Joaquim Albareda i Salvadó (Manlleu, Osona, 1957) es un referente. Es catedrático de Historia Moderna en la UPF y nunca ha dejado de investigar. Una investigación alabada por la academia y que ha sido capaz de darle la vuelta a mitos y leyendas de nuestra historia. De hecho, ha cambiado la perspectiva. Su investigación centrada en la guerra de Sucesión de España (1705-1714) se puede constatar en múltiples trabajos, libros y artículos. De hecho, Albareda se ha encargado científicamente de desmontar con un rigor extraordinario la historiografía que presentaba la Cataluña posterior a 1714 como un país entregado a los brazos del régimen borbónico. Nada más lejos de lo que dicen los archivos, los documentos y los testimonios que lleva años investigando. Uno de sus libros, Vençuda però no submisa (Edicions 62), lo explica con precisión. Cataluña fue resistente y terca después de 1714. Es bueno recordarlo después de la Diada.

El título en su libro era muy claro, Vençuda però no submisa. Una idea que rompe con esta historiografía a la que nos habían acostumbrado sobre las bondades de la implantación del sistema borbónico después de 1714 y cómo ayudó a progresar el país.

Sí, y esta lectura se ha hecho desde obras y ópticas totalmente contrapuestas. Por un lado, la que hizo Ferran Soldevila, que apunta una Cataluña que se convirtió, quiso convertirse, en provincia porque no tenía otras opciones, renunciando a los objetivos nacionales. Una tesis que compartió Jaume Vicens Vives, aunque después se enmendó. Y, en el otro polo ideológico, siempre ha habido una historiografía marcadamente españolista, que desde el primer momento, desde el siglo XVIII, presenta la entrada borbónica como la clave de la prosperidad futura de Cataluña, como el fiscal Campomanes, que atribuye todos los méritos del progreso económico al catastro y al Decreto de Nueva Planta. Y estas dos líneas son las que marcaron profundamente la historiografía. Una, en clave pesimista del país mismo. Y la otra, de un optimismo que no tenía ningún fundamento y que simplemente quería justificar a los vencedores.

Una idea que ha caído.

Esto se ha ido matizando bastante estos últimos años desde diversos ámbitos y áreas con aportaciones muy diferentes, como la de Ernest Lluch, que fue muy importante, o la de Josep Fontana, u otros historiadores de la economía que han ido explicando que las transformaciones que hubo en Cataluña son gracias a sus estructuras económicas y sociales que la hacen apta para competir en aquellas condiciones nuevas que se generaron.

De hecho, en el libro usted apunta incluso que el crecimiento económico es anterior al siglo XVIII.

Esto está más que demostrado. Esto ya lo planteó Pierre Vilar, y parece extraño que economistas como Gabriel Portella insistan en esta idea. Vilar lo dijo de manera muy clara en su obra Catalunya a l’Espanya moderna. Después, Albert Garcia Espuche también demostró que todavía tenemos que ir un poco más atrás para encontrar los precedentes del crecimiento en el siglo XVII. Y el profesor de la UPF Jaume Torres, que murió el año pasado, ponía énfasis, sobre todo, en el contrato que había después de la revuelta de los Remences, que convertía al campesino en casi el propietario de la tierra. Esto fue esencial para el crecimiento económico y para estimular innovaciones en los cultivos por la movilidad del uso de la tierra, cosa que no sucedía en Castilla, y esta es la clave. Si después había estímulos, claro que los había, pero si no hubieran existido todos estos antecedentes, los estímulos no habrían servido de nada, como le pasó a Aragón. O en parte como le pasó a Valencia, que sufrió mucho el decreto de Nueva Planta.

Menciona el catastro, que a priori podría ser un buen invento, pero yo interpreto que lo define como un instrumento de represión…

A ver, la idea del catastro corre por Europa en aquellas épocas, en Francia, en Austria. Y, en principio es un buen sistema: intentar hacer un sistema más equitativo de contribución en el cual paguen los que más tienen y no quien menos tiene, como estaba pasando en la mayoría de lugares. Pero este principio teórico se desvirtúa desde el momento que solo se aplica a la Corona de Aragón, como territorios vencidos, como una especie de castigo en la línea del modelo del conde-duque de Olivares, que afirmaba que a partir de entonces la Corona de Aragón debía contribuir y debían aplicarle leyes, todo en línea represiva. Y lo peor: su aplicación fue nefasta.

Usted lo ha investigado, ¿por qué fue tan nefasta?

Porque hacían el reparto los regidores corruptos que, en muchas ocasiones habían comprado el cargo, y esto genera una avalancha de protestas durante todo el siglo XVIII. Por tanto, el mito no se sostiene por ningún lado. Se confunden, digamos, los deseos iniciales de los efectos positivos que podía tener con los resultados finales, que fueron nefastos. No hay manera de considerar el catastro positivamente. La prueba es que en 1793, a finales del siglo XVIII, cuando hay la Guerra Grande en Francia, la ciudad de Barcelona dice que tratará de colaborar en la defensa, pero pone condiciones. La primera, que se aboliera el catastro, que solo se paga en los territorios de la Corona de Aragón. Y la segunda era que se destruyera la Ciudadela. Es la muestra de la conciencia que había del carácter opresivo del catastro y la Ciudadela para los catalanes.

¿Lo he entendido bien? Usted ha dicho que había regidores que habían comprado el cargo que controlaban el catastro?

