto. Las historietas de Ventura y Nieto me hablaban de una irreverencia hacia los mitos de la vida adulta que me iban preparando para tener esta afinidad. Después, cuando se publica una revista como El Víbora, que ya supone la oficialización de una contracultura dibujada en nuestro país, de repente allí siento que se cierra un círculo.

Después volvemos, si quiere, al cómic, pero a mí hay conceptos que se me mezclan, con límites difusos: underground, contracultura, kitsch, subcultura… ¿Cómo los podemos distinguir claramente?

Algunos de estos términos son muy cercanos. Contracultura y underground van de la mano, aunque etimológicamente vengan de lugares diferentes y que underground tenga más que ver con redes subterráneas. En Estados Unidos estas redes se relacionan con la liberación de los esclavos y en Francia y en toda Europa son de resistencia. En la Francia ocupada, por ejemplo, es eso. Underground es una idea de activismo que discurre bajo tierra, pero va de la mano también con la contracultura. Este término, contracultura, lo acuñó el escritor y ensayista Theodore Roszak, que lo inventó para definir una coincidencia de fenómenos simultáneos y afines, pero muy diferentes: la cultura psicodélica, el interés por las drogas, por las filosofías orientales, el feminismo, la lucha por los derechos civiles… Todo esto de alguna manera coincide en aquellos momentos, en el contexto, también, de confrontación y de rechazo de la población americana a la intervención en Vietnam. Y Roszak propuso este nombre unitario.

Has hablado también de kitsch, que es otra cosa. En el origen servía para definir el buen mal gusto de la gente que quiere simular un estatus con una serie de objetos que son imitación de un gusto aristocrático que ellos no tienen. Después el término se fue ramificando y popularizando para definir una estética basada en la estridencia, en el exceso, que se toca con lo que podríamos llamar cultura basura. En cuanto a la subcultura, es un término más flexible que yo asocio a los fenómenos de culto; es decir, cosas que en un primer momento son apreciadas por un grupo de iniciados, una pequeña comunidad, pero que después son susceptibles de ser absorbidas por el mercado y de integrarse dentro de la cultura.

¿El Naranjito qué fue? ¿Kitsch? ¿Contracultura? ¿Y el Cobi?

Son dos cosas diferentes. El Naranjito es el ejemplo de un momento en que en nuestro país no había una cultura del diseño, una cultura visual. Entonces, en 1982, hay un evento, el Mundial de Fútbol, que requiere la presencia de una mascota, que se crea de una manera absolutamente azarosa y que acaba siendo un icono pop y kitsch. Cuando autores como Gallardo se apropian del Naranjito se convierte en otro paradigma, que puede tener una funcionalidad contracultural o de crítica a la cultura de masas.

En el caso de Mariscal, los Juegos del 92 tienen lugar en un tiempo en que la sensibilidad visual en general en el estado ha mejorado de manera considerable respecto a diez años antes. Se abre un concurso para encontrar la mascota en el que participan otros autores que vienen del underground, como Max. Se selecciona la propuesta de Mariscal, que –como Heinz Edelmann, que es el autor del Curro, la mascota de la Exposición Universal de Sevilla– es un autor procedente del underground, pero que ya formaba parte del paisaje del diseño y de la cultura visual en general. El de Mariscal en aquel momento ya es un nombre muy cotizado. Con el Cobi se hizo un trabajo excelente. Se formó un estudio que creó una serie de animación, se hizo una serie de álbumes…

¿Le gusta a usted el Cobi? Se armó un gran revuelo en ese momento…

A mí me gustaba en aquel momento y me sigue gustando ahora. Continúa despertándome simpatía. Y lamento que todo lo que se generó –desde la animación hasta los álbumes de cómic– tuviera un paso por el mercado muy efímero. Tuvieron una vida coyuntural, pero eran productos que estaban hechos con seriedad.

