Aida Sunyol (Cardedeu, 1990) es muy risueña. Con el humor como herramienta, dice claro y sin tapujos lo que piensa. Profesora de Biología y Geología de profesión, ahora ejerciendo en un centro de adultos, Sunyol ha dado el salto al mundo de las letras con Mercromina (Edicions 62, 2025), que le ha valido el Premio BBVA Sant Joan. Se trata de una novela «coral» –tal como la definió el jurado– que recoge varios relatos breves con un claro hilo conductor: la crisis vital que rodea a la generación de los treinta. En el libro, la autora plasma la tensión entre la soledad y el anhelo de conexión, el desencanto, la inadaptación y la precariedad de las generaciones crecidas al cambio de siglo. En esta entrevista con El Món, la escritora, establecida en el barrio de Sants, reflexiona sobre el erotismo literario, la precariedad y la inestabilidad que atraviesa la sociedad catalana, con cuestiones clave como la crisis de la vivienda, y la transformación de Barcelona, la cual defiende que hay que «recuperar».
Mercromina se puede entender como un retrato generacional.
Creo que se puede definir bastante de esta manera. Sí que es cierto que hay puntos en común con otras generaciones. A veces, gente más joven me ha dicho que se siente muy identificada, o incluso gente mayor, porque el libro tiene el punto de retratar una crisis vital. Pero sí que es cierto que yo lo enmarco mucho en la treintena y mi generación. De la generación que comenzamos a ser adultos alrededor de la crisis de 2008, que supuso para nosotros un punto de inflexión. También es un poco este recorrido vital el que me ha llevado a enmarcar el libro en esta generación.
¿La «crisis de los treinta» es la nueva crisis de los cuarenta? ¿Cada vez llegan antes esos momentos de «crisis»?
Algún lector más joven que yo incluso me ha hablado de la crisis de los veinte. La razón de fondo es que es una crisis del sistema, porque vivimos en una sociedad inestable, muy inestable, donde muchos referentes que antes funcionaban como una especie de marco vital, de hitos, ahora están completamente desdibujados o directamente son imposibles. Por ejemplo, tener una casa puede ser el caso más evidente, porque ahora, con la crisis de la vivienda, es algo que ya no existe, prácticamente.
¿Estas crisis existenciales también se trasladan a las relaciones?
Sí, creo que sí. Creo que hay este componente de inestabilidad y de huida. Los personajes que encontramos en Mercromina quizás no tienen tanto este componente de precariedad, pero sí que está en mi entorno, que no es el mismo. En el mío, sí que está más presente, pero creo que esta inestabilidad general transforma las relaciones sexoafectivas, y también hace que la necesidad de huir de la necesidad de conectar, de desconectar, volver a conectar, relacionarse con los demás desde un cierto extrañamiento, es causada por esta crisis de inestabilidad vital o generacional.
De alguna manera, entonces, también transforma las relaciones y las puede llegar a convertir en más superficiales.
Creo que superficiales no es la palabra. Simplemente las ha vuelto más volubles. En Mercromina, por ejemplo, hay mucha intensidad emocional, muchas relaciones profundas e intensas, en constante ruptura, cambio, transformación… No es que las relaciones se hayan vuelto más superficiales, sino que se ha transformado la intensidad, son menos lineales, por decirlo de alguna manera. Entonces esto genera un conflicto, porque en una relación quizás más lineal, más normativa, más estándar, estamos más acostumbrados a pensar esta intensidad o a ubicar esta intensidad. En cambio, en relaciones tan fragmentadas, puede comportar un conflicto interior, o conflictos incluso entre los diversos personajes.

En el libro se ve la búsqueda constante de relacionarse. ¿No sabemos estar solos?
Yo creo que la gente que dice que está preparada para estar sola, en realidad está muy perdida. Está más perdida que nadie. Tenemos que aceptar que somos humanos, que nos relacionamos, que amamos, que odiamos, que tenemos sentimientos los unos por los otros y que vivimos en comunidad. Nos relacionamos los unos con los otros, nos guste o no, de mil maneras diferentes. Es lo que nos hace al final reconciliarnos con este extrañamiento que nos puede llevar a pensar que necesitamos estar solos. Es una especie de autoengaño. Creo que esta necesidad de soledad es ficticia, es un escudo contra la dificultad para entender que las relaciones son complicadas. Siempre han sido complicadas, pero ahora lo son de una manera específica debido a la inestabilidad vital.
