Robert Surroca i Tallaferro (Barcelona, 1934) es un escritor y activista político independentista catalán, que durante los años 60 se especializó en pasar material clandestino y personas perseguidas por la frontera, recuperando así la tradición de los pasadores de los años 40 que actualmente reivindica la Fundación Reeixida, que impulsa la señalización de los pasos de frontera trazados por independentistas catalanes. Surroca es uno de los últimos tres pasadores vivos y militante del histórico Front Nacional de Catalunya (FNC), y a finales de enero fue homenajeado por Reeixida. Recibe a El Món en su piso del Eixample y, aunque el próximo mes de marzo cumplirá 91 años, tiene una mente clarísima y una memoria de hierro. En esta entrevista nos cuenta su trayectoria en el Front Nacional paso a paso, y cómo eran las acciones que se llevaban a cabo en los pasos fronterizos, donde pasaba, como él dice, de todo. Material, armas y personas. Entre los guiados había miembros de ETA que ayudaron a cruzar la frontera porque la organización armada, en aquel tiempo, todavía no tenía estructura para hacerlo. Él, que se define más como activista que como político, también recuerda cómo vivió el Proceso y la desilusión que sintió cuando no se bajó la bandera española con la declaración de independencia del 27 de octubre de 2017. Y, actualmente, ve muy complicado lograr la independencia porque España es «un enemigo muy malo».
Usted tiene 90 años… ¿de dónde proviene su familia?
De la Cerdanya. Excepto mi padre, que nació en Barcelona. Los cuatro abuelos y la madre son de la Cerdanya.
¿Y ha vivido siempre en Barcelona?
Yo sí, nací en Barcelona y siempre he vivido en el barrio del Eixample. Tenía, y todavía es nuestra, una charcutería, el oficio familiar, en la calle Rocafort con Argó. Y luego, cuando el lugar se hizo pequeño, porque vivíamos en la tienda, compramos este piso.
¿Y usted trabajó en la charcutería?
Claro, hasta los 50 años. Tuve la suerte de que mis hijos no quisieron seguir el oficio. Si no, todavía estaría ahí ayudándoles. La época en que yo trabajaba no era como ahora. Ibas al matadero, matabas, elaborabas los embutidos… Todo lo hacías tú, porque no había grandes industrias que te sirvieran género, como hay hoy en día.
¿Había tradición política en su casa?
No, no. Más bien al contrario, había prevención. En casa, a mis padres les entraron los de la FAI a hacer un registro y les saquearon la tienda, y cuando entraron los nacionales hicieron lo mismo. Y además, mi padre tenía un primo hermano que era policía de la Generalitat, de Estat Català y francmasón. Lo tenía todo. Y les hicieron varios registros buscándolo, pensando que se escondía allí. Mi padre decía que éramos catalanes, catalanitos, pero desde el punto de vista de la política, al contrario. Decían que la política es para quien vive de ella. Yo mamé el miedo en casa. Y con los padres mamé el miedo del sistema.
¿Y cómo le surge la chispa para iniciarse en la política?
Todo vino de una manera muy simple. A mí siempre me ha gustado leer mucho. Y cuando cumplí 18 años me hice socio de la Biblioteca Central. Se llamaba así porque le quitaron el nombre de Cataluña. Incluso el nombre de Cataluña les molestaba. Y un día buscando fichas, porque me llevaba los libros a casa, me salió un libro sobre la historia de Cataluña. Me quedé parado, yo no sabía que Cataluña tenía una historia. A nosotros, en la escuela franquista solo nos habían hablado de la historia de España. Y lo pedí. Era una historia de Cataluña en dos volúmenes, solo tenían uno, Història de Catalunya, de Antoni Aulèstia i Pijoan, escrito antes de las normas ortográficas. Aquello me transformó porque vi que me habían engañado. Y gracias a la Biblioteca de Cataluña empecé a pedir libros. Fue una involución, me di cuenta de que me habían engañado y estafado.

¿Cuál fue la primera actuación?
Actué durante la campaña de Jordi Pujol, por los hechos del Palau de la Música. Empecé por mi cuenta. Hice varias cosas: monedas con la carta de Franco con el nombre de Pujol, un timbre y un sello. También fotografié pintadas y las envié a todas las publicaciones del exilio, que las reprodujeron. Fue el inicio de mi actuación política en solitario porque lo hacía por mi cuenta. No tenía ningún contacto.
A partir de aquí, poco a poco, ¿entra en contacto con otra gente?