Quizás los guiones que dieron vida a los personajes no funcionaban, no eran sólidos…

Quizás no funcionaron por eso precisamente. Prevalecía el espíritu mediterráneo, hedonista, relajado, del mismo Mariscal. Las aventuras que protagonizaba el Cobi no eran tan diferentes de las de los Garriris. Con los Garriris quizás no puedes crear un universo narrativo consistente, como el de Astérix.

Mariscal siempre ha sido naïf, inofensivo. Obviamente, cuando irrumpe en el underground no es Robert Crumb… No cuestionaba el sistema de vida oficial…

No estoy de acuerdo. Lo cuestionaba con una apuesta por el placer, por una vida hedonista. Sí es cierto que en el contexto del underground español hay autores, como Max, que reaccionan contra la desideologización. La resistencia de los Garriris es otra cosa, puramente vital, con mucho espíritu hippie. Después Mariscal se integra de manera natural y poco problemática en un mercado con un sustrato liberal o neoliberal, pero eso es otra cosa. Yo creo que sus personajes no son banales o inofensivos. Son historias luminosas, ingenuas, pero la ingenuidad también puede ser una forma de resistencia. No debemos olvidar, además, dentro de toda la producción de Mariscal, una obra como ABCedari il·lustrat, que es el libro más político que tiene. Allí hay un juego con la imagen que utiliza para ilustrar determinados conceptos y hay también la manera en que deforma o altera la norma ortográfica o gramatical…

Jordi Costa, cap del departament d'exposicions del CCCB. Barcelona 20.10.2025 | Mireia Comas
«Gallardo i Mediavila donen veu al lumpen i en fan una comèdia expressionista»| Mireia Comas

Se necesita un poco de imaginación… Si comparas Makoki y los Garriris, el primero es un torpedo a la línea de flotación del sistema y los segundos están encantados de comer paellas…

Dentro del underground español hay diversas formas de resistencia. La de Mariscal es una y la de Gallardo y Mediavilla es otra… Ellos dan voz al lumpen y hacen de ello una comedia expresionista y desquiciada. Martí también corre por esta banda y encuentra un potencial de transgresión con lo que era un lenguaje oficial, el lenguaje oficial de la crónica negra, porque El Caso no era un diario subversivo en pleno franquismo…

Depende cómo…

Lo que pasa es que la manera en que Martí extrae un potencial expresionista tiene la voluntad de voltear esta imagen de la España negra. En el caso de Nazario lo que hace es crear una especie de cartografía de una realidad que en ese momento era invisible. Nazario retrata cómo funcionaban las comunidades homosexuales: cuáles eran los lugares de cruising, qué argot utilizaban, cuáles eran sus mitologías y mitomanías… Me parece revolucionario que en aquellos años, el comienzo de los ochenta, una revista como El Víbora diera las páginas centrales de color a un autor como Nazario. Allí encontró un altavoz brutal. Eso en ese momento ni estaba asimilado ni era fácilmente asimilable.

¿Cuánto tiempo tarda la cultura oficial en asimilar cualquier muestra de contracultura, en sacar provecho de ella?

Cada vez tarda menos. Ahora mismo si te preguntas dónde está la contracultura, quizás está en la invisibilidad, en las cosas que no están en las redes. Cuando una voz disidente aparece en las redes… En mi libro yo me centraba en el caso de Esty Quesada, Soy una pringada. Comenzó a subir vídeos a YouTube y en muy poco tiempo ya tenía una serie en Atresmedia, con guion suyo, asimilada dentro del mecanismo de grandes grupos de comunicación. Pero –y esto es importante– preservando su discurso.

