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¡Es la pandemia, estúpido!
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Pido de antemano perdón por recurrir a la archimanoseada frase del asesor de Clinton James Carville, que puso de moda aquello de “¡es la economía, estúpido!” y que, desde entonces, allá por los primeros años noventa, ha visto reproducida la interjección con los motivos más variados. Yo hoy la tomo prestada para referirme a la muy estúpida polémica en torno a la fecha de las elecciones catalanas, una fecha que hace unas horas parecía una cuestión de vida o muerte. Con todo lo que ha ocurrido, incluyendo el feroz rebrote de las infecciones por coronavirus, se diría, escuchando las ardorosas intervenciones de los que están a favor o en contra del aplazamiento, que celebrar los comicios el 14 de febrero o aplazarlos, por seguridad, a un día cualquiera de mayo es una materia de alta política. Como si los resultados, creo que muy previsibles a pesar de algunas encuestas sensacionalistas de última hora, fuesen a cambiar por eso.

Nos desvivimos por las polémicas estériles, que afectan más a la forma que al fondo, más a la superficie que a las profundidades. Se me hace difícil, por ejemplo, entender que el ministro de Justicia del Gobierno central, don Juan Carlos Campo, afirme que aplazar las elecciones catalanas supone correr el riesgo de “suspender la democracia”. Nada menos. Y esa frase, dicha por quien ejerce como Notario Mayor del Reino, pomposo título que significa mucho menos de lo que parece, ha derivado en una polémica legal perfectamente estéril, en la que cada parte esgrimía sus propios textos jurídicos.

Un gran absurdo, en mi humilde opinión, cuando nada menos que doscientos expertos –¿también los cuestionaremos a todos?—han expresado públicamente que supone un riesgo añadido la celebración de unas elecciones precisamente ahora, con la que está cayendo en cuanto virus desatados y descontrolados por doquier. Y aquí, para mí, deberían haber acabado las disquisiciones jurídicas y leguleyas. Ciencia locuta, polémica finita.

Porque , qué quiere que le diga, tiendo a creer a quienes saben más que yo, sobre todo cuando se está jugando con la salud de la población. Y más de una vez he tenido la impresión de que nuestros políticos, todos nuestros políticos, priman los intereses partidistas sobre el interés general del ciudadano, y siento mucho tener que decirlo así.

Entiendo que lo de fecha de las elecciones en Catalunya no deja de ser, en el océano de problemas verdaderamente graves que nos afectan, un asunto relativamente secundario. A mí, la verdad , me parecería mucho más importante saber para qué y qué se va a votar. Cosa que, tras escuchar en algunos foros a varios de los candidatos, no me queda aún en absoluto clara: cada opción dice una cosa diferente y siempre te quedas con la sensación de que, tras el muro de las palabras, está el océano de la nada. O el mar emponzoñado de los intereses partidistas inconfesados e inconfesables. O sea, todo menos la verdad pura, dura y desnuda.

Si usted me permite aventurar una opinión estrictamente personal, obviamente no guiada por opción de partido alguna, en las últimas horas yo hubiese afirmado que más valía, si los que estudian la pandemia lo recomiendan, aplazar –al fin, serán como mucho tres meses– las que a cualquiera que viniese de Marte le parecería que son las elecciones más complicadas de la historia, de Catalunya y de España. Tal vez incluso, en este tiempo de descuento hasta mayo, se hubiese encontrado un camino de reflexión para no seguir, a ambos orillas del Ebro, haciéndolo casi todo mal. Que es la verdadera esencia del problema: que no damos una a derechas. Ni a izquierdas. Ni aun menos, por lo que se ve, al centro. Y la pandemia, ¡estúpido!, haciendo de las suyas.

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