Aquí, en la avenida Mistral, en el zócalo de un árbol, encontré la revista Caliu del Casal de Catalunya de París. Y les escribí que me interesaba recibir esta publicación, pero recibí muy pocas por correo, porque las retenían. Y, interesándome por el tema, conecté con Romà Planas, que fue alcalde en democracia por los socialistas en la Roca del Vallès. Y a partir de ahí, me vino a ver Joan Agut, que tenía una librería en Barcelona, que le habían escrito de París, que me interesaba por esto, pero yo le dije que se equivocaba. Agut, que era alto, me dejó la tarjeta de la librería y me invitó a pasarme por allí. Entonces escribí a Ramón Planas, y él me dijo que era una persona de confianza que me presentaría a otros amigos suyos. Luego, fui a verlo, le dije que ya sabía quién era y me habló del Front Nacional de Catalunya. A mí, en aquella época, oír hablar de independencia y de la izquierda independentista, era música celestial, y me apunté al Front Nacional de Catalunya a través de él.
Esto fue en 1962. ¿Cuáles fueron las primeras funciones que tuvo en el FNC?
Cuando entré vi que enviaban la propaganda, aunque era escasa en 1962, por correo postal. Había remitentes falsos, pero quien recibía la carta, que Correos podía abrir, quedaba comprometido, porque se daba a entender que estaba interesado en temas subversivos. Así que la primera cosa que organicé, con unos cuantos, fue la distribución directa de propaganda en los buzones de Barcelona, sin pasar por Correos. Y fuera se enviaba por transportista. A una persona le enviabas todo el paquete y con la lista que tenía iba dejando las cartas y no comprometía a nadie. Una cosa muy simple, pero que entonces no se había hecho. Y a partir de ahí, poco a poco fui asumiendo responsabilidades. Tantas como quieras.
¿Tenía algún alias?
Sí. Manel. Joan Agut, cuando me reclutó, me dijo dos cosas. Me preguntaron si sería capaz de matar por Cataluña…
¿Y qué le dijo?
Hostia, no lo sé. No lo sé, no lo sé.
¿Cuál fue la otra cosa que le dijo?
Que mi nombre sería Manel. Pero tuve otros nombres porque utilizaba identidades diferentes cuando iba fuera. En EPOCA [Exèrcit Popular Català] me llamaban Ramón, pero Manel era el nombre orgánico dentro del Front. Cuando se normalizaron las cosas no se creían que mi nombre fuera Robert Surroca.
¿Tuvo algún maestro cuando entró en el Front?
Te formaban políticamente, pero no había prácticas. De hecho, una de las cosas que no se formaba a la gente era en normas de seguridad. La gente que se dedica a una actividad de este tipo, como mínimo debe tener unas nociones mínimas de lo que hace y cómo debe hacerlo. Y de eso también me ocupé yo. Y, a partir de un determinado momento, Jaume Martínez Vendrell, que había llevado la sección militar de Nosaltres Sols! y después del Front Nacional de Catalunya, me envió a dar charlas sobre normas de seguridad a varios puntos de Lleida.
¿En qué consistían?
Daba las charlas sobre normas de seguridad. Explicaba quién es el enemigo, todas las medidas que se deben tomar antes de hacer una actividad, si te detienen cómo debes actuar, los interrogatorios que te pueden hacer, las trampas en las que puedes caer, etc. Y también les enseñaba cómo se hacían cócteles molotov, artefactos incendiarios, mechas lentas. Es decir, el ABC de la subversión. Pero como las charlas se alargaban mucho, Martínez Vendrell me pidió escribir un manual para distribuirlo.

También fue el encargado de los pasos de frontera. ¿Cuál era el modus operandi de estos pasos?
El paso clandestino de fronteras lo creé en 1965 y era muy simple. Primero empezamos solo pasando papeles, y después pasamos de todo. Ibas con el coche, situabas a la gente, pasábamos todos por la frontera, se recogía lo que se tenía que recoger, se ponía en las mochilas y luego pasaban por la montaña. El coche daba la vuelta y nos recogía por el otro lado. Pero a partir de 1969, vino a verme Joan Armet para ver si podíamos pasar a un etarra, porque ellos no tenían los pasos de frontera solucionados. Hablé con el ejecutivo y lo dejaron en mis manos. Y lo pasamos.
¿Cómo fue eso?
Esta persona vinculada a ETA se llamaba Francisco Rosado, alias “Patxi”. Este se vendió a la policía española poco tiempo después. Avisó a dos compañeros de ETA para encontrarse en una montaña que les tenía que pasar unas cosas. Cuando llegaron, les esperaba la Guardia Civil y los ametrallaron. A uno lo mataron. Y el otro quedó herido, pero pudo escapar y llamó a Txabi Etxebarria, que entonces era quien llevaba la lucha de ETA, y le explicó lo que había pasado. Rosado también llamó a Txabi para decirle que se tenían que encontrar, pero él ya estaba avisado y le advirtió que irían por él. Nunca más se ha sabido nada de Patxi. Yo tengo una foto con él, que ha salido publicada en varios lugares.
¿Patxi fue el único?