Pero sí, cada vez es más difícil mantener una especie de pureza digamos utópica en esta contracultura, en esta resistencia, porque estamos en un contexto donde el mercado lo digiere todo. Ya en el mismo momento del underground americano hay un autor –Victor Moscoso– que explica a sus compañeros que deben conseguir sacar dinero de lo que hacen para subsistir, para sobrevivir. Moscoso tenía orígenes gallegos y se inspiraba en los artesanos que vendían cosas en el Camino de Santiago. Les explicaba que debían hacer como esa gente. La contracultura debe aprender o debe desarrollar sus propios mecanismos de subsistencia. Ahora, aspirar a una especie de pureza ideal o utópica cada vez es más difícil. Quizás solo se puede alcanzar con la invisibilidad.

Pero lo que es invisible no existe.

Es eso. Estamos constantemente en un terreno paradójico. El otro día escribí un artículo sobre la posibilidad de desarrollar un nuevo cine político en la era Trump y acababa hablando de un dúo de cineastas que son australianas y que se hacen llamar Soda Jerk. Han hecho una película que es una crónica desde que Trump decidió hacer política hasta que ganó la presidencia. Es un filme absolutamente demoledor. Lo han construido con escenas de películas mainstream, muy populares. Todos los audios son descargados de internet: pódcast conspiranoicos, antivacunas, todas estas cosas… Esta película, por su propia naturaleza pirata, no se puede ver en ningún cine. Existe gracias a la financiación de un museo y del festival de cine de Adelaida. Se autocondena, pues, a una circulación limitada. Este es el precio que deben pagar los discursos problemáticos si quieren existir. Tienes una integridad máxima, pero te autocondenas a la práctica invisibilidad. Eso o debes buscar la manera de traicionar al mercado, de engañarlo, de pactar con él…

Dicho de una manera más cruda, podría ser que cualquier creador contracultural al final acabara aspirando a instalarse en la cultura.

Quizás sí. No me parece problemático. Me parece muy bien que los artistas vivan de su arte, siempre que eso no implique una traición…

De alguna manera, siempre la implica…

No necesariamente. Mira a David Lynch, que no pudo hacer todas las películas que quería, pero que no hizo ninguna en la que vendiera el alma. Ahora mismo podemos encontrar creadores como el rumano Radu Jude, que hace algunas películas cada año y que para mí contienen un discurso puramente anticultural. Muchas no trascienden el ámbito de los festivales y no llegan al mercado; algunas, sí. Jude no se ha traicionado a sí mismo. Para mí es ejemplar también la evolución de Gallardo, que pasó de Makoki a hacer Maria i jo, que es un libro muy auténtico, muy puro, muy ligado a la propia experiencia, pero que después fue abrazado por un mercado más amplio y tuvo un efecto balsámico y tranquilizador entre familias y gente que convivía con personas autistas. Yo no veo esta evolución como una traición. La veo como una ampliación. Hay también el caso de Art Spiegelman, que se convierte en un fenómeno con Maus. Esto no es una traición al underground. Es hacer algo difícil y ambicioso.

Spiegelman se quedó bloqueado después. De hecho, no ha dibujado gran cosa más…

Hombre, ¡no lo menospreciemos!

No lo hago.

Después ha creado MetaMaus.

Que no deja de ser darle vueltas a Maus…

También ha hecho In the Shadow of No Towers, que a mí me parece que tiene detrás una idea brillantísima. No creo que se haya quedado en eso… Otro ejemplo de artista contracultural que no se haya traicionado nunca es Thomas Pynchon. Es posible vivir en el mercado y no traicionarse.

Jordi Costa, cap del departament d'exposicions del CCCB. Barcelona 20.10.2025 | Mireia Comas
«Es muy bueno para la historieta española que haya un mainstream como Paco Roca» | Mireia Comas

Ha mencionado antes Maria i jo. En cuanto al impacto, lo vinculo con Arrugas y Paco Roca. La diferencia entre Gallardo y Paco Roca es grande. El segundo nunca se ha planteado instalarse en el underground o la contracultura…

Él viene de otra tradición, de otro ámbito, aunque también publicó en El Vívora, pero en un momento en que esta publicación ya no era contracultural. Para mí Paco Roca es un gran profesional del mundo del cómic. A veces las fronteras entre lo que es mainstream y lo que es marginal son difusas. Pero es muy bueno para la historieta española que haya un autor mainstream como Paco Roca, que sea tan bueno, que entienda tan bien el lenguaje del cómic y que seduzca a unos lectores que no se habían acercado a este mundo antes de conocerlo a él.

