Una imagen del presidente en el exilio, Carles Puigdemont, literalmente, entre rejas. Un montaje fotográfico que expresa los deseos de los manifestantes. Y pancartas con los lemas “
Una manifestación convocada por la entidad españolista, Sociedad Civil Catalana (SCC), que ha movilizado todas las plataformas, entidades, formaciones, partidos, sindicatos policiales españoles y grupos unionistas de Cataluña y del resto del Estado. De hecho, han espoleado a participar de la marcha la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, o el líder Vox, Santiago Abascal, así como el excandidato a la presidencia española, Alberto Núñez Feijóo. Todos presentes de manera vistosa, como si pasaran revista y en cumplimiento del protocolo y de un guion predeterminado. Aun así, habrían asistido, según la Guardia Urbana, 50.000 personas, y 300.000 según la entidad. Una cifra que queda a una diferencia abismal de la registrada a la manifestación del también ocho de octubre de hace seis años, cuando la policía de la ciudad computó 350.000. Lo que tenía que ser la gran manifestación ha pinchado y se ha quedado en expectativa.

Consignas habituales, himnos fallidos
A la vista de los asistentes, esta mañana el barrio de la Bonanova de Barcelona y el cuartel del Bruc tenían que ser un desierto, a pesar de que había gente que provenía del área metropolitana de Barcelona. La manifestación se ha llenado de banderas españolas, consignas durísimas contra los independentistas, trajes militares e insignias policiales, canciones de Joan Manuel Serrat, Ana Belén y del pobre Nino Bravo, que vete a saber qué pensaría del uso de su
De hecho, la música ha sido un problema recurrente de la convocatoria. Como ejemplo más clamoroso, de los tres himnos que han sonado al final del acto, el público no ha podido cantar ninguno. “El cant de la Senyera”, porque posiblemente la gran mayoría de los asistentes no sabía ni qué era. El himno de Europa, tampoco se lo sabían y ha sido el más corto. Y el himno de España, la «Marcha Real»- solo se lo puede corear con un popular
Los lemas y los cánticos no se han renovado desde 2017. Así, los participantes han gritado «¡

No han faltado otros elementos habituales de este tipo de convocatorias: Abucheada e insultos a TV3, líderes políticos de los partidos españoles que menos disimulan su nacionalismo, personas como Ángel Escolano, presidente de Convivencia Cívica Catalana —uno de los poquísimos que Elon Musk le cerró la cuenta por el contenido de sus tweets—, miembros de grupúsculos ultraderechistas, miembros de la administración española en Cataluña, y mucha policía de paisano, que hoy han dejado el habitual fardo de palestino y las bambas Munich, para vestir polos grises y pantalones beis con mocasines para mirar de pasar más desapercibidos.
Entremedias de todo, turistas japoneses sorprendidos por la muchedumbre españolista, de la que han huido como si la manifestación hubiera sido una feria de sushi, por el olor de rancio que haría el pez. Los parlamentos finales sin novedad más allá de los tópicos usuales como «pensar más en los derechos de los territorios que de los ciudadanos», acusar de “golpistas” los independentistas o las acusaciones a Pedro Sánchez de querer hacer de España una Venezuela. Ah, y por supuesto, no podía fallar, el tradicional «no se trata de ser ni derechas e izquierdas» que ha justificado englobar todo el mundo en el concepto omnipotente bautizado como “constitucionalistas”. Una revisión del

Lejos de la cifra de hace ocho años
El lema de la marcha era “No en mi nombre: ni amnistía, ni autodeterminación” y buscaba una confrontación en la calle entre defensores de la negociación entre el PSOE, Sumar y los partidos independentistas para mantener el socialista Pedro Sánchez como inquilino de la Moncloa. Unas conversaciones que han puesto sobre la mesa la posibilidad de una amnistía y un acuerdo sobre la autodeterminación de Cataluña. Dos cuestiones que han enervado la derecha y la ultraderecha española, así como la habitual izquierda nacionalista española y que han convocado la manifestación a través de uno de sus instrumentos nacidos y nutridos durante el Proceso, como SCC. De hecho, esta entidad esperaba repetir un éxito que estos días se ha encargado de difundir, pero la realidad no le ha permitido.
El día escogido, 8 de octubre, tampoco era casualidad. Se cumplían seis años de una manifestación histórica en Barcelona, la celebrada el 8 de octubre de 2017, cuando el unionismo reunió 350.000 según la Guardia Urbana. Una convocatoria que entonces respondía a la tensión política y social creada por el referéndum de autodeterminación del Primero de Octubre y la posibilidad que el Gobierno, presidido por Carles Puigdemont, aplicara los resultados en un pleno parlamentario previsto por el día 10. Las previsiones no se cumplieron y el unionismo volvió a convocar una nueva manifestación multitudinaria en Barcelona, el 27 de octubre, dos días antes del pleno que aprobó una propuesta de resolución que incluía una declaración de independencia. Hoy la cifra se ha reducido a 50.000, menos incluso, que las cifras registradas en las manifestaciones del 12 de octubre en pleno proceso soberanista.

Parlamentos durísimos
La manifestación, que ha empezado al cruce de Provença con paseo de Gràcia, se ha dirigido hasta Gran Vía de las Cortes Catalanas, donde se han celebrado cuatro parlamentos, -muchos desacomplejados- entre otros la presidenta de SCC, Elda Mata, y Francisco Vázquez, histórico exalcalde de la Coruña por el PSOE y ultracatólico destacado. Teresa Freixes, catedrática Jean Monnet ad personam, y jurista especializada en Derecho Constitucional, ha llegado a tildar «infame compra de votos» la negociación de la investidura y que la amnistía busca la «convivencia como si fuera la paz de los cementerios».
Por su parte, la presidenta de la entidad, ha exigido «el fin de los favores políticos al nacionalismo». En esta línea, ha pedido «que no destruyan» la convivencia en Cataluña. Partiendo de este supuesto, ha cargado contra Pedro Sánchez, especialmente criticado por los manifestantes, porque no ha querido pactar un acuerdo de mínimos «con la derecha española» de cara a la investidura, pero sí , en cambio, que lo quiera hacer con «con la catalana». Mata no ha tenido ningún miramiento de comparar la situación en Cataluña con la que llevó en la Segunda Guerra Mundial o la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
