La geografía del desastre de la DANA en el País Valenciano tiene un punto negro en Xiva. Una localidad en la comarca de la Hoya de Buñol que parece haber quedado dividida en dos partes. Como si un hacha hubiera caído torpemente en medio del barranco de Poio, la rambla que baja de la sierra y donde va a parar el agua cuando llueve, y la hubiera partido en dos. Ciertamente, y como define José Antonio, un hombre mayor cargado de ayuda que sube por la calle, hay estampas que son «un paisaje lunar». «Parece que haya caído una bomba nuclear», añade Diego que lo acompaña un tramo del camino.
Tienen razón. El paisaje es desolador. Además, la presencia de militares, bomberos, agentes rurales, guardias civiles y policías incrementa la percepción de desastre. Como prueba, los efectivos de la policía militar que hacen guardia frente a los precintos que los cuerpos y fuerzas de seguridad han puesto para evitar que algún despistado o atrevido se haga daño. El pueblo es, por ahora, un campamento. Con cinco puntos de distribución de material y comida, familias desalojadas y funcionarios del Ayuntamiento que prácticamente han agotado sus fuerzas. No era el mejor lugar para que los reyes españoles se pasearan el domingo. Por eso, algún asesor les recomendó suspender la visita y esperar a que los ánimos estén más calmados. Y, por lo que se siente y se palpa, aún deberá pasar tiempo para que el malestar pierda intensidad.
En el pueblo ha habido una víctima mortal –menos que en otros municipios–, pero hay muchas familias que han perdido la casa. Lo han perdido todo. Nadie esconde el enfado con los políticos y su falta de previsión, por haberse retrasado con las advertencias. «Somos un núcleo central y luego muchas urbanizaciones dispersas. Avisaron tarde, y la suerte ha querido que no tengamos que lamentar más muertes, no cerraron ni los colegios», comenta Rosa en medio del barullo de gente y voluntarios que ocupan la plaza frente al Ayuntamiento. Un punto de encuentro que centraliza la enorme logística que requiere la ayuda. «Ahora podemos parar el golpe, los problemas vendrán después», vislumbra Natalia, una funcionaria del Ayuntamiento que aprieta los dientes y se le llenan los ojos de lágrimas al ver el panorama.

«Hay que vivirlo para saber qué pasó», asegura un vecino de Xiva
José Antonio deja la bolsa, se quita las gafas de sol y se muestra satisfecho porque ya tienen agua corriente y luz. Gas, todavía no. «Hay que vivirlo para saber qué pasó», recomienda. De hecho, él fue testigo de la riada de 1983, que también afectó al pueblo. «Fue fuerte, pero no como ahora, es increíble, nunca había pasado esto de ahora», enfatiza. Una opinión que comparten dos vecinos más que escuchan la conversación, aunque recuerdan que aquella vez rescataron a una mujer embarazada haciendo un agujero en el tejado.
Todos tres están convencidos de que «hay muchos más muertos de los que dicen». Subrayan que muchos coches fueron arrastrados por la riera, otros hacia la autovía A3 –que todavía tiene un acceso cerrado– y muchos que habrían quedado sepultados por la tierra y el barro. Pero las cifras oficiales y los mismos datos que tiene el consistorio y los voluntarios ponen en duda esta tesis. Cabe decir que donde ha pasado la DANA, todos ponen en duda las cifras oficiales. Una consecuencia evidente de la mala gestión de la catástrofe que ha hecho perder la credibilidad a las autoridades.

El drama de la gente que se ha quedado sin casa por la riada de la DANA
Juanma es un sindicalista del Puerto de Valencia, robusto y de palabra sincera, que es «más de Xiva que la iglesia». No tiene hijos y lleva 32 años casado con su esposa con quien salió nadando de su casa. Narra la experiencia de la tarde de las lluvias con una vivacidad que lo obliga a detenerse, tragar saliva y cerrar los ojos. «Yo he salvado la vida, y todavía puedo estar contento porque me han dicho que la casa es salvable», celebra con discreción. Eso sí, le han calculado que restaurar su vivienda costará 50.000 euros como mínimo. «Espero que el banco me deje endeudarme», suspira Juanma, que no confía en absoluto en las ayudas de la administración.
Aún así, Juanma, y así lo deja claro. De momento, duerme en casa de Héctor, un concejal hiperactivo que coordina toda la ayuda. El nombre de Héctor se escucha por todos los rincones de la plaza donde se centraliza la distribución de la ayuda y la cocina caliente para los voluntarios y los militares que realizan labores de limpieza y desescombro. Explica todo con una transparencia innata y con unas maneras encantadoras va consolando, ayudando o escuchando a todos los que se le acercan. Juanma evita protagonismos porque recuerda que sus vecinos, una joven pareja de 30 años que construyeron su vivienda hace dos años, la han perdido por completo. Es una de las familias que se hospedan en uno de los tres hoteles de la localidad, llenos como un huevo de personas desalojadas por el barro. Otros se quedan en casa de familiares.
Precisamente, es por esta situación que ya tiemblan. Ven venir el desastre. Los funcionarios del Ayuntamiento tienen muy claro los problemas que tendrán para reubicar a quienes se han quedado sin techo. Temen que las ayudas sean una verdadera gincana y los problemas sociales que puedan derivarse. Natalia muestra un dossier con la afectación de los caminos del pueblo que llevan a los núcleos dispersos. «¡No hay caminos! ¡No están!», grita señalando con el dedo las fotografías que lo constatan. De hecho, en estos lugares reparten la ayuda con motos de trial. «Es desesperante, ¡no sabemos ni qué contratos de urgencia hacer ni de qué presupuesto disponer!», lamenta.

Mucha ayuda llegada de todas partes a este municipio de la Hoya de Buñol
Natalia y Héctor coordinan a cuatro manos la ayuda que ha llegado de todo el Estado. Decenas de furgonetas y camiones que han llegado a Xiva. Cuando lo relatan, lloran. También empresas de catering o restaurantes locales como Les Bairetes se han puesto a disposición y preparan los menús calientes para los voluntarios y los militares. «¡No los podemos tener todo el día comiendo bocadillos!», insisten después de alabar la suerte de haber tenido voluntarios todos los días. También se ha sumado la sociedad de la Peña Taurina del Torico de Xiva, que ha montado una cocina de campaña excelente. «Hemos llegado a dar comidas a 3.000 personas en un día», reconoce Natalia, sin mostrar ningún orgullo.
De hecho, ni ella ni los voluntarios del pueblo que trabajan allí saben cómo lo han hecho. «Suponemos que cuando hay desgracias de este tipo te salen las tres o cuatro personas que llevas dentro», concluyen. Un grupo de militares y de voluntarios confirman la atención y el servicio que han recibido. Al fin y al cabo, después de horas sacando barro, esperan su turno para poder engullir algo caliente. Hoy, estofado de judías y unas mandarinas dulces como un panellet.

El teatro Astoria, centro de distribución de la ayuda
El teatro Astoria es la base de los cinco centros de distribución de ayuda. Incluso, allí duermen voluntarios y militares. Han almacenado la comida, el material de limpieza y el de higiene como si fuera un hipermercado. La gente puede entrar y tomar lo que necesite. Eso sí, coordinadamente. La ropa se ha clasificado por grupos y se encuentra en la platea, donde una especie de circuito permite ir eligiendo la ropa que necesiten los damnificados del barro. El teatro del pueblo, por tanto, se ha convertido en un lugar donde no se hace comedia. Al contrario. De hecho, el pueblo no es un lugar para hacer comedia. Por eso alguien recomendó a los Borbones no ir. Y hizo bien.
