Esta noche se ha celebrado el gran debate de las elecciones estatales del 23 de julio. TV3 y Catalunya Ràdio han vuelto a organizar, profesionalmente, uno de los actos centrales de cualquier convocatoria: el debate de los jefes de filas que aspiran a representar los catalanes en el Congreso de Diputados. Un debate vivo, a veces entretenido y, en otros momentos, absolutamente previsible. Ocho candidatos y una moderadora han sido los protagonistas. Un adjetivo para todos los integrantes de un acto político absolutamente imprescindible en una campaña electoral. Meritxell Batet del PSC, Gabriel Rufián, de ERC, Míriam Nogueras, de Junts per Catalunya, Roger Muntañola, de Espai CiU, Nacho Martín Blanco, del PP; Aina Vidal, de los Comunes, Albert Botran (CUP) y Juan José Aizcorbe (Vox) se merecen un adjetivo.

Meritxell Batet, agarrotada
La candidata socialista no tenía mucho margen. Representa al partido que ha gobernado durante cuatro años y que ha presidido un parlamento que hace caso de Marchena a la primera y que expulsa a los diputados que hablan en catalán. Batet se ha quedado clavada porque el panorama no le ha dejado más margen que sacar pecho del pacto con los Comunes y ERC. El gran lema de su debate es explicar una hoja de servicio en políticas sociales y movilizar a los votantes de la izquierda que es o Pedro Sánchez en la Moncloa o el Sauron de la derecha extrema y extrema derecha entrará para destrozarlo todo. Un buen eslogan, quizás eficaz, pero con una pasión tan impostada que deja escapar la credibilidad.

Gabriel Rufián, impetuoso
El candidato de ERC tenía claro que tenía que sobresalir y, por lo tanto, no se ha estado de entrar cuando le convenía en el debate. Se ha movido con fuerza, marcando espacio por la izquierda y con pragmatismo. Al final, es un entorno que le va bien y más cuando los rivales le dejan temerariamente espacios. De hecho, ha estado a punto de agotar su tiempo total y Oltra le ha amenazado con cortarle el sonido y la imagen. Rufián ha corregido, pero el poco tiempo que le quedaba lo ha aprovechado para hacer tuits orales acompañados de una puesta en escena ensayada. Ha defendido los indultos y la mesa de diálogo. Ha estado hábil al rebautizar al candidato de la ultraderecha como «Señor de Vox». Ha pedido «ayuda» a los otros independentistas, pero lo ha hecho tan a menudo que a veces era difícil diferenciar entre el personaje y el candidato.

Míriam Nogueras, atareada
La jefa de filas de Junts ha tenido mucha prisa y mucho trabajo para explicar lo que lleva diciendo durante toda la legislatura. Su ciberactivismo y activismo, sea en un mitin, en un atril del Congreso o en la red, la precede. Ha aprovechado todas las rendijas para poder colar sus ideas concentradas en eslóganes perspicaces. El problema ha sido el contexto. Es decir, que el resto de candidatos la conocen y conocen sus puntos débiles. Ha estado acertada cuando ha recordado a la izquierda española que los «únicos que han doblegado a la derecha española han sido los independentistas». Ha sido tan rápida al explicar sus posiciones que ha sido la única que en el minuto de oro le ha sobrado tiempo y en algún momento, ha estado desaparecida.

Roger Muntañola, osado
El candidato del PDeCAT/Espai CiU sabía que solo podía ganar y ha estado osado. Ha entrado en el plató con la consigna de «salgo a divertirme». Y lo ha hecho. Incluso, ha acusado a Nacho Martín Blanco de hacer política por la «paguita». Se ha vanagloriado de ser autónomo y no ha renunciado a su pasado, es más, lo ha reivindicado cómo ha reivindicado el «pez al cove». Entretenido, ha sabido mostrar un liberalismo de cartera y social. Menos impuestos, menos recursos públicos y que la gente vaya a la cama con quien quiera. El gran

Aina Vidal, ferviente
La candidata de los Comunes no puede esconder su militancia. De hecho, a veces más que una candidata parecía un pastor evangelista enseñado en una escuela de verano de las juventudes comuneras. Las virtudes expuestas por Vidal de la gestión del gobierno de PSOE y Unidas Podemos parecían del gran manual de la fábrica de Willy Wonka. Le ha dicho «carinyo» a Nogueras y ha aprovechado cualquier ocasión para exponer que, si vuelven a gobernar, habrá un dentista público. Vidal se ha acomodado al argumentario de la izquierda fraternal española para sacarse de encima el estorbo del referéndum con un tono de profesora de primaria con padres que se quejan de que en la escuela no les ponen deberes.

Nacho Martín Blanco, apagado
El candidato del PP, y exportavoz de Ciudadanos, llevaba prenda al debate. Hace tres meses era una de las caras más importantes de Ciudadanos. Y los cambios tan repentinos son difíciles de explicar, incluso, en el espacio de la derecha que se vanagloria de ética y compostura. Martín Blanco, que competía con Quique Guasch con el bronceado, ha querido tener un perfil bajo. Solo ha salido del guion cuando le ha llevado una revista a Rufián o cuando el cupaire le ha dado una de Cavall Fort al «Señor de Vox». Ha querido mostrarse moderado, simpático y risueño gracias a la experiencia vital que tiene en los platós televisivos. Pero, también ha mirado de no liarse mucho y no hacerse daño, no fuera caso que un mal debate le estropeara los buenos augurios de las encuestas.

Albert Botran, solitario
El candidato cupaire no ha tenido la mejor noche, pero se ha recuperado gracias a alguna intervención con un punto interesante y penetrante. Botran es más de reflexionar que del pim-pam de un debate, que no es un juego de equipo en el cual si tienes la pelota no la puedes soltar. La enganchada con Oltra porque en el bloque de economía no le dejaba hablar de lengua, le ha partido el relato y le ha costado volver a entrar al juego. Ahora bien, cuando lo ha hecho ha sido con habilidad y con cierta soledad. El momento a Batet reprochándole que si «tan pacificada está Cataluña porque infiltran policías a su militancia» o «Roger, ¡a nosotros no nos han regalado nada!», le han abierto de nuevo la puerta del debate. Botran le ha aguantado un tuya mía a Rufián sobre futuras colaboraciones en el Congreso. Se le tiene que reconocer que ha sido honesto al admitir que el independentismo no ha avanzado.

Aizcorbe, previsible
El candidato de Vox no ha ofrecido ninguna sorpresa. El discurso oficial ha sido el que se esperaba y se ha notado que no está acostumbrado a los cara a cara ni al debate de las ideas. De hecho, el resto de los candidatos lo esperaban como las familias de los novios esperan al tío que se descamisa en las bodas, hace monólogos de tópicos y explica chistes que sabe todo el mundo. Vox y sus candidatos tienen una ventaja, son más previsibles que un regalo del día del Padre. Al final, llevan diciendo el mismo desde 1939.

Ariadna Oltra, intimidadora
La moderadora ha sido rigurosa con los tiempos y con los candidatos. Moderar un debate a ocho, con la presión inherente en una televisión y radio públicas, donde parece que todo el mundo pone la zarpa, no es tarea fácil. Oltra se ha puesto firme cuando ha convenido y no ha tenido manías para amenazar con retirar el micro y la imagen a quien agotara el tiempo o si continuaban hablando uno sobre el otro. Eso sí, nunca se habrá visto por televisión una Rottenmeier del tiempo, las formas y los contenidos con una sonrisa tan cautivadora. Quizás algún espectador ha pensado, incluso, en votarla, al comprobar su temple y la marcialidad con que se toma el trabajo.