No, pasamos a muchos. Este etarra nos dio unas direcciones del País Vasco y fuimos con Anton Ribas i Sala de l’Hospitalet, una persona muy conocida también, y mi hermano. Allí fuimos a ver a unos curas de allí, nos entrevistamos con una especie de abad Escarré de allí, y quedamos para intercambiar propaganda. Los curas me llamaron para pedir que se tenía que volver a hacer otra operación como la que ya habíamos hecho. Y así llegaron a venir 30, hasta que, al final, a raíz del Consejo de Guerra de Burgos, vino un grupo de cuatro para pasarlos. En Montesquieu, donde paramos para poner gasolina y tomar un café, los tipos se pasearon mostrando la pistola y les llamé la atención: «Esto no va así. Allí en el País Vasco actuáis como os plazca, pero aquí discreción». Y cuando volvimos, trasladé que no me gustaba la situación porque, por mucha simpatía que nos pueda merecer la causa vasca y la lucha de ETA, se ponía en peligro instituciones nuestras para servir a otros. Y aquí se acabaron los vascos.
¿Cuál fue el último paso que hizo?
El último paso que hice fue con Àlvar Valls, Carles Sastre y Montserrat Tarragó y Carles Sastre, cuando Martín Villa les retiró la amnistía y tuvieron que marcharse otra vez. Esta vez precisamente fui por la montaña.
¿Cómo elegía las rutas?
Las primeras las hicimos por la Cerdanya y el Ripollès. Yo veraneaba en la Cerdanya porque tengo casa, y me la conocía. Después, cuando dejaron los que lo hacían, yo y Ton Ribas tomamos el relevo. Él nos devolvía el coche, y le hacía más gracia hacer los pasos por la Garrotxa.

¿Tuvo miedo?
Claro. Eso que dicen que se te ponen los pelos del cogote de punta, a mí se me habían puesto más de dos veces y de tres, ¿eh? Pero por determinadas situaciones concretas.
¿Cuáles?
Una de ellas fue la primera acción que hice del Front, que fue en 1962 cuando vino Franco. Tenía consignas de situarme frente a un edificio al lado de la Catedral y lanzar unas botellas de gas lacrimógeno al suelo coincidiendo con la llegada del dictador. Después supe que éramos diez. Me hice un agujero en el bolsillo y dejé deslizar la botella por los pantalones, pero no se rompió. Tuve que pisarla con el pie y me harté de llorar. En medio de todo eso, vienen tres tipos, dos con el escudo de divisionario y otro con el de la Falange. Los vi corriendo y pensé que venían hacia mí, pero yo me quedé clavado y ellos pasaron por mi lado y avisaron que habían tirado gases. Pero al verlos correr hacia mí se me pusieron los pelos de punta.
¿Lo atraparon alguna vez?
Sí y no. Cuando hubo la caída de la Assemblea de Catalunya en el 73, en la iglesia de Santa Maria Mitjancera, había uno del Front, Joan Colomines Puig, que después fue diputado por Convergència más tarde, se pudo escapar y la policía lo buscaba. Entonces yo todavía vivía en la tienda, pero ya tenía el piso. Y me pidió para esconderse aquí y le dije que sí. Y montamos una coartada, pero un día hizo la imprudencia de encontrarse con la que después sería su esposa para almorzar con ella. La policía seguía a la mujer, y detrás de la mujer cayó él y al final caí yo. Pero tuve la gran suerte de que en la escalera de la tienda, donde aún vivíamos, había un comisario de policía normal. Su hijo era abogado y de la Brigada Político-Social. La esposa del comisario, la señora Carmen, me apreciaba mucho y cuando tenía un problema venía a buscarme siempre. Una vez tuve que sacar al comisario que se había quedado atascado en el baño. La policía preguntó al hijo si sabía quién era yo y les dijo que «es un poco catalanista pero buena persona». Claro, él no tenía ni idea de mis actividades. Me salí bien con los Colomines. No nos maltrataron, y nos mantuvimos con la coartada que teníamos montada. O sea, que me salí bastante bien. Bueno, se me quedaron el pasaporte y no me lo devolvieron hasta medio año después de morir Franco. Por eso, a partir de entonces tuve que hacer el paso de frontera con mochila porque no tenía pasaporte.
Antes de estos hechos que me acaba de mencionar, también participó en 1971 en la acción en el hotel Duval.
En aquella época te encontrabas que si hacías pintadas, las borraban; colgabas una bandera, la descolgaban. Entonces dijimos que íbamos a hacer algo que tuviera resonancia porque los diarios no decían nada de todas estas cosas. Y decidimos poner unos altavoces en el hotel Duval. Primero, los probamos aquí en la terraza, con música normal naturalmente. Y yo tuve que hacer un viaje a Andorra porque allí había un disco que se llamaba Le Chant du monde, con canciones revolucionarias de varios lugares y estaban Els Segadors. Compré cuatro o cinco discos. Tiré una funda, puse el disco subversivo, tiré el otro disco y pasé la frontera. Y aquí en casa se grabó la proclama.
