Transitar por el Coll d’Ares a las ocho de la mañana de un lunes sombrío y lluvioso es toda una experiencia. Además, es octubre, y a los lados de la carretera parece que aparecen setas que desafían a los conductores. Es una carretera sinuosa, pero nada molesta, que conecta el Ripollès, en la Cataluña sur, con el Vallespir, en la Cataluña Norte. Es un paso lleno de recuerdos conmovedores. Fue una de las grandes vías de paso del gran exilio de 1939 y durante años fue una de las travesías más habituales del Pirineo. Toda la carretera es un símbolo asfaltado, donde la vegetación frena que la decadencia enturbie el paisaje.

La primera población donde llega la carretera es Prats de Molló. Un municipio bucólico, con el turismo habitual fomentado por la administración francesa y donde han fijado su residencia un buen grupo de jubilados del norte, que disfrutan de sus pensiones en casitas con enanos de jardín y barbacoas. Unos nuevos vecinos que han traído como equipaje una multitud de votos a la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional. En las pasadas elecciones legislativas, Prats de Molló aguantó la ofensiva, con la victoria de Julien Barallie, del frente de izquierdas, que obtuvo el 54% de los votos, frente al 45,4% de la ultraderechista Michele Martínez. Un resultado inédito en los municipios de toda la Cataluña Norte donde los entusiastas de Marine Le Pen se reproducen como gremlins en una piscina.

Precisamente, Prats de Molló fue uno de los escenarios donde buena parte de la opinión pública europea consideró que se había registrado una de las primerísimas luchas antifascistas. Un episodio histórico y político de primer nivel, con un gran eco internacional, que parecía incomodar a buena parte de la divulgación histórica catalana. De hecho, hasta hace bien poco, la sensación es que nadie del gran espacio soberanista lo quería reivindicar. Es lo que se conoce como los Hechos de Prats de Molló, de noviembre de 1926. Algún día, la historiografía catalana deberá explicar el misterio de por qué Cataluña está llena de episodios bautizados como «hechos» -como los Hechos de Octubre del 34 o los Hechos de Mayo- o nos quedaremos con la explicación de que evitamos poner nombres por aquello del «no vaya a ser» o «no te metas».

Vista frontal de la casa Macià en Prats de Molló/Quico Sallés
Vista frontal de la casa Macià en Prats de Molló/Quico Sallés

La casa Macià

En Prats de Molló está la casa donde se preparó y diseñó una operación armada para liberar nacionalmente Cataluña y, de rebote, expulsar la dictadura de Primo de Rivera. La dirigió el que posiblemente es uno de los últimos políticos románticos de Europa, el presidente Francesc Macià, un teniente coronel del ejército español que con 67 años decidió dar un paso más y, inspirándose en el Sinn Féin, construir un partido político independentista o, en terminología de la época, separatista. Era Estat Català.

Macià, un hombre adelantado a su tiempo e impulsor del uso del cemento en las construcciones, preparó y entrenó militarmente a cientos de hombres para entrar en Cataluña, ocupar Olot, y esperar que la CNT se levantara en varias plazas catalanas, hacer caer a Primo de Rivera y lograr una Cataluña independiente. Una operación de gran magnitud que tuvo entretenidos a los servicios secretos franceses, españoles y los de la Italia fascista. Macià, como buen militar de carrera, no quería una lucha de guerrillas, sino un ejército de cientos de voluntarios antifascistas y anarquistas entrenados que actuara como una milicia regular. Lo logró con disciplina, convicción y la inercia de los movimientos europeos de liberación nacional.

Pero un nieto de Giussepe Garibaldi, el camisa negra y héroe de la unificación italiana, espía de los servicios secretos de Benito Mussolini, reventó la operación junto con el cónsul español en Toulouse, Antonio Gullón, y la Gendarmería francesa, que los atrapó con las manos en la masa un 4 de noviembre de 1926, en la Villa Denise de Prats de Molló. Los agentes entraron por la cocina y arrestaron a toda la dirección del complot, con Francesc Macià a la cabeza. El profesor Giovanni Cattini lo describe con una rigurosidad brillante en el libro El levantamiento de Prats de Molló, de la colección Días que han hecho Cataluña (Rosa dels Vents, 2021). El juicio fue en París y fue un fenómeno internacional porque gran parte de la opinión publicada en Europa entendía el intento armado como una lucha contra el creciente fascismo. La dicotomía entre Macià, un hombre marcial y respetado, y Garibaldi, un espía fascista, alimentó este relato. Un episodio que colocó a Cataluña en el mundo por segunda vez en la historia, como había sucedido en 1714.