En Mercromina, en todas las relaciones, el sexo juega un papel crucial. Lo trata de una manera muy erótica, poco frecuente en la literatura catalana…
Exacto. No es una novela erótica [como género], pero es una novela donde el componente erótico de las relaciones tiene mucho peso y se retrata, digamos, de una manera muy natural y muy explícita, por decirlo de alguna manera. Y es cierto, en Cataluña no hay muchos referentes que hagan literatura de este tipo.
¿Por qué?
Pues no lo sé. Me lo he preguntado mucho mientras escribía el libro, y me lo han preguntado también [ríe]. No lo sé. Creo que, por un lado, tiene que ver con la lengua, porque el catalán está minorizado, y eso también se traslada a la literatura. Hace lo que puede con lo que tiene. Tenemos una literatura precaria, donde surgen propuestas diferentes, de géneros diversos, pero son propuestas minoritarias por el tamaño mismo que tiene el sector editorial catalán, lo que influye en el hecho de que no haya referentes en una literatura más erótica. Por eso quería hacer este retrato honesto, que permita ayudar a construir este lenguaje del erotismo y de las relaciones sexuales o de las relaciones íntimas, también en catalán. Quería hacer un cierto proceso de exploración sobre el lenguaje y de jugar con la lengua para conseguir decir lo que quería decir con unos personajes actuales que fueran creíbles y que hablaran en catalán.
Aparte de la lengua, ¿considera que tampoco se apuesta por una literatura erótica en catalán porque sigue siendo un tabú?
¡Sí, también! Pero no es exclusivo de Cataluña. Ahora bien, es evidente que si tomas una lengua con un corpus literario más extenso, encontrarás más referentes. Pero sí que existe un tabú, porque, desde mi punto de vista, se habla de la sexualidad de una forma muy hipócrita. Se habla de una manera muy estereotipada, muy estandarizada, reproduciendo ciertos clichés heteropatriarcales. Y así también se ve en la literatura, porque se fijan unas maneras de entender las relaciones en una novela erótica, o con cierto erotismo. Creo que hay unas bases muy asentadas para hablar de estos temas, que son aceptables, porque son el estándar, pero, en cambio, hacerlo de una manera quizás más cruda, que no significa necesariamente dramática, está menos aceptado. Es más tabú. Cuesta más de recibir porque hace más de espejo, y a la gente le da miedo mirarse a uno mismo.
¿Cuál es la manera de romper este tabú?
Escribiendo. Escribiendo y atreviéndose. Yo siempre digo que bebo mucho de las influencias de otros formatos, como el cine, las series o el stand-up, que se hace mucho últimamente en Cataluña y hay mucha innovación con temas como este. Creo que una buena manera de romper estos tabúes es hacer un ejercicio consciente con nuestra producción cultural, con nuestro arte, para enfrentarnos a ellos. Para atravesarlo.

De acuerdo, el camino es escribir y atreverse a hablar de estos temas. Ahora bien, para que se publique, el sector editorial lo tiene que comprar. ¿Es un tema que les interese?
Creo que, desafortunadamente [suspira], no tanto, porque es más complicado. [La literatura erótica] se puede percibir como una apuesta arriesgada. Creo que la publicación de Mercromina, con la edición del Grupo 62, y que ha recibido el premio BBVA, demuestran que se puede hacer, que la voluntad está ahí, pero es cierto que es un espacio muy pequeño de momento. Es un espacio pequeño porque, volviendo a lo que comentábamos antes, la lengua está minorizada. Y, si lo miramos en términos de mercado, que no nos gusta pero también se tiene que hacer, somos un mercado pequeño, donde es más complicado tomar riesgos. Considero que también como lectores debemos reivindicar este tipo de expresiones artísticas, este tipo de literatura, y apoyarla, porque no se trata de una cuestión generacional. Mercromina puede interesar más a un perfil de gente en concreto por el tipo de temas que se tratan, pero no tanto por este tratamiento de las relaciones sexoafectivas o del sexo. Entonces, creo que como conjunto de lectores podemos hacer presión en esta línea.
Más allá del tabú con el erotismo y el sexo, Mercromina también aborda con plena naturalidad otro aspecto bastante tabú: la bisexualidad.
Absolutamente. Yo soy bastante consciente de la invisibilización de la bisexualidad, en general, en la cultura. Tanto en el cine, como en la música, la literatura… Y cuando se trata, muchas veces, se trata con una cierta falta de respeto. He puesto en Mercromina muchos personajes bisexuales, la gran mayoría, de hecho, de manera natural y abierta. Pero cada uno vive las relaciones sexoafectivas a su manera, con sus historias. Es una apuesta consciente. Si no hay representación, ya pongo yo tres tazas [ríe].
¿A qué se debe esta invisibilización?