Me gustaría retomar el personaje de Trump. Si Donald Trump no existiera, la contracultura lo habría tenido que inventar. Y el kitsch, también. Es como la personificación maligna actual de todos los referentes contraculturales. Es el villano ideal.

Es el villano ideal, pero a la vez es una pesadilla. Todos –y sobre todo, los norteamericanos demócratas– preferirían vivir sin Trump. También los artistas de la contracultura, los dibujantes que esta semana hemos tenido en el CCCB: Art Spiegelman, Chris Ware, Charles Burns, Françoise Mouly… Todos ellos preferirían vivir sin Trump. Un mundo sin Trump es un mundo mucho más civilizado y mucho más plácido. Lo que sí es cierto es que Donald Trump viene de una línea de continuidad, que comienza con Nixon, continúa con Reagan y culmina con él de una manera grotesca. El problema es que no es un fenómeno aislado. El fenómeno Milei es similar y el fenómeno Vox o Alianza Catalana aquí también son comparables. Sería deseable que no existiera un villano tan bien hecho como Donald Trump.

Roberto Alcázar necesitaba a Svimtus y Nayland Smith necesitaba a Fu Manchú… Los héroes siempre necesitan grandes villanos para constatar que la humanidad progresa…

Sí, sí, pero esperemos que realmente progrese. Una de las preguntas que había preparado para Charles Burns en la jornada de inauguración del Kosmopolis era precisamente esta. Para mí Burns es como el David Lynch del cómic. En su obra la crítica política no aparece de manera explícita, pero hay este juego con la monstruosidad, este interés en el mundo suburbial convertido en pesadilla, con la adolescencia presentada como una etapa de fragilidad potenciada. Burns transforma todas estas tensiones de manera alegórica, como lo hace el cine de terror. Este año, por ejemplo, en el caso de Weapons, que es una película de terror, notas que se habla de los Estados Unidos de ahora y de este clima de miedo. Un poco mi pregunta era: “¿Tener un Trump estimula la imaginación o la bloquea?”

Y aún podríamos decir: ¿Trump estimula la contracultura o la bloquea?

Sí, sí. Ojalá haga emerger una nueva contracultura. El hecho de que ahora exista una película como One battle after another, de Paul Thomas Anderson –que es una producción de Hollywood, 175 millones de dólares, con Leonardo DiCaprio como protagonista, que tenerlo ya implica 20 millones de dólares solo para él…– ya constata, de alguna manera, un discurso antiTrump. Después los matices de su supuesto discurso revolucionario son muchos, porque yo creo que no es una película proterrorista, pero sí que intenta hablar del potencial de transformación de este ideal utópico, revolucionario. Es una buena noticia que haya una película como esta, pero al mismo tiempo a todos los que miramos qué pasa en Estados Unidos desde fuera nos cuesta ver las respuestas. Bien, esta semana ha habido todas estas manifestaciones masivas, pero hasta ahora nos costaba ver que…

¿Masivas?

Parecían.

En un país con 340 millones de personas…

Sí, pero hasta ahora te preguntabas dónde estaban los demócratas, que no levantaban la voz.

Ya que hablamos de películas violentas, la contracultura se ha empapado a menudo de violencia, una violencia legítima si servía para denunciar el sistema o para combatirlo. Pero si se trata de contraponer violencias, siempre gana el poder, que es quien la puede ejercer con más contundencia y más profesionalidad.

Sí. Por eso mismo nadie o muy pocas voces sostendrían ahora ciertas retóricas de la violencia, legítimas o muy presentes en los tiempos históricos de la contracultura. No nos que nos hayan domesticado, pero sí que hemos desarrollado miradas más responsables.