¡Sí, sí! En 1739 la monarquía, por problemas financieros, copiando el sistema francés, y antes, en alguna ocasión durante los Austrias, pone a la venta los cargos de regidores, y son unos ingresos fabulosos para la monarquía. Es una inversión para quien compra el cargo, no por el sueldo de regidor, que era muy bajo, sino por lo que obtendrá con todo tipo de artimañas, como inventarse contribuciones, hacer pagar más a la gente, dejando a unos cuantos exentos sin pagar impuestos y distribuir las cargas de los impuestos sobre la tierra, dando más valor a las tierras de los más pobres, y al revés con los ricos. Todo esto lo sabemos por denuncias, que a menudo durante años intervienen abogados y todo. Hay un caso sorprendente, en Cervera, que incluso el Consejo de Castilla les da la razón! Pero no pasa nada porque el corregidor militar protege al regidor denunciado y aquí se acaba todo. Hay muchos casos como estos en Barcelona, Tarragona y Guissona… Hay una realidad bastante representativa de lo que significaba la corrupción, por un lado, y la disidencia, por otro.

Joaquim Albareda, historiador y catedràtic d'Historia Moderna 10.10.2023 / Mireia Comas
Joaquim Albareda, historiador y catedrático de Historia Moderna / Mireia Comas

Este es otro de los relatos que se puede desmontar con la investigación y es que hasta ahora nos habían hecho creer que en Cataluña no había habido disidencia

Sí, porque la primera lectura era pesimista y derrotista; aunque Ferran Soldevila lo detectó y dejó constancia de ello. En cambio, ha habido historiografía, como la escrita por Roberto Fernández, que no se puede sostener por ningún lado. Es un disparate decir que, después de 1714, todos vivieron felices y que no hay indicios representativos de protesta o de subversión o disidencia. ¡Hay montones! Se podría hacer una tesis solo con el material de la Real Audiencia y seguir las denuncias, las protestas y las quejas, que son una forma de disidencia muy clara.

¿Y cómo eran esas disidencias?

Lo más interesante es que esas disidencias, ya fueran memoriales, denuncias o incluso revueltas, iban siempre acompañadas de reivindicación, con el mensaje ‘esto antes no pasaba’. Así recordaban que se elegían los paers o los regidores, por tanto, eran gente del pueblo que defendía los intereses del pueblo, o el Tribunal de la Visita, que controlaba la corrupción y que fue abolido, o la representación de los ayuntamientos respondía a la realidad social, con todas las matizaciones, un sistema representativo bastante avanzado para la época. Todo esto aparece en estos memoriales, como elogios a la Diputación General que ‘tan bien nos gobernaba’. Esto hace pensar que lo tienen presente, pero vigilan cómo lo dicen porque la represión era muy fuerte y, a veces, lo más sorprendente es que a veces son oficiales borbónicos!

¿Borbónicos?

Sí, porque ante las quejas dicen que lo mejor sería restablecer la Generalitat, que lo hacía bastante bien, y que fuera la que administrara las contribuciones y se habrían acabado los problemas. Es decir, había gente bastante sensata para ver que aquello era un desbarajuste, un nido de corrupción absoluta. Hay funcionarios borbónicos que lo escriben y lo tachan de vergüenza, porque ven gente que llega sin un céntimo y regresa enriquecida. ¡Piden que vuelva la Generalitat! Al fin y al cabo, era una institución que tenía prestigio.

Cuando afirma que se habían confundido los estímulos con la evolución económica de Cataluña, ¿qué quiere decir?

No se puede negar que la monarquía borbónica emprende unas reformas o medidas que en algunos casos fueron positivas para Cataluña.

Por ejemplo?

La abolición de la extranjería. Esto implica que pueden comerciar con toda España. Los catalanes inundaron los mercados castellanos de tejidos de lana, se hicieron con toda la industria de la sardina de Galicia -con protestas que incluyeron persecución de catalanes- pero a la inversa también se da el fenómeno. Los catalanes arruinan la industria textil castellana porque la industria catalana era más competitiva y estaba mejor preparada, y pueden inundar sus mercados. Otra medida, la abolición de las aduanas interiores. Y la aprobación de la Junta de Comercio, a raíz del buen entendimiento de la burguesía catalana con el gobierno. La Junta de Comercio estaba integrada por gente que colaboraba con Felipe V desde 1713 y recibió un premio con esta entidad que hizo de gobierno de Cataluña que fomentó la técnica y la economía y las escuelas profesionales como la de artes o navegación, que la monarquía no proporcionaba. También se aprobaron medidas proteccionistas del algodón cuando comenzaba a despegar esta industria en Cataluña, por motivos fiscales, porque a la monarquía le iba mejor la recaudación interna que los aranceles. Y, una última circunstancia, que ahora se estudia mucho, como es la demanda militar. El ejército de Felipe V era muy importante, con 30.000 hombres, requería una demanda de ropa, munición y armas que solo podían proveer industrias de Cataluña por su capacidad de producción. Son estímulos porque Cataluña estaba en condiciones de responder. Una capacidad que provenía del 1600 no del 1700. En caso contrario, no habría sido así. Ahora bien, a medida que pasan las décadas, los estímulos caen y el peso se deriva hacia Madrid.

¿Y la sociedad civil?

También hay que tener presente la emergencia de la sociedad civil que impulsa instituciones como la Academia de Matemáticas, que nació como escuela militar pero de donde salieron muchos ingenieros civiles que jugaron un papel esencial en el desarrollo social. O bien la Academia de Buenas Letras -que ya venía del 1600-, que tenía por objetivo escribir una historia de Cataluña y reivindicar el catalán. Esto explica que no se perdió la conciencia de la identidad porque hay la continuidad de la lengua.

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