Unos 1.600 efectivos de las Unidades de Intervención Policial (UIP), las unidades antidisturbios del Cuerpo Nacional de Policial, han estado solo una muestra del dineral que el Estado se ha gastado este miércoles ante la amenaza de la derecha visigótica de tomar la calle durante el primer día del debate de investidura de Pedro Sánchez. Los agentes, perfectamente equipados, han reducido su trabajo de hoy a aparcar furgonetas, hacer controles de poca monta, instalar vallas y bostezar mientras hacían guardia en las calles que rodean el Congreso de Diputados. Posiblemente, el trabajo más complejo lo ha tenido un jefe de unidad situado a la esquina de Lope de Vega con paseo de Prado, que se invertía a explicar a unos turistas en un inglés práctico que todo el lío vendía porque una parte de España quería ser independiente. Quizás, la mejor síntesis de la situación que lleva la firma del que en el argot policial se conoce como uno botas.

Solo pocos centenares de personas y, de manera discontinua, se han acercado a la línea policial para cantar conjuntamente la lista de Spotify facha que los últimos días se había ensayado en las protestas de la calle Ferraz, donde se ubica la sede federal del PSOE. Pero, este miércoles era el gran día del debate de investidura. El candidato socialista entraba en el Congreso de Diputados como presidente español en funciones a cumplir un trámite para ser de nuevo presidente investido con los votos de independentistas vascos y catalanes, postcomunistas y canarios. La fiesta ha sido tranquila. De hecho, ha parecido más un festival al aire libre de poco voladizo, con un escasísimo público pero motivado y con pocas estrellas a quien aplaudir. Solo Santiago Abascal, líder de Vox, al atardecer, se ha acercado a saludarlos mientras decenas de concentrados le reclamaban «cojones».

Santiago Abascal, al llegar a la manifestación cerca del Congreso/Quico Sallés
Santiago Abascal, al llegar a la manifestación cerca del Congreso/Quico Sallés

Sin problemas durante el debate de investidura

Madrid, pues, ha vivido la investidura por la tele. El resto de ciudadanos que trabajan en los bares, oficinas, comercios y empresas del alrededor del Congreso han tenido que hacer más vuelta para llegar al trabajo o a casa. Ha sido la única molestia que, de momento, ha provocado el acuerdo de investidura que tenía que romper España y enviar el régimen del 78, «el que nos dimos entre todos» a la papelera. Banderas españolas, con el símbolo del Estado –el escudo– recortado para hacer valer que «antes es la nación que no el Estado», y letreros y cartelería contra Pedro Sánchez y, sobre todo, contra el presidente al exilio Carles Puigdemont.

Una de las banderas de la manifestación contra la investidura/Quico Sallés
Una de las banderas de la manifestación contra la investidura/Quico Sallés

«Pedro Sánchez, hijo de puta»; «Puigdemont, a prisión», «Ese furgón, para Puigdemont», «Prensa española manipuladora!» o «Otegi, etarra, tu madre es una guarra», así como una versión onírica del famoso ritmo «Donde están las papeletas, las papeletas donde están?», con letra nueva, «¿Perro Sánxez dónde está, dónde está Perro Sánxez?». Todo un delirio poético con reminiscencias de los cacheos anteriores al Primero de Octubre que llevaba a cabo la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía. Pancartas con un «R.I.P.» de la democracia española. El resumen final, tedio de los periodistas y de los concentrados, que se desgañitaban con el megáfono sin la repercusión ni la claque esperada. Es el que se dice una punzada total y totalitaria.

Vista general de los manifestantes durante la investidura a las puertas del Congreso/Quico Sallés
Vista general de los manifestantes durante la investidura a las puertas del Congreso/Quico Sallés

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