¡Si es responsable, ya no es tan contracultura! [Ríe].

No, pero se puede luchar por la utopía con otras armas. Con las armas del afecto, de la construcción de comunidad… La subversión no es necesariamente la bomba. Ahora mismo la subversión puede ser, por ejemplo…

¿El humor, la sátira?

La sátira y el humor, siempre. Son una herramienta fundamental. Muchas historietas de Robert Crumb son violentísimas, hipersexualizadas, pero todos sabemos que Robert Crumb nunca ha usado un arma, nunca ha empuñado una pistola. Los primeros años del underground en San Francisco Art Spiegelman había creado un personaje, lejanamente basado en The Spirit, de Will Eisner, que se llamaba The Viper. En estas historias salían auténticas barbaridades, porque él estaba en esta actitud un poco adolescente o postadolescente del me-cago-en-todo y de cómo representar las barbaridades máximas. El Spiegelman de ahora no lo haría. Tiene otro tipo de discurso, que yo creo que no es más inocuo. Al contrario, es una manera de cuestionar en el nivel de las ideas, no de las acciones.

¿Quién se puede enfadar más con la contracultura, el sistema o la izquierda woke?

El sistema, siempre.  A mí me sorprende mucho que se vea a la izquierda woke como una especie de peligro, de amenaza, o como una fuente de censura o de represión. Eso me parece una afirmación absolutamente cuestionable. Alguien por red dijo cuando se estrenó la última película de Superman, de James Gunn, muy criticada por woke: “Si ser woke es ser buena persona, tener empatía, ¿cuál es el problema”?

La intransigencia. La intransigencia contra la intransigencia.

Pero, ¿dónde la ves, la intransigencia?

La intransigencia en la construcción de un discurso tan políticamente correcto y estrecho, que merma las capacidades expresivas de gente que no piensa igual.

Pero, ¿cuáles son estas intransigencias?

Le pongo un ejemplo. El caso del dibujante francés Bastien Vivès. El caso de sus cómics más traviesos. Le han acusado de pedófilo y le han hecho la vida imposible.

Le han hecho la vida imposible, pero él mismo se ha podido defender con un libro propio.

No haría falta otro.

Ya, pero es que mucha gente que alza la voz contra la “dictadura woke” habla de censura, habla de agresión y… no sé. Bastien Vivès continúa creando.

Jordi Costa, cap del departament d'exposicions del CCCB. Barcelona 20.10.2025 | Mireia Comas
«No veo que nadie haya reeducado a Bastien Vivès o Woody Allen» | Mireia Comas

Muy amargado, porque él mismo explica que le han hecho la vida muy difícil. El libro que usted ha comentado, La vérité sur l’affaire Vivès, es una obra ácida, satírica, pero que también destila amargura… Al autor no le hace ninguna gracia que lo “reeduquen”…

Pero no veo que nadie haya reeducado a Bastien Vivès. Ni a Woody Allen.

Porque no pueden.

Allen ha publicado a bombo y platillo su última novela, que no he podido leer. Roman Polanski ha podido seguir dirigiendo películas mientras…

Sufriendo.

Sufriendo, pero dirigiendo. Ha dirigido de manera más continuada y regular que David Lynch, por ejemplo.

Pero quizás porque la corrección política woke aún no tiene el poder coercitivo –como el sistema– lo suficientemente fuerte para hacerlo.

Porque la izquierda woke no tiene nunca poder coercitivo. La izquierda woke no tiene poder. Cuando alguien sale en redes y hace un chiste machista, homófobo o racista, y de repente se encuentra con cientos de voces que se quejan o lo replican, eso no es censura. Es sencillamente que unos colectivos que no tenían voz o no tenían herramientas ahora las tienen. Alzan la voz, no para censurarte, sino para… Alzan la voz ante un discurso que les parece ofensivo. Esta conversación es legítima.