Macià, a la derecha de la imagen, escucha a Henri Torres, el abogado que consiguió la pena mínima para Macià y logró el eco internacional de la causa catalana/Archivo Casa Macià
Macià, a la derecha de la imagen, escucha a Henri Torres, el abogado que consiguió la pena mínima para Macià y logró el eco internacional de la causa catalana/Archivo Casa Macià

La compra de la casa Macià: Lluís Puig y un grupo de empresarios

La Guerra Civil, la dictadura fascista, la transacción del 78, la serenidad del pujolismo y el soberanismo del ‘helado de postre’ hicieron que el episodio durmiera el sueño de los justos. Pero un nuevo romanticismo y unos nuevos voluntarios han cambiado la historia. Un reportaje en la revista La Mira descubría que la casa donde se había preparado el golpe estaba en venta. La historia resucitó y comenzó toda una estrategia para recuperarla y establecer un centro de memoria. El dinero, sin embargo, era más escaso que la buena voluntad y las intenciones.

El consejero Lluís Puig, ya en el exilio, prestó atención al caso con un grupo de personas interesadas. Josep Lluís Alay, jefe de la oficina del presidente Carles Puigdemont, tuvo la idea de proponer la compra compartida a empresarios que hacía poco habían asumido el control de la Cámara de Barcelona con la candidatura Eines de País. Fue más rápido de lo previsto y Jaume Aragall, presidente de la cámara del Vallès Oriental, compró el edificio y lo cedió a la asociación que debería gestionarlo, que son dos, una creada bajo la administración española y otra bajo la administración francesa.

Un voluntario de Macià se entrena en una trinchera para asaltar Cataluña/Archivo Casa Macià
Un voluntario de Macià se entrena en una trinchera para asaltar Cataluña/Archivo Casa Macià

Los nuevos voluntarios de Macià

La casa se había salvado, pero ahora era necesario reconvertirla en un espacio de memoria, estudio y trabajo. El consejero Puig, acostumbrado a proyectos culturales en un país de amantes de las letras como es Cataluña, asumió el reto. Se necesitaba financiación y trabajo, y se puso manos a la obra. La Asociación Casa Macià captó socios y pidió ayudas privadas y públicas. El objetivo era restablecer la memoria de una aventura de Macià que situó a Cataluña en el mundo y que se identifica con la lucha transversal contra el fascismo. Poco a poco, la idea fue tomando forma y se fue materializando. Pero el espíritu de la casa Macià trajo el resurgimiento de los voluntarios.

Entonces estalló ese sentimiento tan catalán de no conformarse con pagar cuotas, sino la voluntad de hacer cosas. Puig se encontró con un grupo de gente que, por tiempo, por dedicación o simplemente porque creen en la causa, estaba dispuesta a trabajar en el proyecto. Son los nuevos voluntarios de Macià. Equipos de gente que una vez al mes se encuentran en la casa para realizar diferentes trabajos y tareas, que agilizan y abaratan el trabajo que asume el contratista que lleva el grueso de la obra. Ninguno de ellos es nuevo en la lucha contra el Estado español y en la defensa de Cataluña, ni mucho menos, son los que siempre han estado entre bastidores y sin salir en la foto. Todo bajo una estricta coordinación y un agradecido sentido del humor del consejero Puig.

Lluís Puig, después de colocar los números de la casa Macià tal como le había pedido el ayuntamiento/Quico Sallés
Lluís Puig, después de colocar los números de la casa Macià tal como le había pedido el ayuntamiento/Quico Sallés

Un lunes de octubre con los nuevos ‘escuadrones’

A las ocho y cuarto de la mañana, Puig espera a los voluntarios en la entrada de la casa. De hecho, aprovecha que llegan los dos primeros para encender la Nespresso y hacer cafés cortos, amargos, fuertes y espesos que acompañan al primer cigarrillo del día. Mientras tanto, van aparcando los voluntarios que ese día tienen «guardia», que se apuntan al café antes de descargar las herramientas. Son gente de la Cataluña Norte y del sur, hay jubilados, autónomos, trabajadores que tienen un día de vacaciones o, simplemente, que traen el postre del almuerzo y dan ideas para avanzar en la restauración del edificio. Otros han puesto su empresa -entre ellas, alguna reputadísima multinacional- al servicio de la restauración de la casa y de la construcción del futuro museo, y hay quienes merodean por anticuarios europeos buscando documentos y fotografías de la historia reciente del país. De hecho, ha llegado hace poco un paquete con fotografías de agencias de prensa de la época sobre Macià y los hechos de Prats de Molló que estaban en los almacenes de un anticuario parisino.

