El independentismo catalán se encuentra en una situación lamentable. La última embestida de 2017 se ha saldado en conjunto con una derrota sin paliativos. No se ha conseguido ninguno de los objetivos del 1-O, el primero, la independencia; se han perdido siete años de mayorías absolutas en disputas y una gobernación caótica que ha empeorado todos los indicadores susceptibles de empeorar e incluso algunos no susceptibles.
Al final, la Generalitat gobierna el PSC con una mayoría simple insuficiente que depende de los votos favorables de ERC y los Comunes, pero que no tiene oposición. Ni en ser oposición se ponen de acuerdo los dos partidos independentistas. Más bien dicho, los tres, ya que hay que añadir a la CUP. Más bien dicho, los cuatro, pues hay que añadir AC a la que los otros tres tratan como si fuera el hombre invisible; en este caso, la mujer.
El MHP Illa repite con el entusiasmo que nace de la costumbre las consignas de la nueva normalidad. Distribuye sus presencias y ausencias protocolarias según un criterio de magnánima españolidad. Cataluña se hará perdonar sus pecados al amor de una nueva solidaridad. Esto suena bien en la capital del reino, donde se da por sentado que el territorio hostil está apaciguado y las tribus rebeldes, pendientes de una incierta amnistía, han depuesto las armas. Los de Podemos consideran que el Lawfare ha aplastado al independentismo.
Es verdad que los dos dirigentes con la fecha de caducidad postergada vuelven a hablar entre ellos. Pero esto ya no preocupa a nadie en la corte. Creen que es una maniobra más de Oriol Junqueras para recuperar crédito entre el independentismo y para hacer ver que está dispuesto a todo después de haber demostrado que no está dispuesto a nada.
Esta opinión puede resultar humillante para los independentistas de los partidos, pero no se ve que puedan rechazar su apoyo fácilmente. Su pasado de colaboración pesa como un hábito. Después de la derrota, la retirada. Los dos partidos mayoritarios no dicen nada que pueda orientar a la ciudadanía independentista. Nada útil, nada concreto para una reivindicación eterna ahora refugiada en la abstención.
Y si la partitocracia está callada, las organizaciones sociales tartamudean. El discurso de Òmnium, formulado hace poco por el señor Antich en un vídeo, es una triste palinodia en modo publicitario. Hemos hecho todo lo que hemos podido, pero no ha sido suficiente. Toca picar piedra. Todo está lleno de dioses, como decía el otro y, por tanto, alguien nos protegerá.
La ANC dice tener una hoja de ruta que está discutiendo, pero, después de leer una entrevista de VilaWeb a su presidente, Lluís Llach, me da la impresión de que esto es una ilusión y no tiene ninguna ruta. “Caminante, no hay camino…”. Lo único que Llach tiene claro es que él está ahí para impedir toda tentación de lista cívica. Es decir, para impedir que se forme una alternativa independentista a los partidos y que estos no puedan instrumentalizarlos a su servicio. La ANC al servicio de los partidos. Los partidos, al servicio de ellos mismos.
El caos es portentoso.
Si lo que se pretende es replantear la relación, dar un golpe al tablero, resucitar el adormecido independentismo, lo único creíble sería que Junts aprovechara el aplazamiento de la cuestión de confianza para enfrentarse al gobierno. Algo que podría anunciar hoy mismo o mañana el MHP Puigdemont: Junts pasa a la oposición. Que el gobierno caiga dependerá de las circunstancias. Se descarta, en principio, el apoyo a una moción de censura del PP y VOX, aunque sea instrumental. Pero no, obviamente, la posibilidad de que el gobierno caiga motu proprio, después de perder alguna votación importante, o varias. Entonces, elecciones generales anticipadas.
Hay en esta confrontación un elemento personal. El duelo entre los dos presidentes está caldeado desde el año pasado. La fulgurante presencia y súbita ausencia del presidente Puigdemont en Barcelona como una especie de Robin Hood hizo rechinar los dientes al austero castellano de las dos Castillas. Después este lo menospreció en los contactos de su gobierno con líderes independentistas. Algo que el presidente en el exilio consideró como una ofensa. Vaya, que en el fondo de su alma, el español continuaba considerándolo un “prófugo”.
Descartada la moción de censura, que Junts recupere la libertad de acción por incumplimiento de los pactos solo quiere decir que, de ahora en adelante, toda la iniciativa legislativa deberá pasar por el tamiz del interés nacional de Cataluña.
Algo que se suponía que ya pasaba y que demuestra por enésima vez que la gobernación de España depende de Cataluña.