Creo que la bisexualidad es una orientación sexual que pone en juego muchas cosas. Pone en juego, un poco, las bases del constructo de sexo-género-binarismo y rompe barreras. Esta tierra de grises en la que queda hace que tenga un potencial muy subversivo. Después cada uno es como es, y creo que por eso recibimos una discriminación asimilable a la homofobia, pero a la vez una discriminación específica, la bifobia, que a veces también viene de parte de personas gays y lesbianas. Se les ve [a los bisexuales] como gente traidora, confusa, que juega a dos bandas. Hay muchos estereotipos de este estilo, también en la ficción, y en la vida real te encuentras comentarios en esta línea.
Aunque son relatos breves e independientes -pero interconectados entre sí-, estilísticamente comparten un elemento claro: el uso de la ironía y el humor. ¿Cree que es el mecanismo más eficaz para retratar la crisis vital que comentaba?
Creo que es una manera de hacerlo, es una manera que a mí me gusta. Me lo he pasado muy bien escribiendo el libro, y creo que se nota [ríe]. No tiene por qué ser necesariamente la única manera de retratarla, pero yo me siento muy cómoda. Es una forma de expresarme que me sale muy natural. Lo que retrato en el libro, que son unos conflictos vistos muy desde el mundo interior de los personajes, que les dan muchas vueltas y parecen muy profundos, pero que en realidad son solo rasguños, o cosas más ligeras. También por eso la metáfora de la mercromina [un desinfectante para heridas leves]. Creo que el humor es el tono adecuado para retratarlos, porque da ligereza y permite que los personajes se rían de sí mismos y de la situación en conjunto. Da frescura y se agradece.

Y con el humor los límites quedan más desdibujados y hay más margen de maniobra.
Generalmente, no entro en cosas muy profundas por el mismo tono de la novela. Pero, también es cierto que hay un personaje, Toni, que es un caso más extremo, que se va un poco hacia una parodia, pero es un personaje que me encanta tener, porque con él te vas a la exploración de las filias y cómo esto impacta en su vida, en sus relaciones, en su manera de procesar cosas que ha vivido en el pasado. Creo que si no fuera desde el humor, sería un tema muy complicado de tocar.
Pero no todas las cuestiones que trata en el libro se pueden abordar desde el humor.
Otro momento en que tuve mucho cuidado, porque es un tema más serio, que es la adolescencia de Silvio, donde se habla de un caso de abusos. Aquí no hay mucho humor, porque se tiene que ir con mucho respeto y mucho cuidado.
El otro gran eje vertebrador de la novela es la ciudad de Barcelona.
Exacto, Barcelona no es protagonista como tal, pero sí que es un escenario con mucha relevancia. De la misma manera que si tienes un jabalí, el ambiente natural del jabalí es un ecosistema determinado, pues en Mercromina Barcelona es el ecosistema. Estas relaciones y maneras de desplazarse, incluso, funcionan porque [los personajes] están en Barcelona. El libro está específicamente situado en varios lugares que atraviesan la ciudad, y me gusta que sea así para reivindicar Barcelona como lugar habitable, como lugar interesante, como lugar que se tiene que preservar ante una gentrificación que avanza y una uniformización de las ciudades. Solo hay que pasearse por cualquier capital europea. Por eso doy mucha importancia a los escenarios. A qué personaje está en el Fort Pienc, cuál está en las Corts y cuáles están en Nou Barris.
Un escenario protagonista se suele entender como algo épico, pero a mí me gusta que los espacios sean protagonistas por tal como son, por su topografía. Nou Barris es protagonista, precisamente, porque hay personajes que van allí como una especie de refugio interior, pero dentro de la ciudad, porque saben que la gente de la que se quieren apartar no los irán a buscar allí.
Comentaba que quiere «reivindicar Barcelona como lugar habitable» y como ciudad a «preservar». En el mismo libro, hay un personaje que, al volver a Barcelona, se siente un extraño dentro de su propia ciudad. Usted es de Cardedeu, pero lleva años viviendo aquí. ¿Se ha sentido así?
Sí, me ha pasado. Me pasó mucho cuando estuve tres años viviendo en Bruselas y luego volví. Tuve mucho esta sensación de extrañamiento, de alienación también por circunstancias vitales, pero ahora que ya hace tiempo que vuelvo a vivir aquí todavía me pasa a veces. Hay una parte en el centro, y me sabe muy mal, que la tengo como tierra quemada. Es muy peligroso, porque eso está matando poco a poco la ciudad. Creo que preservar quizás no es la palabra, porque preservar suena un poco como a museo, pero aquello es recuperar, darle un uso, volver a una Barcelona que sea sobre todo de los vecinos y las vecinas, que en muchas zonas, lamentablemente, ya no es así.