El plan de trabajo del día es diverso. El consejero Puig, ya cambiado con pantalones antitajo y sudadera de trabajo, da las órdenes y encomienda las tareas. Joan, un hombre de Manresa con una habilidad inédita para encontrar herramientas y usarlas, tiene el encargo de reducir a cenizas el amasijo de ramas y troncos que los ADF, también voluntarios, dejaron al despejar la selva que era el jardín de la casa. Josep, un chico firme y catalán del norte, debe repasar los bordes de Can Poma, una construcción de la finca donde se fabricaba sidra y que se convertirá en un pequeño albergue para los visitantes.

Jep, un hombre de mente rápida y astuta, también del norte, debe instalar el sifón en la salida de la cocina, una obra de artesanía que complicaría la vida a cualquier fontanero. Lo acompaña Claret, un perro que no ladra, se porta bien y solo espera la comida porque sabe que, al terminar, tendrá un bol de restos jugosos. Oriol, un hombre robusto y amante del chocolate con almendras, debe colocar las estanterías en el comedor, con la discusión de si deben fijarse a la pared ahora o después de pintarla. Lluís es un jardinero que sube del Vallès y, además, un impulsor de las jornadas de Pompeu Fabra en Sant Feliu de Codines, el municipio de donde el gran ingeniero de la lengua inició el camino del exilio. Lluís tiene que manejar la «desbrozadora», una máquina que tritura la raíz muerta. Un concepto idóneo para el ambiente revolucionario que rodea la casa.

Uno de los voluntarios quema los restos de la poda del jardín en la casa Macià/Quico Sallés
Uno de los voluntarios quema los restos de la poda del jardín en la casa Macià/Quico Sallés

La inquietud constante del exilio

El consejero Puig debe ir al vertedero a llevar los restos largos y luego recargar el remolque con leña, para que quien se la ha dejado tenga un poco de «gasolina para el invierno». Puig disfruta de la aventura, a pesar de la inquietud constante del exilio. De hecho, hace poco que el Tribunal Supremo se ha negado a levantarle las medidas cautelares en aplicación de la ley de amnistía cuando la familia ya tenía asumido que podría volver a Terrassa. Es como el consejero Ventura Gassol, que también compartió esta casa con el presidente Macià y que permaneció en el exilio a pesar de la insistencia del franquismo en entregarlo a España, que chocó con la negativa francesa.

Puig espera ahora el juicio por las obras de Sixena, en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC). Para él, es uno más. De hecho, el caso Puig ha generado una de las victorias judiciales más importantes del Proceso: el concepto grupo objetivamente identificable (GOI). Todo gracias a las cuestiones prejudiciales que el magistrado Pablo Llarena presentó ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Puig fue el primero a quien la justicia internacional negó la extradición a España y puso sobre la mesa de los tribunales europeos las dudas que generaba la persecución fanática española al exilio catalán del Primero de Octubre. A pesar de esto, vive con recelo la situación y compagina su tarea de diputado exiliado con la de un promotor y coordinador de la cultura y la causa catalana en la Cataluña Norte.

Uno de los voluntarios repara uno de los sifones de los fregaderos por donde entraron los gendarmes a detener al presidente Macià/Quico Sallés
Uno de los voluntarios repara uno de los sifones de los fregaderos por donde entraron los gendarmes a detener al presidente Macià/Quico Sallés

Un espacio de encuentro

Puig también es el encargado de preparar el almuerzo. Tampoco se complica la vida: barbacoa de costillas de cerdo medio cocidas y patatas al rescoldo. De hecho, hay una discusión intensa sobre cómo prepararlas, si envueltas en papel de aluminio o sin él. La polémica no se alarga mucho porque en la casa no hay papel de aluminio, y el almuerzo lo termina Oriol, que con una pallaresa y unas pinzas dejaría en evidencia a Marc Ribas. Mientras enciende el fuego, los voluntarios avanzan con el trabajo. Cuando uno termina, ayuda a otro y se van creando pequeños grupos de conversación y trabajo. Hablar mientras se calcula dónde poner un tornillo ayuda a pasar el tiempo y a sacar a relucir, de manera desenfadada, los grandes problemas del independentismo.