¿Y cuando tuvo todo, qué hizo?
Antoni Malaret reservó una habitación para un estudiante que estaba un poco afectado de los pulmones y que le interesaba una habitación que diera a la calle para que se pudiera ventilar. Àlvar Valls y Joan-Ramon Colomines lo dejaron todo preparado, con un margen de cinta libre para que pudieran marcharse, también pusieron una especie de artefacto con cables que decían que no se tocara porque explotaría y llenaron la cerradura de la puerta con chicle para que no pudieran abrir. Pero nada, la policía lo reventó todo. Además, dejaron un sobre con dinero para los gastos que había del hotel porque tuvieron que estropear un enchufe. Cuando se legalizó el Front vino el hijo del propietario del hotel a casa y nos dijeron que estaban muy contentos de que aquella acción se hiciera en su casa y nos explicó que la policía se quedó el dinero. Lo hacían siempre. Cuando registraban la casa de una persona, si había dinero, volaba, siempre.
¿Y durante su etapa en el Front tuvo contacto con otras organizaciones independentistas?
Sí, claro. Con Terra Lliure y con el Exèrcit Popular Català (EPOCA), con todos. Lo último que hicimos por Terra Lliure es que cuando EPOCA se disolvió, el equipo fronterizo del Front entró las armas –también entramos las armas del Front d’Alliberament de Catalunya–, y me encargaron hacer una serie de depósitos de armas en bidones de plástico en la montaña. Los hicimos y pasamos los datos. Yo no puse las armas, se encargaron otros, pero eran para Terra Lliure. Posteriormente, tuve algún contacto con Josep de Calassanç Serra, alias «Cala», que me llamaba el Gran Padre Blanco. Me envió una carta para que lo fuera a ver y quería que tomara partido por el sector de Terra Lliure que él representaba, pero me negué. Me ofrecí a ayudar a los dos, pero que no me posicionaría por ninguna facción.
Es decir, por la frontera pasaron papeles, personas y armas.
Sí. En aquella época había grupos que tenían equipos de fronteras, pero eran grupos más bien como el MIL, cosas así, que el independentismo catalán no tenía una relación vinculante. Pero los sectores independentistas sabían que el nuestro funcionaba, y algunas veces nos habían pedido cosas y las hacíamos. Una de ellas fue esto de las armas del Front d’Alliberament de Catalunya. Se hizo un depósito en Cataluña Norte y pasamos los datos. Un día me llamó Jaume Martínez Vendrell, que tenía una empresa de maquinaria vinculada con la charcutería, y me dijo que su vendedora estaba embarazada. Eso quería decir que el depósito estaba lleno. Entonces, las fuimos a buscar. Eran media docena de Màusers del 9 corto y las dejamos en la librería de Joan Ballester, la Públia. No las dejé yo ni Ribas, que hicimos el paso, porque nos conocía a los dos. Cogí a un universitario, le di el paquete sin decirle lo que era y le dije que lo llevara a la librería.

Después de la disolución del Front Nacional en 1990, ¿mantiene vivo su activismo político?
Negocié el ingreso del Front en Esquerra Republicana con Àngel Colom, y me pidió si ingresaría. Yo lo rechacé porque era un resistente. Podía engañar a los demás, pero no me podía engañar a mí mismo. La política no era para mí. En los partidos tienes que vigilar más al que tienes al lado que no al que tienes delante.
¿Y cómo vivió el Proceso del 2017?
Eufórico. Hombre, yo que desde el 62 había hecho cosas y luchado y he asumido un compromiso muy fuerte por la independencia, encontrarme una papeleta en las manos me trastocó. Y, además, el resultado fue positivo. Y esta gente sigue ahí. Lo que pasa es que, desafortunadamente, la política de partido ha hecho que mucha gente se desanime. Y eso es vergonzoso.
¿Recuerda dónde estaba el día de la declaración de independencia?
En la plaza de Sant Jaume esperando que quitaran la bandera española, y cuando vi que no lo hacían se me cayeron los ánimos al suelo.
¿Cree que Cataluña logrará la independencia?
Tenemos un enemigo muy malo. España antes romperá todos los tratados internacionales que tiene con Europa, y todo eso, antes que otorgar la independencia. Ahora, puede ser que Cataluña pueda convertirse en una especie de estado asociado bajo la corona española. Algo de este tipo. Pero veo que es complicado y difícil, sobre todo porque España es un mal enemigo. Y aquí, los que se declaran independentistas, muchas veces, tienen actitudes que no van por el camino, que deberían tomar para lograrlo.


