«Sí, chico, era la última bala» es el comentario de Lluís, mientras fuma un cigarrillo en la puerta del almacén. Los ojos, no tristes, sino con la elegancia del trabajo bien hecho y la satisfacción de haber guardado el secreto, miran cómo los miembros de una de las conjuras más emblemáticas del independentismo se llevan las urnas que debían ser el plan B del referéndum del Primero de Octubre. Unas urnas plegables que, finalmente, fueron parte del plan A porque sirvieron de señuelo para engañar a los poderosos servicios de Información de la Guardia Civil y del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).

Este sábado se vació el almacén que guardaba uno de los misterios que nunca nadie fue capaz de descubrir. Ni en Cataluña ni en la Moncloa. La seguridad de la exdirectora del CNI, Paz Esteban, -ahora defenestrada por el caso Pegasus- con la que aseguró a Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría que el Primero de Octubre no habría urnas. La Catalunya Nord y la profesionalidad patriótica de sus responsables y sus socios políticos han permitido que el secreto permaneciera a salvo de la batalla egocéntrica habitual del independentismo. Ahora el secreto se ha dispersado en poco más de una decena de independentistas que trabajan por la independencia más que hablar de ella. Se guardarán repartidas a lo largo de los Países Catalanes, porque quién sabe si algún día se necesitarán.

Un joven de trece años monta una urna plegable en el almacén de la Catalunya Nord/Quico Sallés
Un joven de trece años monta una urna plegable en el almacén de la Catalunya Nord/Quico Sallés

La Catalunya Nord, el refugio

En una calle dedicada a uno de los «Mártires de la Resistencia» se encuentra el almacén ordenado, funcional y pulido donde se guardaban discretamente las 6.500 urnas absolutamente plegables que debían servir para hacer el referéndum del Primero de Octubre. Un diseño exclusivo que permitía a los voluntarios que debían guardarlas y entregarlas a los colegios llevarlas como una especie de carpeta de dibujo bajo el brazo. La urna se forma con cuatro partes, dos laterales, la tapa y el fondo además de una pequeña bolsa con los pasadores y las arandelas que formaban el cubo. Así como un adhesivo con el escudo de la Generalitat para formalizar la oficialidad de la urna. Una obra de orfebrería.

Todas las partes son completamente planas y cubiertas de un papel de film azul adherente que no permiten saber qué es más allá de una placa de plástico sin chicha ni limonada. La urna era ideal para transportar, esconder y, además, exclusiva, el diseño lo hicieron «patriotas que han pasado muchas horas en IKEA». De hecho, las urnas se distribuían con un manual de instrucciones en catalán y en inglés que se despedía con un agradecimiento especial a la empresa sueca por su carácter inspirador. «Hemos comido muchas albóndigas», ironiza uno de los que ha venido a buscar un lote en referencia a las famosas bolas de carne que sirven en los almacenes de muebles de autoconstrucción. Las instrucciones también incorporaban ironía contra el jefe de Estado español, Felipe de Borbón.

Parte de las instrucciones de montaje de las urnas plegables con un detalle onírico sobre Felipe de Borbón/Quico Sallés
Parte de las instrucciones de montaje de las urnas plegables con un detalle onírico sobre Felipe de Borbón/Quico Sallés

Espionaje, contrainformación y motos

La historia de estas urnas se remonta a la gran final de la lluvia de ideas para garantizar el voto el Primero de octubre teniendo en cuenta que el Gobierno no podía tener nada que ver y que la Guardia Civil acosaba la incipiente logística independentista. «Partíamos de la gran final con cuatro modelos: las que tienen los ayuntamientos para los comicios, las de cartón como las del 9-N, las plegables y el modelo chino que al final utilizamos», detalla a El Món uno de los principales responsables del operativo clandestino. La plegable tenía, en principio, las de ganar, pero los agentes de información de la Benemérita, dirigida directamente por el general Ángel Gozalo y por su lugarteniente en la Unidad de Policía Judicial, el teniente coronel Daniel Baena, no bajaron la guardia.

La construcción de las urnas se hizo al estilo Vietnamita. Es decir, participaron tres empresas de plásticos que cada una hacía una parte, pero ninguna de las tres sabía lo que hacía la otra. Las tres empresas son del Baix Llobregat. Los pasadores y las arandelas los embalaron la «sectorial de jubilados» en Manlleu, en Osona. Eran 6.500 bolsitas que debían llevar contados 18 los pasadores y las arandelas. Osona y el Baix Llobregat unidos por las urnas. Todo iba como la seda hasta que uno de los trabajadores de una de las empresas se dio cuenta de la presencia de una furgoneta extraña en un polígono donde todos se conocían. «La misma furgoneta y que no era de ningún vecino… que venía y no descargaba ni cargaba nada…, nos puso la mosca detrás de la oreja», narran a El Món los responsables de garantizar las urnas.

Lejos de detener la fabricación, el operativo de las urnas montó un equipo de contrainformación. Un equipo muy reducido de expertos motoristas debía ir haciendo rondas siguiendo la furgoneta y otros vehículos sospechosos. «Los motoristas no sabían ni para qué ni quién eran, pero el nivel de complicidad hacía que nadie preguntara», detallan mientras aprietan los dientes. «¡Bingo! ¡Ya supimos quiénes eran! ¡Los pikoletos nos habían detectado!», recuerdan con cierta ilusión. Comenzaba la segunda parte del operativo.