De hecho, todos los que merodean por la casa tienen opciones políticas diferentes, con más o menos intensidad. Ahora bien, el hilo rojo que los une es que «simplemente somos patriotas». «Venimos y trabajamos, nos encontramos, hablamos y preparamos cosas mientras trabajamos», comenta uno de los voluntarios, mientras se abre una cerveza fresca después de sudar la gota gorda trabajando en el jardín. «Se han superado otras épocas peores de exilio y represión, ya sabemos cómo se las gasta España, ahora debemos aprender también a hacer las cosas de otra manera», sugiere uno de los voluntarios. Al fin y al cabo, no es que ninguno de ellos tenga esperanza, es que parecen convencidos de que tarde o temprano, sea en esta generación o en otra, el objetivo de la independencia se logrará. Por eso, no dejan de picar piedra. Sea en la casa Macià o preparando otras iniciativas de reconciliación nacional o diseñando estrategias de futuro que se esbozan con un taladro eléctrico en la mano, poniendo silicona, mientras se desatornilla una radial o haciendo el café después del almuerzo mientras mordisquean algún panellet que Roser ha traído de una emblemática pastelería de Sants.

El presidente Macià se levanta para dirigirse al estrado y hacer su declaración sobre los hechos de Prats de Molló. La fotografía está resaltada en blancos para facilitar la impresión de los diarios de la época/Archivo Casa Macià
El presidente Macià se levanta para dirigirse al estrado y hacer su declaración sobre los hechos de Prats de Molló. La fotografía está resaltada en blancos para facilitar la impresión de los diarios de la época/Archivo Casa Macià

Macià, el símbolo

«Macià es un símbolo para la Cataluña que quiere ser nación», sentencia uno de los voluntarios. La prueba, y así lo dejan claro los voluntarios, es la decisión del presidente Salvador Illa de retirar su busto del despacho de Palau. «Si no sabe dónde reubicarlo, aquí le haremos el lugar que se merece», insiste Puig. Para el consejero en el exilio, «la importancia de la casa va más allá del hecho de que el presidente Macià fuera detenido allí o pasara solo quince días, es el escenario de un episodio que concentra el origen del independentismo».

En definitiva, una insurrección que suponía una lucha transversal, que contaba con el anarquismo obrero, los artesanos y la pequeña burguesía contra la dictadura y contra el fascismo para lograr la liberación de Cataluña y hacer caer la dictadura de Primo de Rivera. Para Puig, el asesinato del presidente Lluís Companys y la derrota de 1939 se llevaron todo el protagonismo y han ocultado la historia de antes y uno de los momentos de más tensión política del país. De hecho, más que el fracaso de la operación, que puesta en su contexto histórico no era tan extravagante, el éxito vino por el juicio a sus principales impulsores. Una vista oral que las democracias amenazadas por el avance del fascismo convirtieron en un escaparate de lo que podrían ser las luchas en Europa. La popularidad de Macià llegó a cotas insospechadas, como recuerda el historiador Josep Maria Solé i Sabaté, con el ejemplo de que ondeó la bandera de final de carrera en Argentina con el famoso Fangio de campeón.

El objetivo es que la Casa Macià de Prats de Molló abra sus puertas para el centenario de los hechos, en noviembre de 2026, y se convierta en un centro de memoria, de reflexión, de trabajo, de investigación y de explicación de que esto del independentismo viene de lejos y puede ser la base para poder ir más lejos aún. Aún necesitan ayuda, y más voluntarios. Por cierto, si la historia aún no tuviera suficiente gancho, dice la leyenda que en el perímetro de la casa yace un búnker que aún no se ha localizado. La historia siempre deja pistas para buscar y, sobre todo, episodios que revisados nutren el porqué, a pesar de todo, los catalanes aún están aquí.

Lluís Puig se acerca a dos de los voluntarios que esperan órdenes para comenzar el trabajo/Quico Sallés
Lluís Puig se acerca a dos de los voluntarios que esperan órdenes para comenzar el trabajo/Quico Sallés

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