Buscaré un ejemplo de un cómic problemático, un cómic justificadamente problemático como fue Hitler SS. Hitler SS fue retirado del mercado y sus editores, entre los que estaba Felipe Borrallo, fueron perseguidos. Yo entiendo al lector que se puede sentir ofendido con Hitler SS, pero no entiendo al órgano de poder que secuestra una publicación y que criminaliza a los editores. Y también entiendo al autor que hace una obra tan ofensiva y tan brutal como esa, quizás a raíz de un berrinche personal, porque Philippe Vuillemin estaba reaccionando contra una cierta homofobia de algunos círculos judíos. Su manera punk de enfrentarse a ello fue un cómic tan brutal como ese. Un ejemplo paradigmático de humor negro que no tiene por qué hacer gracia a todos.

Usted dice que la izquierda woke no tiene el poder coercitivo de la derecha reaccionaria y del sistema. El mismo, no, pero volvamos al caso de Bastien Vivès. Le iban a hacer una gran exposición retrospectiva en el Salón del Cómic de Angulema y, ante las presiones, los organizadores la suspendieron. Por unas protestas, desde mi punto de vista, absolutamente injustificadas.

Injustificadas, pero… No te haré yo ahora aquí… No te diré que soy el gran experto en el tema Vivès, pero sí es cierto que entre que estalló la polémica y se consumó la cancelación ¿qué hizo Bastien Vivès?

¡Provocar!

Claro.

Pero es que eso precisamente es lo que debe hacer la contracultura. No callar. Si él calla, ha perdido. ¿Y quién gana?

Pero es que los extremos no pueden ser provocar o callarse. Quizás en medio está la posibilidad de la conversación.

Sí, pero ve a conversar con según quién ciertas veces… Le pondré otro ejemplo. Si hoy se publicaran estos cómics de los que hemos hablado, de Crumb o de quien fuera, generarían una avalancha de protestas y tendrían que ser retirados.

Pero eso no es cierto. La obra completa de Robert Crumb está en el mercado.

Como arqueología. Pero piense usted qué pasaría ahora si se editara de nuevo por primera vez. No es el mismo ejemplo, pero piense también qué pasaría ahora si se editara por primera vez Torpedo, de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet.

Está en el mercado.

Está en el mercado como restos de serie de cuando se publicó por primera vez. Podríamos preguntar a Jordi Bernet si ahora mismo se atrevería a publicar un cómic similar. Él mismo se autocensuraría.

O habría evolucionado hacia otro registro, hacia otra cosa. Es que tú ahora aplicas esto a cómics que hemos leído y que estimamos. Yo estimo mucho a Crumb. Y conozco a Bernet y Sánchez Abulí, los considero amigos y me parece brillante lo que hacen… Quizás si ahora mismo saliera una revista de cómics que les propusiera un nuevo trabajo, lo que harían no sería Torpedo. Sería otra cosa.

De acuerdo. ¿Y si hicieran Torpedo?

Creo que se podría publicar y que no pasaría nada. Habría más o menos polémica, pero se publicaría y no pasaría nada. Todo esto está en el mercado.  Pásalo a otro registro para ver el problema de otra manera. ¿Tú entenderías ahora que el malogrado y desaparecido hace poco Arévalo se quejara por no poder contar un chiste de mariquitas? ¿Entenderías esta reclamación?

La cultura y la sociedad han cambiado. Pero el problema es que como consecuencia de estos cambios afloran actitudes intransigentes y excesivamente restrictivas.

Es que yo no veo estas restricciones. Se puede seguir haciendo de todo, pero sencillamente ahora estamos en un contexto en el que alguien te puede llamar machista, racista o homófobo.

Y se puede equivocar. Y te puede amargar bastante la vida.

Ya, ya, ya. Quizás. Yo no lo percibo así sencillamente. No lo veo como…

Una limitación coactiva y excesiva.