Uno de los vehículos que se llevaron parte de las 6.500 urnas plegables este sábado/Quico Sallés
Uno de los vehículos que se llevaron parte de las 6.500 urnas plegables este sábado/Quico Sallés

Como el judo, el señuelo

Rápidamente, los cerebros de la operación, pocos, pero que llevaban años pelando patatas en las galeras del independentismo, se reunieron. No tardaron mucho en encontrar una solución. Si la Guardia Civil los había atrapado había que aprovecharlo. Como el judo, aprovechar la fuerza del adversario. Entonces, decidieron continuar la fabricación, pero hacer entrar en juego las urnas chinas, con la duda si había que entrarlas por Portugal o por la Catalunya Nord. Es decir, dejaban a la Guardia Civil siguiendo una pista cierta mientras se hacía el trabajo, por otro lado, alejados de la presión policial. No habían contado que la Guardia Civil lleva demasiados años con la gran base operativa en Sant Andreu de la Barca, en el Baix Llobregat, y por tanto no les costó mucho encontrar una fuente que les advirtiera que en su taller hacían una pieza de PVC plana con una ranura en el centro que hacía sospechar algo.

La Guardia Civil se quedó guardando una viña equivocada. La producción continuaba y los uniformados vigilaban con cada vez más unidades de paisano. Habían encontrado un taller que fabricaba parte de las urnas, había que encontrar el resto y montaron todo un despliegue de seguimientos. Vertían todos los esfuerzos a seguir aquella pista que, al fin y al cabo, era buena. Solo esperaban poder dar un golpe como el de las papeletas y confiscarlas sino todas, la gran mayoría y jactarse a través de los efectivos canales de propaganda con los que entonces contaba el Estado, que incluía incluso, prensa progresista. Mientras tanto, el plan B se convirtió en el plan A, con el aval tanto del presidente Carles Puigdemont como del vicepresidente Oriol Junqueras.

Las urnas plegadas en el almacén/Quico Sallés
Las urnas plegadas en el almacén/Quico Sallés

Un golpe de suerte

«El cambio de planes fue un golpe de suerte», admiten con franqueza sus creadores. De hecho, razón no les falta. A pesar de las ventajas que suponían las urnas plegables, por su facilidad de transporte y camuflaje, el montaje no resultaba fácil. Una prueba realizada este mismo sábado por un experto montador de Lego supuso media hora larga. «No hay tutoriales en Youtube en chicano», avisa uno de los norte-catalanes que formaba parte del entramado. «Imagínate montar esto con la Guardia Civil en la puerta, habríamos visto algunas urnas pegadas con precinto o celo», ríen.

En cambio, las otras urnas tenían el problema del volumen y del precio. Las urnas plegables costaron unos 70.000 euros porque pudieron recuperar el IVA. «Con las urnas chinas, el IVA nos lo comimos», recuerdan. Aun así, el montaje era muy fácil y rapidísimo. «Por tanto, la Guardia Civil nos hizo un favor», comentan. Además, nunca entraron en el taller donde hacían las planchas porque no se podía garantizar que fuera para una urna. De hecho, los uniformados no querían repetir el ridículo cuando ocho agentes de paisano, sin orden judicial, entraron en una empresa de Òdena, dedicada a la fabricación de embalajes y confundieron embalajes de yogur con urnas. Todo a raíz de una broma de los empleados del almacén que en el palet con este material escribieron con un rotulador «Material para papeletas y urnas», hicieron una foto y la enviaron a un grupo de whatsapp que también llegó a la Guardia Civil.

Uno de los miembros del operativo pega el adhesivo del escudo de la Generalitat a las urnas del Plan B/Quico Sallés
Uno de los miembros del operativo pega el adhesivo del escudo de la Generalitat a las urnas del Plan B/Quico Sallés

Hacia el almacén

La fecha del referéndum se acercaba y ninguno de los tres talleres sacaba el material. La Guardia Civil esperaba para capturar el botín que nunca salió de los almacenes de las empresas. La tensión de los días previos del Primero de Octubre y la cacicada de poner al teniente coronel Diego Pérez de los Cobos a dirigir el operativo contra el independentismo hizo desbaratar los planes que tenían los mandos de la Guardia Civil en Cataluña, que veían cómo un oficial de menor rango les daba órdenes. Se levantó el dispositivo. Una vez el horizonte fue seguro, las partes de las urnas fueron saliendo de los talleres hasta llegar al almacén de la Catalunya Nord.

En este depósito funcional revestido de cemento, se han guardado los palets con las urnas. Han estado camuflados al fondo, a mano izquierda. De tal manera, que si alguien pasaba y había la puerta abierta no los viera. Un entresuelo permitía acceder fácilmente. Además, hay una habitación grande con parquet en el suelo para, si era necesario, servir de alojamiento de emergencia cuando se albiraba la posibilidad de que la represión presionara el acelerador.

Este sábado, el local bajó la persiana. Un encuentro discretísimo de los coordinadores del operativo, para recoger su parte de material, parecía una escena final de cualquiera de las películas de Ocean’s Eleven. La alegría de reencontrarse, de haber hecho (bien) el trabajo, y de llevarse un trozo de historia a casa ha sido un homenaje a la complicidad, a la inteligencia colectiva y, sobre todo, a la creencia de que, a pesar de todo, el objetivo aún es posible. Lluís apaga el cigarrillo, se frota los ojos y entrega una copia de las llaves a uno de los compañeros de viaje. Todos, con los coches cargados, se miran. Hasta que el más veterano dice lo que muchos han aguantado de decir hasta ahora: «Lo volveríamos a hacer». Cierran los ojos y sonríen.

La persiana bajada del almacén que han guardado uno de los secretos del 1-O/Quico Sallés
La persiana bajada del almacén que han guardado uno de los secretos del 1-O/Quico Sallés

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