No. En absoluto. Te lo reconocería si dijera que llevo veinte años sin leer nada interesante, que sea realmente provocador, que tenga punch o lo que sea… Y no. Continúo viendo películas extraordinarias, leyendo novelas extraordinarias, cómics extraordinarios… Yo qué sé… Michel Houellebecq sigue escribiendo y a mí es un autor que me gusta mucho. No es el paradigma de escritor que la cultura woke abrazaría, pero está en el mercado sin ningún problema…

En todo caso, cuando hablas hoy día con los dibujantes corrosivos que en los años setenta, ochenta o noventa trabajaban en El Papus, en El Jueves o en El Víbora, te reconocen que están un poco perdidos y que ahora no sabrían qué humor hacer. Y no es una cuestión cultural solamente, sino preventiva.

No lo sé… Veo que Miguel Ángel Martín sigue creando, haciendo libros, tiene una editorial…

¿Le ha preguntado si se siente coaccionado por el momento que vivimos…

Sigue creando, pero bueno, la próxima vez que lo vea se lo preguntaré [sonríe].

Pase a otro frente [sonríe]. Cuando leí su libro Cómo acabar con la Contracultura me llamó la atención la relación que establece entre contracultura o kitsch y la extrema derecha. Por ejemplo, el caso de Alejandro Vallejo-Nájera, que era hijo de Antonio Vallejo Nájera, el psiquiatra oficial del franquismo. Usted lo define como hippy-legionario, un oxímoron bastante curioso… ¿La cultura de la extrema derecha puede llegar a ser considerada contracultura?

Yo no le daría el privilegio de considerarla contracultura, pero estamos en un momento de un discurso muy enrarecido sobre estas cosas, porque justamente es ahora la extrema derecha quien enarbola la bandera de la incorrección política. “¡Nosotros somos políticamente incorrectos!”. Si ser políticamente incorrecto es, para entendernos, ir de putas, conducir borracho y ser racista y homófobo, que se la queden para ellos, la incorrección política. Quizás la corrección política es más acogedora que restrictiva en este sentido. Pero España es un país particular y en este país particular ha habido momentos de proximidad entre personajes de la extrema derecha, del franquismo, y lo que sería este impulso de modernidad.

¿La Falange cuando nació en el 33 era contracultural?

Yo diría que no.

¿Con qué etiqueta la definiría usted en este mundo de paradojas?

El mundo de las etiquetas es muy resbaladizo…

Los poetas falangistas se consideraban revolucionarios…

Sí, pero también se consideraban así los fascistas. Los futuristas italianos estaban muy cerca del fascismo. Todos sabemos que hay vanguardias que han coqueteado con diversas formas de poder totalitario. Realmente, hay zonas de sombras. Para hablar un poco de la contracultura original, la americana, Abbie Hoffman y Jerry Rubin crean el movimiento yippie y después acaban suministrando el sustrato al pensamiento yuppie. En España está la figura de Antonio Escohotado, un caso bastante claro, que acaba siendo uno de los grandes defensores del liberalismo, de la ética neoliberal. No sé si eso fue una evolución o ya lo llevaba en el sustrato. Realmente, hay muchas zonas de sombra y muchos matices. Probablemente, en las células más revolucionarias también encontraríamos el potencial del fascismo. [Sonríe].

¿El CCCB es contracultura?

[Reímos]. No. El CCCB es una institución pública que se concibe o se piensa como una especie de ágora ciudadana y esta ágora es un lugar que intenta acoger una gran diversidad de voces. Intenta acoger al ciudadano en el sentido más amplio para activarlo y hacerlo partícipe de una conversación que se puede mantener tanto a partir de las exposiciones que programamos como de los programas públicos educativos o todo lo que hace el Servicio de Mediación o el Área de Debates. Somos una institución nacida en el momento de gran eclosión y construcción de nuevos equipamientos culturales que brotó después de los Juegos Olímpicos. Creo que en aquel momento el CCCB tenía una identidad bastante diferenciada, que hemos intentado mantener. No somos un museo de arte, no tenemos colección propia. No somos un museo de ciencia, pero hablamos de ciencia a menudo. Hacemos exposiciones que tienen alma de ensayo, de articulación de ideas a partir de lenguajes muy diferentes.

No somos contracultura, pero la contracultura entra. En una institución como el CCCB hay registros muy diferentes que tienen cabida. Aquí puede hablar un premio Nobel de literatura, como John Maxwell Coetzee, que nos visitó hace unas semanas, pero también se puede acoger un festival de cultura digital como el Memefest, que para mí encarnaría aquel modelo de contracultura que yo por generación no soy capaz de entender del todo. El Memefest es un acto lúdico, festivo, en el que de repente podemos apreciar nuevas formas de articular y de hacer escuchar esta disidencia.

Jordi Costa, cap del departament d'exposicions del CCCB. Barcelona 20.10.2025 | Mireia Comas
«Ya no somos los seres humanos los que decidimos qué es más visible o invisible» | Mireia Comas

Precisamente le quería preguntar si en este mundo digital, un mundo de influencers y youtubers, la contracultura es una anécdota y la regla general es la banalización…

Hay mucha banalización, sí. Todo lo que es la esfera digital desde el punto de vista de la banalización es peligroso, porque es un mundo tan inmenso y tan diverso, que se hace difícil de juzgar. No solo la banalización, sino también la estridencia y lo que es más fácilmente digerible, de repente tiene más visibilidad. Hay otro factor, que ahora no puedo profundizar lo suficiente, determinado por el hecho de que ya no somos los seres humanos o las líneas editoriales, sino los algoritmos, los que deciden qué es más visible o invisible…

Ya vivimos plenamente eso…

Exactamente. Debemos encontrar formas de articular la resistencia.

Quizás nos puede salvar el hecho de que el algoritmo es mutante, a menudo contradictorio, y no da tiempo para consolidar tendencias sólidas.

Nos salvan las contradicciones del sistema. Y también las fisuras. Si uno busca redes, encuentra voces y contenidos interesantes. Hay otra cosa. Ante este mundo inmaterial y digital hay una resistencia posible que es la de la materialidad, la de la presencialidad. Quizás determinadas voces o determinadas resistencias, no las encontraremos en X, sino en Fatbottom, la librería gráfica que tenemos aquí al lado.

Contra el cómic digital, los fanzines convencionales y los originales en tinta… Pero no sé hasta qué punto esta es una batalla perdida.

Efectivamente. Es curioso también que, de repente, cuando ha comenzado toda esta, más que revolución, aceleración digital, hay una serie de oficios que corren peligro: el de ilustrador, el de redactor de prensa cultural… Pensaba que había un tipo de trabajo que sería imbatible, integrable, como es el de influencer, pero hay quienes ya se han generado por inteligencia artificial… Nada queda libre de esta absorción, de este peligro que la IA lo convierta todo en una especie de presente perpetuo. Si toda la cultura la genera un instrumento que debes nutrir con toda la cultura que había antes, ¿qué tipo de cultura prospectiva o futura se generará que no sea una redundancia del pasado?

¿Quién sabe más de contracultura, usted o el ChatGPT?

[Sonríe]. Me gustaría pensar que yo, pero ahora mismo no pondría la mano en el fuego.

Terminamos. Jordi Costa, ¿se lo ha comido la cultura oficial?

Eeeeeh… Pues, espero que no, tampoco. No lo sé. Si no me siguiera divirtiendo, quizás me haría esta pregunta. Ahora, quizás estoy tan acomodado, que vivo en una especie de estado balsámico sin anticipar y sin estar abierto a ninguna sorpresa, pero me parece que aún no vivo en esta fase. O quiero creer que aún no estoy ahí.

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